jueves, 15 de diciembre de 2016

La Voz de Cheo García.

Esa cadencia, esa capacidad para modular los tonos altos hasta convertirlos en el instrumento más afinado de la orquesta, esa espontaneidad formal que llevaba los paisajes más naturales hasta el salón y los hacía coexistir en una armonía inexplicable, todos esos atributos incidieron en mis sienes de cuatro años de edad la primera vez que escuché a Cheo García cantar el “Karakatiski” mientras huía de la sopa de gallina entre las matas del patio. Mamá aprovechó que me detuve un momento y me dispensó una cucharada. Aquella voz había detenido mi carrera, me parecía divertida, era como si tuviese a un amigo contando un chiste en el fondo del patio “Luz María preguntó a Rafael…Qué donde estaba el dinero…Qué se ganó trabajando… En todito el mes de enero”. A partir de ahí llegué a saber más del cantante, solo mediante sus canciones y algunas presentaciones que tuve oportunidad de presenciar. Siempre que escucho en la segunda quincena decembrina algún comentario en la radio sobre el aniversario de la desaparición de Cheo García (José Rafael García Áñez), siento la brisa de un atardecer cumanés, frente al estadio municipal improvisaron una tarima y en la distancia de la muchedumbre, apenas podía distinguir la presencia de la Billo’s Caracas Boys y un tipo que gesticulaba en la parte delantera de la tarima con el micrófono en la mano derecha. Por un momento hubo algún desperfecto técnico y la orquesta se quedó sin electricidad. Los treinta segundos que duró la falla, la voz de Cheo se siguió escuchando intensa a lo largo de la avenida Gran Mariscal, toda una demostración a capella de la magnitud vocal de aquel artista de quien años después me enteraría que estudió música y formó parte de varias agrupaciones corales a nivel académico, justo en ese momento imaginé como sería una interpretación de Cheo García del Ave María de Schubert en una iglesia. Mientras hago el ejercicio mental de sustituir la voz de Cheo al momento de un matrimonio eclesiástico que luego terminó en disolución, de pronto ese momento, la lírica, la intensidad de la interpretación, lo fantasmal de la imaginación, me hace plasmar en el más destrozado lienzo, las líneas más hermosas de aquella mujer con quien resultó muy duro convivir, y las pinceladas más profundas matizadas con la acentuación de mis errores, algunos de ellos neutralizados con la escuela de la experiencia, otros aun persisten entre las espinas de la reincidencia escurridiza y traicionera. Y me voy muy lejos en mi caminata diaria bajo los estertores del sol en el horizonte erizado de nubes naranjas y violetas, hasta recuperar un poco la calma y el ánimo en medio de una orquesta de grillos que me lleva a una transmisión radial. Era un programa de medicina donde hicieron una introducción en tributo a “Cheo García el guarachero más significativo de Venezuela y muchas partes del area del Caribe”. Hasta ese momento pensaba que las destrezas de Cheo García se remitían a la interpretación vocal, la camaradería con sus compañeros de orquesta y el entusiasmo que transmitía aún sin conocerle. El locutor del programa de radio empezó a conversar de una de las canciones ícono de Cheo con Billo’s, una que estremeció y aun impacta los carnavales y otras fechas festivas. Había leído en el respaldo del álbum Billo’s ’73 que la pieza era una Plena, y cuando indagué más supe que se trataba de una tendencia musical procedente de Puerto Rico, por lo cual imaginé que la letra muy probablemente también era de un compositor boricua, hasta esa tarde frente al radio Sony de corriente y pilas, el señor que conversaba mediante las ondas hertzianas dijo que Cheo había compuesto la letra de “Pa’ Maracaibo Me Voy”. Entonces entendí mejor la dimensión y la profundidad del cantante, del artista, del ser humano. Podía comprender mejor la propiedad y el sentimiento cuando fraseaba “Pa’ Maracaibo me voy, esa es mi tierra y allí nací…Pa’ Maracaibo me voy…saladillero de corazón…Pa’ Maracaibo me voy…yo no me olvido de la sonora…” Mientras escuchaba la radio me emocionaba al recordar los requiebres de la voz de Cheo en esa canción. Otro de los comentarios de aquel programa radial refería que un renombrado canal televisivo donde Cheo García había realizado numerosas presentaciones con Billo’s dejó en un segundo plano el deceso del cantante marabino y si le rindió varios homenajes a uno de los integrantes de un famoso binomio que interpretaba vallenatos quien también había fallecido por esos días, se respetan las decisiones y los méritos de cada quién, sin embargo este es un episodio más del voluminoso libro que refleja la amnesia histórica venezolana. Aún cuando las memorias, anécdotas e imágenes quedarían intactas en la mente de quienes admiramos y disfrutamos la voz de Cheo García, resulta vergonzoso reconocer la discapacidad documental que muchas veces explica las imprecisiones y errores que nos llevan a retroceder como país, a fallar reiteradamente como grupo humano, a caminar sobre el polvo que ayer fue satisfacción. Una noche hacia finales de los años ’80 o inicios de los ’90, fui a una fiesta en el club Italo-Venezolano de Cumaná. Una de las agrupaciones musicales que amenizaban la recepción era la orquesta de Cheo García. Por supuesto, disfrutamos el primer set con las ocurrencias y acrobacias vocales del cantante zuliano. Mientras tocaba la otra banda fui al baño y de regreso a la pista oi un ruido de piedras de dominó, me acerqué detrás de una palmera y estaban cuatro tipos sentados en gaveras alrededor de una mesa improvisada también con gaveras. El juego terminó con una discusión muy fuerte, uno de los jugadores reclamaba a su compañero con expresiones destempladas. Cuando se levantaron, noté que eran los músicos y el que tenía la cara más descompuesta era Cheo García. Imaginé que solo cantaría boleros o que perdería mucho de su calidad interpretativa. Al empezar el segundo set, Cheo García tomó el micrófono y luego de una introducción instrumental poco usual ejecutó una descarga de jocosidad y pimienta como nunca le vi en el escenario, grabaciones o presentaciones televisivas, hasta bajó de la tarima y ensayó varios pasos de baile. La inmortalidad de la voz de Cheo García en la radio y en las salas de familias de varias épocas, me hace rebobinar cada vez las mediodías de cuando era fugitivo del almuerzo, mamá se desesperaba ante la inminencia de su salida a trabajar, sabía que la muchacha que me cuidaba ya no tenía más historias con que entretenerme. Entonces un brillo apareció en sus ojos apretó el paso hacia el radio y giró el sintonizador, presionó varias teclas blancas, la inmensa aguja roja recorría todas las emisoras y todo lo que salía por las cornetas era interferencias eléctricas, noticieros y otras canciones. Justo cuando se resignaba a irse, apareció la cadencia, la intensidad de esa voz y vine corriendo desde el fondo del patio con una emoción que revivo cada vez que escucho el “Karakatiski”, el ambiente festivo impregna el aire de una felicidad profunda y fugaz. Alfonso L. Tusa C.

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