lunes, 3 de julio de 2017
A toda adrenalina
El futbol no es mi deporte favorito, sin embargo lo disfruto ocasionalmente. Particularmente he sufrido el balompié venezolano desde épocas inmemoriales, recuerdo muchas derrotas escandalosas y en tiempos recientes, la frustración por fallar en el intento de clasificar para el mundial de futbol, en su máxima categoría. Aun cuando las distancias se han acortado, se siente que el futbol venezolano aun debe recorrer cierta distancia de crecimiento psicológico, de ajustes tácticos, de concretar una estructura organizacional, es allí donde aparece el desespero y se concluye que todavía estamos lejos de dar ese paso.
Luego empiezan a ocurrir situaciones en el torneo de primera categoría, la aparición de muchos juveniles que han sabido aprovechar la regla que obliga a los técnicos a alinear al menos uno de ellos en los juegos oficiales, el intento de ordenar la planificación del calendario, quizás aventure un poco pero me parece que mediante el establecimiento de la asociación de jugadores y la de dueños de equipos, ha empezado un lento pero contínuo proceso de respeto mutuo en el cual quizás se empieza a ver beneficios en cuanto a la puntualidad de los salarios de los jugadores y a la responsabilidad de estos respecto a la constancia en sus entrenamientos físicos y mentales, por supuesto esto tiene que ver con una cada vez más profunda y meticulosa formación de los cuerpos técnicos.
Muchos entendidos han explicado que no se puede evaluar la evolución del balompié venezolano a través de las actuaciones de la vino tinto, principalmente porque la gran mayoría de sus integrantes militan en el extranjero. Entiendo su posición cuando esgrimen que el estado actual del futbol venezolano aun está en etapas muy incipientes de la anhelada estructura de clubes, la estabilización de la organización desde las categorías infantiles hasta la sub-20 en cada equipo de primera división. Solo una minoría de equipos cuenta con la citada estructura, pero necesitan trabajar mucho más para ver logros importantes.
A riesgo de parecer iluso o soñador, me atrevo a decir que el futbol venezolano, está muy próximo a ver resultados más contundentes a nivel de la estructura organizacional de sus equipos. Al menos eso es lo que parece, eso es lo que sentí al ver el juego de vuelta de la final del torneo apertura 2017. Un juego vertiginoso, escalofriante, a todo despliegue físico-técnico. Por cada llegada del Caracas FC., había una remontada del Monagas SC. Por cada ataque sobrio de los capitalinos había una respuesta equilibrada de la defensa oriental. Por cada impulso del mediocampo caraquista había un reajuste en los engranajes tácticos monaguistas que mantenía una asfixia en la afición agolpada en las tribunas del estadio Olímpico de la UCV, un vértigo en la garganta de quienes veíamos el juego por televisión.
Hacia la recta final del primer tiempo el Caracas pareció dominar con propiedad el partido, cada vez se repetían las llegadas a la cabaña de Ángel Hernández y las respuestas del Monagas parecían diluirse. Así aparece la llegada fantasmal de Evelio Hernández por la izquierda para descoser la malla con el gol que igualaba las acciones de la final. A decenas de kilómetros del estadio podía sentir los aromas de la adrenalina, la ebullición de la competencia, la urgencia de dar lo mejor en la vitrina de la final. Así llegó el pitazo que convertía en historia al primer tiempo. Dentro de mi ignorancia del futbol venezolano, presentía que el segundo tiempo tendría muchas imágenes propias de los grandes juegos de otras latitudes.
Monagas empezó a eslabonar llegadas tímidas que fueron acercándose cada vez hasta que Anthony Blondell, ese portento de jugador propio de las nuevas generaciones del balompié venezolano, lleno de ganas técnicas, cargado de ilusiones de grandes victorias, saturado de emociones familiares, mandó un zambombazo desde fuera del area que ni siquiera el inmenso nivel técnico del arquero Wuilker Fariñez pudo detener, la respuesta del Monagas había llegado desde los pies que tantas veces corrieron tras un balón en las calles de la barriada cumanesa, con esa velocidad que dejaba atras muy atrás los pozos más verdes y oscuros de la estrechez económica, hasta volar por los céspedes a veces no tan verdes de la primera división, hasta encontrarse con los duendes más esquivos del alto nivel técnico y la intensidad competitiva.
Caracas reaccionó para irse 2-1 con otro gol de Farías que subió aun más la temperatura cardíaca del juego. Aunque los orientales parecieron replegarse por momentos, regresaron al ataque gradualmente hasta volver a inquietar la cabaña de Fariñez. El triunfo del Monagas SC me parece que es señal de avance en el futbol venezolano, que poco a poco aparecen nuevas propuestas en un entramado que lentamente empieza a demarcar sus fibras, a descubrir su colorido, a manifestar su entusiasmo.
Mención a parte merecen los técnico. Noel SanVicente regresa al Caracas para devolverle su categoría del finalista, de equipo de alto calibre, de grandes competidores. Johnny Ferreira toma un equipo recién ascendido de segunda división y lo lleva equilibrada y concienzudamente hasta una propuesta técnico-táctica que habla mucho del nivel actual del futbol venezolano.
Alfonso L. Tusa C. 03-07-2017.
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