lunes, 10 de febrero de 2020
La entrevista de Pat Barker: ‘Soy inquieta, pero no de ese tipo de preocupación de paloma muerta’.
Alex Clark. the guardian.com. Sábado 29 de agosto de 2015, modificada el jueves 22 de febrero de 2018.
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Despues de entregar uno de los retratos más poderosos de conmoción psicológica en las trincheras, Pat Barker ha fijado ahora su vista sobre la segunda guerra mundial. Habla con Alex Clark de su nueva novela, Noonday, sus sentimientos ambiguos hacia Londres, y el amor y la pérdida que han moldeado su vida.
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Pat Barker regresa de ser fotografiada para encontrarse en el camino una paloma muerta. ¿No hubiese sido mejor, bromea ella, si Martin Amis hubiera estado allí en lugar de ella? Ya veo lo que ella quiere decir: La escritura de Amis, y ciertamente los personajes creados por él, muestran tal enfoque macabro. Pero, desafortunadamente “ahí estaba el pobre fotógrafo, obsesionado conmigo. Pienso que soy bien inquieta, pero no de ese tipo de preocupación de paloma muerta”. No es verdad, por supuesto. No solo palomas golpeadas aparecen en su nueva novela, Noonday, con sus alas en fuego durante el así llamado segundo incendio de Londres en medio de un ataque aéreo, sino que su trabajo regresa una y otra vez a temas notablemente dolorosos y complejos. En un amplio rango, sus libros la llevan a confrontar y transmitir la violencia personal y militar, la moralidad de la guerra, la clase y el conflicto sexual y la naturaleza de la psicopatía. En sus primeras novelas ella se enfocaba en el día a día de las vidas de las trabajadoras del noreste de Inglaterra, hizo un debut tan impresionante con Union Street (1982), que fue incluida en la selección inaugural de Granta para Best of Young British Novelists (fue fotografiada junto a otras luminarias, una de ellas fue M. Amis). En 1991, empezó su trilogía épica Regeneration, la cual concluyó en 1995 con la ganadora del premio Booker, The Ghost Road; y, en Border Crossing y Double Vision, exploró la vida interior y la respuesta de la sociedad ante un niño que mata.
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A menudo se ha dicho que Barker es una novelista quien regularmente se reinventa, y ahora una vez más se adentra en un territorio nuevo. La escritora responsable de uno de los retratos ficticios de la primera guerra mundial más sutiles en las décadas recientes, está fijando su mirada en la segunda guerra mundial. Noonday es la conclusión de la trilogía que empezó en 2007 con Life Class y continuó en 2012 con Toby’s Room; pero mientras en las dos primeras historias, los protagonistas de Barker, los artistas Paul Tarrant, Kit Neville y Ellinor Brooke, vieron a su vigor juvenil y ambición secuestrados por los eventos de Francia y Bélgica, ahora son personas de mediana edad, y la batalla que enfrentan esta mucho más cercana a casa.
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¿Por qué ella hizo eso? Si quería escribir una trilogía, ¿por qué terminarla adelantando rápidamente 23 años? Bien, contesta, ella quería mostrar la manera como los hombres de la generación de Tarrant y Neville encontraban la segunda guerra mundial mucho más impactante que aquellos quienes nunca habían experimentado el combate: “Pensé que cosa tan terrible debió haber sido para los hombres que habían peleado en la primera guerra mundial ver a un niño pequeño usar una mascarilla de gas, porque el gas era una buena parte de su experiencia…Y al tener cunas de gas, como había para los bebés; pienso que lo que esa generación sentía muy a menudo era desconcierto, y un sentido de completa falla, porque habían ganado la guerra, habían hecho ostensiblemente todo lo que podían hacer, y todavía enfrentaban de muchas maneras una amenaza aún peor”.
Un elemento clave en las dos novelas previas fue el enfoque femenino de la relación de Elinor con su hermano, Toby, asesinado en el frente en circunstancias ambiguas. Eso animó la postura anti-bélica de Elinor, y su creencia de que los artistas, y de hecho las mujeres, a quienes no se les permite participar en la toma de decisiones deberían alejarse del combate. En las páginas iniciales de Noonday, ella se detiene en el salón de su casa familiar, para contemplar el retrato de Toby, reflexiona sobre “que tan culpables se sintieron, entonces y ahora. Especialmente ahora, cuando otra generación de jóvenes estaba muriendo. Perdimos la atrapada, pensó. Nuestra generación”.
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Pero, como explica Barker, la posición de Elinor se hace cada vez más complicada: “Por supuesto que el frente del hogar es de hecho la zona de combate. Paul dice, ‘Las personas no llevan a sus esposas a las trincheras’, y Elinor dice, ‘Pero las trincheras no se extienden a través de las salas de las familias’”. Mientras ella maneja su ambulancia alrededor de las calles bombardeadas, “ella acepta que, de alguna manera, esta es su guerra, su ciudad está siendo atacada”.
Noonday revisita muchas de sus preocupaciones de siempre y símbolos ficticios: al hacerse eco de Regeneration de Billy Price y Border Crossing de Danny Williams, hay un muchacho perdido, Kenny, quien es abandonado y desilusionado por muchos de los adultos que lo rodean, pero quien también es manipulador, astuto, ocasionalmente inescrupuloso (luego de ser rescatado por Paul, insinúa conducta inapropiada del adulto para asegurar regresar con su madre: “Prefiero admirar eso”, dice Barker. “Un verdadero instinto de superviviente”.). También está la interrogante de la utilidad del arte, o por el contrario, cuando la nación está en dificultades, llena de preguntas concomitantes de propaganda y censura. Y está lo investigado intensivamente pero también el percibido sentido de lugar.
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Esta vez, ese lugar era Londres. “Era muy extraño”, dice Barker, quien nació y se crió en Teeside y, aparte de tres años en la London School of Economics en los años 1960s, nunca se ha movido lejos de allí. “Cuando terminé este libro, me di cuenta que amo Londres. Pero cuando salgo de la estación King Cross, sea el subterráneo o un taxi, ambos son horribles, y siento a Londres como un gran embotellamiento de tráfico. Solo pienso, quiero salir de aquí tan rápido como sea posible. Y aun así, sin lugar a dudas en la página, hay amor por Londres. Eso me sorprendió. Me tomó mucho tiempo asimilarlo, ahora de eso trata el tercer libro”.
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Se admite, que esa es, la capital del pasado, de hecho, ella ríe, “quizás me gusta Londres en ruinas”, una ciudad alterada significativamente por el tema del cual escribe, caminar por las calles, dice ella, fue inevitablemente frustrante, porque mientras más fuerte fue el bombardeo, “hay menos cosas cuando regresas”. Pero eso lleva a otra perspectiva, la idea de Londres como un lugar fantasmal. Buena parte del tiempo, Barker es una escritora que muestra poco, “No podría escribir con adornos”, insiste ella, “para mí eso sería insincero”, pero en todos sus libros, su prosa restringida de pronto será perforada por una imagen impresionante y a menudo misteriosa. En Noonday aparece la idea de “Una Londres muerta desplazándose hacia las alcantarillas”, la yuxtaposición de los ciudadanos atemorizados y desesperados de la segunda guerra mundial con aquellos de una era mucho más vieja. Como lo explica Barker: “Existe esa sensación de que si hay un apagón total, y se está en una ciudad donde no se conoce a nadie se caminará hacia el pasado de todas formas, ¿Cómo saber si se encontrará un fantasma? No se puede saber. No hay nada que lo asome”.
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Le pregunto si esa es una manera específica de conectar los conflictos del pasado y el presente, de hacer una continuidad con este tipo de experiencia. ¿Siente ella, cuando escribe de los soldados de la primera o segunda guerra mundial, que de alguna manera está escribiendo de otros combatientes, y otros tiempos?
“Pienso que si. Y pienso que fue más fácil hacerlo en este libro. Tienes que escribir acerca de una guerra en particular, pero de alguna manera siempre escribes de todas las guerras, sin embargo hay muchas diferencias. Paul piensa, esos hombres pudiesen estar de vuelta a casa desde Dunkirk, o pudiesen ser rezagos de la armada de Boudicca. Desde el punto de vista del soldado común, un lío es igual que otro”.
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Los fantasmas y la guerra: no era un mal prisma a través del cual aproximarse al trabajo de Barker, y entender su extrañamente hipnótico poder. Ella ha contado, en el pasado, la historia de la herida de bayoneta de su abuelo; como verla habitualmente mientras él la lavaba en el fregadero de la cocina antes de las salidas nocturnas a la British Legion, estimulaba la imaginación de ella, quizás particularmente porque algo tan lleno de daño y dolor había sido absorbido en el día a día de la vida doméstica. Pero ese hombre era el segundo esposo de su abuela; el primero, quien falleció a los 49 años de edad y a quien ella nunca conoció, también tenía una historia que contar.
Todo esto sale a flote mientras hablamos acerca de Bertha Mason de Noonday, una médium a quien Paul pasaba a regañadientes, y quien está basada parcialmente en Helen Duncan, quien fuera convicta y prisionera como bruja en 1944 porque reveló que un barco británico había sido hundido, aunque no había habido ninguna noticia oficial (luego se supo que la información había sido alterada, y que la banda del sombrero de un marinero que Duncan había usado como evidencia era falsa). Mason es un personaje convincente, grotesco con un pasado terrible quién, dice Barker, llegaba preferentemente de pronto: “ahí estaba ella, husmeando, no podías callarla. Oh, querida! Ella era muy sorprendente”. Tal manejo del poder, explica ella, no tenía precedentes, y era el tipo de cosa que ella normalmente asocia con “gente que es más, lo que yo diría del tipo, inestable respecto a escribir novelas”. Pero esta vez, eso era innegable: “Ella estaba furiosa, porque -eso nunca me ocurrió antes- ella pensó que ese era su libro. Ella no era una presencia benevolente. Ni en lo más mínimo, de hecho”.
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El abuelo de Barker no se parece mucho a Mason. Él era, dice ella, un hombre muy brillante con poca salida para su inteligencia; de pobre salud buena parte de su vida, él había abandonado la escuela temprano y estaba “más o menos permanentemente desempleado”. Pero tenía su vida como médium- “incluyendo un espíritu guia muy aburrido. Él era un jefe indio. Muchos de ellos son jefes indios”. También hacia sanaciones de fe, lo cual le involucraba en identificar los síntomas de la persona que intentaba curar. “Era una religión principalmente de clase obrera, pero también era algo que hacían mucho las mujeres. En parte, por la pasividad de eso: caes en trance y el muerto habla a través de ti, así que si el médium era ignorante y educado e iletrado, eso no importaba”.
En su trabajo y en la conversación, Barker es brillantemente astuta y articulada sobre como los asuntos clasistas son parte de la urdimbre y la trama de la sociedad británica, y como esto ha tenido un impacto en los eventos históricos. Después de todo, explica ella, “los grandes médiums tendrían famosos novelistas, ministros de gabinete, todo tipo de persona buscándolos para consultarles, escuchar a no muy bien educadas mujeres hablar bien, no ocurría en otras circunstancias. Era realmente un tipo de empoderamiento”.
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Como, por supuesto, la guerra en sí podría ser. Barker recuerda a su madre, Moyra, quien era un ruiseñor destacado en Dunfermline, hablando con entusiasmo de la guerra: “Ella adoró eso desde el comienzo hasta el final_ bien, ella lo adoraba hasta que llegué yo. Esa fue la mejor época de su vida; fue una época dinámica, se unió a las fuerzas, se fue de casa. Compartió con muchas mujeres, muchas de ellas de diferentes estratos de la sociedad, eso fue una especie de educación para ella. Ella creía absolutamente en la razón por la cual estábamos peleando, como la gran mayoría de las personas, por supuesto. Tuvo una muy buena época”.
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Pero hay mucho detrás de ese “hasta que llegué yo”. En medio de los bailes con los oficiales polacos y el primer encuentro con una lesbiana, la madre de Barker salió embarazada, y dio a luz a su hija en 1943. Barker nunca supo quien fue su padre, dice ella, honestamente no cree que su madre “tuviese alguna memoria verdadera de quien era, o de algo referente a él”. Ella y su madre vivieron con los padres de su madre en Thornaby-on-Tees, pero cuando Moyra se casó, Barker, entonces de siete años de edad, permaneció con sus abuelos. Eventualmente, Moyra tuvo cinco hijos: dos hijastros, dos hijos con su esposo, y Barker. Pero, dice la novelista, “a veces contaba sus hijos naturales y decía tres, a veces decía dos. Y eso era extraño”.
Sin embargo, dice ella, “Es muy fácil hablar de eso de manera que implique autocompasión, pero no me siento así. Pienso que es una situación interesante, tener la mitad de tu herencia genética completamente extraviada”. Lo único que la molesta, mantiene ella, es la “inconveniencia” de no saber lo suficiente de su historia médica. “De otra manera pienso que es una especie de libertad, la cual puede ser ilusoria, pero pienso aumenta la habilidad para inventarse uno mismo”.
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Cuando su madre falleció, hace unos 20 años, Barker se dio cuenta de que la única oportunidad de que esa información perdida saliera a la luz se había ido para siempre. “Esperaba sentirme molesta por eso, y no lo estaba, me sentía aliviada. Pensé, bien, se acabó. Esa puerta está cerrada para siempre ahora, y puedo seguir adelante y ser yo”. Su madre, piensa ella, había sentido una gran vergüenza acerca del nacimiento de su primera hija, y nunca se recuperó de eso, porque más adelante en su vida, se convirtió en testigo de Jehová, “por lo que eso pasó a ser un acto muy pecaminoso, mientras que para la mayoría de las personas, no lo era. No hubo conciencia de lo que los años 60s, 70s y 80s hicieron por las mujeres”.
¿Cargó Barker algo de esa vergüenza? “Hasta cierto grado, si, en los años 50s lo hice, pero a diferencia de mi madre, dejé eso atrás”, responde ella. “Supongo que eso moldeó mi vida negativamente, pero no de manera de obstaculizar que estuviera felizmente casada, o de tener una carrera, o de tener mis propios hijos. Así que si tomas eso como signo de normalidad, eso no tuvo un impacto tan negativo. Y también, por supuesto, si tus padres no te complican ¿de qué vas a escribir?”
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Empezó a escribir historias desde niña; el éxito a los 11 años significó que sus oportunidades educativas no estuvieron restringidas como las de sus generaciones previas. Después de la escuela, viajó al sur para leer historia internacional en el LSE, y luego regresó al norte, a Durham, donde obtuvo un diploma en educación, y luego se hizo profesora de historia y política.
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Su trabajo no fue publicado hasta que tuvo cerca de 40 años de edad; para entonces tenía hijos y estaba casada (en ese orden: ella y su esposo, David, un zoólogo 20 años mayor que ella, habían tenido que esperar hasta 1978 para casarse, cuando se hizo efectivo el divorcio de él; sus hijos John y Anna, también escritora y ahora su primera lectora, nacieron en 1970 y 1974 respectivamente). Su irrupción creativa, ella había escrito algunas novelas y las había desechado, llegó en un curso Arvon dictado por Angela Carter, aunque para ver sus textos publicados todavía faltaba cierto trecho. Lo que Carter hizo por ella, recuerda Barker, “fue decir que lo que yo estaba haciendo acerca de las mujeres trabajadoras era interesante y que debería seguir adelante con eso. Más que enseñarme, ella me dio fe en mi propia voz. La mejor enseñanza es reconocer la voz y respaldarla, y adecuadamente desalentar los intentos de ser otra persona. Y Angela fue una profesora, muy, muy buena”.
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En el camino, Barker escribió un cuento acerca de dos mujeres ambientada durante una huelga de mineros; se iba a convertir en parte del final de Union Street, la cual empezaba con la violación de una niña de once años de edad y seguía con las vidas de varias mujeres en el curso de pocos meses. El libro fue publicado por Carmen Calill en Virago Press, la cual había sido fundada casi una década antes, y fue seguido por otros dos, Blow Your House Down (1984) y The Century’s Daughter (1986; reimpreso en 1996 como Liza’s England). Es tentador ver los libros no solo como una trilogía de suertes, sino también como parte de un período discreto en la carrera de Barker, al final del cual ella se movió al completamente diferente territorio de la guerra, y desde describir las vidas de las mujeres hasta las de los hombres.
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Barker no ve esa trayectoria creativa en tales términos. Para comenzar, las novelas tienen mucho más en común con cada otra de lo que se podría imaginar: “Pienso que si se mira a Mason en Noonday, perfectamente podría estar en Union Street”, ella lo dice, y tiene absolutamente toda la razón. Y no solo había un libro entre sus primeros trabajos y la trilogía Regeneration- 1989’s The Man Who Wasn’t There, la cual tiene como protagonista a un muchacho de 12 años de edad quien imagina para su padre ausente una heroica carrera en tiempos de guerra- sino que había un grado de necesidad en juego. “Pienso que había ese tipo de cosa artificial que ocurrió al principio porque fui publicada por Virago y si se escribe para Virago se tiene que poner en primer plano las experiencias de las mujeres. Pienso que después de Union Street y Blow Your House Down, tendría que haberme movido para representar ambos sexos mucho antes y mucho más fácilmente. Así que pienso que eso fue un efecto ligeramente distorsionador”. ¿Estaba ella consciente de eso en ese momento? “Hacia el final me estaba volviendo muy incansable”.
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Ella concede que se fue “al otro extremo, y escribió acerca de los hombres en una institución masculina”. Pero en Regeneration, The Eye in the Door y The Ghost Road, ella creó un cuerpo de trabajo que trataba la guerra de una manera poco familiar, combinando las figuras históricas de Siegfried Sassoon, Wilfred Owen y el psiquiatra William Rivers con la figura extraordinaria de Prior, un soldado bisexual de clase obrera quien, cuando lo conocemos, está sufriendo de neurosis de guerra y, como consecuencia, de mudez electiva. Ella está atraída, dice ella, “al personaje casi sociópata, quien nunca es completamente sociópata- Danny Williams es lo mas cercano a ser absolutamente anormal. Pero Prior tiene un código moral; no es el mismo de los demás, pero tiene uno”. Prior- al igual que la médium Mason y otros de sus personajes- también refleja el interés de ella en los estados disociados; episodios de fuga mental a menudo causados por traumas reprimidos profundamente, pero también, en el caso de la escritura, por ejemplo, capaz de provocar creatividad.
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La trilogía le dio a Barker un perfil enorme y un premio grande; el Booker, dice ella, “cambia el paisaje totalmente, en maneras que son maravillosas, pero también muy amenazantes a veces. Es una especie de ‘sigue ese’ sentimiento, lo cual es muy extraño, un sentimiento muy expuesto. Toma tiempo acostumbrarse a eso”. Despues de “seguir eso” con tres libros muy diferentes, ella se embarcó en otra trilogía, esa vez produjo un prominente personaje femenino y creo una memorable y fugaz relación incestuosa hermano-hermana. De nuevo, una figura real está mezclada entre sus creaciones ficcionales: sus personajes empiezan la vida como estudiantes en la Slade School of Art, donde son enseñados por Henry Tonks, artista y cirujano, quien después hace dibujos de hombres de servicio con heridas faciales severas antes y después de su tratamiento; Kit Neville es uno de ellos. En Noonday, Kenneth Clark hace una pequeña aparición.
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Transcurrieron cinco años entre la publicación de Life Class y Toby’s Room, principalmente porque Barker pasó dos años cuidando a su esposo antes de su muerte en 2009. Ha sido, dice ella, con su característica sobriedad, “una trilogía muy bombardeada”. Dada la relación entre Toby y Elinor (el título Toby’s Room, como señaló Hermione Lee en su revisión, es un eco del Jacob’s Room de Virgina Woolf, también una memoria de un hermano muerto), la trilogía siempre habría estado cargada con dolor; pero Barker está de acuerdo en que su propia pérdida le dio una dimensión extra.
“Usas las experiencias que tienes. Ese no fue el primer dolor de mi vida; fue el más profundo hasta ahora, esperemos que no ocurra algo más fuerte”, dice ella. “Encuentro muy interesantes las etapas del dolor, porque nadie habla de las etapas de enamorarse, por ejemplo, o cosas como esa, y pienso es una manera en que las personas se distancian, atenuan la experiencia, lo cual en realidad es una experiencia que no puede ser atenuada. Es una de esas cosas que arranca la carne de tus huesos, y esa es la verdad sobre eso. No hay muchas etapas definidas, y tampoco hay nada que pueda ser identificado como recuperación, aunque obviamente se aprende a vivir con eso, y a través de eso, y debido a eso. Pero ciertamente, tan pronto como las personas hablan de recuperación, solo pienso, ‘Ah, eso no te ha ocurrido aun’”.
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Cuando le pregunto si está segura de que la trilogía realmente terminó (algunas historias de personajes están terminadas, otras no) ella da un gemido agónico y luego rie. “¡Oh, no digas eso!” Ella piensa que su primera incursión hacia la segunda guerra mundial probablemente será su último. ¿Escribiría ella otra trilogía? Ella mueve la cabeza. “Es un poco como tener un perro. Sabes que eres muy viejo para tener otro. Una parte tí piensa, ‘bien, es triste en un sentido’, pero no lo es realmente”. Si, recalco, pero entonces las personas continúan teniendo perros, ¿o no? Hasta cuando no están seguros de que deberían; no saben cuando poner punto final. “Bien, lo hacen”, replica ella, “me refiero, puedes traerlos de vuelta a casa, pero no sé que se haría con dos libros de una trilogía. Nadie podría escribir el tercero por ti”.
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No, de ahora en adelante serán novelas individuales, y tal vez bastante cortas:”Pienso que merezco una novela corta después de todo eso…en que he invertido las horas”. En su libro siguiente, ella va a escribir acerca de una esclava por quien Aquiles y Agamenón discuten en la primera sección de La Ilíada, lo cual ella describe como “como un recuento extremadamente realístico de lo que es una guerra y lo que les ocurre a los hombres en una guerra”, “Tengo la voz de ella”, dice ella. “Quiero tratar de contar tanto de la historia como pueda en su voz, a través de sus ojos”. La escena estará ambientada en ese período, más que transpuesta en otro, reconoce ella, “una gran salida”. ¿Se siente eso asustante? “No, asustante no. Es muy diferente a lo que he estado haciendo antes…”
Indico que ella nunca ha escrito de un conflicto contemporáneo, y ella responde que piensa que sería muy difícil adquirir el conocimiento profundo y la distancia necesaria para escribir ficción. “Una vez William Deeds (el editor del Daily Telegraph) me invitó para ir a Somalia y escribir de eso, junto a otros escritores”, recuerda ella. No fue. “Si piensas en lo que en realidad podíamos haber escrito, habríamos estado escribiendo acerca de varios novelistas yendo a Somalia. Eso sería lo que en realidad podíamos entender”.
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Ella siempre está alerta a los “trabajos falsos” de alta factura, que pueden resultar muy fáciles de escribir; un material que luce “respetable en la pantalla, pero está completamente muerto. Después de todo, dice ella, “existen similitudes incómodas entre los novelistas y los médiums. Una de ellas, por supuesto, es que a veces son genuinas y a veces falsas. Y el problema es que una vez que tienes las técnicas, puedes producir una falsedad fantástica”.
Por todas sus ambigüedades, y por su falta de didactismo, el trabajo de ella tiene un claro imperativo moral. ¿Piensa ella, por lo tanto, que es eso importante? “Pienso que al menos se necesita la ilusión de que eso es importante”, replica ella. “¿Por qué más lo harías? Sentada en una sala, vestida como Anita la Huerfanita, arrancándote los cabellos, eso no es atractivo. Así que se necesita la ilusión de que eso es importante. Ciertamente pienso que las novelas no cambian al mundo, ni siquiera pequeños fragmentos del mundo. Por otro lado, es importante decir la verdad. Y, creo que la verdad es reconocible instantáneamente”.
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Un extracto de Noonday de Pat Barker.
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Al cerrar la puerta ante la implacable luz de luna, él rodeó la sala de dibujo revisando que las cortinas aislantes estuvieran desplegadas y apagando las lámparas. Entonces volteó para mirar a Kenny, quien miraba ausente alrededor de la extraña sala. ¿Ahora qué? ¿Qué se supone que haga con él? Las sirenas sonaban por segunda vez esa noche. Ellos debían ir a uno de los refugios públicos, pero él no podía soportar salir de nuevo y pensaba que Kenny tampoco.
“Dormiremos en el salón”, dijo él. “Estaremos lo suficientemente seguros ahí”. Hace pocas semanas cuando empezaron las molestias de las ráfagas, él y Elinor habían arrastrado un colchón doble hacia el piso de abajo. Rodearon las paredes con otros colchones y cojines del sofá y él se aseguró de que todas las ventanas estuviesen reforzadas con cinta adhesiva antiexplosión. Por supuesto, nada de esto los protegería de un golpe directo, pero tampoco ninguno de la mayoría de los refugios. “¿Por qué no te acuestas? Veré si puedo buscar algo de comer y beber”.
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En la cocina, el abrió y cerró varios armarios, encontró media hogaza de pan endurecida, pero así la comeríamos, un par de manzanas marchitas, un pedazo de Cheddar empezando a descomponerse y una botella de jugo de naranja. Entonces se sirvió un trago largo de whisky y llevó la bandeja al salón.
Kenny había sacado los soldados de juguete del bolso y estaba ordenándolos en una zona del piso de madera entre el colchón y la puerta de la sala de dibujo. Miró hacia arriba, su rostro estaba pálido, a punto de llorar pero conteniéndose al pestañear muy seguido. “¿Por qué no podemos ir esta noche?”
“Porque habrá un caos absoluto y nos quedaremos en el camino”.
“Podríamos ayudar”.
“No lo creo. De todas formas, dudo que nos dejen acercarnos”.
Se oyen detonaciones en la distancia. “Mira, te llevaré a primera hora en la mañana, tan pronto como amanezca. Lo siento, Kenny, es lo mejor que puedo hacer”. Un impacto cercano estremeció la puerta. “Vamos, come algo, eso te hará sentir mejor”.
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Kenny estaba desgarrando un pedazo de pan con los dientes. “Podríamos jugar”. “¿Jugar?” Kenny sonrió hacia los soldados. Bien, ¿por qué no? Eso le sacaría de la mente todo esto. Así que ellos masticaron manzanas, queso y pan, bebieron whisky y jugo de naranja, movieron grupos de figuritas por aquí y por allá, hasta que, eventualmente, hasta Paul fue absorbido por el juego. El trasfondo de estallidos se mezclaba muy bien con lo que hacían. Kenny era el oficial, por supuesto. Paul era un NCO no muy brillante. De vez en cuando, una explosión estremecía los marcos de las ventanas, y si, él estaba asustado. Nada como el miedo que había experimentado en las trincheras; aunque, de alguna manera, esto era peor: experimentaba este miedo en la seguridad de su propio hogar, y eso significaba que nada estaba seguro. Más de una vez, estuvo tentado a salir y ver que estaba ocurriendo, pero no quería interrumpir el juego, eso era obviamente para mantener a Kenny ajeno a las bombas, y así seguían jugando, las armadas de metal avanzaban a través de las líneas del piso de parquet, más rápido de lo que hubiesen hecho en la vida real; Passchendaele y el Somme jugaban en el piso de una casa en Bloomsbury. “¡Si, señor!” Nubes de humo oscurecían el saliente. “¡Usted está en lo cierto señor! El aterrizaje de un cascarón en un cráter inundado envió láminas de agua lodosa a diez metros de altura en el aire. “¡Vamos a salir afuera, para ver, señor!”
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Kenny tendría que dormir pronto, sus ojos giraban hacia el fondo de su cabeza, pero por Dios que luchaba por no dormirse. Terminó su jugo de naranja, pidió más…Esa vez, Paul agregó un poco de whisky en el vaso y, aunque Kenny arrugó la nariz ante el sabor picante, se lo bebió todo y poco después se acurrucó sobre el colchón y se durmió.
Paul empezó a recoger los soldaditos, entonces se detuvo, seleccionó dos y los miró, acostados juntos en la palma de su mano. De alguna manera, la última vez que los había visto, no se había dado cuenta de lo que significaba eso. Dios mío, pensó él. Nos hemos convertido en juguetes. Quería compartir el momento, el impacto de eso, pero no había nadie que entendiera.
Deslizó las pequeñas figuras en su bolsillo, se acostó al lado de Kenny y se durmió.
A media noche, Kenny despertó y agitó el brazo de Paul. “¿Oyes eso?”
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A Paul le costó despertarse; debió haberse dormido profundamente, apenas pudo entreabrir los ojos. Se quedaron acostados escuchando los impactos hasta que un estallido más fuerte que el resto hizo llorar a Kenny. Era muy grande para pedir resguardo, muy joven para no necesitarlo. Paul tocó su brazo. “No te preocupes, todo está bien”.
“Es verdad, ¿no oyes el que te pegó?”
“Si”. Dijo con firmeza de hecho, aunque el había oido la concha que lo había golpeado; la había oído chillarhasta abajo. Todavía lo hacía.
Kenny estaba sentándose, con los ojos abiertos de par en par, temblando como un galgoal comienzo de una carrera. “¿Podemos ir ahora?”
“Tan pronto como amanezca”.
“¿Qué hora es?”
“Las tres y treinta. Vamos, volvamos a dormir”.
“No puedo dormir”.
Paul tampoco podía.
“Sabes, no podríamos ser capaces de llegar hasta allá. No habrá buses ni taxis. Y yo no voy a manejar en ese ambiente”.
“Podemos caminar”.
No tenía caso discutir. Y de todas formas él no sabía. No más de lo que Kenny podía él estimó lo que tendrían que enfrentar. “Bien, me voy a dormir”, dijo él. “Y si tienes algo de conciencia harás lo mismo”.
Se volteó hacia su lado y se acostó en la oscuridad, esperando por el cambio en la respiración de Kenny. Solo cuando estuviera seguro que Kenny estaba dormido cerraría los ojos.
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• Noonday is published by Hamish Hamilton.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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