lunes, 29 de diciembre de 2014
La palabra cobertizo
Colum McCann. The New Yorker.
Cada vespertina, cuando mi padre llegaba a casa de su trabajo como editor de artículos en un periódico de Dublin, desaparecía en su cobertizo de escritura. Para llegar allá había que encogerse a través del cajón del carbón, la podadora de grama, latas de kerosene y pintura y viejas piezas de bicicleta. El cobertizo siempre olía a humedad, como si la lluvia se hubiese escapado de la alfombra. Los estantes de libros se inclinaban. El techo bajo y crujiente tenía una luz opaca con un sombrero de un gris de nube irlandesa.
Desde la casa, yo podía oir el tic-tac del tipeo con dos dedos. El estallido de la campanita. El rugido del rodillo que avanzaba la página. Todo sonaba como una débil forma de aplauso. Los libros de mi padre, "The World of Sean O'Casey", "The Wit of Oscar Wilde", "All the World's Roses", "The Fighting Irish", descansaban sobre la mesa de café en lo que llamábamos la sala D & D: reservada para lo inerte y dignificado. Los libros no significaban mucho para mí. Yo quería ser lo que querían los otros chicos; futbolista profesional.
En su juventud, mi padre había sido portero de futbol semiprofesional. Nada del otro mundo. Era suplente en el Charlton Athletic, en Londres, le pagaban diez chelines y 6 peniques semanales. Lo que él recordaba más era tener que pulir los zapatos de los jugadores regulares, y barrer los excrementos de rata de la cantina en la mañana. Nunca jugó en el primer equipo, pero no lo veía como un fracaso, sino como una aventura con limitaciones. Regresó a Dublin, tuvo una familia, y empezó a escribir.
Una noche de invierno, cuando yo tenía nueve años de edad, él vino a mi habitación, con un paquete de papeles bajo el brazo, algunos de ellos de un metro de largo. "Como Kerouac, él usaba largos rollos de papel industrial en su Olivetti). Era una copia al carbón de lo que había estado escribiendo durante las semanas recientes: un libro para niños titulado "Goals for Glory". ("Goles de Gloria")
"¿Te atreverías a leerlo? Dime si es horroroso o no".
Lo leí a velocidad de relámpago. Georgie Goode era un infeliz muchacho gitano, de quince años, con cabello negro largo. Él pasaba alrededor de las tierras bajas de Inglaterra en una caravana caótica, con un padre que algunas veces estaba ahí, y otras no. Georgie no tenía dinero para comprar botines de futbol, por lo que se resbalaba en el lodo con sus zapatos de goma. Este era el tema del mito de los niños, Georgie tenía visión para encontrar la red y un pie izquierdo cual relámpago, pero todo parecía previsible.
Años después, leería a James Joyce y reconsidetré la idea de que la literatura podría "recrear la vida fuera de la vida", pero en aquel entonces lo que me impactaba era que del destartalado cobertizo de mi padre pudiera emerger otro muchacho, tan real para mí como el polvo acumulado en mis propios botines de futbol. Esto era un nuevo territorio: el imaginado regreso a la vida.. La máquina de escribir de mi padre me sonaba diferente a hora. Más y más, me desaparecí entre los libros.
Cuando "Goals of Glory" fue publicado, el año siguiente, llevé la portada a la escuela. Mi profesor, Mr. Kells, leía un capítulo entero en voz alta cada tarde de viernes, el momento de la semana escolar cuando todos están pendientes de escapar. Nos sentábamos en nuestro salón prefabricado y esperábamos por él.
En el último capítulo, el equipo de Georgie tenía que vencer al equipo rival, Dale Rovers. A Georgie le habían regalado un par de botines de futbol nuevos. Se decidiría el campeonato. Yo ya conocía el desenlace, pero mis compañeros de clase no. Estaban empinados en sus pupitres. Por supuesto, Georgie comenzó el juego muy mal, y por supuesto se adaptó a sus botines nuevos, y por supuesto su padre llegó tarde para animarlo, y por supuesto la tristeza crecía, como siempre lo hace en una buena historia.
Nunca olvidaré a Christopher Howlett, mi compañero de asiento pelirrojo, saltando como en una oración ante un ataque aereo, mientras Mr. Kells se acercaba a la página final. Georgie marcó el gol de la victoria. El salón de clases hizo erupción. El niño del cobertizo de mi padre, esa maraña de cabellos que había salido detrás de una cinta de máquina de escribir, salió con nosotros fuera del portón de la escuela, hacia Mart Lane, a través del estanque, y hacia el campo detrás de Dunnes Stores, donde, con un pesado balón de cuero en nuestros pies, todos nos convertimos en Georgie, por lo menos por uno o dos minutos.
Tal euforia pocas veces dura, pero la nostalgia por ella permanece. Mi mundo había cambiado lo suficiente para saber que trataría de escribir sobre un personaje, no un Georgie, pero quizás un padre, o un hijo.
Pocos años después, cuando yo era adolescente, mi padre me sentó en el cobertizo y recitó, de memoria "This Be the Verse" de Philip Larkin: "Tus padres te la hacen pasar mal/ Ellos pueden decir que no, pero lo hacen". Y supe lo que él trataba de decir, pero también sabía que algunas veces, solo algunas veces, el padre que tienes es el padre que quieres.
Tarducción: Alfonso L. Tusa C.
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