jueves, 20 de septiembre de 2018

Adiós a la arepera El Tropezón y a Lee Hamilton Steak House.

Nunca estuve en Lee Hamilton Steak House, aunque puedo saborear la exquisitez de sus carnes mediante las referencias escritas y orales que escuché toda la vida. Las tradiciones son una especie de fantasía que se hace realidad a través de el entramado de la vida de una ciudad, de un pueblo de un país, son documentos troquelados a pincel y cincel, a emociones e inspiraciones, a memorias y mitos que recrean a diario la imagen que tenemos de un entorno, de sus mejores momentos, de sus esperanzas. Todo eso se resquebraja, se retrae, intentamos guardarlo entre los archivos más preciados de nuestros recuerdos más valiosos, porque sabemos que no los veremos nunca más o en mucho tiempo. Se trata de una realidad mil veces repetida por los regímenes totalitarios, arrasan con la propiedad privada, con la libre iniciativa, con las oportunidades, con las esperanzas de superación. En cambio si viví en primer plano la fantasía de compartir la animación de compartir ante el mostrador y degustar una arepa en El Tropezón. Por eso al escuchar hace unos días en la radio que la arepera ubicada en Los Chaguaramos había cerrado, apreté con los recuerdos todos esos sueños vividos en tanto tiempo, toda la efervescencia de ver estudiantes, profesores, empleados y obreros de la UCV conversar de exámenes, proyectos, esperanzas, fracasos y recuperaciones, la esencia del alma de un país retratada entre las mesas de un lugar que delineaba algo impalpable pero muy presente, algo muy relacionado con los hilos que tejen el esqueleto de la concordia, la armonía, el entendimiento de un conglomerado humano. Sentí que habíamos perdido algo invalorable en medio de esta barbarie infinita, en medio de la indefensión más laberíntica, propia de los regímenes violadores de derechos humanos. Sabía que aquellas imágenes, aquellas memorias, aquellos pigmentos de felicidad serían difíciles de recuperar, por eso intenté recuperar mis remembranzas particulares. Aquel atardecer sabatino casi le reclamé al tío Rubén porqué en vez de seguir hacia el estadio de la ciudad universitaria entrábamos en el bullicio de aquella arepera. Para un niño de diez años quien asistía a su primer juego de béisbol profesional aquello significaba una afrenta muy grande, significaba perder instantes para apreciar la estructura del estadio, para ver la práctica de bateo, para ver la pizarra mecánica del jardín central que tanto describían los narradores en las transmisiones radiofónicas. El olor de carne guisada, aliños de cebolla y ajo, efluvios de cilantro y yerbabuena me trajo recuerdos de otra arepera que visité mucho en mi infancia cumanesa. Cuando Rubén pidió una arepa de perico con reina pepeada, no pude resistir el parecido de sabores y texturas. “Tío, estás arepas son iguales que las del 19 de abril de Cumaná”. Rubén me quedó mirando sonreído y me dijo que me apurara porque el juego estaba por comenzar. Tuve que terminar de pasar el bocado con el papelón con limón y salimos casi corriendo. Volteé como siete veces mientras atravesábamos la calle, quería guardar bien la imagen de la arepera, quería volver a saborear esas arepas. Muchos años después, quizás unos 25 años, mediados de los noventa. Bajé a Caracas con Pepe, un compañero de trabajo de Intevep. No me importó la velocidad con la cual Pepe asumía las curvas de la carretera Panamericana, la emoción de ir a presenciar un juego de beisbol entre Caracas y Magallanes era mayor que el miedo ante la cinética automotriz. Luego de estacionar el carro en un centro comercial de Los Chaguaramos, el reflujo de emociones beisboleras se mezcló con el rostro del tío Ruben y aquella tarde sabatina de noviembre de 1971. El mismo rebullicio, los mismos olores de hacía veinticinco años me templaron de la mano. Pepe me preguntó porque parecía un conejo encandilado en medio de la noche. “Siempre vengo aquí antes de entrar al estadio, esto forma parte de la gran experiencia de venir a ver un Caracas-Magallanes”. Quise hablar para responderle que estaba totalmente de acuerdo con él. Pero estaba atragantado con aquella arepa de perico y reina pepeada que ahora se había convertido en una de queso guayanés con unos pedazos de aguacate y tomate que le pedí al joven que atendía, el tipo me quedó mirando y luego sacó el aguacate de la bandeja de reina pepeada y el tomate de una ensaladera, Todo eso se podía hacer en El Tropezón. Ahora solo queda el éter de las remembranzas, la imprecisión de las imágenes rebota en los archivos de la memoria de aquel país ajustado, adherido con sudor y lágrimas, a la obstinación de pensar que tenemos derecho a un mañana mejor. Otro cuadrito, otro dibujo, otro símbolo en nuestro lenguaje arqueológico de un mapa indeleble que flota entre el pecho y las costillas, éntrelas sonrisas y los escalofríos, entre la tristeza y las sonrisas. Escucho un silbido en medio de mis parietales, me siento en medio de la orquesta de Billo, al lado de los gestos del director y sobre la marcha intento cambiar la letra original pero luego la dejo: “…ya no quedan ni Roof Garden, ni el La Suiza…el frontón de jai alai no existe más…las muchachas ya no van por La Planicie…y a Los Chorros casi casi nadie va…” Alfonso L. Tusa C. 20 de septiembre de 2018. ©

jueves, 13 de septiembre de 2018

Tardes Sabatinas.

A principios de la década de 1970, muy probablemente 1972, la invasión urbanística llegó hasta Cumanacoa. De pronto el solar de asfalto, escenario de nuestras cotidianas caimaneras de beisbol y futbol se convirtió en depósito de centenares de tubos de concreto, había empezado la instalación del sistema de cloacas y vimos con desolación como desaparecía el estadio de tantas diversiones y momentos inolvidables. Por otro lado el parque aledaño a la escuela José Luis Ramos también quedaba inhabilitado para cualquier tipo de juego al empezar los trabajos de albañilería para convertir el lugar en otro espacio público cargado de cemento por todos lados. El mismo año habíamos sufrido dos puñaladas certeras en la espalda y las costillas, ambas dolían mucho. La alternativa empezó a gestarse una mañana cuando notamos un pequeño hueco en la alambrada del paredón de la escuela que daba hacia la calle Bolívar. El hueco crecía con el paso de los días. Era una de nuestras curiosidades principales del recreo escolar. Luego de muchos sábados jugando en medio de la calle, un mediodía alguien propuso jugar en la escuela. Nos quedamos mirando indecisos, con miedo a que nos descubrieran y la subdirectora de la escuela nos amonestara y enviara una nota a casa para conversar con nuestros padres. Seguimos caminando hacia la esquina del tercer patio de la escuela. El hueco en la alambrada había alcanzado las dimensiones a través de las cuales podía entrar cualquiera de nosotros. Alberi puso las manos entrelazadas y Santiago fue el primero que utilizó ese escalón para llegar al tope de la pared y traspasar la alambrada. Se mantuvo entre los arbustos para ayudar al próximo que saltó. El último fue Alberi, tomó impulso, saltó y se sostuvo en la mano que Santiago le extendió desde adentro. A pesar de haber jugado en ese patio en infinitos recreos de tercer y cuarto grados, parecíamos frente a un territorio desconocido, la atmósfera sabatina, la desolación y el silencio de la escuela transmitía una sensación de espacio extraterrestre. En medio del patio se levantaban los dos tubos metálicos de la malla de voleibol. El cemento rústico relucía ante la intensidad solar, se podía distinguir todos los granos translucidos de la arena incrustada en el cemento. Pronto se escogieron los dos equipos. Alberi se decidió por Juan, Armando y Victor. Santiago llamó a Hermes, José y Alfonso. Se colocó un pedazo de hoja de examen con varias letras amontonadas y una nota roja de 07, como home. El tubo de la derecha era la primera base, el de la izquierda la segunda. Cada equipo tenía dos jugadores cerca de los tubos y los otros dos jugaban en la granza cubierta de hierbajo posterior al cemento rústico. La regla principal consistía en golpear la pelota de goma con la mano empuñada, nada de pendejadas de batear con la mano abierta, eso era de niñas, y se debía procurar batear contra el cemento o en línea hasta la altura del pecho. Quien bateaba por encima de ese nivel era out por regla. Queríamos evitar botar la pelota. El ambiente de escalofríos propio de la emoción de empezar un juego de pelota, rezumaba en la expresión de los que cubrían el improvisado diamante beisbolero y perlaba en la frente de los que se agrupaban alrededor del pedazo de papel para batear. Hermes se lanzó de cabeza para tomar un roletazo detrás del tubo de segunda base y metió un balín a las manos de José para sacar out a Armando en el salto. Dos innings después Juan dio varios saltos, como un saltamontes, sobre la granza y atrapó la pelota que crei iba a ser imparable justo antes de aterrizar, me fui zapateando hacia el pasillo. Hacia las seis de la tarde habíamos efectuado cuatro juegos, cada equipo había ganado dos. En medio de la emoción de la competencia empezamos el juego decisivo. El atardecer precipitaba veloz. Las penumbras avanzaban inexorables desde el techo hacia la mitad del patio. Alberí conectó un linietazo bestial que se estrelló contra una de las puertas de los salones. Un sonido de cascos de caballo y un roce metálico como de hojalata y el filo de una peinilla taladró la puerta. Nos quedamos petrificados, la palidez de nuestros rostros alumbraba la incipiente oscuridad. Por más emocionante que estaba el juego nos acercamos hasta la puerta del salón y retrocedimos por instinto ante un ruido infernal que casi desprende la puerta. Parecía como si cien caballos hubiesen chocado contra la puerta. Alberi dio la vuelta al edificio. Lo seguimos hasta el ventanal del aula. No sabíamos si respirar o tragarnos la lengua. Algunos lamentaban no haberse ido a casa a las cinco que era la hora cuando habían acordado dejar de jugar. Solo se veían puntos verde fosforescente en medio del aula. Un rumor de llanto de niños entremezclado con gritos apagados de mujeres y el rugido de una voz inclemente nos hizo correr hacia la alambrada. Atravesamos el hueco en simultanea, corrimos cada quien directo a su casa. El lunes siguiente ninguno se atrevía a pasar por el tercer patio de la escuela. Todo el recreo lo pasamos tratando de entender como habíamos hecho para pasar los ocho por un hueco tan pequeño. La piel se nos erizó cuando Alberi contó que su papá le había relatado la leyenda que había en el pueblo acerca del terreno donde estaba el tercer patio de la escuela. En la época de la guerra de independencia, en ese lugar vivían unas familias humildes. Ellos sabían que venían unos jinetes asesinando a todo el que se les atravesara. Eran los días de la emigración a Oriente. Cuando esos desalmados llegaron a Cumanacoa no hubo tiempo de nada. Un vendaval de lanzas, peinillas y bayonetas se abalanzó sobre ellos. Muchisimas personas murieron degolladas, tasajeadas, lanceadas, entre ellas, las familias que vivían ahí en el tercer patio de la escuela. Los pocos que lograron salvar el pellejo, apenas si lograban pronunciar los nombres de los asesinos: Bo…Boves y Su…Suazola. Nos quedamos mirando a Alberi con miedo, nadie se atrevió a decir una palabra. Ese día no jugamos en el recreo. Ni los próximos tres sábados jugamos pelota en el tercer patio. El cuarto sábado llegamos a las dos de la tarde y nos fuimos a las cuatro. Y el siguiente una ráfaga de viento hizo temblar las puertas de los salones y nos fuimos sin haber terminado el primer juego. Alfonso L. Tusa C. 3 de septiembre de 2018. ©

viernes, 7 de septiembre de 2018

Escribe tu historia Nena. Essence Carson. Los Angeles Sparks.

The Players Tribune. 18 de septiembre de 2017.PHO Parecía que nadie sabía su nombre real. Las personas lo llamaban Picture Man. Paterson, New Jersey, donde crecí, es el barrio… la ciudad interior… el ghetto… como se quiera llamarlo. Y muchas personas tienen apodos en la ciudad interior, apodos divertidos, apodos crueles, apodos estúpidos, apodos sin sentido, apodos de pandilla, todo. Picture Man se ganó ese apodo porque siempre estaba tomando fotos. Se le podía ver dando vueltas en su bicicleta. Se paraba para efectuar una fotografía de un hidrante, una señal de tránsito, una parrillada familiar o lo que fuera, y luego se iba. Que alguien se dedicara a la fotografía de esa manera era inaudito en nuestro vecindario, así que Picture Man era visto como un tipo raro. Un solitario. “Diferente”. De todas formas lo queríamos mucho. Era muy misteriosos para mí, había todo un mundo detrás de él que yo desconocía. Hasta el día de hoy, nunca supe su verdadero nombre. Pero nunca olvidaré donde estaba cuando oi los disparo que terminaron su vida. Yo tenía 12 años de edad. Estaba en casa de mis abuelos en el lado este de la ciudad, donde vivía, justo alrededor de la esquina de la barbería de la 17ma avenida. Corrí hacia afuera y vi a Picture Man inmóvil en el medio de la calle. La bicicleta le había caído encima, y la cámara, aun colgada de un cordel en su cuello, yacía en el pavimento a su lado. Mi abuela también había salido a ver que había ocurrido. No podía creer lo que había visto…Estaba triste e impactada, y muy preocupada. Aun recuerdo con claridad hasta el día de hoy, como su cuerpo estaba inmóvil pero sus ojos estaban completamente abiertos. Los disparos que lo mataron no eran los primeros que yo había oído. Pero era la primera vez que veía un cadáver fuera de la funeraria. El pozo de sangre acumulado en la calle era tan profuso que parecía negro. Me paré allí y observé. No corrí. No traté de ayudar. Las personas gritaban y venían desde las tiendas a mirar, y las sirenas sonaban por todas partes. Había una gran conmoción. Las personas decían que Picture Man había quedado atrapado en un enfrentamiento entre bandas. Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, ese tipo de cosas. Cuando llegó la ambulancia, yo estaba parada en el mismo lugar frente a la barbería. Los policías le decían a la gente que se fuerana sus casas, pero me quedé un poco más, mirando a los paramédicos enfundarlo en un saco de plástico negro. Entonces caminé hacia la esquina y me fui a casa de mis abuelos. Cuando llegué a la puerta, me detuve por un segundo. No sabía lo que sentía. Honestamente, no estaba triste. Era como si no supiera que era lo que debía sentir. Fui al sótano, como hacía la mayoría de las noches. Me senté en el pequeño piano que mi abuela tenía allí, y toqué por un momento. A veces se tienen los pensamientos más extraños en los momentos más extraños. En mi cabeza de 12 años de edad, seguí pensando en la misma cosa mientras jugaba. Seguí pensando ¿Qué pasará con todas sus fotografías? Hasta hace unas pocas semanas, no había vuelto a pensar en Picture Man en años. Pero una noche de este verano, todo regresó. Estaba en mi apartamento en Los Angeles, grabando algo de música nueva. Tengo un pequeño estudio en la casa, y he estado trabajando en un álbum nuevo, el cual será mi tercer disco como solista. De pronto tenía 12 años de nuevo, parada frente a la barbería, frente a frente con el cadáver de Picture Man. No sé de donde me vino eso. La música tiene una forma de hacer eso. Ya no voy mucho a Paterson. No tanto como me gustaría. Despues de la escuela secundaria, me fui a la universidad y jugué baloncesto en Rutgers, y después de eso, el baloncesto me dio la oportunidad de ver el resto de los Estados Unidos y el mundo. Entonces fui lo suficientemente afortunada para establecerme en la WNBA, al jugar primero para Liberty y ahora para Sparks. El año pasado ganamos el título. Esta temporada de nuevo estamos fajadas por el campeonato. Tampoco hablo mucho de Paterson ahora. Ese lugar me moldeó, sin duda, pero cuando me preguntan por Paterson, usualmente digo unas pocas palabras y eso es todo. Soy tranquila, esa es la razón. Mis compañeras pueden dar fe de eso. Era más tímida cuando era una niña, así que manejo mejor eso que antes. “No te rías, Alana. ¡Estoy tratando!) Pero es más que solo ser tranquila. Hay muchos estereotipos acerca del barrio. Algunos son verdad, pero la mayoría solo son superficialidades. Es como si, no quisiera decir la verdad, no sé si quieran oir algo que no pueda ajustarse a su estereotipo. Si les hablo de mi vida quiero dartes la imagen completa. Es igual a como me enfoco en la creación musical, mi esperanza es comunicar algo real y hacer que las personas sientan algo real. Era una estudiosa agradable. Déjenme explicar lo que quiero decir con eso. Mis dos amores de niña eran el baloncesto y la música. Adoraba tocar música, eso me hacía una estudiosa. (También era muy dedicada a mis tareas escolares. Me gustaba mucho la escuela). Pero era agradable porque jugaba baloncesto. Iba a las reuniones de los estudiosos. Pero, podia jugar baloncesto. Cuando cerci también podia jugar con los varones. Así que eso me dió crédito ¿Ven? Una estudiosa agradable. La música fue primero. Uno de mis primeras memorias musicales es escuchar a mi abuela tocar piano. Era un piano pequeño todo roto que se estaba desarmando. Era horroroso, pero funcionaba. Mi abuela solo sabía tres canciones…y las tocaba una y otra vez. Cuando yo tenía ocho años de edad, aprendí a tocarlas…su repertorio completo. Eventualmente me aburría, quería material nuevo. Quería aprender a tocar la bacteria.. Eso fue muy divertido, mi abuela dijo que no, porque la batería “era un instrumento para chicos”. Así que dije, “Está bien, entonces quiero tocar el saxofón”. Ella dijo que ese era otro instrumento para muchachos también. Mis abuelos consideraron el asunto y me dejaron probar con el saxo. Me inscribí en la banda escolar. Dos días a la semana, cargaba con ese saxofón de ida y vuelta a la escuela. Lo guardaba en un estuche grande, rectangular nada agradable. Yo era alta y delgada. Lucía ridícula. A esa edad, si estás en una banda, luces anticuada. Pero me gustaba la música, así que no me importaba. Odiaba cargar ese estuche a la escuela, pero una vez que llegaba allá, me sentía bien. La música estuvo siempre en e entorno mientras crecía, sonaba en el tocadiscos de la casa de mis abuelos. Mi abuelo tenía una gran colección de discos de vinilo. Le gustaban todos los grupos viejos, los Temptations, O’Jays, Commodores, Otis Redding, Stevie Wonder, Ray Charles, podía seguir enumerándolos. Wynton Marsalis, Najee, Grover Washington Jr., y B.B. King, eran otros de los que él sonaba una y otra vez. También ponía algo de Kenny G de vez en cuando. Una de mis memorias favoritas es reir con mi abuelo mientras escuchábamos a Ray Charles. Me sentaba al piano imitando a Ray Charles, tocaba con los ojos cerrados. Pero mezclaba todas las notas porque no miraba las teclas. Eventualmente tenía que mirar hacia abajo. Todavía me rio al pensar en esos momentos. Mi otro amor de niña fue el baloncesto. Y estaba concentrada en el juego por las mismas razones que lo estaba por la música. Creo que el deporte es la manera como muchos niños de la ciudad obtienen su creatividad. Tenemos que crear algo de la nada todo el tiempo. Todo el tiempo. Cuando se tiene menos, se crea más. Paterson no tenía muchos gimnasios cubiertos, así que teníamos que jugar a la intemperie. No teníamos ligas de lacrosse, hockey o cosas como esas. Se trataba e cualquier deporte que pudieras jugar en la calle con una pelota. Cualquier cosa que pudiera parecerse a una cesta, nosotros la convertíamos en ella. Lo bueno era que no sabíamos que estábamos siendo creativos. Eso era normal para nosotros. S encontrábamos un pipote metálico de basura, ese era nuestro aro ¿Qué había basura dentro? La poníamos en la calle. También hacíamos nuestras cestas. Ese envase de leche que permanecía en la bodega, lo tomábamos y le cortábamos el fondo y lo clavábamos en un árbol. Ahora teníamos donde lanzar la pelota. Crecimos diciéndonos “Así es como se supone que juegues baloncesto”. Cuando eres joven, no te das cuenta de lo que no tienes. Pensaba que tenía el mundo. Pensaba que lo tenía todo. Al principio, mi abuela odiaba que yo jugara baloncesto, porque eso le recordaba a mi papá. Mi papá fue un gran atleta cuando era joven, pero para cuando yo nací él estaba empezando a caer en el mundo de las drogas de Paterson. Murió cuando yo era muy pequeña, les contaré más de eso después. Mi abuela no podía separar al baloncesto de lo que le había sucedido a mi papá, así que estaba renuente a dejarme jugar. Me gritaba mucho porque me quedaba tarde jugaba en la calle. Cuando el sol se ocultaba y se encendían las luces de la calle, ella siempre me quería de vuelta en casa. Decía, “No vayas a esta o aquella parte de la ciudad”. Tenía todo el derecho de sentir miedo por mí. Yo lo sabía. Pero me escapaba y jugaba de todas formas. Hasta que murió, mi papá estuvo siempre dentro y fuera de mi vida. Se iba por un tiempo, luego reaparecía pr unas semanas o meses. Me llamaba regularmente y me decía que me amaba. Nunca olvidaré esas llamadas. Pero regularmente no estaba ahí. Esa es la razón por la cual vivía en casa de mis abuelos. Mi mamá se encargaba de mí lo mejor que podía, pero tenía dos trabajos. Sin mi papá en casa ella necesitaba una niñera, pero no podía pagarla. Así que mis abuelos se encargaron, pasaba tanto tiempo en su casa que terminé mudándome. En 1997, el año que mi papá falleció, yo tenía 11 años de edad. Antes de contarles las circunstancias de cómo falleció, quiero decirles como mi papá influyó en mi de muchas maneras positivas…como yo no sería quien soy sin mi papá, aun con todo el dolor que él puede haber causado. Es complicado. Admiraba a mi papá por muchas razones. Antes que se mezclara con las cosas malas y las malas personas, muchas personas de Paterson lo admiraban también. Mi papá era un tipo muy inteligente, llevadero y popular. Era maestro de escuela y había sido atleta, estrella local del baloncesto, futbol americano y atletismo. Como mi papá, yo quería ser una gran atleta. También quería ser inteligente, por que todos decían, “Tu papá es muy inteligente” Siempre decían eso. Era un tipo bien parecido, inteligente, atlético. Pero Paterson no fue bueno para él. O el no fue bueno para Paterson, no lo sé. Lo que fuera que fuese, empezó a vivir otra vida. Parrandeaba. Se hizo adicto a las drogas. Veía otras mujeres. Eso era confuso para mí. Yo era pequeña. Era tranquila y observaba lo que ocurría a mi alrededor, lo cual me hizo entender las cosas aún de manera más cruda. Mi primera memoria del baloncesto fue con mi papá. No sé donde fue, pero me llevó a un gimnasio. Había muchas personas, y lo recuerdo clavando el balón. No sé que edad tenía yo, pero era muy pequeña. Estaba sentada en el piso. Recuerdo la emoción de los presentes cuando lo vieron ejecutar. Fueron unas clavadas muy buenas. Quería ser exitosa en los deportes como él. Quería ser inteligente y reconocida, como mi papá. Pero por otro lado, recuerdo haber pensado, aun a los ocho o nueve años de edad, No puedo ser como él. No quiero caer en las drogas. No quiero tener los amigos que él tiene. Quiero ser mejor que eso. Hay una vida mejor. Tiene que haberla. En ese sentido fui afortunada al tener a mis abuelos. Mi abuelo siempre decía “Lo que sea que hagas, no me importa los que sea, trata de ser la mejor en eso”. Él y mi abuela me inculcaron la importancia de ser buena en la escuela. Me apoyaron en la música. Me enseñaron que se podía salir adelante a pesar de cualquier dificultad, a perseverar y ser fuerte. Muchos niños del barrio no tienen estabilidad, y eso descontrola toda su vida. Fui afortunada de tener estabilidad con mis abuelos. Espero que toda esta historia de mi niñez no sea aburrida. Más aún, espero que no sea recibida como otra historia de bienestar acerca de una niña pobre que salió del barrio. Nadie tiene una historia totalmente grandiosa o totalmente mala. Cuando se empieza a develar las interioridades de cualquier vida, nunca es como una película, con un guió definido. Tuve muchos momentos felices en mi niñez, pero también hubo momentos muy duros… cosas que aun trato de entender años después. A través de todos esos altibajos, la música siempre estuvo ahí. Mi papá me conectó con el hip-hop. Fue durante sus dos últimos años de vida. Ya estaba enfermo, pero yo no lo sabía. El primer disco de hip-hop que colocó para mí se llamaba, Father’s Day. El artista era Father MC, y la primera canción que mi papá colocó para mí se llamaba “I’ll Do 4 U”, interpretada por Mary J. Blinge. Recuerdo las palabras exactas de mi papá, sostuvo el álbum sonriendo y dijo, “¡No sabes nada de esto!” Puso el disco en el reproductor y me enamoré del hip-hop. Mi papá me conectó con artistas que mis amigos aún no escuchaban: Busta Rhymes, Naughty by Nature, Q-Tip, Biggie, Junior M.A.F.I.A., Bell Biv DeVoe, Boyz II Men, LL Cool J, Tupac y muchos más. Deseo poder regresar a esos tiempos…solo para escuchar por primera vez el hip-hop. ¿Cómo puedo explicar lo que se siente? ¿Cómo sentí el hip-hop de niña? Sonaba…increíblemente…agradable. Cuando lo oi, me hacía sentir que trataba del lugar donde vivía, si eso tiene sentido, sonaba como la ciudad interior. Tenía el ritmo de la ciudad interior ¿Sabes? Ninguna música me ha hecho sentir así, y eso no significa despreciar otros géneros. Cada género te hace sentir algo diferente. El hip-hop se sentía como algo diferente. Como un estilo de música nuevo, fresco, que contaba historias de ambientes como el mío. Mirando en retrospectiva, el hip-hop influenció profundamente la música que yo creo hoy. También fue la banda musical de los últimos días de mi papá, porque en el momento que mi papá se estaba enfermando, el hip-hop predominaba en mi walkman. Hoy, hay ciertas canciones y álbumes que instantáneamente disparan memorias de mi papá. Justo antes del final, todo fue muy extraño, él pareció mejorar por primera vez en mucho tiempo. Todos pensaron que finalmente mi papá volvería a ser quien alguna vez fue. Un par de años antes de fallecer, había empezado a recuperarse realmente de su adición y a salirse de ese estilo de vida, trataba de vivir una vida limpia. Eso duró muy poco, entonces empezó a sentirse cada vez más débil. No tuve todos los detalles, pero fue diagnosticado con ALS (Enfermedad amiotrófica severa). Poco después, mi papá estaba en silla de ruedas todo el tiempo. Se fue a vivir con mis abuelos y conmigo. Menos de un año después, los médicos sospechaban que perdería la facultad de hablar, lo cual es el resultado final de la ALS, y le hicieron una traqueotomía. Ayudé con algunos de los cuidados, si mi papá necesitaba algo en medio de la noche, yo me levantaba. Teníamos que estar pendientes, eso fue lo que me dijeron mis abuelos. Eso es lo que hacen las familias, dijeron. Aprendí que los miembros de una familia tienen que cuidarse entre si, sin importar la razón que sea. Aunque no se quiera. Aunque te duela. Era como la una de la madrugada y mi papa tosía y no podía respirar. Tenía que levantarme y ayudarlo limpiando su tubo traqueal. Usualmente, me sentaba con él después de la limpieza y nos quedábamos dormidos. Hablábamos muy poco en los últimos meses de su vida. Él estaba muy débil para hablar. Yo era muy tímida. Cuando no pudo hablar más, empezó a escribir notas en pedazos de papel y me las entregaba. Le tomaba mucho tiempo escribir una oración corta. Sus notas usualmente decían que me amaba y cosas por el estilo. Yo no sabía que responder. Yo no sabía como expresarme, o no quería, no sabía como enfrentar ese tipo de emoción. Así que no decía nada. A veces, o mejor dicho todo el tiempo, me sentaba con mi papá y no decía nada. Desperdicié esos momentos. Desperdicié los suspiros. Porque rechazaba aprovecharlos. Despues de eso, en realidad por muchos años, cada vez que alguien trataba de expresar cualquier tipo de emoción hacia mí, me encerraba. Mi papá falleció en noviembre de 1997. Este año se cumplen 20 años. Guao, me di cuenta mientras escribía esto, 20 años. En las siguientes dos décadas, mis dos amores, la música y el baloncesto, han crecido y crecido. Alrededor de los 15 años de edad, le pedí a mi mamá unas mesas plegables y ella me las compró. La llevé al sótano y ese fue mi primer estudio. Recuerdo que quería ser productora, pero no tenía idea de cómo hacer eso o lo que significaba. Sabía tocar varios instrumentos, esa era mi fortaleza, pero tenía que aprender todos los programas y aspectos tecnológicos de la música. Me sentaba y estudiaba y estudiaba hasta que los entendía. Seguí produciendo música en la universidad y hasta cumplir los 30 años de edad. Practicaba y componía. Conocí un par de personas del mundo de la música, también, ellos me dieron una mano. En 2010 trabajé algo con Ronnie James Tucker, a quien todos conocían como Ro James. Ahora lo llamo Ronnie. Se convirtió en mi amigo como otras personas con las que estoy muy agradecida. De hecho, verlo crecer como artistas fue inspirador. Grabamos juntos en el estudio de mi casa de Harlem. Ahora él esta nominado al Grammy en R&B como cantante. En algun momento, tal vez cuando jugaba para el Liberty y vivía en Harlem, recuerdo haberme dicho: Hey, estás haciendo esto, y ayer no tenías idea de lo que hacías. Y nadie te enseñó nada. Date cuenta de eso. Noviembre de 2013 fue un gran mes para mí (ahí viene de nuevo otra vez el mes de noviembre) Lancé mi primer álbum, Broken Diary. Fue mi manera de abrirme al mundo. Hay una canción allí que escribí, llamada Runaway Memories. Trata de mi papá y distintas novias que tuvo. La canción tiene tres estrofas, las dos primeras son acerca de las novias que entraban y salían de mi vida cuando era niña, y la última es acerca de mi mamá. Aquí están unas líneas de la última estrofa: Nunca pensé en asustarla Nunca pensé que irme fuera duro Porque hacias parecer muy fácil todas la mentiras que ella vivió Mediana estatura, piel oscura, cabello largo natural Llevaba sus sentimientos en morrales pero esra mas fuerte que las estatuas Y en mi mente ella parecía retarte Dios envió un ángel para bendecirte Pero me parece que mi mamá se enamoró de un fugitivo. En 2016, lancé una recopilación llamada No Subz, el cual produje. Desde este verano, he estado trabajando en algo nuevo. Ahora que estoy con las Sparks, vivo en Los Angeles. La costa oeste es nueva para mí y algo rara. Para mi desventaja, es diferente. Los Angeles está muy lejos de Paterson, y mi vida actual se siente muy alejada de cómo crecí. Aun me estoy adaptando a el ritmo de vida de aquí, Me gusta el proceso y trato de incorporar eso a mi música. La evolución es buena. Grande. Como dije, hasta mis compañeras se van a sorprender de cuantos asuntos personales he compartido en esta historia. Ni siquiera comparto mucho de mi música con ellas. En verdad no sé porque. Pienso que solo es… me parece que mi historia aun está en proceso. A veces me pregunto lo que una joven, tal vez del barrio, tal vez preguntándose como seguir sus sueños, pensaría al mirarme hoy. Sé lo que espero que vea. Espero que ella me mire y diga, “Caramba ¿de donde salió esa muchacha?” Eso me haría sonreir, definitivamente. Y sé lo que le diría. Le diría. “Soy de Paterson”. Entonces le contaría lo que le he contado hoy, todo lo bueno y lo malo y lo que hay entre eso. Porque, tal vez ella se convierta en músico un día. O en baloncestista. Nunca se sabe, tal vez será ambas cosas. Traducción: Alfonso L. Tusa C. 1 de septiembre de 2018.