lunes, 9 de febrero de 2015

La vejez del Mariscal. Andrés Eloy Blanco

Yo vi una noche en sueños al Mariscal, anciano, las balas de Berruecos no hicieron blanco en él; Derecho, en traje negro, de pie, puesta la mano sobre el “Emilio”, tersa todavía la piel. Hablaba. Era en Caracas, en uno de esos días en que se disputaban Guzmán Blanco y Matías; por el mar nos llegaban los duelos de otra parte, París sitiado, preso Bonaparte, Hablaba el Mariscal; por sus mejillas bajaba, ensortijada, de las sienes, la nieve raudal de las patillas; su voz se quebrantaba con rítmicos vaivenes; hablaba el mariscal y en la blanda severidad de aquella estancia, oía nevada ya y el labio todavía florido, la Marquesa de Solanda. Hablaba de mil cosas suyas: de la tristeza, de los cabellos blancos cubriendo su cabeza, de los héroes que mueren de un balazo en la guerra y al morir prende todo su acicate al ijar y el potro salta, como si dejara la tierra con el alma jinete que se apresta a volar. De los viajes… Bolivia, Quito, Cundinamarca, llanuras del milagro, volcanes del hechizo… y mientras el ensueño se iba, como una barca, soplos de cordillera le angustiaban el rizo. De las batallas… Tarqui…Pichincha… y en su acento se retorció Ayacucho, como un penacho al viento. Y habló de la derrota y del exilio, mientras su dedo hurgaba las hojas del “Emilio”… Y habló de aquel que en una playa sola y con la ola como compañera, murió como la ola, que, hinchada de amargura, se muere en la ribera. Y entonces hubo en toda su voz algo inaudito, ni grito ni sollozo, ni queja ni estupor, fue entre sollozo y queja y entre estupor y grito y alzó el libro en sus manos, como cumpliendo un rito y aspiró su perfume, como oliendo una flor… Andrés Eloy Blanco. 1926.

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