lunes, 15 de diciembre de 2014

SI 60: El duelo de los cuatro minutos

Ambos hombres terminaron la carrera de la milla en menos de cuatro minutos, pero Roger Bannister cruzó primero la meta por delante de John Michael Landy. Paul O’Neil. Viernes, 08-08-2014. En honor al Aniversario 60 de Sports Illustrated, SI.com está reeditando por completo, 60 de las historias más memorables de la historia de la revista. La de hoy procede del propio primer ejemplar del 16 de agosto de 1954, y reporta lo que ocurrió cuando dos hombres que recientemente habían hecho algo hasta hace poco imposible, correr la milla en menos de cuatro minutos, se encontraron en Canadá. Vancouver, B.C. – El arte de correr la milla consiste, en esencia, en alcanzar el umbral de la inconsciencia en el instante de tocar la cinta de llegada con el pecho. No es un proceso fácil, ni siquiera en una carrera contra el tiempo, que el cuerpo se rebele contra tal desgaste y deba disciplinarse entre la velocidad y la mente. Es definitivamente más difícil en el anfiteatro de la competencia, allí el corredor debe permanecer alerta y dispuesto a pesar de la fatiga y el dolor, su cálculo instintivo del ritmo debe ajustarse al manejo del posicionamiento, y debe administrar las fuerzas para responder al empuje de los rivales antes de recurrir a sus últimas reservas en el trecho decisivo. Pocos eventos deportivos ofrecen una prueba tan enfática del coraje, la voluntad y la habilidad humana para porfiar y resistir por el simple motivo del esfuerzo, esta carrera clásica es un espectáculo de corazones agitados y gargantas apretadas. Pero el mundo de las pistas nunca había visto algo parecido a la “Milla del Siglo” la cual el Dr. de Inglaterra Roger Gilbert Bannister, el alto, explorador de la piel pálida del cansancio humano que fue el primero en romper la barrera de los cuatro minutos, ganó aquí el sábado pasado al australiano dueño del record mundial, John Michael Landy. Esto probablemente no se verá por mucho tiempo. El duelo de los primeros milleros de cuatro minutes, punto cumbre de los cuadrienales Juegos de la Comunidad del Imperio Británico, fue la carrera pedestre más ampliamente elogiada y universalmente contemplada de todos los tiempos. Treinta y dos mil personas se apretujaron y gritaron mientras este evento se efectuaba en el nuevo Empire Stadium de Vancouver, millones lo siguieron con avidez por televisión. También fue la prueba más ferozmente disputada de todos los eventos de la milla. A pesar de la necesidad de cabalgar en las primeras vueltas y de moverse en un campo ocupado por otros seis buenos corredores, Bannister agenció un afilado 3:58.8 y Landy 3:59.6. Por tanto, por primera vez dos hombres corrieron por debajo de los cuatro minutos en la misma carrera. (Y más atrás en el pelotón cuatro otros corredores terminaron por debajo de 4:08, Rich Ferguson de Canadá con 4:04.6. Victor Milligan de Irlanda del Norte con 4:05, y Murray Halberg de Nueva Zelanda e Ian Boyd de Inglaterra con 4:07.2 ambos). El récord mundial de Landy de 3:58, había sido establecido siete semanas atrás en el frío crepúsculo nórdico de Turku, Finlandia, se mantuvo vigente cuando se rompió la cinta. Pero los corredores solo son probados en las carreras por sus pares. Cuando la milla de cuatro minutos fue sacada del laboratorio y tratada en el campo de batalla, Landy fue vencido, hombre a hombre, y Roger Bannister se consagró como el gigante de las pistas modernas. Pocas veces un evento ha opacado completamente a un colorido y gran carnaval deportivo como los Juegos del Imperio de este año. Los Juegos Olímpicos en miniatura del Imperio, para los cuales Vancouver construyó su estadio de 2.000.000 de dólares, un velódromo de ciclismo y una magnífica piscina habrían sido notables solo por la belleza marina y montañera en las cuales fueron desarrollados. Fueron resaltados por la vista forrada de escarlata del Seaforth Highland Regiment en desfile, por la presencia del Mariscal de Campo Británico Earl Alexander de Tunis, y, aun más excitante, del alto y bien parecido esposo de la Reina Elizabeth, Philip, Duque de Edimburgo. Durante siete días de competición 20 de 27 records de los juegos fueron rotos solo en eventos de pista y campo, e Inglaterra, por virtud de sus incomparables corredores de fondo, se fueron con la cuota de gloria del león (marcando puntos no oficiales: Inglaterra 514-1/2, Australia 363-3/4, Canadá 339, Sudáfrica 260-3/4) y mostró al mundo una tremenda fuerza nueva. Los turistas canadienses y estadounidenses estaban extasiados ante la rudeza con la cual los ingleses dejaron a sus opositores en el piso en carreras que exigían vigor y aliento. Ellos colocaron uno, dos, tres en la carrera de seis millas (ganada por Peter Driver), uno, dos, tres en la de tres millas (ganada Chris Chataway, quien corrió junto a Bannister en la milla de Oxford) y uno, dos, tres en la media milla (ganada por Derek James Neville Johnson). También hubo discusiones y sensaciones. El equipo de ciclismo de Australia protestó que las tácticas inglesas eran indebidas, escandalosas. El campeón mundial de levantamiento de pesas de Vancouver, Doug Hepburn, de estatura mediana y quien pesa alrededor de 150 Kg, mide 22 pulgadas alrededor de los bíceps y tiene la apariencia de un bárbaro terrible, levantó un agregado de 500 Kg con relativa facilidad mientras sus conciudadanos lo miraban orgullosos. La gran lanzadora de bala, la hermosa rubia canadiense, la maestra de Toronto Jackie McDonald, fue expulsada en medio de la competencia por hacer publicidad para la bebida gaseosa Orange Crush. Y la multitud del gran día de clausura en el estadio presenció una de las escenas más dramáticas en la historia de los deportes cuando el campeón maratonista de Inglaterra, Jim Peters, entró a la pista con una milla de ventaja sobre sus rivales pero casi completamente inconsciente de cansancio y desgaste. Peters se cayó tan pronto estuvo a la vista de la multitud, se levantó mareado, tropezó unos pasos y se volvió a caer, hasta que fue llevado a una camilla y por lo tanto descalificado de la competencia. Pero a pesar de todo esto, nada en los juegos se acercó remotamente a la tensión y el drama de la milla. De hecho, la carrera se desarrolló, en medio de una atmósfera mucho más reminiscente de una pelea de campeonato de pesos pesados que de una competencia de pista entre amateurs. Y no era para menos, era obvio que Bannister y Landy se enzarzarían en una suerte de combate de gladiadores, un duelo sin cuartel en el cual ningún otro par de hombres pudo haber estado involucrado antes. A primera vista parecían un par de gladiadores. Como la mayoría de los corredores de fondo ambos lucían frágiles y delgados en ropas de calle. Landy era algo oscuro, cabellos ensortijados, los ojos brillantes de un venado, una voz suave con pequeñas trazas de acento australiano, y un curioso hábito de doblarse hacia adelante y frotar las manos delante del pecho cuando observaba algo en una conversación. Como estudiante en la Geelong Grammar School de Australia (“Una iglesia de la escuela inglesa”, dice su padre con satisfacción, “donde las autoridades exigen a los muchachos, usted sabe”) John desarrolló una pasión por coleccionar mariposas y polillas y una ambición por convertirse en entomólogo (lo cual solventó su padre enviándolo a Melbourne University para estudiar agronomía. Roger Bannister es más alto (1,93 m por 1,86 de Landy), un poco más pesado (77 Kg por 75 Kg. de Landy) y un poco más viejo (25 años por 24 de Landy) pero él también sería el último hombre en el mundo en ser distinguido entre una multitud como un atleta. Es torpe y negligente en sus movimientos corporales; tiene cabello rubio fino, y una voz educada de clase alta británica. La cara es expresiva y se puede iluminar con animación y calidez. Puede usar palabras con precisión y humor, y a veces hasta con una suerte de elocuencia conversacional. Pero escolarmente, es la palabra para el Dr. Bannister. Es así, es un estudiante y uno brillante. Quizás cinco por ciento de los estudiantes de medicina de Londres pasan por sus cursos sin fallar un examen y Bannister estaba entre esa pequeña fracción cuando recibió su título en el St. Mary Hospital de Londres este año. Pero los hombres pocas veces son lo que parecen; Bannister, una persona compleja y de muchas caras, es repelido y fascinado por la agitación de la gran escena deportiva, pero por siete años, se ha manejado estoicamente, como un indio valiente o un hombre escalando el Everest, hacia la milla de cuatro minutos. Así lo ha hecho también John Michael Landy en los últimos cinco años. Ambos hombres se han comprometido en un esfuerzo sostenido y profundo para explorar y empujar hasta los límites más remotos de su resistencia. Ninguno ha sido dirigido por un entrenador, en el sistema casual del club británico, a diferencia del más reglamentado sistema de los equipos universitarios de Estados Unidos, los corredores presumen de ser capaces de entrenarse por su cuenta. Por separado, con medio mundo de por medio, Bannister y Landy llegaron a conclusiones curiosamente idénticas, ambos decidieron que el sobre-entrenamiento y la fatiga son solo mitos y que mientras el cuerpo resiste más, habrá mejor rendimiento. Ambos entrenaban hasta el extremo del esfuerzo supremo (sesiones de entrenamiento de diez a catorce cuartos de milla de 58 segundos con una vuelta caminando entre ellas) lo cual hubiera sobrepasado al atleta promedio de Estados Unidos. Bannister llevó su preocupación sobre los misterios de estar exhausto hasta el mundo de la ciencia cuando era estudiante de medicina en Oxford en 1951. Corría hasta el punto del colapso total en una caminadora casi diariamente, con agujas huecas insertadas en sus dedos para medir el ácido láctico y con una máscara de oxígeno en la cara para darle combustible extra. Tanto en Oxford, y a través de todos sus tres años en St. Mary (donde salía al Paddington Recreation Ground y pagaba tres monedas para usar las caminerías), avanzaba con su gran carga de carreras. Los milleros de cuatro minutos se convirtieron en seres únicos, hombres cuyos corazones tienen enorme capacidad y poder y cuyos cuerpos pueden utilizar el oxígeno con una economía fantástica y resistir los embates de la fatiga con éxito fantástico. El pulso de Bannister, que era 65 cuando tenía 17 años, ahora es 45. El de Landy es 50. Pero ahí finalizan sus similitudes. En Vancouver, cuando la presión de la excitación mundial actuaba sobre ellos, y se acercaba el día de la carrera, sus diferencias de temperamento se hicieron obvias. Landy parecía seguro, relajado, sobrado. Bannister se tranquilizó, se fue lejos, se iba a entrenar a un campo de golf. Pero los compañeros de Bannister no se engañaban.”Roger odia la idea de tener que vencer a Landy, de tener a miles de personas esperando que lo venza”, dijo uno. “Pero lo hará. Nadie se mete en tal momento emocional antes de una carrera como lo hace él. Él tiene un resfriado ahora. Sospecho que es psicosomático y sospecho que él lo sospecha, tuvo uno como este antes de la milla de Oxford. Roger puede decirte que ha dormido antes de una carrera, pero no lo ha hecho. Cuando él va a correr, luce como un hombre que va a la silla eléctrica. Hay veces cuando la noche anterior a la carrera él hace sonidos involuntarios, como un hombre que está siendo torturado. Pero Roger es un hombre difícil para la comodidad, si tratas de dársela el te atravesará con la mirada”. Lo que quiera que sea su rutina preliminar, ambos corredores parecían igualmente voluntariosos e igualmente conscientes del estruendo del aplauso mientras calentaban en la grama interna los momentos anteriores a la carrera. Un sol brillante bañaba el estadio repleto. La temperatura estaba alrededor de los 23 ºC, la humedad relativa alrededor de 48%. Solo las brisas se movían sobre la pista, mientras los milleros eran llamados a la línea de salida. Landy, con el verde de Australia, se paró tranquilamente en la primera posición. Bannister, con las barras rojas sobre blanco de Inglaterra, tenía el carril 5, realizó una respiración profunda y entonces se inclinó hacia delante para una salida de pie. Con la detonación del pistoletazo, Murray Halberg, el caballo oscuro de Nueva Zelanda salió adelante con su compañero William David Baillie pisándole los talones. Landy los dejó ir, quería velocidad, pero la quería mantener todo el recorrido, por eso se mantuvo en el cuarto puesto con un paso dócil. Alí se mantuvo por menos de una vuelta. Los fijadores del paso bajaron el ritmo de manera imperceptible, y Landy se movió instantánea y decisivamente hacia el primer lugar. Su estrategia era simple y salvaje, correr los primeros 1500 metros a un paso tan intenso que dejara atrás la famosa zancada de Bannister. Mientras Landy se movía, Bannister también. Landy iba de primero, Bannister segundo al final de la vuelta, el duelo había empezado. “Tiempo de la primera vuelta”, explotó en los parlantes cuando completaron ese recorrido, “cincuenta y ocho segundos”. Entonces también empezó la confusión y el delirio. Esta aumentó cuando Landy se alejó, cinco metros, diez, quince, hacia el final de la segunda vuelta, y Bannister lo dejó ir. “Era algo que me asustaba”, dijo después el inglés, “pero yo creía que él estaba corriendo muy rápido. Yo tenía que administrarme para mi remate final y esperar poder alcanzarlo a tiempo”. El tiempo de Landy era 1;58 a mitad de carrera. El trabajo para una milla de cuatro minutos había sido ejecutado. El pelotón se había desdibujado lejos en el fondo. Los duelistas avanzaban despegados al frente con Landy aún marcando el paso. Pero ahora, metro a metro, fácil, casi imperceptiblemente, Bannister recuperaba terreno. Estaba a muy poca distancia mientras entraban al último y decisivo cuarto en medio de un histérico eco de aplausos. El se mantuvo ahí en la vuelta. A doscientos metros de la meta, Landy hizo su apuesta por la victoria. Pero Bannister se resistió a ser arrollado, y con 90 metros por delante, él decidió alargar su remate. Se puso hombro a hombro, peleó por mantener el paso, sacó cuatro metros de ventaja y corrió de manera estable y estilística a través de un clamor ensordecedor hasta la cinta. Él cayó, con los brazos flotando, las piernas dobladas, en los brazos del director del equipo inglés medio segundo después de concluir la carrera. “Traté de alejarme de él en el final de la última vuelta”, dijo Landy después de terminar de buscar el aliento. “Esperaba que el paso fuera tan rápido que él se reventaría. No fue así. Cuando llevas a un hombre a ese tipo de situación y no se revienta, tú lo haces. De ahí en adelante yo sabía que era cuestión de tiempo. Miré sobre mi hombro izquierdo para ver donde estaba él en la vuelta, y cuando miré otra vez estaba delante de mí”. Él hizo una pausa, sonrió, ladeó la cabeza y agregó: “La tenía”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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