lunes, 28 de febrero de 2011

Vespertinas de Plaza Montes

Varios cristofué sacudieron la rama más baja del árbol. Las esferas verdes temblaban a tres metros del cemento intercalado de jardines. La luz solar bajaba en el mismo ángulo con que Juan corría desde la esquina de la heladería. El tercer disparo tumbó un racimo de mamones.
Alfonso levantó una mano y soltó la santamaría del cine Royal. El impacto de piedra contra teja lo templó hacia el cuadrilátero encementado con bancos de madera en la periferia.
Un hombre bajo de calva incipiente atravesó la puerta de la farmacia con humo en los ojos. Santiago cambió la emoción de los mamones en el piso por el miedo de la mirada del señor. Juan frenó con la punta de los zapatos. Alfonso relamió sus labios al observar la pulpa rosada de los mamones.
Cuando Santiago se preparaba a bajar la cabeza, Beltrán abrió la mano ante la embestida de los muchachos.
__¡Un momento. Esos macos los tumbó Santiago! El muchacho abrió los ojos y se tocó las fosas nasales. De inmediato Beltrán agarró el racimo y mordió la cáscara glauca.
__Ummm. Esto está sabrosísimo.
Santiago miró por varios segundos la inquietud de los zapatos de Alfonso y la dinámica de las manos de Juan. Beltrán abultaba sus pómulos con la semilla de los mamones. El láser de sus ojos encandilaba a Santiago. Sabía que le esperaba un castigo de al menos
varios días sin salir a la plaza.
Del lado de la calle Flores venía un rumor cada vez más intenso. Varios muchachos forcejeaban. Pedro Luis tuvo que saltar el mostrador de la librería para separarlos. Al subir los escalones de la plaza volvieron a discutir por un puñado de barajitas que tenían en las manos. La discusión se prolongó hasta que pasaban frente a la farmacia. Allí, uno de los muchachos al ver que le arrebataban sus barajitas lanzó una piedra que, una vez que los muchachos arrancaron a correr, iba dirigida a una de las vitrinas. Juan alargó la mano y desvió la piedra con la chapa de su gurrufío.
El asomo de humedad en los párpados desapareció con la deformación de la chapa. Más de una hora había pasado Juan aplanando la pieza metálica con una piedra y otro rato agitó su mano derecha más rápida que el aspa de un ventilador para sacarle brillo con una lija 00.
Agitando la mano para aliviar el dolor se sentó junto a las arcayatas donde amarraban los burros.
__Cónchale, si hubieran estado jugando pelota no tiran esa pelota tan duro.
Beltrán trató de revisar la mano pero Juan la tenía enterrada en lo más recóndito de su vientre, entre las costillas y la ingle. Luego de algunos forcejeos logró arrancársela cual garrapata de la piel de un perro. Al abrir los dedos un círculo demarcado por el filo del gurrufío delineaba una línea carmesí que se tornaba morada en el centro. Beltrán le hizo algunas señas a Santiago y este atravesó la baranda de madera.
Algunos sonidos de escaleras plegables y contactos de puertas en las vitrinas precedieron el regreso de Santiago. Alzó los dedos con un frasquito donde una sustancia ambarina permanecía inmóvil ante los saltos el muchacho. Beltrán arrugó la frente.
__Te pedí mercuro-cromo.
__El aceite de palo es mejor. La otra vez una gallina me dio un picotazo y con esto no tenía ni la marca al día siguiente.
Mientras Juan se retorcía sin que le hubiesen aplicado la medicina, Alfonso estiró el cuello ante un reguero de papeles que habían dejado los muchachos que corrían. Eran barajitas. Entre ellas había una de fondo azul claro con un diseño blanco. Sus ojos pestañearon. Sólo la voz de Beltrán lo sacó del ensueño.
__Usted está castigado por tirarle piedras al mamón.
Juan sopló la palma de la mano hasta que bajó la marea.
__Pero a usted le gustaron los macos que Santiago tumbó.
Beltrán se lo quedó mirando al tiempo que Alfonso se paraba a su lado y lo empujaba con el hombro. Juan adelantó otro paso con la mano abierta hacia Alfonso.
__Además ese aceite que trajo Santiago me ha refrescado bastante el golpe.
Beltrán estiró el índice hacia una de las puertas de la farmacia y Santiago empezó a caminar hacia allá con la cabeza gacha.
Juan intentó continuar la reclamación. Cuando vio la barajita de fondo azul claro que flotaba en una mano levantada cambió el sentido de sus pasos.
__¡Esa es la barajita que me falta para llenar el album!
La emoción los hizo volar hasta la casa. Juan sacó una hoja plagada de barajitas debajo de su cama. Cuando pegaron la bandera azul claro, Juan escondió el album debajo de la camisa y sus pasos se multiplicaron hasta que las aceras llegaron a la librería. Pedro Luis decía que los balones de fútbol se habían acabado hasta que Alfonso señaló hacia un rincón.
__¿Y esos tacos blancos y negros que se ven ahí?
Pedro Luis sonrió. __¡Caramba mano a ustedes no se les escapa nada!
Ese día jugaron futbol en la calle toda la noche. Un patadón llevó el balón al jardín de Beltrán. Pasaron un momento dudando si entrar a la casa hasta que Beltrán salió y se internó con el balón en la cancha de asfalto, le hizo un pase a Santiago frente al arco que defendían Alfonso y Juan.

Alfonso L. Tusa C.

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