Luego del carrerón del Preakness había muchas expectativas de que Cañonero se hiciera con la triple corona del hipismo estadounidense. El escepticismo llegaba a su nivel más alto porque todos irían por Cañonero. Sin embargo además llegaban más noticias sobre la condición física del caballo, específicamente en uno de sus cascos. Mis hermanos decían que difícilmente Cañonero ganaba el Belmont Stakes. “Los gringos no dejarán que gane un caballo de afuera, así haya nacido allá”. Jesús Mario casi se acostaba debajo de la cama buscando una moneda de dos bolívares. Felipe se tronó lo dedos de la manos antes de abrir la regadera. “¡Que va! Ya Cañonero hizo lo que podía. Ya no puede más con esa lesión del casco. Cuidado y no llega fuera de carrera”. Saqué el radio transistor del primer tramo del escaparate y le subí el volumen. “I really want to see you lord. But it takes son long my Lord. My sweet Lord…”
Gustavo Ávila mantenía el optimismo. Decía que sacaría al caballo adelante y que ganaría de punta a punta. No había manera de planificar una atropellada. Allí estaba la crema de la crema del hipismo norteamericano y había que echar el resto desde la arrancada.
En el pasillo posterior, a un lado de la casa, simulé mi particular pista de carrera. La mata de uña de danta era la partida. El limonero la mitad de la carrera y la pared de bloques de dibujos del fondo la llegada. Más de una vez mamá vino a regañarme por los impactos que daba sobre la pared al grito de “…y ganó Cañonero”.
Los sábados antes del Belmont Stakes me iba con el radio transistor y sintonizaba las carreras de caballos hasta que hacían los comentarios sobre la preparación de Cañonero. Se sentía algo de resignación en la voz de los comentaristas. Hablaban mucho del casco del caballo. De que sólo enfrentaría a uno de los rivales del Preakness, “De seguro todos esos caballos son puros verdugos”.
El día de la carrera jugaba pelota de goma en una construcción a medio acabar. Me resbalé corriendo hacia primera base cuando escuché la voz de Aly Khan: “Partida. Arranca el Belmont Stakes…” Salí de la construcción ante los gritos de disgusto de mis amigos. Por toda la calle se escuchaba la transmisión radial. Cañonero había salido adelante. Cuando llegué a la esquina de la mata de uña de danta, Aly Khan bajó un poco la voz. “Cuando entran a la recta final Pass Catcher es el que más corre…” Me senté en la acera del jardín con la cabeza entre los hombros. Al terminar la carrera me fui hasta la pared de los bloques de dibujo. Allí me quedé como hasta las seis de la tarde.
Mamá me fue a buscar varias veces para que fuese a cenar. Solo después que la luna volcaba su plata nocturna en el anochecer cumanacoense me levanté de la base de la pared. Papá se agachó en la acera del pasillo. Hablamos un rato de la victoria y la derrota. De seguir adelante en la vida a pesar de ellas. “Porque siempre hay un mañana para mejorar”. Todo el trayecto hasta el comedor me imaginé en la pared del pasillo esperando la noticia sobre la lesión que tenía Cañonero en uno de sus cascos. Al parecer había algo de ella en las dos primeras carreras de la triple corona, sólo que esta vez se complicó. He aquí el gran mérito de la actuación de Cañonero. Realmente una historia para llevar al cine.
Alfonso L. Tusa C.