El negocio que inició en su jardín podría ayudar a sanar nuestro planeta.
Margaret Hefferman.
La pasión de Jackie Heinricher por el bambú empezó en su jardín. “De niña jugaba entre las cañas de bambú dorado que plantó mi papá”, recuerda hoy a sus 47 años, “y cuando soplaba el viento sonaba una música increíble. Era mi tierra mágica”. Jackie estudió biología pesquera y pensaba trabajar en la industria del salmón en Seattle, Washington, donde vivía con su esposo Guy Thornburgh, pero había mucha competencia.
Su jardín le inspiró la idea para un negocio: luego de sembrar 20 cañizales de bambú en su granja de 2.8 hectáreas y alcanzar un éxito parcial en la propagación de especies no invasivas (para jardines pequeños, no las que crecen cinco centímetros por hora y se adueñan del terreno), creó la empresa Boo-Shoot Gardens, en 1998. Pronto notó algo que apenas ahora empieza a saber el resto del mundo: el bambú es increiblemente versátil y muy amigable con el medio ambiente. Se utiliza para fabricar cañas de pescar, patinetas, edificios, muebles, pisos e incluso ropa de vestir y de cama (la tela es tan suave como la seda). Otra ventaja del bambú es que absorbe cuatro veces más bióxido de carbono que un grupo de árboles de madera dura, y libera 35 % más oxígeno.
Jackie quería usar sus conocimientos de jardinería para contribuir a la causa ecologista, pero antes debía hallar una manera de cultivar las plantas en grandes cantidades. Era una tarea muy complicada, pues las flores de bambú producen semillas cada 50 o 100 años, y dividir una planta de bambú a menudo la mata. Así que pidió ayuda a Randy Burr, experto en cultivo de tejidos vegetales. “La gente decía que jamás lo conseguiríamos”, cuenta Jackie. “¡Algunos llevan 27 años trabajando en eso! Sin embargo yo creía en lo que estábamos haciendo, y seguimos adelante”.
Tenía razón para perseverar. Los bosques de bambú se están acabando con rapidez, y un informe de la ONU señala que aunque esta planta es altamente renovable, casi la mitad de las especies del mundo se encuentra en peligro de extinción. Jackie sabía que el bambú puede tener un gran impacto en la calidad del aire y en la economía mundial, pero sólo si se produce en cantidades masivas. Eso fue justo lo que ella y Burr lograron tras nueve años de experimentos: hallaron la manera de cultivar millones de plantas. Luego de poner esquejes esterilizados en tubos de ensayo con sales, vitaminas, hormonas vegetales y un gel de algas marinas, consiguieron que las plantas retoñaran y luego sembraron los brotes en invernaderos.
Poco después de superar ese reto, el laboratorio de Burr tuvo dificultades financieras. Jackie no tenía experiencia en el cultivo de tejidos vegetales, pero no estaba dispuesta a rendirse, así que compró el laboratorio. “Fue un salto enorme”, dice. “De pronto estaba al mando de 55 empleados (entre ellos Burr). No dormía mucho. A veces me pregunto como llegué a esto”.
Hoy día es la directora general de una próspera empresa valuada en millones de dólares, donde trabaja con especies de bambú de todo el mundo y las vende a mayoristas. “Es muy difícil cultivar esta planta sin los retoños, pero por suerte nosotros los tenemos”, señala.
El desafío que enfrenta ahora es aumentar la producción para satisfacer la demanda. Eso cuesta mucho dinero, así que está buscando maneras de atraer inversionistas. “Estamos en el comienzo de una era increíble”, afirma. “Paso mucho tiempo decidiendo en que concentrarme: en apoyar a los fabricantes de productos de bambú, en vender plantas a los jardineros, en cultivar más variedades, en instruir a los agricultores respecto al valor económico y ecológico de los bosques de bambú, o en convencer a los legisladores para que siembren bambú a la orilla de las carreteras a fin de reducir la contaminación del aire”.
Como actualmente Jackie Heinricher cultiva millones de plantas, todo eso y más es posible.
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