domingo, 20 de abril de 2014

Cheo Feliciano: Estampas de la mejor idiosincrasia latinoamericana

La melodía flotaba en el haz herrumbroso del atardecer. Un bolero de Cesar Portillo de la Luz que habías escuchado al menos siete veces con anterioridad, ahora seguía crepitando entre las costras de pintura erizadas por la humedad del techo. “Es pasión…deeelirio…de estar contigo…” Llegaste a cantar ese bolero como diez veces aquel atardecer, hasta fuiste capaz de cantarlo frente a la muchacha que te enmudecía, “Siempre tú estás conmigo…en mis tristezas…” Una motocicleta descarriada apagó la voz del locutor cuando identificaba al intérprete. Otra vespertina, mientras tu abuelo veía en tv aquel programa “La Feria de la Alegría”, animado por Henry Altuve, te volteaste. La voz de aquel atardecer decantaba entre los camburales del pasillo. Parecías estatua en medio de zancadas en reversa. Tu abuelo reclamó si ibas a quedarte pasmado ahí. Que él necesitaba el real y medio de papelón para preparar el guarapo de piña. “…de noche brinca la verja…que está behind de mi house…” Entrecerraste los ojos ¿Qué quiso decir con bijain de mi jaus? Ante un suspiro burbujeante y el balanceo de la mecedora luego de levantarse tu abuelo, soltaste tus zancadas y saliste tarareando: “…de cualquier malla sale un ratón oye…” Pasaste todo el recorrido de ida y vuelta regurgitando aquellas palabras: bijain de mi jaus. Hasta en el viaje de regreso, porque tu abuelo te pidió el vuelto y lo habías olvidado en la bodega. Corriste cual aquel mediofondista finlandés Lasse Viren en los Juegos Olímpicos de 1972 y 1976. Sólo así alcanzaste a escuchar cuando Altuve terminaba la conversación. “Es José Luis Cheo Feliciano, nativo de Ponce, Puerto Rico. El mismo que inició su carrera musical con el maestro Tito Rodríguez. Viviste con aquel acertijo dos o tres años, hasta que descubriste que los puertorriqueños hablan un idioma denominado spanglish. Ahora si entendías las coordenadas de la verja “behind de mi house”. Atravesaste la calle bajo el calcinante sol cumanés. Las hojas del almendrón casi ardían antes de aterrizar. La armonía y la modulación te hicieron tocar la reja. El tipo salió con cara de pocos amigos. La canción apenas se escuchaba. En el portal de enfrente tu abuela regañaba a tu abuelo. A mi casa no vas a entrar en esa facha. Mira como tienes los zapatos. Llenos de cemento, y los pantalones curtidos de arena y polvo. No, no, no señor. ¡Váyanse de aquí! Tu abuelo contempló las facciones aborígenes de su asistente. Que broma piedrechispa, la dueña de la casa está brava. Vamos a tener que sentarnos bajo el guásimo un momento a ver si baja la marea. Luego de conversar con el tipo un momento le pediste un vaso de agua. Tan pronto desapareció en el pasillo, subiste el volumen del tocadiscos. “Juan Albañil…el edificio que levantaste…con lo mucho que trabajaste, está cerrado, está sellado… es prohíbido para ti…” El radio inflamaba el comedor desde la tela manchada de sus cornetas y las teclas amarillentas que disparaban una aguja roja en brincos de jirafa por un dial verde matinal cuajado de números amarillos. El ritmo de la canción arrancaba ramas de palmera y peinaba helechos. Tun…cun…cun..tuntun..tun…cun…tun…cuntun…”Para todos los que gustan…música con expresión…traigo la combinación…de salsa con sello de ahoora…” Giraste el botón del volumen y los niveles de alegría chamuscaban las piedras barnizadas de los pilares. Desde la oficina llegaba un rumor de máquinas de escribir. Ensayaste dos pasos de baile y casi chocas con la mesa. “…y mi cantar acompasao…con tu sabor mi hermanito…combina el ritmo cubano…con cantar del jibaritooo…” La letra se congeló en tus labios. Tu papá te miraba con solemnidad. Cuando esperabas un sermón, sus mejillas empezaron a estirarse y sus palmas reventaron un aplauso. “A bailar el mapeyé…Cheo se lo canta a usted…” Alfonso L. Tusa C.

No hay comentarios:

Publicar un comentario