jueves, 6 de diciembre de 2018
Medio ciego.
Mi Tierra. Luis Arismendi.
Intensidad de campanas bajaba diagonal desde la torre de catedral hacia el semisótano del liceo Antonio José de Sucre donde había empezado el curso de lenguaje Braille. Desde que la visión empezó a fallarme luego de un accidente doméstico donde espesas polvaredas de cemento impactaron mis ojos, yo me persuadí que tenía que encontrar la manera de seguir conectado con los detalles geográficos, los aromas arqueológicos, la arquitectura emocional de Cumaná. Por un lado debía encontrar un medio, un vehículo mediante el cual recrear las imágenes que iba grabando y rotulando en mi mente, por el otro ya tenía una armonía, una melodía que resonaba en mi cráneo por encima del estruendo de campanas, era una letra vertiginosa que levantaba mi alegría por haber encontrado la rareza de un curso de Braille en Cumaná, donde los vacíos de cultura desentonan con su escena de poesía, prosa, música y gastronomía. La cadencia de la canción sensibilizaba cada célula de mis dedos en el aprendizaje de los símbolos Braille, podía sentir cada esquina, cada pared de bahareque, cada calle tortuosa del centro o del barrio San Francisco.
“Mi tierra…allá donde nace la luna…tus calles me traen los recuerdos…” Intentar aprender a escribir en Braille para plasmar todo lo que me hacía sentir esa canción, me hacia permanecer en el semisótano del liceo hasta que el profesor casi me tenía que sacar a empellones. Cuando yo trataba de reclamar que no me dejaba unos minutos para practicar lo que había aprendido, me respondía que ya eran las ocho de la noche y de pronto se disculpaba, aunque no lo decía, yo entendía perfectamente que él había olvidado mi condición de cuasi ciego. Entonces hacía un esfuerzo supremo y le comentaba que la luna estaba muy cerca del medio del cielo, en ese lugar desde el cual alumbra todo el centro de Cumaná, principalmente la catedral, el liceo y la plaza Andrés Eloy Blanco. El profesor respiraba profundo y yo sabía que miraba cada milímetro de mi rostro.
En medio de la memorización de los símbolos Braille, yo intentaba recordar pasajes de poesías de Andrés Eloy Blanco, José Antonio Ramos Sucre o José Antonio López y de pronto podía entender y conversar con ellos desde esa sintonía con el alma de la ciudad, con los vahos que impregnan la ciudad de humedad desde las riberas del río Manzanares, con la brisa de cobalto que sopla desde el mar, con la esencia de arenque mezclada con jobo de la India que ebulle a medio camino entre Caigüire y la avenida Perimetral. Logré escuchar parte de un diálogo entre Andrés Eloy y Ramos Sucre acerca de la mejor hora para apreciar el espíritu de Cumaná, sus tradiciones, su magia, la incandescencia de sus atardeceres, el alivio de sus mediodías refugiado bajo la sombra de un bucare del parque Ayacucho, saboreando los grumos de una chicha tan espesa que puede llevarnos el mediodía entero en trasegar, en asimilar, en incorporar la geografía del momento a nuestra memoria.
Durante la caminata diaria por la calle Montes, recreaba todas las imágenes que había soñado la noche anterior, lo primero que hacía al entrar al semisótano era preguntarle al profesor como se hacía la ñ, como se modelaban los símbolos de admiración, como se marcaba la diéresis…el profesor chasqueaba la lengua y reclamaba que él no era una máquina, a su debido tiempo el iba a explicar todo eso en clase. Yo me decía que no iba a perder todos los conceptos e inspiraciones que Ramos Sucre había compartido conmigo y lamenté no haberlo hecho al abrir los ojos e incorporarme en la cama, quizás estaba tan anestesiado por la intensidad de aquella prosa poética o por la profundidad de la poesía en prosa, que se me confundían intentando reproducirlas sobre el lienzo añil de la mañana cumanesa, ahora tenía que guardarlos, y empecé a garrapatear a ciegas vocablos desparramados, encaramados que fluían a un ritmo incontenible, la esencia de la canción permanecía en el fondo, bajo el entramado firme de las frases de Ramos Sucre, de su inspiración. El profesor estiraba el cuello y yo tapé el cuaderno con el hombro.
Cientos de reflejos bajaban por el tragaluz a modo de periscopio que salía de la pared del fondo. Los sonidos de la calle Montes, el soplo de la brisa, las pisadas de las lagartijas sobre el latón del tragaluz, hacían que me imaginara en la sala de mando de un submarino y buscara a Julio Verne para que me dijera donde estaba el capitán Nemo, con la misma fruición que intentaba regresar al sueño para preguntarle a Ramos Sucre cuales creía él eran los mejores lugares de Cumaná para escribir poesía, ¿Dónde podía sentarme desde las seis de la mañana hasta el mediodía hasta completar el cuerpo de una poesía, o la extensión de una prosa, o los pasajes de un ensayo, sin pausas, sin respirar, sin pestañear? Había muchos sentimientos incrustados en el cuerpo de aquella canción, la letra me hacía enhebrar cada una de las imágenes de la ciudad hasta apreciarla con la mejor visión que hubiese tenido en mi vida. Sentía la melodía apretarme el cuello y martillarme los huesos hasta sacarme lágrimas, por eso había registrado todos los buscadores de internet hasta encontrar detalles inéditos del lenguaje Braille, por eso el profesor se escandalizaba cuando me veía modelar oraciones en Braille con signos que él no había impartido en clase.
El paso, el momento, la respiración de la música, los secretos de la letra. Todos esos detalles existían en lenguaje común, con vista, con noción de profundidad tangible, con color. Esa era mi respuesta, por eso asistía a aquel semisótano cada vespertina y me calaba los regaños y hasta los sarcasmos del profesor. Hasta ese momento no había tenido oportunidad de comunicárselo porque necesitaba aprovechar con la mayor inmediatez cada una de las ideas o conceptos que impartía el profesor. El había resultado clave en mi tentativa de aprender Braille, en mi obstinación por darle a esa canción una versión invisible pero muy especial, que mostrara más profundidad que los sentimientos de la versión original. Que en el caso que se perdieran todas las partituras y hasta la letra y hubiese que recrear la canción desde la versión Braille, esta reapareciera con una fuerza telúrica que mostrara el sismo que sentía en las manos al modelar cada uno de los símbolos Braille. “Alla puso Dios la alegría…y la mujer mas bella….Y dice el poeta al cantar…¡Cumaná quién te viera!”.
Alfonso L. Tusa C. © 02-10-2016.
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