viernes, 13 de febrero de 2015

De Conde a Principal

Alí Aguero cuenta y canta Anécdotas de una trayectoria musical. Un espacio para recordar la música venezolana, como se hacía en La Matica. viernes, 14 de diciembre de 2012 DE CONDE A PRINCIPAL DE CONDE A PRINCIPAL Bellísimo vals del maestro Aldemaro Romero, escrito hace 46 años dedicado a dos céntricas, e importantes esquinas de Caracas. Fue grabado en 1966 - Dinner In Caracas Vol. II - Aldemaro Romero La última grabación que hizo el maestro; su vals cantado por María Teresa Chacín Para mi recuerdo, triste por cierto, él me pidió que dirigiera el trío con Carlos Rodríguez en el bajo, y Jorge Arias en la batería. La grabación se hizo en Estudios del Este o Joensa Estudios, en La Castellana. Aldemaro estaba renuente a escribir una letra para el vals cuando María Teresa le hizo la petición Decía que esa obra era instrumental y no iba a escribirle una letra. María Teresa y Elizabeth, su esposa, lo tenían a monte para que escribiera, y nada. Aldemaro estaba negado completamente a hacerlo. Luego, entre las dos lograron dominarlo y al fin, escribió la letra. Una pregunta que se me quedó en el tintero para hacerle, es la siguiente: Aldemaro, ¿que sentiste al escribir esta letra 40 y tantos años después de haber escrito la música? ¿Aquellos viejos y hermosos recuerdos no se confundían con la actualidad que se respira ahora, en ese añejo sitio de nuestra ciudad capital? Quizás no hubo problema alguno porque ahí está la letra, pero me hubiera gustado saber su opinión. No hubo tiempo de hacerla. Fue su última grabación. Al poco tiempo cayó enfermo. Estaba por iniciar la grabación con Cheo Hurtado, quien se iba a iniciar como cantante, nada menos que con boleros del maestro. Era un lunes. Esa tarde comenzaría la grabación. Llamó al estudio y me dijo: compadre, no voy a poder comenzar hoy la grabación. Tengo que ir al médico pues me está molestando un dolor. Te aviso cuando ya esté listo para comenzar a grabar. Esa llamada no se produjo, puesto que hubo que hospitalizarlo y ya no lo pudimos verlo mas sentado en el piano. DE CONDE A PRINCIPAL (Orquesta) DE CONDE A PRINCIPAL (María Teresa Chacín) ¿Saben que es ésto? Pues una copia del borrador de Aldemaro, con apuntes para escribir la letra de De Conde a Principal. !Puño y letra del maestro! Un regalo que recibí de Elizabeth.

lunes, 9 de febrero de 2015

La vejez del Mariscal. Andrés Eloy Blanco

Yo vi una noche en sueños al Mariscal, anciano, las balas de Berruecos no hicieron blanco en él; Derecho, en traje negro, de pie, puesta la mano sobre el “Emilio”, tersa todavía la piel. Hablaba. Era en Caracas, en uno de esos días en que se disputaban Guzmán Blanco y Matías; por el mar nos llegaban los duelos de otra parte, París sitiado, preso Bonaparte, Hablaba el Mariscal; por sus mejillas bajaba, ensortijada, de las sienes, la nieve raudal de las patillas; su voz se quebrantaba con rítmicos vaivenes; hablaba el mariscal y en la blanda severidad de aquella estancia, oía nevada ya y el labio todavía florido, la Marquesa de Solanda. Hablaba de mil cosas suyas: de la tristeza, de los cabellos blancos cubriendo su cabeza, de los héroes que mueren de un balazo en la guerra y al morir prende todo su acicate al ijar y el potro salta, como si dejara la tierra con el alma jinete que se apresta a volar. De los viajes… Bolivia, Quito, Cundinamarca, llanuras del milagro, volcanes del hechizo… y mientras el ensueño se iba, como una barca, soplos de cordillera le angustiaban el rizo. De las batallas… Tarqui…Pichincha… y en su acento se retorció Ayacucho, como un penacho al viento. Y habló de la derrota y del exilio, mientras su dedo hurgaba las hojas del “Emilio”… Y habló de aquel que en una playa sola y con la ola como compañera, murió como la ola, que, hinchada de amargura, se muere en la ribera. Y entonces hubo en toda su voz algo inaudito, ni grito ni sollozo, ni queja ni estupor, fue entre sollozo y queja y entre estupor y grito y alzó el libro en sus manos, como cumpliendo un rito y aspiró su perfume, como oliendo una flor… Andrés Eloy Blanco. 1926.

jueves, 5 de febrero de 2015

Los grillos de un pájaro.

Subí en urgencia las escaleras rumbo al sanitario, hacía como treinta minutos que retaba mis esfínteres intestinales. Las briznas solares abrieron el pasadizo hacia la entrada de la cafetería, hablé casi de manera imperceptible, solo el aire de una cierta poesía que burbujeaba en mis ojos convenció a la dependiente de prestarme aquel espacio de porcelana y flujos de agua que tanto relaja nuestras emergencias abdominales. Los recursos postreros de retrasar la urgencia con pensamientos de playas desérticas atiborradas con algas esmeralda, desplegadas en arenas volcánicas, rodaban sobre la escalada de mis pasos hasta alcanzar la manija de ese otro ambiente secreto, fantástico, cargado de campos de lavanda que atraviesan la pared del frente mientras un río de amanecer inunda las porcelanas de una paz atroz. La bajada del ícaro por las laderas de la descarga, plasma una pintura ruspestre sobre el lienzo de una meditación tan dinámica que casi me hace dormir despierto y aunque quiero mantener los ojos bien abiertos sueño por varios instantes que es atardecer en medio de la sabana más tensa de penumbras y siento como las luciérnagas delinean las porcelanas y se estrellan contra el lavamanos. Nunca antes había sentido este suplemento de libertad tan fugaz y delicado como en estos cinco lustros, los puños apretados jamás se habían encajado en la palma de la mano como cada vez que debo levantarme para emprender el aterrizaje, intento soplar las alas del ícaro, quitarme los zapatos para aumentar la ingravidez, solo que en medio de tanto forzar los ojos a mantenerse cerrados siento mis zapatos flotar en el piso y miro aterrado las paredes sucias de blanco brillante. Cuando me resignaba a descender a la oscuridad del totalitarismo, una sombra en el rincón detrás del retrete magnetizó mi visión, me quité los anteojos por un momento ¿Qué era aquello? ¿Una suela de zapato? ¿un pedazo de madera? Cuando enfoqué la mirada detecté los ojos atormentados de una tortolita, si de las mismas aves que veía gorjear en los solares de Cumanacoa, (allá las llamábamos potocas) las mismas que perseguía con ese instinto depredador de un niño de 10 u 11 años. Ahora podía entender su desespero, podía leer su terror, el mismo del que reía muchos años atrás. Y me recriminé ¿Cómo fuiste capaz de perseguir a un pajarito que solo se divertía entre los arbustos del terreno de asfalto? Casi me obligué a pedirle disculpas. Solo con verlo acurrucado allí sin poder abrir las alas, parecía que tuviera grillos en las patas. Sus ojos se proyectaban como rayos x que traspasaban la pared hasta ver los árboles. Intenté acercarme por los senderos de la porcelana, tranquilo amigo, ya dejé de hacer los crímenes de antes, te juro que te voy a llevar de nuevo a la libertad. Dos chispas de sangre saltaron en la palma de mi mano, retiré el brazo hasta el lavamanos, sin dejar de ver como el pájaro apenas saltaba dos centímetros. Apreté la lengua sobre el picotazo y volvía doblarme hacia el piso. Entonces brilló nítida la poesía de Andrés Eloy Blanco: “Pero yo no canto nada, ni recuerdo mi canción, los grillos me han hecho callos en la voz”. Y vi plasmada sobre las porcelanas una imagen del metro, un hombre cayó en el espacio entre el vagón y al andén, desesperado mostraba su indefensión, mientras otra persona intentaba levantarlo, un voz interna (“No pasar nunca de largo y servir para algo”, Joan Manuel Serrat) me impulsó a proporcionar mis manos hasta ver reemerger su pierna de aquella ranura indolente. Luego de varios intentos durante los cuales el pecho del pájaro parecía estallar, lo tomé entre las manos, sentía un tic tac de miedo sostenido vibrar entre mis dedos, volé por las escaleras y al llegar al jardín sentí la imagen más refrescante de empezar una mañana, el pájaro desplegó sus alas y se internó en el follaje de los árboles. Alfonso L. Tusa C.