lunes, 10 de julio de 2017

Juan Pablo II en Polonia: El regreso del peregrino.

Selecciones del Reader’s Digest. Diciembre de 1979. Polonia es un país comunista. De sus 35 millones de súbditos, el 90 por ciento son católicos practicantes. Desde hace más de 30 años y en su afán de erradicar la religión, el estado ha expropiado la mayoría de los bienes de la Iglesia, ha censurado las publicaciones católicas, ha proscrito las asociaciones de jóvenes creyentes, y acosado sin cesar a las autoridades eclesiásticas; y en un solo año, el de 1953, sentenció al cardenal Stefan Wyszynski a arresto domiciliario, encarceló a nueve obispos y a varios cientos de sacerdotes. A pesar de todo, el pueblo ha conservado su fe con vigor heróico. En junio de 1979 el papa Juan Pablo II regresó a su país natal. Era, en la historia, la prime visita de un pontífice romano a una nación comunista. Durante los nueve días de su estancia, el mundo presenció no solo un suceso humano conmovedor, sino también el enfrentamiento más significativo de nuestros tiempos entre el poder del comunismo y el fervor del cristianismo. Cuando llegó a Varsovia la noticia de la visita del Papa, una anciana de canas, apoyada trabajosamente en un bastón, dejó escapar algunas lágrimas. “Ya les enseñaremos”, amenazó. “Adondequiera que vaya nuestro Papa, recibirá una bienvenida que a él mismo le asombrará. El nuestro ha sido un país católico durante un millar de años…y continuará siéndolo”. Donald O’Higgins de la UPI. John Edwards del “Daily Mail” de Londres, describió así la llegada del Pontífice: Una marejada humana ha comenzado a irrumpir en Varsovia. A lo largo de todas las carreteras, caminos, senderos y líneas de ferrocarril, una multitud impetuosa avanza hacia la capital, ávida de compartir mañana el asombro y la maravilla de ver llegar al Papa Juan Pablo II. En este, probablemente, el movimiento de masas más grande que haya visto la Europa contemporánea. Se calcula que tres millones de personas se congregarán en el trayecto del aeropuerto a Varsovia. La plaza de la Victoria, donde celebrará misa por la tarde, es una maraña de barreras y de asientos de terciopelo. Una cruz de unos quince metros de altura se levanta sobre un estrado, donde aguarda un altar de madera cubierto con lienzo blanco. Al atardecer, el sol brillaba más que de costumbre sobre la plaza y caía de lleno sobre la cruz haciéndola resplandecer. Algunos soldados comunistas, vistiendo uniformes mal cortados entre grisáceos y color caqui, desfilaban ante la cruz, volvían a otra parte los ojos y miraban la luz con extrañeza. Casi a partir del momento en que el avión 727 de Alitalia aterrizó en Varsovia aquella calurosa tarde del sábado 2 de junio y el Papa besó de rodillas el suelo natal, sus coterráneos lo asediaron en gozosa celebración. Parecía un carnaval, un mitin, una cruzada y unas grandiosas bodas polacas, todo a un tiempo. Al Pontífice le hacían llegar niños de brazos para que los besara o bendijese; las ancianas llevaban sobre la cabeza un gran pañuelo: los adolescentes se le acercaban como enloquecidos aficionados al rock; miles y miles de mineros curtidos se congregaban y entonaban a voces un himno, mientras el primer papa polaco cantaba con ellos en su magnífica voz de barítono. Time. El Estado, no menos previsor que el pueblo, había dividido el país en cuadrantes en torno de las cuatro escalas principales del Santo Padre: Varsovia, Gniezno, Czestochowa, y Cracovia, y había advertido a los ciudadanos que solo se les permitiría asistir a las ceremonias de su zona respectiva. Los administradores de las fábricas y los maestros previnieron a los trabajadores y a los alumnos de que se abstuvieran de inventar enfermedades para ausentarse durante el tiempo de la visita. Nerviosos, los funcionarios del Partido Comunista, temían que el desbordamiento de gozo que ocasionaría la vuelta del antes cardenal Karol Wojtyla, acabara en franca rebelión. El caso es que el Papa desafió en seguida la mano de hierro del régimen comunista. “Excluir a JesusCristo de la historia del hombre es atentar contra la humanidad”, expresó a la muchedumbre el mismo día de su arribo. “Sin Cristo es imposible entender la historia de Polonia, especialmente la historia del pueblo que ha pasado o está pasando por esta tierra”. Y en una emocionante referencia a la milenaria lucha que ha reñido su país por la libertad, Juan Pablo agregó: “No habrá una Europa justa mientras la independencia de Polonia no aparezca en su mapa”. Newsweek. John Pilger, del Daily Mirror de Londres, acerca de los dos primeros días de la visita: En cierta ocasión José Stalin hizo burla del poder de la Iglesia Católica Romana. “¿De cuantas divisiones dispone el Papa?” preguntó. “¡Qué pena que no pudo acompañarnos este sábado en la plaza de la Victoria, cuando Karol Wojtyla subió a la plataforma y pasó revista a un ejército obediente de millones de fieles!”. Los funcionarios del Partido que lo saludaron habían recibido un instructivo secreto, del que toda Varsovia parecía tener copia. “Si no pueden evitar arrodillarse ante el Papa”, se les ordenó, “entonces arrodíllense; pero por ningún motivo le besen el anillo”. Domingo. Ahora resulta difícil encontrar a un polaco dispuesto a reconocerse comunista. Cuando le preguntan a un taxista donde han ido todos los comunistas, baja el cristal de la ventanilla y grita a la muchedumbre: --¿Hay aquí algún comunista? --¡No! ¡No! Contesta en un rugido la multitud. Los agentes de la policía están boquiabiertos. La conducta de Juan Pablo II ha sido única en los anales del papado. En total, se presentó 48 veces ante el público. El pueblo salvó kilómetros enteros a pie o en vehículo, y luego resistió largas horas de espera, hombro con hombro, solo por verlo pasar. El Pontífice (algo rara vez visto) se mezclaba con la gente, alzaba a los pequeños en alto, echaba los brazos al cuello del algún viejo conocido y estrechaba a los peregrinos. Time. El domingo, la población varsoviana se volcó de nuevo en las calles, esta vez para despedirlo. En un helicóptero blanco tomó rumbo oeste, hacia la antígua ciudad de Gniezno, donde Polonia surgió como nación y donde abrazó el cristianismo hace más de 1000 años. John Organ de la agencia de noticias Reuters. El lunes 4 de junio, el Santo Padre viajó a Czestochowa, y permaneció tres días en el monasterio de Jasna Gora (o Montaña de Luz), el centro religioso más popular de la nación. La gente lo saludaba, cantaba, oraba y lloraba con él, y él saludaba, cantaba y lloraba con el pueblo; y el uno del otro cobraban energía. Fue allí donde a una señal suya centenares de miles de fieles se dejaron caer al suelo, como trigal segado todo a un mismo tiempo, para entregarse a la oración. El término carisma no es suficiente para explicar lo ocurrido. El Papa provocó una efusión de confianza y de afecto que ningún líder político actual espera inspirar, no digamos ya ordenar. Time. A Juan Pablo le encantan los niños. Suele besarlos, tomarlos en brazos, levantarlos en alto. Los niños por su parte, se encariñan con él. Hasta los que son demasiado tiernos para comprender quien es, corresponden con alegría a su afecto. En Czestochowa, un chico de unos diez años, obedeciendo tal vez órdenes de su madre, avanzó tímida y lentamente hacia el Papa, a la vista general. El jefe de la Iglesia, que escuchaba con atención y evidente placer los cantos de un grupo de adolescentes, volvió la mirada. Su sonrisa cobró mayor alegría, e hizo al chiquillo una señal de que se aproximara. Con la cabeza inclinada, el niño llegó frente al trono, se arrodilló y besó el anillo papal. Al momento, Juan Pablo alargó el brazo derecho y con su enorme mano le cubrió la cabeza. Lo atrajo hacia sí, lo estrechó entre sus brazos y le dio una medalla del Vaticano. El chico, momentos antes tan tímido, echó a correr apretando con fuerza la medalla y sonriendo de oreja a oreja. Aquel incidente rompió el hielo. Otros niños imitaron el ejemplo del primero. El papa bendijo y abrazó a todos y cada uno, y cuidó de que recibieran una medalla. Time. El 5 de junio, al hablar a los 70 obispos católicos romanos de Polonia en el monasterio, el Papa lanzó sus comentarios más severos al referirse a la persistente tensión entre el Partido y la Iglesia. Tras subrayar que la libertad religiosa es uno de los “derechos humanos fundamentales”, recomendó a los prelados que se mantuvieran firmes a fin de lograr “condiciones normales” para la Iglesia. La declaración fue bastante directa: una Iglesia unida en Polonia ha de insistir inflexiblemente en su papel. “Nos damos cuenta de que este diálogo (entre la Iglesia y el Partido Comunista) no puede ser fácil, ya que tiene lugar entre dos conceptos del mundo diametralmente opuestos”. Peter Osnos y Michael Getler en el Post de Washington. Al anochecer del miércoles 6 regresó a Cracovia, la comunidad a la que había servido durante 20 años, y la ciudad se levantó en éxtasis para acogerlo. El Pontífice quedó conmovido. Cuando el helicóptero tocó tierra, lloviznaba y el sol moría. “Mi corazón estuvo y nunca ha dejado de estar unido a ustedes”, dijo, “a esta ciudad, a este patrimonio, a esta Roma polaca”. Delante del cortejo se había tendido un sendero de flores, y la multitud hubiera sido mayor de no haber bloqueado la policía el tránsito de cuanto camino llevaba a la ciudad, salvo que se tratara de sus residentes. La muchedumbre exteriorizaba un afecto familiar por el que había fungido cinco años como obispo de la ciudad y quince como arzobispo. El portero de un hotel, un hombre de edad madura, comentó: “Se fue de aquí sin más que un maletín, un cepillo de dientes y unos panecillos. Y miren como regresa”. John Vinocur en el Times de Nueva York. El gobierno le había prohibido visitar las principales ciudades de Silesia, corazón minero e industrial de Polonia y donde el fervor religioso raya en idolatría. En protesta, los obreros se limitaron a no presentarse en las bocas de pozo. Pero las vejaciones proseguían. El Estado no proporcionó todos los autobuses que solicitó la Iglesia. En un programa que listaba las 20 misas que celebraría el Papa o a las que asistiría, algún censor sustituyó “sermones” por “discursos apropiados para la ocasión”, ya que el primer término significa en polaco “mensajes divinos”. Y en uno de los lugares donde Karol Wojtyla debía presentarse, unos bribones pertenecientes al Partido robaron la madera destinada para las graderías. Newsweek. El jueves 7 viajó Juan Pablo II a Wadowice, la aldea donde nació y se crió. Allí solo halló alborozo y recuerdos entrañables. Nadie en verdad recordaba que se hubiera apartado jamás de la línea recta a partir de aquel mayo de 1920 en que vio la luz, hasta que, 18 años después, abandonó el lugar. Helena Szczepanska, bondadosa anciana de 89 años y en otro tiempo vecina del visitante, solía cuidar de él cuando era niño y mecer su carrito en el patio de abajo del apartamento de la familia, comentó que su única travesura había sido corretear más de la cuenta, y añadió: “Su madre solía gritar: ¡Ya verán que este niño llegará a ser un gran hombre! Todos soltábamos la risa”. Michael Getler en el Post de Washington. El día 7 realizó Juan Pablo II la primera peregrinación que ningún papa haya hecho a las mortíferas fábricas de los nazis. Un doloroso viaje al lugar más horrendo del mundo. El momento más conmovedor fue el de la misa que concelebró en los fúnebres patios ferroviarios de Burkenau con sacerdotes que estuvieron prisioneros en los campos de concentración. Allí, cuatro millones de personas fueron arreadas directamente de los vagones para ganado a las cámaras de gas; y allí un millón de fieles, entre himnos melancólicos, formaron la grey del Papa. Daniel O’Higgins de la UPI. El Santo Pontífice visitó la celda del beato Maximilian Kolbe, el sacerdote franciscano que sacrificó su vida por salvar a un compañero de prisión; y ese compañero de prisión, Franciszek Gajowniczek, se hallaba presente allí, junto con otros sobrevivientes del campo. Uno de los primeros reclusos, un anciano al que en un experimento médico los nazis le habían inyectado el virus de la fiebre tifoidea, atestiguó: “Nuestra religión nos ayudó a resistir el peor infierno que haya habido en la Tierra”. “Es imposible reducirse a visitar el lugar (Auschwitz)”, comentó el Papá, quien colaboró con la Resistencia anti-nazi y ayudó a varios refugiados judíos. “Hay que pensar con temor hasta donde es capaz de llegar el odio, hasta donde puede llegar la destrucción del hombre por el hombre, hasta donde puede llegar la crueldad". Time. “¡No más guerra!” expresó ante los centenares de miles de espectadores que le escuchaban entre la alambrada de púas, las barracas y las torres de vigilancia de lo que él llamó “un lugar construido sobre el odio y el desprecio hacia el ser humano”. “¡Paz! ¡Sólo paz!” Y la muchedumbre repitió con millares de voces aquella palabra: “¡Paz!” John Vinocur en el Times de Nueva York. El cardenal John Krol, arzobispo de Filadelfia, lo acompañó durante su peregrinaje. El Santo Padre mencionó que iba provisto de 35 discursos preparados, pero que le salían al paso otras ocasiones. Por todo pronunció en ocho días unos 50 discursos formales y varias charlas espontáneas. Ante cada referencia a algún himno popular, la gente lo interrumpía y rompía a cantar. Cierta vez, en Nowy Targ, un grupo de jóvenes empezó a cantar Nuestro Dios Reina. Haciéndose oir por encima de sus voces el Pontífice hizo memoria: “¡La última vez que escuché ese himno, lo canté con ustedes!” y se echó a llorar. Mientras las voces juveniles subían el tono, él se cubrió el rostro y lloró, esforzándose por recobrarse del doloroso tirón de los recuerdos de aquellos a quienes había conocido y amado y a quienes había tenido que dejar. Cardenal John Krol. Y luego, el domingo 10, el viaje llegó a su término. Ante más de un millón de personas, Karol Wojtyla se despidió de Polonia con un ademán de tristeza. La multitud había tardado 24 horas en congregarse. Las últimas hileras distaban más de kilometro y medio del altar. El pontífice de cara al pueblo, habló con una voz rota que atronaba a través de altavoces: “Y así antes de partir, quiero echar una última mirada a Cracovia, esta Cracovia de la que cada ladrillo, cada piedra me es tan querida, al contemplar de nuevo a mi Polonia”. Fue un momento intensamente conmovedor. El vasto coro del pueblo llegaba hasta él: “¡No te vayas, Papa! Y había llantos y gemidos. La misión del Papa concluyó en escenas y ecos de tristeza. Durante su peregrinaje había hablado ante unos 18 millones de personas, más de la mitad de la población total del país. Dejando fijo en aquellas mentes su deseo de estimularlas a combatir por la libertad por medio de su religión. John Edwards en el Daily Mail de Londres. Moscú 10 de junio. Cuando Juan Pablo II daba fin a la visita, la prensa soviética imprimía la declaración de uno de los líderes del Partido, con lo que pedía mayor vigilancia en la aplicación de la política oficial soviética del ateísmo. Vladimir Shcherbitskiy, primer secretario del Partido Comunista Ucraniano, expresó a los miembros del Partido, en Kiev, la capital de Ucrania, que, “extender la educación laica en la población sigue siendo una labor urgente”, informaba un diario de Ucrania. El informe periodístico regional, publicado el viernes, llegó hoy a Moscú. No hacía mención del viaje del Papa a su país natal, pero ciertos funcionarios occidentales son de la opinión de que el haber pronunciado tal discurso aquel día no fue mera coincidencia. AP.

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