viernes, 8 de septiembre de 2017

Al atardecer

MAR 22 2016 PHOTOGRAPHS BY ANNIE FLANAGAN/THE PLAYERS' TRIBUNE CANDICE WIGGINS THE PLAYERS’ TRIBUNE ALERA / NEW YORK LIBERTY Siempre he adorado al sol. Me inspira la forma como resplandece. Alivia. Tengo una necesidad insaciable de sentirlo. El sol me recarga energías. Encuentro guía y respuestas en su calidez. Despues de un hermoso ejercicio matinal en la playa el 2 de marzo, regresé a la casa de mamá en San Fernando Valley para redactar. Escribir es terapéutico para mí, se ha convertido en una parte significativa de mi vida. Lo que escribí inicialmente, me impresionó. Pero en ese momento exacto, un rayo de sol pasó a través de la ventana de la cocina de mamá e iluminó mi rostro de manera refrescante, casi poética. Respiré profundo y sentí un gran alivio. Eso no fue una coincidencia, pensé. Fue una reafirmación. Sabía que lo que había escrito era definitivo: “Me voy a retirar del baloncesto profesional”. Mi vida es una dicotomía de muchas maneras. A través de la oscuridad, he encontrado la luz; a través de la luz, la oscuridad. Cuando yo tenía solo cuatro años de edad, mi padre falleció de sida. Conocer de su fortaleza y perseverancia me ayudó a tener un aprecio más grande por la vida. Por otro lado, el baloncesto, algo que usualmente me dio mucha alegría, ha sido la fuente de algunos de mis momentos más difíciles. He tenido ocho cirugías en los últimos 15 años, cinco en mis rodillas, una en mi tendón de Aquiles y dos en mis pies (probablemente no se sepa de estas dos últimas). Esa ha sido mi realidad. Estoy orgullosa de haber regresado de cada cirugía como una mejor jugadora y persona. La adversidad hace eso, te reta a crecer. El baloncesto femenino es absolutamente demoledor y está constituido por la rehabilitación contínua. Para suplementar los ingresos que recibimos en la WNBA, la mayoría de nosotras juega en otros países durante el receso entre temporadas. Eso significa que en muchos casos, vamos a otros lugares para empezar un campamento de entrenamiento y una temporada días después de la culminación de la temporada de WNBA. Eso es desgastante para la mente, el cuerpo y el espíritu, tienes que amar lo que haces. El verdadero significado de esa palabra, amor, está increíblemente subestimado. Para mí, amor nunca ha sido una palabra que uso por casualidad. Pero si quieres ser exitosa en la WNBA, necesitas amar el baloncesto profesional. Me refiero a amarlo de verdad. No puedo explicar cuanto respeto siento por las mujeres quienes juegan 11 meses del año por una o más décadas. Rara vez ves a tu familia, y si no cuidas celosamente tu cuerpo, estás ida. He estado ahí, lo he vivido. Por muchos, muchos años, estuve enamorada el juego de baloncesto. Ya no lo estoy. Y eso está bien. Si soy honesta conmigo, eso ha sido así desde 2011. No he estado jugando baloncesto profesional por amor propio, en lugar de eso, lo he hecho por mis seguidores, y todos quienes me han apoyado a través de mi carrera. No hay nada que pueda hacer para expresar lo agradecida que estoy por esa motivación. Cuando llegaban los momentos difíciles, y de nuevo me encontraba trabajando para regresar a la cancha después de una lesión (sin saber si lo conseguiría), pensaba en mis seguidores y cuanto significaban para mí. Como el sol, ellos me hicieron seguir adelante. Una historia sobre la cual a menudo reflexiono, ocurrió durante mi estadía con las Lynx de Minnesota en 2011. Fue un juego diurno, luego de los lanzamientos de práctica fui invitada para una entrevista en una emisora de radio local, para hablar de mi arduo y largo camino de recuperación luego de romperme el tendón de Aquiles la temporada anterior. Esa lesión y su respectiva recuperación fueron unos de los momentos más difíciles que he vivido. Cuando los medios me entrevistan, siempre quiero ser tan real como sea posible. Y no importa que tan difíciles sean las cosas, siempre encuentro la manera de ser positiva y optimista. Puede sonar cursi, pero pienso en el sol y su brillantez y trato de personificar esa calidez. Mi mamá estaba en la tribuna en ese juego, y de alguna manera las personas que la rodeaban en Target Center, descubrieron que yo era su hija. Le dijeron que me oyeron en la radio esa mañana, y dijeron que mi actitud de nunca rendirme ante la adversidad los motivó a asistir a su primer juego de la WNBA. Desde entonces, ellos han sido ávidos seguidores del baloncesto femenino. Por eso yo jugaba. Estoy muy agradecida por todo lo que me dio el baloncesto. Pero siento que mi vida me llama más allá de la cancha. Nunca quise que el baloncesto me definiera. Ese no era el caso de mi padre, Alan Wiggins. Las similitudes entre mi papá y yo abarcan casi todas las facetas de mi vida, encuentro muy irónico que ambos fuimos atletas profesionales por siete años. Es mi forma de rendirle honores. Sin embargo hay un area donde diferimos totalmente. Cuando mi papá fue despedido de los Orioles de Baltimore en 1987, pensó que su vida había terminado. Lo digo literalmente. Él no quería vivir. Ser atleta profesional era su identidad, cuando perdió esa parte de su vida, lo consumió la desesperanza. La manera como me siento ahora es totalmente opuesta a lo que vivió él. Soy más feliz que siempre. Cuando pienso en el siguiente capítulo de mi vida, no puedo evitar sonreir de oreja a oreja. Dicen que un atleta muere dos veces, la primera cuando se retira, y la otra al final de su vida. Ese no es mi caso. De hecho, siento que he nacido de nuevo. Emocionada. No tener el mismo sentimiento de desespero de mi padre cuando salió del beisbol es mi victoria más grande; doy este paso en mis propios términos. He notado, que a veces, las grandes cosas suceden después que te despides. CANDICE WIGGINS Colaboradora. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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