viernes, 6 de junio de 2014

Escapadas

La sonrisa del corredor abarcaba la muchedumbre en todas direcciones. Entre empujones y codazos suaves fijaba el objetivo tras la pancarta de la salida. Ustedes jamás podrán alcanzarme una vez llegado el kilómetro decisivo. No lo hicieron en El Palito en medio de aquella carretera espejeante de sol meridiano, donde más de uno largó una rueda de tomate, ni en el circuito de adecuación en medio de los desniveles asfixiantes de las subidas, ni en las calles planas de Chacao. Nunca podrán hacerlo porque tengo el secreto para dejar atrás cualquier resuello, por más legítimo que sea. Fernando tenía rato afilando la mirada hacia el hígado de Jorge. ¿Y cual será ese secreto chico? El silencio de la muchedumbre se filtraba entre respiraciones y saltos nerviosos. En la primera esquina de hidratación había un conjunto de steel band que animaba con un pasaje de Simón Díaz que siempre había dejado intrigado a Fernando “Si por quererte así me das olvido…” ¿Qué tipo de novia podía haber inspirado a Simón para forjar esa canción que partía algo en los pulmones, especialmente cuando se completaban los primeros cinco kilómetros de una carrera donde los codazos y manotazos abundaban en cualquier pelotón. En las aceras de la esquina permanecían cerros de tierra removida para cambiar las tuberías de aguas negras. Nueves meses habían convertido los montones de tierra en piezas de escultura, más duras que las conciencias de quienes se llaman “trabajadores como los obreros” y que la idiotez de un fanatismo que enmudece a un sector del pueblo. Zancadas a ritmo variable despuntaban estrategias tempraneras que amenazaban con desprender un grupo de siete corredores. Jorge entre ellos. La sonrisa burlona volteaba intercalada con inflamaciones torácicas y puntas de rodillas cercanas a las primeras costillas. Fernando intentaba silbar las percusiones del steel band junto a l guayabo de Simón. Dos gotas de agua secas entre la clavícula y una punzada en el hígado aprisionaban los pasos acalambrados de los zapatos desgastados. Sabía que tenía que mantener el paso, sino iba a ser muy difícil dar caza a aquellos ratones de monte que se internaban en el asfalto y devoraban cualquier pendiente cual si tuvieran oxígeno en todos los pulmones. Apenas Fernando llegaba a rozar las brazadas, Jorge ensayaba codazos. Fernando los esquivaba con encogidas o pasos al costado. Nada que ver con la inclusión y la consideración que planteaba en las reuniones cuasi clandestinas donde planteaba las “bondades” que traería al país su propuesta política. Fernando apretó el paso hasta mantener el rimo de Jorge y otros tres corredores. En media de los peldaños más brutales Fernando intentó avanzar entre inspiraciones forzadas. Cada desplazamiento en la escalada develaba espacios blancos en la mente ajustados con un vacío en el estómago y las fauces apretadas de una realidad a toda mecha disfrazada en las burlas de quienes corrían, y bien duro, para evitar tener que dar explicaciones. En la cima de la colina había una representación de “El Dictador” de Charles Chaplin. Varios jadeos rodeaban las miradas Fernando seguía escasos cuatro metros de Jorge. Punzadas en las piernas. Ardores en la espalda. Sin embargo la vista clavada en su objetivo lo hacía morder asomos de palabras al aprovechar la bajada para murmurar en la oreja de Jorge. Ahora es cuando hay carrera, y vienen remates cada vez más duros, así me vaya el alma en ellos. Las cercanías de cualquier llegada espeluznante, de las que parten el alma y soplan en las heridas, siempre alojan envolturas de un celofán oscuro que pareciera asfixiar las esperanzas en los pechos distendidos de quienes lanzan sus postreros vestigios de animales azoícos. Ni todos esos vidrios incrustados entre los dedos de los pies, ni el azufre más enterrado en el fondo de los pulmones, ni los gritos más destemplados de una madrugada de sentencias a espaldas de la integridad humana, si esa que pareciera un bufido fugaz en medio de un remolino. El remate de Fernando soltó todos los miedos y antes que esquivarlos corrió junto a ellos y sintió como lo empujaban hasta alcanzar los pasos de Jorge, los embudos se quebraban en su rostro, y por más que quería embalar hacia adelante, un coro de rugido lo templaba hacia atrás, los monstruos se habían volteado y estiraban las garras hacía su cerviz. La huída hacia adelante se quedó a más de media cuadra de la meta. Fernando soltaba más los pasos sobre el asfalto, apretaba bien las pisadas, quería comprobar que si había llegado a la transición. Alfonso L. Tusa C.

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