jueves, 21 de marzo de 2013

Pietro Mennea y aquel registro de los 200 metros planos.

La señal lluviosa del televisor centelleaba al fondo del comedor. Papá venía llegando de Cumaná. Un resplandor amarillo se fundió sobre la claridad brillante del pasillo que llevaba a la cocina. Entre ir y venir al patio para intentar mover el poste donde descansaba la antena, sentía el crujir de la máquina de escribir adentrarse en el crepitar de hojas que ardían en un cañaveral cercano. El sol de septiembre había luchado toda la tarde ante una pertinaz llovizna hasta que impuso su anaranjado en la atmósfera. Desde las 2 p.m había estado corriendo entre mi habitación y el comedor. Cada vez sentía más las pisadas en la punta del pie. Pasaba a un lado de la vitrina de la sala y los vidrios quedaban vibrando hasta que me frenaba con el pilar frente al televisor. A eso de las dos y media corrieron la final de los 100 metros planos. Un ruso de escasa cabellera había soltado sus caballos y surcó el tartán mientras se me paralizaba el aliento a un costado de la pantalla, aún cuando una intermitencia lluviosa invadía la pantalla, pude distinguir el momento en que traspuso los cuadrados de los metros finales que indicaban la llegada. Mientras fui a repasar la clase de historia de quinto grado y regresé, corrieron la final de los 200 metros planos. Sólo alcancé a escuchar que repetirían la carrera en el resumen de las seis y media de la tarde. Estuve a punto de lanzar el cuaderno de historia al techo. De inmediato recordé que había examen al día siguiente y solo me quedó estrujarlo y alisarlo. Me fui cabizbajo hacia el cuarto. Allí me quedé imaginando como habría sido aquella final. Siempre me gustaron los 200 metros planos más que los 100 porque daban más espacio para que los corredores desarrollaran sus facultades. La noticia de la muerte de Pietro Mennea este jueves 21 de marzo de 2013, trajo vestigios de aquella toma de tubos catódicos que encandiló mis ojos aquel atardecer. Una enfermedad implacable apagó el empuje de “la flecha del Sur” como lo apodaron en Italia en homenaje a su procedencia. Había nacido el 28 de junio de 1952 en Barletta, en la región de la Puglia, justo en el borde del tacón de la bota italiana. Su relación con el deporte empezó a través del futbol. El entrenador quedó abismado con su velocidad, su sistema nervioso excepcional que le permitía una zancada fenomenal y a los 18 años lo llevó al centro de alto rendimiento en Formia, cerca de Roma, donde comenzó a entrenarlo su mentor de toda la vida, Carlo Vittori. “Pietro demostró que un entrenamiento metódico, meticuloso, puede hacer mejorar a todos. Era perseverante y testarudo, un martillo neumático que machacaba y machacaba. Una máquina humana en el sentido pleno del término, con temperamento y carácter”. Luego vendrían sus participaciones en los Juegos Olímpicos de Munich, bronce en 200 m. (1972) y Moscú, oro en 200 m y bronce en 4x400 m(1980). Campeonatos del Mundo: Helsinki (1983) plata en 4x100 m y bronce en 200m. Campeonatos de Europa: Helsinki (1971) bronce en 4x100. Roma (1974) oro en 200 m,. plata en 100 m y 4x100m. Praga (1978) oro en 100 y 200 m. Universiadas: Moscú (1973) oro en 200 m, bronce en 100 y 4x100 m. Roma (1975) oro en 100 y 200 m. México (1979) oro en 200 m (implantó marca mundial con 19.72 segundos que duró 17 años) y 4x100 m. Juegos del Mediterraneo. Esmirna (1971) oro en 200 y 4x100 m. Argel (1975) oro en 100 y 200 m y plata en 4x 100 m. Split (1979) oro en 100 y 4x100 m. Casablanca (1983) oro en 4x100 m y plata en 200 m. campeonatos de Italia. 3 veces campeón de los 100 m (1974, ’78, ’80). 11 veces campeón de los 200 m. (1971-1974, 1976-1980, 1983-1984). Campeón 4x100 m (1974). Campeón 4x200 m (1974). Campeón de Europa en pista cubierta 400 m (1978). Campeón de los Mundiales Militares 200 m. (1973). Justo en el momento que soltó el pistoletazo lamenté que la imagen siguiera centelleando. Hacía rato que las teclas estaban mudas, sentí una respiración profunda y los últimos remanentes de loción de afeitar mezclado con el sudor de un día de trabajo. Papá se levantó de la silla y se acercó al televisor mientras el narrador levantaba la voz. “Oro para Valeri Borzov con 20,00 segundos, plata para Larry Black 20,19, bronce para Pietro Mennea 20,30”. Alfonso L. Tusa C.

martes, 12 de marzo de 2013

La huella de Simón Alberto Consalvi

La mañana siempre tiene variaciones de intensidad en los matices de lamparazos que marca el disco anaranjado sobre el añil de nuestra atmósfera. El sonido del radio me hizo levantar el zapato del acelerador y casi me estacionó en el hombrillo. El contenido del noticiero me atiborró de sustancias memoriosas conectadas a una mañana de agosto de 2004. Caminaba por los pasillos del hotel Caracas Hilton, hoy Alba Caracas, en espera de que empezara el acto de los premios con motivo del aniversario del diario El Nacional. Entre los reflejos de mitad de mañana reconocí a Cristóbal Guerra en el jardín de un pasillo. Conversamos un poco de nuestra Cumaná y de los deportes. Luego aparecieron Claudio Nazoa y un señor muy circunspecto, de mirada fija y cálida, me estiró la mano y me felicitó por el premio a la mejor carta enviada a El Nacional. Aquel apretón de manos me transmitió una electricidad de amor por lo que se hace en la vida, que aún recuerdo. Simón Alberto Consalvi, poco a poco se despejó en mi mente la imagen de aquel hombre de gran tráfago por la política, el periodismo, la historia, la edición y las letras de Venezuela. Sabía de sus experiencias en la cancillería y otros cargos de relevancia durante los gobiernos de Acción Democrática, siempre íntegro, siempre diligente, siempre dispuesto a escuchar, siempre dispuesto a intervenir en el momento preciso. Lo había leído en El Nacional en muchos artículos de opinión y más recientemente en su espacio ligado a la historia del suplemento dominical “Siete días”. Desandar una a una sus ideas sobre lo que hemos sido, lo que somos y lo que podemos ser como país, crispaba de emoción saber que aún existen venezolanos capaces de entender que podemos lograr grandes metas mediante la disciplina, la amplitud y la disposición a valorar la palabra “nuestro”. Por algo tenía en su oficina una afiche de su coterraneo Johan Santana en pleno wind up, aún sin ser un seguidor del béisbol. Hace poco me impresionaron dos artículos en el citado suplemento, uno enfocado en un libro del historiador Germán Carrera Damas, “En defensa de la República”, donde además de reconocer el trabajo impecable y constante de Carrera Damas, despliega sus banderas democráticas y de reflexión a todos los venezolanos en momentos difíciles. El otro relacionado con la guerra a muerte para dibujar con trazo firme todas la desgracias que significan para este y cualquier país caer en el lenguaje del odio, la violencia, el rencor y el resentimiento. Los pasajes de los acuerdos y las soluciones se entorpecen y sólo se encuentran cáscaras resbalosas que nos revuelcan en el suelo repetidas veces hasta que el personalismo pisotea y aplasta. Se me quedó grabado aquel último párrafo. “Entonces Venezuela era un país dividido. Desde 1999 la revolución bolivariana volvió a dividirnos en patriotas y apátridas, patriotas y traidores, patriotas y oligarcas. Al ocupar el Estado y sus inmensos recursos, los patriotas bolivarianos monopolizaron el petróleo, la administración pública, la justicia, el aparato electoral, la legislación, los privilegios económicos, las fuerzas armadas, los medios oficiales. En una palabra, como si todos los otros venezolanos, evidentemente la mayoría, fuéramos españoles y canarios, y careciéramos de todos los derechos. Somos los desterrados del Estado bolivariano. En suma, una guerra de exterminio que ya tiene quince años, y la dudosa popularidad que la nutre: “Este pueblo grita lo que le gritan”. Quizás su obra más inmensa, su gran logro, fue la creación de la Biblioteca Biográfica de Venezuela junto con Edgardo Mondolfi Gudat y otros colaboradores. Por fin íbamos a tener (y tenemos) un material referencial de las personalidades que marcaron la historia venezolana. Todos esos episodios, momentos, anécdotas, desenlaces, derrotas y victorias que conforman un país empezarían a plasmarse en papel en un gran esfuerzo por consolidar la memoria colectiva tan esencial en la vida de un país. Simón Alberto Consalvi, falleció este 11 de marzo de 2013, de manera inesperada en un accidente doméstico, aún recuerdo sus palabras de aquella iridiscente mañana. “Te felicito, sigue escribiendo, sigue indagando, sigue persiguiendo tus sueños”. Alfonso L. Tusa C.