domingo, 20 de abril de 2014
Cheo Feliciano: Estampas de la mejor idiosincrasia latinoamericana
La melodía flotaba en el haz herrumbroso del atardecer. Un bolero de Cesar Portillo de la Luz que habías escuchado al menos siete veces con anterioridad, ahora seguía crepitando entre las costras de pintura erizadas por la humedad del techo. “Es pasión…deeelirio…de estar contigo…” Llegaste a cantar ese bolero como diez veces aquel atardecer, hasta fuiste capaz de cantarlo frente a la muchacha que te enmudecía, “Siempre tú estás conmigo…en mis tristezas…” Una motocicleta descarriada apagó la voz del locutor cuando identificaba al intérprete.
Otra vespertina, mientras tu abuelo veía en tv aquel programa “La Feria de la Alegría”, animado por Henry Altuve, te volteaste. La voz de aquel atardecer decantaba entre los camburales del pasillo. Parecías estatua en medio de zancadas en reversa. Tu abuelo reclamó si ibas a quedarte pasmado ahí. Que él necesitaba el real y medio de papelón para preparar el guarapo de piña. “…de noche brinca la verja…que está behind de mi house…” Entrecerraste los ojos ¿Qué quiso decir con bijain de mi jaus? Ante un suspiro burbujeante y el balanceo de la mecedora luego de levantarse tu abuelo, soltaste tus zancadas y saliste tarareando: “…de cualquier malla sale un ratón oye…” Pasaste todo el recorrido de ida y vuelta regurgitando aquellas palabras: bijain de mi jaus. Hasta en el viaje de regreso, porque tu abuelo te pidió el vuelto y lo habías olvidado en la bodega. Corriste cual aquel mediofondista finlandés Lasse Viren en los Juegos Olímpicos de 1972 y 1976. Sólo así alcanzaste a escuchar cuando Altuve terminaba la conversación. “Es José Luis Cheo Feliciano, nativo de Ponce, Puerto Rico. El mismo que inició su carrera musical con el maestro Tito Rodríguez. Viviste con aquel acertijo dos o tres años, hasta que descubriste que los puertorriqueños hablan un idioma denominado spanglish. Ahora si entendías las coordenadas de la verja “behind de mi house”.
Atravesaste la calle bajo el calcinante sol cumanés. Las hojas del almendrón casi ardían antes de aterrizar. La armonía y la modulación te hicieron tocar la reja. El tipo salió con cara de pocos amigos. La canción apenas se escuchaba. En el portal de enfrente tu abuela regañaba a tu abuelo. A mi casa no vas a entrar en esa facha. Mira como tienes los zapatos. Llenos de cemento, y los pantalones curtidos de arena y polvo. No, no, no señor. ¡Váyanse de aquí! Tu abuelo contempló las facciones aborígenes de su asistente. Que broma piedrechispa, la dueña de la casa está brava. Vamos a tener que sentarnos bajo el guásimo un momento a ver si baja la marea. Luego de conversar con el tipo un momento le pediste un vaso de agua. Tan pronto desapareció en el pasillo, subiste el volumen del tocadiscos. “Juan Albañil…el edificio que levantaste…con lo mucho que trabajaste, está cerrado, está sellado… es prohíbido para ti…”
El radio inflamaba el comedor desde la tela manchada de sus cornetas y las teclas amarillentas que disparaban una aguja roja en brincos de jirafa por un dial verde matinal cuajado de números amarillos. El ritmo de la canción arrancaba ramas de palmera y peinaba helechos. Tun…cun…cun..tuntun..tun…cun…tun…cuntun…”Para todos los que gustan…música con expresión…traigo la combinación…de salsa con sello de ahoora…” Giraste el botón del volumen y los niveles de alegría chamuscaban las piedras barnizadas de los pilares. Desde la oficina llegaba un rumor de máquinas de escribir. Ensayaste dos pasos de baile y casi chocas con la mesa. “…y mi cantar acompasao…con tu sabor mi hermanito…combina el ritmo cubano…con cantar del jibaritooo…” La letra se congeló en tus labios. Tu papá te miraba con solemnidad. Cuando esperabas un sermón, sus mejillas empezaron a estirarse y sus palmas reventaron un aplauso. “A bailar el mapeyé…Cheo se lo canta a usted…”
Alfonso L. Tusa C.
Gabriel García Márquez: La magia de un escritor
19 de abril de 2014 a la(s) 15:40
Siempre me llamó la atención un episodio que aún dudo si ocurrió o es parte de una leyenda que subyace bajo la nostalgia de los grandes encuentros. Miguel Otero Silva y Gabriel García Márquez dialogaban de distintos temas y su acuerdo más intenso partía de las coincidencias recogidas luego de atravesar las fronteras de una desconfianza absurda entre dos pueblos que comparten las arepas, el joropo y la graficidad de las “vainas”.
La tarde que recibí aquel libro blanco de rectángulos azules, sentí un cosquilleo en las manos que permaneció hasta el capítulo de los niños con cola de cochino. Desandar el laberinto del coronel Buendía entre mariposas amarillas, la eternidad de Úrsula y la escena de ir a conocer el hielo, todo el influjo mágico de Cien Años de Soledad estalló otra vez en la pantalla mental. Especie de conversación al final de una etapa material.
Ahora las lecturas entrelíneas proliferarán en Macondo cual influjo de letras de un excelso escritor. Hacia la segunda lectura podía ver elenvés de las mariposas amarillas, a la tercera casi alcanzo el ritmo vertiginoso del Gabo y a la cuarta había visto la entrada de Macondo. En la quinta conversé con Úrsula.
El día del acto delpremio Nobel, la vecina del frente me llamó cuando salía a las siete de la mañana. Rezumaba una alegría atenuada, en los ojos, en la piel, en la voz, enlos zapatos. Quería decir tantas cosas, casi se saca los dedos de las manos. Aprendía leer con los libros del Gabo. Primero no entendía nada, ahora puedo leer hasta las estrellas. Hoy le van a dar el Nobel, para mí ya es un escritor trascendental hace rato.
La veía y también celebraba el momento, siempre he sentido ese Nobel con muchas componentes venezolanas porque elGabo sintió a Venezuela como su patria. Por eso pienso que el episodio con Miguel Otero Silva si ocurrió. Alguna vez se reunieron bajo un araguaney y el Gabo tomó el pabellón venezolano, lo metió bajo su camisa verde marino. Miguel Otero Silva agarró la bandera colombiana y la apretó bajo el brazo de su camisa blanca. El acuerdo fue que en una hora cercana al mediodía, el Gabo correría con el pabellón venezolano para hacerlo flamear en la plaza Bolivar de Bogotá y Miguel Otero Silva haría lo propio con la bandera colombiana en la plaza Bolívar caraqueña.
Alfonso L. Tusa C.
lunes, 14 de abril de 2014
Un mensaje de 1959 en una botella encontrado en el Ártico canadiense, una mirada a una época más fría.
Marc Montgomery, Radio Canada International. 16-12-2013.
Fue una voz del pasado, en una de las areas más remotas del planeta.
En 1959, un joven geologo de Ohio, Paul T. Walker, estaba en la isla Ward Hunt del Ártico extremo. Este es el territorio canadiense más cercano al polo norte, la menos que pequeña comunidad, Grise Fjord, está 495 millas al sur. Mientras estuvo allí, fijó un pequeño promontorio de piedras justo antes del límite con el glaciar con una nota adentro.
La nota en escritura cursiva sobre papel de líneas pedía a cualquiera que la encontrara medir la distancia desde el promontorio hasta el límite del glaciar y enviar la información a su universidad y al colega Abert Crary de Boston. La nota probó que fue una de las últimas cosas que hizo.
Él se enfermó hubo de ser sacado de la isla y falleció más tarde ese año. Solo tenía 27 años.
Este año, Warwick Vincent y su equipo de Laval University en Quebec City, trabajaban en la estación de investigación de Laval establecida en 2010. Descubrieron el pequeño promontorio con la nota todavía dentro de la botella en su interior.
En 1959, el glaciar estaba solo a 3 pies y 11 pulgadas del límite del glaciar. Este año, el equipo de Laval University midió y encontró que se había retirado a 333 pies.
“Para mí, fue algo increíble tener esta botella en mis manos, porque estas dos personas, son nombres muy famosos”, dijo Vincent. Una colina de Ward Hunt Island, Nunavut, fue bautizada con el nombre de Walker.
Los científicos destacaron el pronóstico del joven investigador, al decir que nadie habría previsto deglaciación en los años cincuenta. Seguramente habrían pensado que el promontorio sería sepultado por el avance del glaciar.
Vincent, quién ha estado trabajando en el Ártico extremo por 15 años, no está sorprendido por el retiro del glacial. “Los cambios son extraordinarios, particularmente en los últimos 10 años, y especialmente los últimos dos años”, dijo. Él también presenció la ruptura del casquete de hielo de Ward Hunt, el más grande en el Ártico. Era tan grueso en algunos lugares como una tienda de 33 pisos, tenía probablemente más de 4000 años de edad.
“De pronto nuestra cámara retrató esta agua abierta, pensamos que por primera vez en miles de años”.
Vincent retrató el mensaje original antes de regresarlo a la botella del promontorio. Ellos también agregaron su mensaje, pidieron a la próxima persona que lo encuentre, medir el retiro y reportarlo a Quebec City.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
viernes, 11 de abril de 2014
Episodios Olímpicos. Gretel Bergmann, excluída de los Juegos Olímpicos de 1936 por el totalitarismo.
La programación del cable mostraba la opción de está película alemana. En principio la asocié con el tema de la guerra. Las primeras escenas muestran una familia de ascendencia judía, muy contentos porque su hija regresaría de Inglaterra para competir por su país. En apariencia el gobierno nazi quería demostrar que los atletas judíos de ambos géneros tenían iguales oportunidades de competir por Alemania en los Juegos Olímpicos. Gretel Bergmann era una saltadora de altura que había logrado ubicarse entre las mejores del Reino Unido. Al notar el drama de los excluidos en los regímenes totalitarios, decidí abandonar el zapping y me sumergí en aquel submundo de la Alemania pre-segunda guerra mundial. El rostro de Gretel mostraba una lejanía, una tristeza que sólo amortiguaba el estar cerca de sus familiares.
Margarethe Bergmann nació el 4 de diciembre de 1914 en Laupheim, un pequeño pueblo de los altos de Swabia cerca de Wurttenberg, donde los familiares de sus padres habían vivido desde 1870 en las mejores condiciones. El judaísmo no tenía lugar en la vida de esta familia con inclinaciones nacionalistas.
Desde niña Gretel Bergmann siempre fue muy entusiasta por los deportes. Practicó varias disciplinas como atletismo de pista, natación, tennis y esquí. En cualquiera de sus ratos libres se le podía hallar con seguridad en club de la sociedad deportiva de su pueblo. Desde los diez años compitió con éxito en varias competencias atléticas.
Gretel atendió a la escuela secundaria moderna del pueblo, donde se adaptó bien. Se comportaba como un muchacho y jugaba balonmano y futbol con sus amigos. Luego de cambiarse a una secundaria en Ulm se inscribió en la asociación de futbol, la cual también tenía un buen departamento de atletismo. Al final fue capaz de participar en los entrenamientos profesionales y sistemáticos lo cual influyó para que sus logros mejoraran constantemente, el salto alto emergió como su especialidad. En 1933 su salto de 1.51 m. la ubicó entre las mejores de Alemania.
Con la llegada de los nazis al poder, la vida de los judíos en Alemania sufrió un cambio rápido y radical. En su deseo por ganar apoyo del nuevo poder, las asociaciones deportivas implementaron las “Leyes Arias” desde abril de 1933, estas excluían a los hombres y mujeres judías de sus organizaciones. Esto provocó que se le diera un estímulo a las organizaciones deportivas judías, el cual los nazis toleraron en principio, en parte debido a que en la ruta hacia los Juegos Olímpicos ellos querían demostrar a la prensa mundial y al Comité Olímpico Internacional que los deportistas judíos gozaban de iguales oportunidades.
En 1933 Gretel Bergmann no solo tuvo que abandonar su deseo de estudiar gimnasia en una universidad de Berlin, tambien debió renunciar a su membresía en la asociación de futbol de Ulm cuando esta cayó en poder de los arios. Los Bergmann entendieron que no había futuro para los judíos en Alemania. Edwin Bergmann aprovechó un viaje de negocios a Londres para registrar a su hija en el Politécnico de Londres, donde fue aceptada de inmediato en los deportes de equipo. En junio de 1934 ella se convirtió en la campeona británica de salto alto con una ejecución de 1.55 m.
En 1934 Gretel Bergmann tuvo que regresar a Alemania para participar en las pruebas clasificatorias de los Juegos Olímpicos de 1936, si se hubiese negado habría ocasionado dificultades a su familia y a las organizaciones deportivas judías. Los líderes deportivos del Reich estaban interesados en la participación de los campeones judíos en la preparación y las competencias selectivas, querían evitar los cargos de racismo. Bajo la presión internacional, particularmente de Estados Unidos, el Comité Olímpico Internacional había insistido en una garantía para que a los judíos alemanes se les permitiese participar en los Juegos Olímpicos. Por lo tanto, con el propósito de reclutar potenciales participantes, aquellos que vivían en otros países fueron obligados a regresar. Sin embargo, aunque era una potencial participante de los Juegos Olímpicos, a Gretel Bergmann solo le fue permitido entrenar en asociaciones judías. Hacia finales del verano de 1934 ella sólo pudo practicar para los Juegos en las facilidades del Jewish Frontline Soldiers de Stuttgart. A la vez completó un curso de entrenamiento de dos años para profesores de gimnasia en la Kiedaisch Sports School, una de las pocas que todavía aceptaban judíos que fuesen hijos de los veteranos de la primera guerra mundial.
La desesperación de Gretel empezó a mostrarse en la película. El cerco empezó a cerrarse cuando cambiaron el entrenador y le hicieron ver que los judíos tenían poco que mostrar en aquellas pruebas clasificatorias. La película empezó a mostrar imágenes oscuras cuando el nuevo entrenador le hizo ver que no tenía oportunidad de figurar ante las atletas arias. Le trajeron una saltadora de alto que recibía todas las facilidades.
Gretel Bermann fue la única judía a quien le permitieron asistir a un campamento de entrenamientos en el otoño de 1934 y la primavera de 1936. Solo tuvo buenas relaciones con su colega de salto alto, Elfriede Kaun. El resto de las participantes resultó de una conducta ofensiva.
En 1935 Gretel Bergmann fue invitada a un curso de evaluación de las atletas judías, allí se concluyó que como resultado de las malas condiciones en que ellas habían entrenado, sus marcas estaban muy por debajo del tope de las alemanas. Allí fue donde Gretel conoció al atleta de salto alto Bruno Lambert, con quien se desposaría después.
Gretel Bergmann fue la única entre las atletas judías quien continuamente mejoró su actuación. En el campeonato de Wurttenberg de 1936 alcanzó la marca de 1,60 m. en el salto alto, con lo cual igualó el record aleman de Elfriede Kaun. Debido a que esto suponía que había ganado su presencia en los Juegos Olímpicos, ella se sorprendió al enterarse el 16 de julio que su marca no calificaba para nominarla al equipo aleman. Solo dos atletas fueron nominadas para el salto alto femenino, Kaun y Dora Ratjen. Los nacional-socialistas prefirieron dejar ir la oportunidad de ganar una medalla por no aceptar una judía en su equipo.
El dolor y la tristeza invadieron la pantalla, podía sentir la impotencia y la molestia de aquella saltadora de alto que había demostrado su gran nivel en los entrenamientos y sin embargo era relegada a la nada.
Debido a que la delegación norteamericana ya estaba en camino a los Juegos para el tiempo de la exclusión de Bergmann, no se esperaba protesta de su parte. A los atletas alemanes se les dijo que ella no participaría debido a una lesión. Al final, solo fueron incluidos “semi-judíos” en la delegación alemana: Rudi Ball, uno de los jugadores de hockey sobre hielo más populares de Alemania, y Helene Mayer, una esgrimista de Offenbach, quién enseñaba en una universidad norteamericana para el momento.
La víspera de la inauguración de los Juegos Olímpicos Gretel Bergmann conoció un periodista norteamericano y le adelantó detalles de su caso, quedaron en entrevistarse en un hotel al día siguiente. Gretel esperó por el periodista varias horas en el hotel. Luego supo que había sufrido un accidente.
Sin esperanza de futuro en Alemania, Gretel Bergmann decidió emigrar a Estados Unidos. Poco antes de su partida se encontró con su amigo atleta Bruno Lambert, y se enamoraron. En mayo de 1937 Gretel salió de Alemania, determinada “a nunca más pisar suelo alemán”.
En Estados Unidos, Gretel Bergmann consiguió varios empleos y entusiasmó a Lambert, quien mientras tanto estudió medicina, a emigrar. Se casaron en 1938. Aunque encontró empleo como médico asistente, fue obligado a trabajar con un salario muy bajo. Gretel Bergmann trabajó como su asistente.
Gretel Bergmann permaneció activa en el deporte hasta el comienzo de la segunda guerra mundial. En 1937 ganó el campeonato de Estados Unidos de salto alto y lanzamiento de bala y en 1938 ganó de nuevo el campeonato de salto alto. Despues de la guerra Bruno estableció su consultorio propio de medicina interna en Nueva York, al tiempo que Gretel se ocupaba de sus hijos, nacidos en 1947 y 1951. Durante sus ratos libres sus actividades favoritas eran el golf y el bowling.
Por muchos años pareció que Bergman y su destino habían sido olvidados. Sólo con su entrada al Salón de la Fama Judío del Wingate Institure en Israel en 1980 se revivió el interés en ella. En Alemania la premiaron con la Placa Honoraria de la Asociación de Pista y Campo y una membresía honoraria en el Laupheim Gymnastics and Sport Club.
En 1995 fue inducida al Salón de la Fama Judío en Nueva York y el mismo año un estadio de Berlin fue bautizado con su nombre. Siguieron otros honores.
En 1999 Bergmann rompió su juramento de nunca visitar Alemania. Adam Opel AG Deutschland le rindió tributo con el premio Georg von Opel, el cual es entregado a personas que se han distinguido en los deportes y en sus principios. Al mismo tiempo, ella visitó su pueblo natal, el cual renombró su estadio municipal en su honor. Gretel Bergmann por lo tanto tuvo éxito en “ponerle fin a su larga batalla con la rabia”.
Alfonso L. Tusa C.
Fuente: Gretel Bergmann. Gertrude Pfister
jueves, 10 de abril de 2014
Un juego que perforó el muro
Habían visto todos los juegos de aquel mundial, así hubiese sido dos o tres minutos al menos. José llamó a sus amigos mientras mordía el último pedazo de almendrón. Luis rebotaba la pelota de goma sobre los bloques erosionados por infinitos soles meridianos. Había que empezar ahora justo después de almorzar, porque a las dos de la tarde habría un juego del mundial. Aún se les dificultaba entender como los contrincantes tenían un nombre similar. Alemania Federal enfrentaría a Alemania Oriental en el juego de cierre del grupo A. Escuchaban de un muro, de una separación, de la guerra, de tristeza. Pero ignoraban el contexto y las escenas tenebrosas que escondían todos esos comentarios. Sólo esperaban que sonara el pitazo inicial para ver otro partido de futbol, otro enjambre de jugadores pasándose una pelota. Y así ver las genialidades de las principales figuras.
José había escuchado muchas palabras indescifrables a su padre cuando hablaba del tema de la guerra. Cuando mencionaban el vocablo “comunismo” pasaba como dos minutos con un tono azul marino en las mejillas y cuando hablaban de “Alemania Democrática”, salía al jardín para buscar aire puro. Stasi, funcionarios-espía, deporte como propaganda política, oral turibanol, todas palabras exóticas, sin sentido para José en aquel momento, formaban un abecedario que se grabó en el subconsciente de José de una manera tan a cincel y martillo que algunos años después llegó a comprender las expresiones faciales de su padre. Aquella tarde sabatina también escuchó otra frase que engrosó ese particular abecedario. Justo antes del pitazo inicial, el narrador espetó: está por empezar el juego donde un balón conseguirá lo que no han podido infinitas gestiones diplomáticas, que once ciudadanos comunes de Alemania Federal se encuentren con normalidad en un mismo lugar con otros once ciudadanos de Alemania Oriental. Un balón traspasará el muro y se restablecerá el contacto aunque sea por 90 minutos.
La pelota se cayó en un tiro a primera base. José empezó a patearla. Pronto los diez niños de ambos equipos corrían detrás de la esférica. Buscaban estrellarla contra dos puertas frontales de aceras opuestas. Cuando el disco amarillo ardía en la mitad del primer cuadrante celeste, Luis pinchó su palma izquierda con el índice derecho. José ¿no vamos a ver el juego? La dinámica apasionada del mar de zapatos frente a la puerta de la esquina solo permitió un gemido de ojos entornados hacia la pelota.
Se alejó unos metros. El enjambre casi derrumbaba la puerta. Corrió hacia la casa y atravesó el pasillo cual brisa estival. La letanía del narrador abrasaba las imagenes de once camisas blancas interactuando con 11 camisas azules. Luis regresó a la calle con un traqueteo en el pecho. Solo el rostro adusto de la señora que abrió la puerta, hizo que cesara el mar de zapatos tras la pelota y José le prestara atención. El juego tiene media hora que empezó.
El deporte era la publicidad internacional de Alemania Oriental. Si ganaban le demostraban al mundo occidental que estaban equivocados en su sitema. Las medallas de oro iban mucho más allá que subirse a lo más alto del podio. Alemania Oriental dominó durante la guerra fría deportes como atletismo, natación y gimnasia. El secreto se llamaba “Oral Turibanol” y aunque todos sospechaban que las marcas se lograban en base a dopaje, nunca se pudo demostrar.
En el futbol el derrotero fue otro. A pesar de los esfuerzos de Erich Mielke (Ministro de Seguridad y presidente del Dynamo de Berlin) nunca destacaron internacionalmente, Mielke hubo de conformarse con ver ganar al Dynamo (por decreto) la floja Liga de futbol de Alemania Oriental y con un oro Olímpico en Montreal 1976.
Los rumores antes del Mundial de 1974 decían que ambas Alemanias fueron ubicadas en el mismo grupo para evitar que se encontraran en fases más avanzadas donde el encuentro sería más dramático. El 22 de junio de 1974 salieron al estadio de Hamburgo dos equipos de futbol con filosofías vitales opuestas, cual dos hermanos de distintos padres que se miran con recelo y curiosidad.
Alemania Occidental salía de favorita indiscutible. En estos enfrentamientos la lógica pasa a un segundo plano. La adrenalina y la presión por derrotar al “enemigo capitalista” incidió más que las grandes nóminas que cobraban los alemanes occidentales. Los occidentales venían de vencer 1-0 a Chile y 3-0 a Australia. Los orientales habían dispuesto de los oceánicos 2-0 e igualaron 1-1 ante los trasandinos. Hasta 13 minutos del final el desafío había plagado de tedio el Volksparkstadion con un marcador 0-0. Jurgen Sparwasser delantero oriental aprovechó un descuido de Franz Beckenbauer, Berti Vogts y Horst Hottges para rematar con intensidad desde el area para enviar el balón fuera del alcance de Sepp Maier. Por más que los occidentales intentaron responder, el marcador permaneció intacto, se había materializado una de las sorpresas más significativas de los mundiales.
Aquella victoria fue utilizada por el Régimen oriental para sacar pecho. A Mielke y compañía les importó poco que Alemania Oriental fuese eliminada en la siguiente ronda y que los vecinos alcanzaran la Copa del Mundo. Habían vencido al enemigo en su casa y ante la mirada del mundo. Eran superiores sobre el césped además de moralmente. Luego se supo que el gol de Sparwasser cayó como jarro de agua fría en un sector importante de la población de Alemania Oriental que veía con repugnancia la politización de todos los eventos deportivos que hacía el Régimen comunista alemán.
Al principio el autor de aquel telúrico gol fue tratado como un héroe, más el romance entre Sparwasser y Alemania Oriental terminó unos años más tarde al negarse a entrenar al Magdeburgo una vez concluídos sus días como futbolista activo. El jugador ícono del país, quién había rechazado una oferta “capitalista” del Bayern de Munich por fidelidad al comunismo, ahora recibía el trato de reaccionario y traidor a la causa de Alemania Oriental. Hechos propios de los Regímenes totalitarios, se metamorfosea de héroe a traidor de un día para otro y sin saber muy bien el porqué.
Debido a la difícil situación que vivía en su República Democrática Alemana natal, Sparwasser escapó a Alemania Occidental y tras la caida del muro, acabó siendo Presidente de la Asociación de Jugadores Alemanes. En la actualidad, Sparwasser sigue manteniendo que aquel gol que marcó hace casi cuarenta años le trajo más desgracias que alegrías, pues en Occidente lo veían como a un bicho raro comunista y en el Este como un traidor que se pasó al capitalismo.
Alfonso L. Tusa C.
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