jueves, 1 de diciembre de 2016
La Pasión de Martin Scorsese.
En su nueva película “Silence” (“Silencio”), él regresa a un tema que ha animado el trabajo de toda su vida y también ha motivado la controversia más grande de su carrera: la naturaleza de la fe.
Paul Elienov. The New York Times. 21-11-2016.
Un hombre estaba en un tren en Japón, leyendo una novela ambientada en Japón. El tren se deslizaba a través de las montañas, hacia Kyoto, donde el hombre, barbudo, de ojos brillantes, se dirigía. El año era 1989. El tren era un tren bala.
El hombre del tren estaba en un dilema, y el hombre de la novela que estaba leyendo estaba en un dilema, y mientras leía la novela, notó que su dilema y el de la novela eran esencialmente el mismo.
El hombre de la novela era Sebastián Rodrigues, un cura jesuita portugués enviado a Japón en el siglo 17. Estaba ahí para asistir a los católicos japoneses quienes sufrían bajo un régimen brutal y también para investigar que había pasado con su mentor, un cura que se rumoraba había renunciado a su fe bajo tortura.
El hombre del tren era Martin Scorsese. Estaba en Japón para interpretar a Vincent van Gogh en una película de Akiro Kurosawa, otro cineasta maestro. También estaba ahí para dejar atrás la brutal batalla generada por una película de él, “La última Tentación de Cristo”.
Esa película ha sido criticada por los cristianos conservadores por una secuencia de sueños en la cual Cristo tiene sexo con María Magdalena. Al describir la vida de Cristo como una incertidumbre entre su naturaleza humana y divina, Scorsese ha intentado hacer una película que fue a la vez un acto de duda y un acto de fe. En la novela que él estaba leyendo, el cura fue mostrado profanando una imagen de Cristo, y aun así fue un acto de fe.
El tren se deslizó por las montañas. Scorsese pasó las páginas. Esa novela le hablaba. La vio como una película que le gustaría hacer.
La novela era “Silence”, de Shusaku Endo, un japonés especializado en literatura europea y la historia del catolicismo en Japón. Publicada en Japón en 1966, “Silence” vendió 800.000 copias, un gran número en ese país. Endo fue llamado “el Graham Greene japonés” y fue considerado para el Premio Nobel. Greene se refirió a “Silence” como “una de las mejores novelas de nuestro tiempo”.
El misionario jesuita Francis Xavier llevó el catolicismo a Japón en 1549. En el siglo siguiente, este fue suprimido mediante la tortura de los misionarios y sus seguidores, quienes eran obligados a renunciar parándose sobre el fumie, una pieza de cobre impresa con una imagen de Cristo. En “Silence”, Endo mostró el punto de vista de los misionarios, al plasmar buena parte de la novela en forma de cartas de Rodrigues reportándole a su superior. Él va a Japón con otro joven cura, Francisco Garrpe, para investigar la verdad acerca de su mentor, el padre Cristovao Ferreira, pero ellos son capturados y viven la realidad de sufrir la tortura. El shogunado invita a los misionarios japoneses a evitar la tortura pisoteando el fumie (retrato de Cristo que el shogunado usaba para descubrir sospechosos de ser cristianos católicos). Muchos lo hacen; algunos son torturados de todas formas. Rodrigues ve misionarios crucificados, quemados vivos, ahogados. Un magistrado ilustrado en la cristiandad hace una propuesta: Rodrigues puede salvar las vidas de los misionarios bajo tortura solo si pisotea el fumie y reniega de su fe.
Cuando Scorsese regresó de Japón, procuró los derechos para hacer la película “Silence”. Mientras pasaban los años, no pasó un día sin que mencionara el proyecto a las personas a su alrededor: actores, amigos y hasta al viejo cura parroquial, el Padre Principe. Mientras realizaba “The Aviator”, y “The Departed”, “Shutter Island” y “Hugo”, insistía que “Silence” era la película que quería hacer. Un jesuita fue electo papa, terroristas islámicos empezaron a acechar a los cristianos en el medio oriente. En 2014, con “The Wolf of Wall Street”, un éxito, Scorsese declaró que “Silence” sería su próxima película: Nunca se comprometería con otra hasta que esta estuviese concluida. Veintiseis años después, empezaron las filmaciones.
¿Qué llevó a este gran artista estadounidense a hacer de una historia de misionarios en Japón su proyecto apasionado? Él es conocido por sus películas de pandilleros; es un gran maestro de lo profano. Desde el principio, él se ha revelado como un artista de intensas preocupaciones católicas, y la flecha envenenada del conflicto religioso ha atravesado su carrera. “Taxi Driver”: un veterano de Vietnam como vengador espiritual, inclinado a limpiar la ciudad de corrupción mediante la violencia. “Cape Fear”: un fundamentalista tatuado determinado a llevar a cabo la justicia de Dios. “Kundum”: un hombre joven criado para ser maestro espiritual, para levantarse contra el espíritu asesino del comunismo. Hasta “Living in the Material World”, el documental de Scorsese acerca de George Harrison, tiene por tema el conflicto ente la carne y el espíritu, entre el Beatle y el buscador.
“Silence” es una novela de nuestro tiempo: Se ubica en el pasado misionario, como muchos de los asuntos religiosos que nos atañen en el presente postsecular, los reclamos de las verdades universales en diversas sociedades, el conflicto entre una profesión de fe y la expresión de ella, y el silencio aparente de Dios mientras los creyentes son lanzados a la violencia en su nombre. Como material para Scorsese, “Silence” es apta, y el compromiso de Scorsese ha sido extraordinario, aun por sus patrones exactos. Para entender ese compromiso, hablé con el cineasta, con miembros del elenco y el equipo de producción y con otros quienes conocen bien la novela, tratando de descifrar que tipo de acto de fe es esta película.
“No sé si hay redención, pero existe algo como tratar de entenderla bien”, me dijo Scorsese, en su voz de Nueva York familiar desde las representaciones dramáticas de sus películas. “Pero ¿Cómo lo haces? La manera correcta de vivir tiene que ver con la falta de egoísmo. Creo en eso. ¿Pero, como se practica eso? No pienso que se practique conscientemente. Tiene que ser algo que se desarrolle en ti, tal vez mediante muchos errores”.
Él me había invitado a su casa de East Side a las 9 pm, luego de haber pasado el día completo editando “Silence” en Midtown. La sala, de techo alto, empotrada en madera de roble, está decorada con una cámara cinematográfica antigua, afiches grandes de “The Grand Illusion” de Jean Renoir y fotografías de su esposa e hija. Él tiene 74 años de edad, es compacto y gris, con tremenda vitalidad en los ojos y un ardor juvenil que parece tener su fuente en la reverencia por sus mayores, como el cineasta polaco Andrzej Wajda, quien le había autografiado una tabla de filmación que Scorsese descolgó de la pared para mostrármela. Tomamos asiento, y él empezó a hablar. A medida que pasaron las horas, la habitación, ya oscura, pareció encogerse sobre nosotros, hasta que pareció una sala de ensayos cinematográficos, o una capilla, un lugar donde las preguntas acerca de cómo vivir aparecen a través de historias e imágenes.
“Eso se remonta a lo que el padre Principe me dijo la última vez que lo vi, hace dos años”, dijo él. “Fallar haciendo algo que es moralmente reprensible, eso es un gran pecado, bien, muchas personas nunca superaran eso. Pero el camino cristiano sería levantarse y tratar de nuevo. Tal vez no conscientemente, pero te ubicas en una situación donde puedes tomar otra decisión. Y esa es la situación en la que está Rodrigues”, él puede decidir salvar las vidas de otros renunciando a su fe, el acto que considera el más reprensible de todos.
“Silence” está enraizada en la niñez de Scorsese, no menos que su informal trilogía de Nueva York, “Mean Streets”, “Taxi Driver”, “Raging Bull”. De niño en Little Italy, el quería ser misionario. Sus padres no eran religiosos, en parte porque habían sentido la mano dura de la iglesia en Sicilia, pero para él la iglesia, una fuerza maligna en muchas historias pasadas de moda, era un portal al mundo a través de la familia y el vecindario. “Yo confiaba en la iglesia, porque tenía sentido, lo que ellos predicaban, lo que enseñaban”, dijo él. “Entendí que hay otra manera de pensar, más allá del mundo cerrado, escondido, asustado, duro en el que crecí”.
Las películas, también señalaban hacia el mundo exterior. Su padre, un trabajador del distrito de lavado de ropa, no ganaba mucho pero siempre tenía dinero suficiente para llevarlo al cine. Una estación local de TV transmitía películas italianas los viernes por la noche. Él creció viendo los trabajos cruciales del neorrealismo italiano, muchos de ellos con una fuerte dimensión católica, como “Roma, Ciudad Abierta” de Roberto Rosellini, en la cual un cura es ejecutado por cooperar con la resistencia.
El catolicismo italoamericano del area estaba centrado en las procesiones callejeras devotas a los santos traídas desde el viejo país. San Gandolfo por los sicilianos en Elizabeth Street, San Gennaro por los napolitanos en Mulberry Street. “Cuando yo vivía allí, ya la tradición languidecía”, me dijo Scorsese. Aún así él quedó enganchado. El vasto espacio interior de la vieja catedral de St. Patrick en Mott Street mostraba un gran contraste ante el pequeño apartamento familiar, la misa en latin era un contrapunto formal a las bromas de la hora de la comida. “Pienso rápido, me muevo rápido, pienso que eso tiene algo que ver con las medicinas que me indicaron para el asma”, dijo Scorsese. “Eso afectó mi forma de respirar, mi forma de pensar. Necesitaba relajarme. Las películas me ayudaron, y también la iglesia. Ellas me tranquilizaron. Me permitieron meditar. Me dieron un sentido del tiempo diferente”.
Francis Principe, un joven cura asignado al vecindario, llevó juntas la fe y las películas. “Él fue quien abrió las cosas para nosotros”, recordó Scorsese. “Quien dijo: ‘No tienes que vivir de esa manera. No tienes que seguir ese ciclo cultural. No tienes que casarte a los 21 años de edad’”. Scorsese se había convertido en monaguillo, y cada año Principe llevaba a los monaguillos a una película, “La Vuelta al Mundo en 80 Días”, “El Puente Sobre el Río Kwai”, y despues se sentaba a hablar con ellos en los escalones de la rectoría de Mulberry Street. Iban al Roxy cercano a Times Square para ver el drama Gospel “The Robe” y luego lo oían criticar. “El padre Principe detestaba el sentimentalismo cristiano o los aspectos religiosos de los suplementos de historietas”, dijo Scorsese. “’Oh, eso es tan cliché’ dijo él, refiriéndose al trueno cuando Judas menciona su nombre, ‘My name is Judas’, y hay un trueno en sonido estereofónico. Hasta este día no he oído tan bien un trueno como ese”. A la edad de 11 años, el concibió el deseo de hacer las cosas de manera diferente, “de llevar la épica bíblica a otro plano”.
La fe y las películas paliaron el asma que lo mantuvo alejado del deporte y las calles. En casa desarrollaba guiones de películas, incluyendo algunos, pocos años después, de la vida de Cristo. “La ambienté en el vecindario”, me dijo él, “con la crucifixión ocurriendo en los muelles de West Side y el departamento de policía de Nueva York involucrado. ¿Lo puedes ver?” En casa él tenía un asiento en primera fila para los asuntos de los adultos, especialmente los negocios de su padre con un tío manirrota quien parecía quitarle dinero a su padre libremente con la impunidad de un préstamo de apariencia. Ese era un patrón que él conocía desde los pasajes de las escrituras que leía en la iglesia.
“El soporte de mi hermano, ¡es el soporte de mi hermano!” dijo él, suspirando con reconocimiento. “Y eso va más allá de tu hermano ¿Somos responsables por lo que hagan otras personas? ¿Cuál es nuestra obligación, cuando alguien hace algo que es tan reprobable? …¿De verdad tienes que hacerlo porque es tu hermano, o tu familia, o por tus votos de matrimonio? ¿Qué es lo que se debe hacer por la otra persona y por ti? Al considerar todo esto, lo veo ejecutado de una manera en la realidad, y lo oigo de otra manera del padre Principe y un par de curas en Cardinal Hayes”.
Cardinal Hayes es una escuela secundaria del Bronx, y después de un año en un seminario menor, una prueba de sacerdocio; una vez parada regular para los muchachos católicos brillantes de recursos limitados, Scorsese fue allí. (Don DeLillo, el novelista, estuvo unos años antes). Rechazado por Fordham University debido a sus bajas notas, Scorsese se inscribió en el N.Y.U.’s Washington Square College y su programa de cine. Desde ahí, él entró a los ’60: como asistente a conciertos en el Fillmore East, expatriado en Inglaterra y Holanda, asistente al director en Woodstock (terminó editando el concierto de la película) y luego cineasta de sus propias películas, “Who’s That Knocking at My Door”, acerca de un joven en los repentinamente liberados años ’60 cuyos principios católicos impiden que vaya a la cama con su novia, y “Boxcar Bertha”, una película acerca de una agitadora “más liberal que la mayoría”.
Cuando él regresó a Little Italy en 1972 para filmar “Mean Streets”, algunos de los jóvenes de su generación estaban tomando los puestos del bajo mundo que ocuparon sus padres. Al principio de la película, Charlie, un pandillero novato interpretado por Harvey Keitel, habla acerca de confesarse en la vieja catedral. Desea poder escoger su propia penitencia en vez de que el cura le asigne una. De alguna manera consigue su deseo: Este llega cuando él debe buscar a Johnny Boy, interpretado por Robert De Niro, el muchacho perdido del vecindario, un apostador imprudente quien pone a los dos en peligro. Charlie se convierte en el soporte de su hermano, y Charlie, ansioso por surgir en el crimen, deja que su amigo cuelgue sin buscar la ayuda del poderoso tío quien podía salvarlo. Pauline Kael, en The New Yorker, colocó una nota bíblica: “Charlie le habla mucho a Johnny Boy de la amistad y no hace nada. Él es Judas el traidor”.
Es impactante ver el patrón del soporte del hermano mostrarse en el otro extremo de la carrera de Scorsese, en “Silence”. Mientras los dos jesuitas se establecen en Japón, encuentran un traductor llamado Kichijiro en un vecindario pobre y lo arrastran a su misión. Él se resiste. Se emborracha. Miente. Lamenta su destino. Un converso, el renunció a su fe y le permitieron vivir, mientras el shogunado mataba a sus hermanos y hermanas. Rodrigues decide que él es el soporte de Kichijiro y lo apoya mientras Kichijiro renuncia una y otra vez a su fe y finalmente lo traiciona en el shogunado. Pero mientras Rodrigues es torturado por las dudas, el peón se convierte en el soporte del cura, un hombre cuya fe está enraizada en el reconocimiento de su propia debilidad. ¿Quién es más cristiano: la persona quien es fuerte en la fe o la que es débil, quien es humillado? “Humillación: Esa es la clave”, me dijo Scorsese. “Mientras Kichijiro dice en la película: ‘¿Dónde está el lugar para las personas débiles en el mundo donde vivimos? ¿Por qué no nací cuando no habían persecuciones? Yo habría sido un gran cristiano’”.
Por medio siglo, Scorsese ha sido un misionario del cine: al hacer sus propias películas, promover el trabajo de grandes directores internacionales, consolidar la historia del medio en un brillante grupo de documentales y abogando por la preservación de los clásicos. A través del tiempo, esta película suya acerca de una aventura misionera se convirtió en una misión en si, y el acto de hacerla un acto de fe. “Yo sabía que él tenía ese guión y estaba terriblemente disgustado porque no lo podía llevar a cabo”, me dijo Irwin Winkler, quien produjo “Raging Bull” y “Goodfellas”. “Y yo pensé, En que triste estado está Hollywood cuando Martin Scorsese, con todo su éxito, con todos los honores que ha conseguido, no puede hacer esta película”.
Ahí empezó un intenso esfuerzo colectivo guiado por Emma Tillinger Koskoff, la productora de la película, para materializar el proyecto. Winkler trabajó a través de docenas de disputas legales ligadas al proyecto. Randall Emmett, un productor, aseguró nuevos fondos, y en 2013 Scorsese y algunos socios fueron a Cannes y regresaron con 21 millones de dólares en compromisos de distribución. “Pienso que él nunca había hecho eso antes”, me dijo Koskoff, “pero para esta película el ha hecho muchas cosas que no había hecho antes”. Él dirigiría la película sin honorarios. Todos los actores principales, Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, tienen historia como actores de acción pero trabajarían por la “escala” de Screen Actors Guild o por honorarios muy reducidos (“una pequeñez”, los llamó Neeson, sin quejarse). Paramount Pictures firmó como distribuidor en Estados Unidos, en 2014.
Koskoff y el diseñador de producción, Dante Ferretti revisaron localidades en Vancouver, Montreal, el noroeste del Pacifico y Nueva Zelanda. Después de cuatro viajes a Taiwan, decidieron que sería Taiwan, por ocho meses. Por todo, 750 personas, elenco, trabajadores y equipo de producción, pondrían su fe en el acto de fe de Scorsese.
“Silence” es una novela acerca de “la necesidad de creer en disputar la voz de la experiencia”, como lo ha expresado Scorsese. Para entender bien las creencias jesuitas, el comprometió al reverendo James Martin, autor y editor en buena parte del semanario jesuita de Estados Unidos. El cineasta y el cura tuvieron varios coloquios en el hogar de Scorsese, y Martin trabajó de manera intensiva con Garfield y Driver. Asì como De Niro aprendió a boxear para “Raging Bull” (El Toro Salvaje), ellos se familiarizaron con los ritos y disciplinas del sacerdocio jesuita para darle autenticidad a sus actuaciones.
Garfield, conocido por su papel en dos películas del Hombre-Araña, se preparó para interpretar al padre Rodrigues al entrar de lleno en el proceso que los jesuitas llaman “dirección espiritual”. Criado en las afueras de Londres, con un padre judío secular, Garfield desarrolló su personaje al realizar los “Ejercicios Espirituales” de San Ignacio de Loyola, el fundador de la orden jesuita. Los ejercicios, diseñados en la década de 1520, invitan al “ejecutor” a usar su imaginación para ubicarse en compañía de Jesús, al pie de la cruz, entre las almas atormentadas del infierno. Garfield se reunió con Martin para asesoría espiritual, e intercambiaron reflexiones via correo electrónico y Skype. Entonces fue a St. Beuno’s, una casa jesuita en Gales, para tomar un retiro de siete días en silencio.
“Si hubiese dispuesto de 10 años, no habrían sido suficientes para prepararme para este papel”, me dijo Garfield. “Fui arrollado totalmente por las cosas jesuitas y muy tomado por la espiritualidad jesuita. La preparación duró casi un año, y para el momento cuando llegamos a Taiwan, todo eso brotaba de mi”.
‘Silence’ se ubica en el pasado misionario, así como muchos de los asuntos religiosos que nos afectan en el presente postsecular.
No es inusual para los actores aludir vagamente su espiritualidad. Pero Garfield describe el proceso con una especificidad inocente. “En el retiro, entras en tu imaginación para acompañar a Jesús a través de su vida desde su concepción hasta su crucifixión y resurrección. Caminas, hablas, rezas con Jesús, sufres con él. Y es devastador ver a alguien quien ha sido tu amigo, a quien amas, ser tan brutal”. Antes que Garfield se fuera a Taiwan, Martin le dio una cruz que había recibido como un regalo mientras era un jesuita novicio.
“Andrew llegó al punto donde podía sacar a un jesuita de un jesuita”, me dijo Martin. “Había momentos del guión donde él se paraba y decía, ‘Un jesuita no diría eso’, y nos arreglábamos para hacerlo de otra manera”.
“No pienso que recibí el llamado para ser cura”, me dijo Garfield, como si hacer esta película lo hubiese impulsado a considerar esa posibilidad. “Pero tuve el sentimiento de que era llamado para hacer algo: llamado para trabajar con uno de los grandes directores, y llamado para hacer este papel como algo que tenía que lograr por mi desarrollo espiritual”.
Driver ha interpretado al novio poco confiable en “Girls” y al villano Kylo Ren en “Star Wars: The Force Awakens”. Para interpretar a Francisco Garrupe (Garrpe en la novela), el compañero de Rodrigues, ligeramente más escéptico, Driver, quien fue criado como bautista en Indiana, trabajó por analogía. “Esta película es la historia de una crisis de fe”, dijo él, y explicó que trataba de aplicar las ideas de fe y duda generalmente. “Podría ser fe en tu trabajo, en el proyecto o en el matrimonio; podría ser dudas acerca del trabajo o el proyecto o el matrimonio. Cuando piensas en eso de esa manera, es muy relacionable”. Así que él se relacionó a la fe y la duda, y perdió casi un tercio de su peso para el papel. “Veinticinco kilos”, me dijo mientras sorbía café negro. “Se trata de control, y como actor quieres tener control. Pero también se trata de sufrimiento: Te da información que puedes usar en el papel”. Él perdió peso en cuatro meses y medio, supervisado por un nutricionista. Antes, pasó una semana en St. Beuno’s. Garfield tenía dos días en su retiro cuando Driver llegó al lugar, un edificio Gótico Victoriano donde el poeta jesuita Gerald Manley Hopkins estuvo residenciado alguna vez. Plegados al silencio, los dos actores se saludaban cuando se espiaban en el comedor.
Liam Neeson, criado católico en Irlanda, llevó a “Silence” la capacidad de observación que ganó durante “The Mission”, la película de Roland Joffé de 1986 acerca de las aventuras de un jesuita en SurAmérica. Daniel Berrigan, el poeta y pacifista jesuita, fue asesor para esa película y fue a misa con los actores, Neeson, De Niro, Jeremy Irons, en la locación de Colombia. Neeson me dijo: Recuerdo al padre Dan decir: ‘¿Saben ustedes que Stanislavski basó sus “Ejercicios” para actores en los “Ejercicios Espirituales” de San Ignacio?’¡Yo había hecho todo ese viaje para oir eso! Eso tuvo un efecto real sobre mi”. Esta vez en Taiwan para interpretar al padre Ferreira, el jesuita más viejo quien renunció a su fe después de ser torturado, Neeson pasó un simulacro de la tortura, suspendido con una cuerda por los tobillos sobre un hueco lleno de excremento. El actor japonés Yoshi Oida, determinado a dar lo mejor de si para interpretar a un personaje crucificado en el mar, colgado en una cruz mientras una máquina de olas impulsaba mareas crecientes de agua sobre él. Oida tenía 82 años de edad. Para el momento cuando Driver filmó su escena final, en la cual Garrupe, no visto en mucho tiempo, aparece, en estado famélico provocado por sus captores, estaba alucinando de hambre. “Hice la escena y me monté en un avión rumbo a Nueva York para hacer un ensayo para ‘Girls’”, me dijo él, entonces empezó un régimen de triple desayuno en un restaurant de Brooklyn.
A.O. Scott, ahora crítico principal de cine para The New York Times, escribió una vez que Scorsese se aproxima al oficio de cineasta como a “una vocación sacerdotal, a un grupo de ejercicios espirituales sumergido en problemas técnicos”. Así fue con “Silence”. “Martin insiste en tener silencio en el estudio”, me dijo Garfield. “El silencio dice: ‘Algo está ocurriendo aquí’”. Scorsese planificó la filmación del guión cronológicamente, de manera que el elenco pudiera sentir las emociones de los personajes en secuencia. Finalmente Garfield alcanzó la escena en la cual Rodrigues pisa el fumie, profanando al Dios en el que cree y renunciando a la fe que ha venido a predicar luego de atravesar medio mundo. El actor y el director prepararon la escena: un pie descalzo presionado sobre una pieza de cobre, el rostro de Cristo desgastado por los pies de incontables apóstatas previos a él. “Es algo por lo que ambos esperamos”, dijo Garfield, “pero Marty había esperado mucho más, había esperado décadas para filmar esa escena”. El director estaba listo; el cura pisó, y entonces hubo una dificultad técnica. “Casi perdí la cordura, y pienso que Marty también”, recordó Garfield. “Él quería hacerla en una toma”. Hubo una segunda toma, y el cura profanó la imagen de Cristo de una vez por todas.
“Silence” fue hecha paso a paso. La película que Scorsese vio en su mente en el tren bala tomó 27 años y 46.5 millones de dólares en realizarse.
“Todo en el tiempo de Dios”, me dijo él filosóficamente mientras estábamos sentados en su casa casi en la oscuridad. Era la una de la madrugada. “No sabemos porque, pero así fue como se hizo esta película. Tenía que ser de esta manera”.
Scorsese podia hablar filosóficamente, porque había pasado por todo eso antes. Un proyecto apasionado, de naturaleza religiosa, basado en una novela, con retardos, dificultades financieras y rechazo entre los ejecutivos de los estudios: : Era “The Last Temptation of Christ”, su adaptación de la novela de Nikos Kazantzakis.
Cuando la novela fue publicada en Atenas en 1955, su tema, que Jesus sintió una tentación por bajar desde la cruz y vivir una vida terrenal con Maria Magdalena, fue visto como un desafío por la cristiandad conservadora, representada por la iglesia ortodoxa griega. Para el momento que esta llegó a Estados Unidos traducida al inglés, los ’60 estaban en su apogeo, y la novela fue tomada por la contracultura como refugio para la iluminación religiosa a través del conocimiento carnal.
Scorsese leyó la novela en los años ’70 cuando la obtuvo de Barbara Hershey y David Carradine, los protagonistas de “Boxcar Bertha”. Para el momento que decidió hacer la adaptación, era la era Reagan, y la novela fue vista de nuevo como un desafío por la cristiandad conservadora, esa vez a todo volumen.
Las metas que Scorsese estableció para la película eran directas. Quería darle a la historia góspel un acento contemporáneo, a la manera de los grandes artistas como Caravaggio. Y quería cumplir su visión de la niñez y llevar la épica bíblica a un lugar diferente. Pero el proyecto pronto se tornó complicado.
Despues de comprometerse con la película en 1983, Paramount Pictures empezó a dudar. Scorsese redujo el calendario de filmación (planeado para Israel) y el presupuesto, aceptando disminuir sus honorarios. Cuando los cristianos fundamentalistas conocieron el proyecto, organizaron la escritura de una campaña de cartas hostiles contra la compañía matriz de Paramount, Gulf and Western. Salah Hassanein, el líder de United Artists, entonces la segunda cadena más grande de salas cinematográficas, declaró que UA no exhibiría la película en sus pantallas, citando el problema que hubo con “The Life of Brian” y otras películas de temas cristianos, así como con una película llamada “Mohammed: Messenger of God” que había ocasionados amenazas de bombas. En una reunión agonizante con Scorsese y los ejecutivos del estudio, el jefe de Paramount, Barry Diller, canceló la película.
Ahora las intenciones de Scorsese eran mucho más complicadas. “Le dije que Dios no puede estar solo en las manos de las iglesias”, dijo él después, al recordar la reunión con Hassanein. “Hay tantos obstáculos entre nosotros y el espíritu. En un sentido, hacer esta película fue tratar de hacer a Dios accesible a las personas de la audiencia quienes se sienten alienadas por las iglesias. Yo dije: ‘He tenido tres divorcios. ¿Significa eso que no puedo hablar con Dios porque la iglesia dice que no puedo? ¡No, no! Puedo hablar por mi, porque soy yo’”.
Molesto e impaciente, él tomó dos proyectos iniciados por otros: “After Hours”, ambientada en Lower Manhattan, y “The Color of Money”, un drama de salas de pool protagonizado por Paul Newman y Tom Cruise. “The Color of Money” recaudó 52 millones de dólares: el éxito más grande que él había tenido. Envalentonado, él cambió de agente, hacia el agente de Newman, Michael Ovitz, el líder de Creative Artists Agency. “Mike dijo: ‘¿Qué es lo que quieres hacer? ¿Cuál es la película que quieres hacer?’ Yo dije, “The Last Temptation of Christ’. Y él dijo, ‘OK’. Y yo dije, ‘He escuchado eso antes’”
Ovitz consiguió la luz verde de Universal para “Last Temptation”, el cual había estrenado “The Color of Money”. Scorsese filmó en Marruecos con Willem Dafoe como Jesus, Harvey Keitel como Judas, David Bowie como Pontius Pilate y Barbara Hershey como María Magdalena.
Lo que ocurrió después aun se mantiene como un episodio central en la guerra de culturas. Mientras Scorsese trabajaba contra reloj para editar la película, la derecha religiosa se movía contra esta. Ronald Wildmon, un instigador del ala derecha y líder de la American Family Association, organizó una campaña de piqueteros en Universal Pictures en Los Angeles. El reverendo R.L. Hymers Jr. del Baptist Tabernacle de Los Angeles hizo lo propio fuera del hogar de Lew Wasserman, el director de MCA, la cual era dueña de Universal. El líder de la Campus Crusade for Christ, Bill Bright, ofreció comprar la película a Universal para destruirla. Universal adelantó la fecha de estreno de la película y sufragó una página completa de publicidad en el periódico para apoyarla. En una entrevista con reporteros en Roma, el director italiano Franco Zefirelli, quien no había visto la película, la llamó “horrible y completamente fuera de rango”. Las reseñas le atribuyeron una declaración de que la película era el producto de la “escoria judía” de Hollywood. Zefirelli negó eso, pero se corrió la especie de que la película era el fruto del trabajo siniestro de un grupo de ejecutivos de cine judíos quienes conspiraban contra la fe cristiana.
El día del estreno de la película en Ziegfeld, 12 de agosto de 1988, centenares de piqueteros estaban ahí. También varios equipos noticiosos televisivos.
“Despues del estreno”, me recordó Scorsese, “un grupo de nosotros fue a cenar en el hotel Regency”. El grupo incluía a los ejecutivos de Universal; el celebrado director Michael Powell, Thelma Schoonmaker editora y colaboradora de Scorsese por mucho tiempo; y cristianos prominentes quienes habían apoyado la película. Paul Moore, el obispo episcopal de Nueva York, había escrito una carta a The New York Times declarando que la película dramatizaba el alma de la iglesia al enseñar que Jesus es a la vez humano y divino. En el Regency, Moore le habló a Scorsese acerca de un libro que debía leer. El día siguiente se lo había enviado: “Silence” de Shusaku Endo.
En Egipto, Siria, Pakistan, China, y otros lugares, la persecución de cristianos, a menudo hasta el punto del martirio, es real y contínua. Desde los ataques del 11 de septiembre, la palabra “mártir” ha tomado nuevas connotaciones feas. “Silence”, entonces, es inadvertidamente temática. Como la novela, la película interroga la propia idea del martirio cristiano, al proponer que hay instancias cuando en el martirio, el creyente asocia rápido a Cristo al amargo final, no es santo ni justo. Están en el camino del arte los argumentos que se hacen en defensa de “Last Temptation”: que un acto no pueda ser completamente entendido si las intenciones detrás de él no son tomadas en cuenta, y que un aparente acto de profanación puede ser un acto de devoción si es hecho fuera de la fe subyacente.
En un momento dramático de la novela, Rodrigues oye el llanto de los cristianos quienes están siendo torturados fuera de su celda. A él le han dicho que puede salvar sus vidas si pisa el fumie. Él agoniza, Reza. Siente la oferta como una tentación. Exhausto, hambriento, rodeado por el sufrimiento y la muerte, él oye una voz que toma como la de Jesus: “¡Pisoteo! Fue para ser pisoteado por los hombres que vine a este mundo”.
“La novela tiene una profunda pregunta teológica”, me dijo Peter C. Phan, un teólogo jesuita de Georgetown quien nació en Vietnam. “La pregunta es esta: ¿Nos es permitido hacer un acto maligno para obtener un buen resultado? Si lo hace para salvarse a si mismo, entonces la respuesta es no. Pero la novela es muy compleja, porque el lo hace por sus seguidores, por el buen fin de salvar a su rebaño. Él irá al infierno, pero por el bienestar de ellos”.
Rodrigues pisotea el fumie. Porque su intención es correcta, salvar las vidas de otros, el acto parece correcto. Y porque esto enaltece el sacrificio de su exaltado sentido de si mismo, parece un acto cristiano, una pérdida de egoísmo por el bienestar de otros.
La novela no funciona a través de preguntas teológicas tan académicamente. Preferiblemente las envuelve en otras preguntas: si la actividad misionera es de hecho una forma de imperialismo, y si el contenido de una fe religiosa se pierde en la traducción cuando es promulgada en un nuevo lenguaje en otro país.
¿Debería la iglesia adaptarse a culturas particulares, o debería mantener un enfoque propio? En la teología cristiana esa es una pregunta de “desculturización”. Desde el Consejo de Jerusalen, cuando los apóstoles, judíos de nacimiento, tuvieron diferencias acerca de si los nuevos cristianos debían mantenerse en la ley judía, la historia de la cristiandad ha tenido episodios de preguntas de desculturización. La brillantez de “Silence” está en que muestra como esas preguntas crecen y se multiplican. Los jóvenes jesuitas parecen favorecer la desculturización, al adoptar vestimentas de peones, tomar los sacramentos directamente de las personas y llamar a su choza “el monasterio”. Un magistrado, una figura similar al Gran Inquisidor de Dostoievsky, le dice a Rodrigues que el cristianismo no puede arraigarse en el “pantano” que es Japón. Cuando Rodrigues finalmente lo conoce, Ferreira concuerda. ¿Los conversos? Ellos son budistas rechazados, el cura apóstata dice, ellos reverencian al “Sun of God” (“Sol de Dios”), no al “Hijo de Dios” (“Son of God”). ¿Esos mártires, que mueren colgados por los pies en el pozo? Ellos no mueren por Cristo, le dice a Rodrigues, ellos murieron por ti.
Por todo eso, “Silence” es en si un acto complejo de desculturización, una novela que muestra el punto de vista de un cura europeo, que no podía ser escrita por nadie más que por un japonés. El fumie, también es una expresión de desculturización, un punto desarrollado en un libro nuevo del artista Makoto Fujimura. Es una imagen de Dios planeada por el shogunado con el propósito de abusar, pero en el curso de la novela, se convierte en una imagen auténtica de Cristo. Bajo amenaza, los conversos abusan de él. Renuncian a su fe. Pero eso no significa que dejan de creer. Ellos siguen su fe a escondidas de manera misteriosa.
El propio cuerpo de trabajo de Scorsese es un argumento fuerte para la desculturización, porque el instintivamente encuentra patrones religiosos e imágenes en una inmoral sociedad moderna, urbana, vulgar. Su “Silence” es un acto de adaptación cultural (algunos lo llamarían apropiación) al tercer grado: Aquí un italoamericano católico adapta una novela japonesa católica acerca de portugueses católicos para una película de Hollywood, sin discusión la forma más distintiva de arte de la cultura estadounidense.
Y aún asi el “Silence” de Scorsese sugiere que la desculturización del tipo usual es imposible. En lugar de eso, hace vívida la idea de que el acto llamado apostasía puede ser una adaptación de la fe religiosa a una cultura hostil, y que la fe mantenida a pesar de los actos de apostasía de un creyente es fe a pesar de todo.
La pregunta a la que se remite la novela, entonces, es esta: “¿Eres cristiano?” Esta pregunta hecha por Garrpe al peón Kichijiro, es una que Rodrigues debe contestarse antes de acercarse al fumie, y mucho después que lo pisotea. Es una pregunta que no puede ser contestada por el creyente de la iglesia, o por un mentor, o por la sociedad. La novela no trata de la dificultad de un misionario con una cultura hostil. Cuando el magistrado lo dice, Rodrigues lo niega: “ ‘No…no…’ Inconscientemente el cura levantó la voz mientras hablaba. ‘Mi lucha era con la cristiandad dentro de mi corazón’”.
Antes de estrenarse en Nueva York y Los Angeles en diciembre, “Silence” será exhibida en Roma para varios centenares de jesuitas y para cinéfilos en el Vaticano. No hay margen para suponer que el Papa Francisco, un jesuita, encontrará la manera de estar ahí.
Scorsese seguramente estará ahí, y es impactante visualizarlo sentado en la oscuridad con el papa mientras se exhibe su nueva película. Sus niñeces fueron muy similares: El niño de seis años de edad Jorge Mario Bergoglio fue llevado a Buenos Aires en una familia de inmigrantes italianos quienes lo llevaban a menudo al cine, y creció admirando el cine italiano, especialmente “La Strada” de Fellini, “una película acerca de la posibilidad de santidad”, la llama Scorsese. Le pregunté a Scorsese como describiría su trabajo al Papa Francisco. Hizo una pausa, entonces replicó, “Diría que he tratado en mi trabajo, de encontrar como vivir la vida, he tratado de explorar que es realmente nuestra existencia y el significado de esta”.
Un día no hace mucho tiempo, Scorsese salió de un carro negro frente a la vieja catedral. Tenía un sobretodo, una bufanda y un sombrero de ala ancha. Se ajustó la bufanda, se encajó el sombrero y se paró cerca del cementerio adyacente a la catedral.
“Solíamos jugar a las escondidas aquí”, dijo él. “Te podías esconder detrás de las lápidas. Sabías cuales eran de tu tamaño”.
Little Italy hoy es principalmente un territorio simbólico, como el Vaticano en Italia. El viejo Ravenite Social Club, el sitio de reunión del sindicato del crimen Gambino, es ahora una zapatería Cydwoq. Chinatown, una vez al sur de Canal Street, se extiende subiendo Mott Street. En las iglesias católicas, se ofrece la misa en vietnamita y cantonés.
Scorsese miró hacia arriba en Mott Street hacia Houston Street. “Donde está el restaurant coreano que solía ser una casa bifamiliar. Despues de eso fue una funeraria. La procesión fúnebre salía y llevaban el féretro a lo largo de las aceras hasta entrar a la catedral. Recuerdo dos muchachos del vecindario, de 16 o 17 años de edad, ellos murieron de cáncer, y sus familias tuvieron que ser llevadas desde la funeraria hasta la iglesia, estaban devastados. Fue terrible. Nunca lo olvidaré”.
Dentro de la vieja catedral, se hizo visible que tan literalmente Scorsese nunca ha olvidado, ni el esplendor de la iglesia, ni la presencia del sufrimiento y la muerte, el pecado y la redención, cercanos. El pastor señaló los detalles de la renovación: los santos retocados con sus colores originales, el altar de mármol y bronce restaurado a la manera como era antes de un esfuerzo de modernización en 1970. Scorsese, quien se fue del vecindario en 1965, no necesitaba un guía. Conocía cada palmo del lugar. “Imagina a un niño de ocho años parado aquí con una sotana blanca, recitando una oración en latín”, musitó en voz alta. “Ese soy yo”.
Las escenas de cierre de su “Silence” siguen a Rodrigues a través de las décadas posteriores a su apostasía. Ya no era cura, Rodrigues representa al shogunado en sus negocios con los inversionistas de Europa. ¿Cómo es su vida interior? ¿Qué cree él? Trabajando más desde la imaginación que desde el texto de la novela, Scorsese encontró una imagen final, sutíl pero no críptica, para la posición del personaje, es una imagen que sugiere la naturaleza del compromiso de Scorsese con los asuntos de la fe.
Le pedí que estableciera una conexión entre “Silence” y lo que él veía en la vieja catedral. Él se tocó la frente con dos dedos. “La conexión es que esto nunca ha sido interrumpido. Es contínuo. Nunca me fui. En mi mente, estoy aquí todos los días”.
Paul Elie es el autor de “The Life You Save May Be Your Own”, (“La Vida Que Salvas Puede Ser La Tuya”), acerca de los escritores Flannery O’Connor, Thomas Merton, Walker Percy y Dorothy Day, y “Reinventing Bach”. Ambos libros fueron finalistas en el National Book Critics Circle Award.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario