martes, 12 de marzo de 2013

La huella de Simón Alberto Consalvi

La mañana siempre tiene variaciones de intensidad en los matices de lamparazos que marca el disco anaranjado sobre el añil de nuestra atmósfera. El sonido del radio me hizo levantar el zapato del acelerador y casi me estacionó en el hombrillo. El contenido del noticiero me atiborró de sustancias memoriosas conectadas a una mañana de agosto de 2004. Caminaba por los pasillos del hotel Caracas Hilton, hoy Alba Caracas, en espera de que empezara el acto de los premios con motivo del aniversario del diario El Nacional. Entre los reflejos de mitad de mañana reconocí a Cristóbal Guerra en el jardín de un pasillo. Conversamos un poco de nuestra Cumaná y de los deportes. Luego aparecieron Claudio Nazoa y un señor muy circunspecto, de mirada fija y cálida, me estiró la mano y me felicitó por el premio a la mejor carta enviada a El Nacional. Aquel apretón de manos me transmitió una electricidad de amor por lo que se hace en la vida, que aún recuerdo. Simón Alberto Consalvi, poco a poco se despejó en mi mente la imagen de aquel hombre de gran tráfago por la política, el periodismo, la historia, la edición y las letras de Venezuela. Sabía de sus experiencias en la cancillería y otros cargos de relevancia durante los gobiernos de Acción Democrática, siempre íntegro, siempre diligente, siempre dispuesto a escuchar, siempre dispuesto a intervenir en el momento preciso. Lo había leído en El Nacional en muchos artículos de opinión y más recientemente en su espacio ligado a la historia del suplemento dominical “Siete días”. Desandar una a una sus ideas sobre lo que hemos sido, lo que somos y lo que podemos ser como país, crispaba de emoción saber que aún existen venezolanos capaces de entender que podemos lograr grandes metas mediante la disciplina, la amplitud y la disposición a valorar la palabra “nuestro”. Por algo tenía en su oficina una afiche de su coterraneo Johan Santana en pleno wind up, aún sin ser un seguidor del béisbol. Hace poco me impresionaron dos artículos en el citado suplemento, uno enfocado en un libro del historiador Germán Carrera Damas, “En defensa de la República”, donde además de reconocer el trabajo impecable y constante de Carrera Damas, despliega sus banderas democráticas y de reflexión a todos los venezolanos en momentos difíciles. El otro relacionado con la guerra a muerte para dibujar con trazo firme todas la desgracias que significan para este y cualquier país caer en el lenguaje del odio, la violencia, el rencor y el resentimiento. Los pasajes de los acuerdos y las soluciones se entorpecen y sólo se encuentran cáscaras resbalosas que nos revuelcan en el suelo repetidas veces hasta que el personalismo pisotea y aplasta. Se me quedó grabado aquel último párrafo. “Entonces Venezuela era un país dividido. Desde 1999 la revolución bolivariana volvió a dividirnos en patriotas y apátridas, patriotas y traidores, patriotas y oligarcas. Al ocupar el Estado y sus inmensos recursos, los patriotas bolivarianos monopolizaron el petróleo, la administración pública, la justicia, el aparato electoral, la legislación, los privilegios económicos, las fuerzas armadas, los medios oficiales. En una palabra, como si todos los otros venezolanos, evidentemente la mayoría, fuéramos españoles y canarios, y careciéramos de todos los derechos. Somos los desterrados del Estado bolivariano. En suma, una guerra de exterminio que ya tiene quince años, y la dudosa popularidad que la nutre: “Este pueblo grita lo que le gritan”. Quizás su obra más inmensa, su gran logro, fue la creación de la Biblioteca Biográfica de Venezuela junto con Edgardo Mondolfi Gudat y otros colaboradores. Por fin íbamos a tener (y tenemos) un material referencial de las personalidades que marcaron la historia venezolana. Todos esos episodios, momentos, anécdotas, desenlaces, derrotas y victorias que conforman un país empezarían a plasmarse en papel en un gran esfuerzo por consolidar la memoria colectiva tan esencial en la vida de un país. Simón Alberto Consalvi, falleció este 11 de marzo de 2013, de manera inesperada en un accidente doméstico, aún recuerdo sus palabras de aquella iridiscente mañana. “Te felicito, sigue escribiendo, sigue indagando, sigue persiguiendo tus sueños”. Alfonso L. Tusa C.

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