miércoles, 11 de junio de 2014

Cambio de canciones

Había pasado toda la mañana intentando hablar contigo. Podía escaparme a jugar pelota en el solar de enfrente. Si lo hacía de seguro perdería puntos para conseguir las entradas al cine, esa noche pasaban “Contacto en Francia” en el teatro Gardel. Por otro lado quería tocar la posibilidad de que me financiaras para comprar otra pelota de goma. La actual parecía un cuadrado de tantos pedazos desprendidos sobre el asfalto o entre los matorrales circundantes. La primera vez acerqué el oído a la puerta de caoba en relieve, entre las corrientes del aire acondicionado noté que hablabas con un cliente. Me fui hasta la jardinera, seguí con la mirada a un chirito que brincaba entre los helechos, ante el acecho del gato, el pajarillo describió una elipse hacia las alturas de las ramas de palmera. Avancé en puntillas y empuñé la manija de la puerta. Te escuché hablar por teléfono. Lanzaba la mirada por la ventana y veía el juego de pelota avanzar entre gritos y silencios. Estuve a punto de traspasar el marco. Recordé los matices de tu mirada cuando interrumpían tu trabajo por razones que podían esperar. A veces casi me atrevía a decirte ¡Qué te cuesta hablar conmigo un momentico! Después me dices que no hablo contigo. Que te gustaría escuchar lo que pienso. Ladeaba la cabeza y trataba de silbar una canción de José Feliciano que sonaba en la casa del lado. Volví a las cercanías de la puerta. Esta vez la abrí. Te vi descargando todos los dedos sobre la máquina de escribir, entendí mejor porque decías que mataba piojos cuando me veías manejar la máquina con un solo dedo. Los repetidos campanillazos me indicaron la intensidad de tu tarea. Volví a salir, está vez casi resignado a esperar el día siguiente. Debía ir a bañarme para llegar a tiempo a las clases de quinto grado. Si llegábamos dos minutos retrasados debíamos aguantar la mirada de búho inexorable de la maestra. Feliciano cantaba con tanto sentimiento que me animé a imitarlo. “Toma este puñal…ábreme las venas…quiero desangrarme…hasta que me mueeee…” Abriste la puerta. Sonreíste como pocas veces. Levantaste la mano derecha en el más puro gesto italiano. Vamos hijo, continúa. No conocía esas cualidades tuyas. Me tragué la canción hasta que el miedo escénico desapareció en mis zapatos. Querías que siguiera cantando. De pronto se me olvidó la letra aunque Feliciano seguía cantando en la casa del lado. Te sentaste en la mecedora. Remangaste la camisa manga larga. Solo después que prometiste que cantarías tu canción favorita, retomé la canción. “…no quiero la vida para verte ajena…pues sin tu cariño…no vale la pena..” Me extendiste la mano y te volteaste hacia la oficina. Pregunté por tu parte del trato. Te sentaste frente a la máquina de escribir. Luego de tres minutos hube de recordarte que esperaba por tu canción, empezaste un ejercicio de “bocca chiusa”. Luego, cuando me resignaba a solo oir aquel murmullo ahogado, soltaste un chorrito de voz que fue ensanchándose con la letra. Me sorprendiste con aquel inglés de memoria. No sabía que te sabías “Polvo de estrellas” en ese idioma: “And now the purple dusk of twilight time, steals across the meadows of my heart, high up in the sky the little star climb, always remind me that we’re apart…” Alfonso L. Tusa C

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