jueves, 10 de abril de 2014

Un juego que perforó el muro

Habían visto todos los juegos de aquel mundial, así hubiese sido dos o tres minutos al menos. José llamó a sus amigos mientras mordía el último pedazo de almendrón. Luis rebotaba la pelota de goma sobre los bloques erosionados por infinitos soles meridianos. Había que empezar ahora justo después de almorzar, porque a las dos de la tarde habría un juego del mundial. Aún se les dificultaba entender como los contrincantes tenían un nombre similar. Alemania Federal enfrentaría a Alemania Oriental en el juego de cierre del grupo A. Escuchaban de un muro, de una separación, de la guerra, de tristeza. Pero ignoraban el contexto y las escenas tenebrosas que escondían todos esos comentarios. Sólo esperaban que sonara el pitazo inicial para ver otro partido de futbol, otro enjambre de jugadores pasándose una pelota. Y así ver las genialidades de las principales figuras. José había escuchado muchas palabras indescifrables a su padre cuando hablaba del tema de la guerra. Cuando mencionaban el vocablo “comunismo” pasaba como dos minutos con un tono azul marino en las mejillas y cuando hablaban de “Alemania Democrática”, salía al jardín para buscar aire puro. Stasi, funcionarios-espía, deporte como propaganda política, oral turibanol, todas palabras exóticas, sin sentido para José en aquel momento, formaban un abecedario que se grabó en el subconsciente de José de una manera tan a cincel y martillo que algunos años después llegó a comprender las expresiones faciales de su padre. Aquella tarde sabatina también escuchó otra frase que engrosó ese particular abecedario. Justo antes del pitazo inicial, el narrador espetó: está por empezar el juego donde un balón conseguirá lo que no han podido infinitas gestiones diplomáticas, que once ciudadanos comunes de Alemania Federal se encuentren con normalidad en un mismo lugar con otros once ciudadanos de Alemania Oriental. Un balón traspasará el muro y se restablecerá el contacto aunque sea por 90 minutos. La pelota se cayó en un tiro a primera base. José empezó a patearla. Pronto los diez niños de ambos equipos corrían detrás de la esférica. Buscaban estrellarla contra dos puertas frontales de aceras opuestas. Cuando el disco amarillo ardía en la mitad del primer cuadrante celeste, Luis pinchó su palma izquierda con el índice derecho. José ¿no vamos a ver el juego? La dinámica apasionada del mar de zapatos frente a la puerta de la esquina solo permitió un gemido de ojos entornados hacia la pelota. Se alejó unos metros. El enjambre casi derrumbaba la puerta. Corrió hacia la casa y atravesó el pasillo cual brisa estival. La letanía del narrador abrasaba las imagenes de once camisas blancas interactuando con 11 camisas azules. Luis regresó a la calle con un traqueteo en el pecho. Solo el rostro adusto de la señora que abrió la puerta, hizo que cesara el mar de zapatos tras la pelota y José le prestara atención. El juego tiene media hora que empezó. El deporte era la publicidad internacional de Alemania Oriental. Si ganaban le demostraban al mundo occidental que estaban equivocados en su sitema. Las medallas de oro iban mucho más allá que subirse a lo más alto del podio. Alemania Oriental dominó durante la guerra fría deportes como atletismo, natación y gimnasia. El secreto se llamaba “Oral Turibanol” y aunque todos sospechaban que las marcas se lograban en base a dopaje, nunca se pudo demostrar. En el futbol el derrotero fue otro. A pesar de los esfuerzos de Erich Mielke (Ministro de Seguridad y presidente del Dynamo de Berlin) nunca destacaron internacionalmente, Mielke hubo de conformarse con ver ganar al Dynamo (por decreto) la floja Liga de futbol de Alemania Oriental y con un oro Olímpico en Montreal 1976. Los rumores antes del Mundial de 1974 decían que ambas Alemanias fueron ubicadas en el mismo grupo para evitar que se encontraran en fases más avanzadas donde el encuentro sería más dramático. El 22 de junio de 1974 salieron al estadio de Hamburgo dos equipos de futbol con filosofías vitales opuestas, cual dos hermanos de distintos padres que se miran con recelo y curiosidad. Alemania Occidental salía de favorita indiscutible. En estos enfrentamientos la lógica pasa a un segundo plano. La adrenalina y la presión por derrotar al “enemigo capitalista” incidió más que las grandes nóminas que cobraban los alemanes occidentales. Los occidentales venían de vencer 1-0 a Chile y 3-0 a Australia. Los orientales habían dispuesto de los oceánicos 2-0 e igualaron 1-1 ante los trasandinos. Hasta 13 minutos del final el desafío había plagado de tedio el Volksparkstadion con un marcador 0-0. Jurgen Sparwasser delantero oriental aprovechó un descuido de Franz Beckenbauer, Berti Vogts y Horst Hottges para rematar con intensidad desde el area para enviar el balón fuera del alcance de Sepp Maier. Por más que los occidentales intentaron responder, el marcador permaneció intacto, se había materializado una de las sorpresas más significativas de los mundiales. Aquella victoria fue utilizada por el Régimen oriental para sacar pecho. A Mielke y compañía les importó poco que Alemania Oriental fuese eliminada en la siguiente ronda y que los vecinos alcanzaran la Copa del Mundo. Habían vencido al enemigo en su casa y ante la mirada del mundo. Eran superiores sobre el césped además de moralmente. Luego se supo que el gol de Sparwasser cayó como jarro de agua fría en un sector importante de la población de Alemania Oriental que veía con repugnancia la politización de todos los eventos deportivos que hacía el Régimen comunista alemán. Al principio el autor de aquel telúrico gol fue tratado como un héroe, más el romance entre Sparwasser y Alemania Oriental terminó unos años más tarde al negarse a entrenar al Magdeburgo una vez concluídos sus días como futbolista activo. El jugador ícono del país, quién había rechazado una oferta “capitalista” del Bayern de Munich por fidelidad al comunismo, ahora recibía el trato de reaccionario y traidor a la causa de Alemania Oriental. Hechos propios de los Regímenes totalitarios, se metamorfosea de héroe a traidor de un día para otro y sin saber muy bien el porqué. Debido a la difícil situación que vivía en su República Democrática Alemana natal, Sparwasser escapó a Alemania Occidental y tras la caida del muro, acabó siendo Presidente de la Asociación de Jugadores Alemanes. En la actualidad, Sparwasser sigue manteniendo que aquel gol que marcó hace casi cuarenta años le trajo más desgracias que alegrías, pues en Occidente lo veían como a un bicho raro comunista y en el Este como un traidor que se pasó al capitalismo. Alfonso L. Tusa C.

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