martes, 22 de marzo de 2011

Pasos punzantes

La presión de los deberes del laboratorio amenazaba atenazar la tranquilidad de los técnicos. Luego de las once y media empezaban a relajarse los rostros. Los teléfonos aserraban la dinámica de trabajo. “¡Qué pasó! ¿Qué toca hoy? ¿Repeticiones de 300 metros?” El bolso rebotaba en las espaldas y cada quién traspasaba la puerta verde. El esfuerzo físico empezaba en los pasillos, había urgencia de llegar a la pista.
La adrenalina flotaba sobre la arena. En los calentamientos ya afloraban los primeros intentos de competitividad. Algún forcejeo, una que otra cabalgata semidisparada revolvía el ambiente de tensión relajada en la posibilidad de demostrar que si se podía hacer un buen tiempo y aún seguir respirando sin dificultad. El sudor bajaba por los cabellos, los ojos ardían, los pies casi repelían la tierra.
El entrenador señalaba el lugar de partida y todos enfilaban sus latidos hacia la raya marcada a pulso de suelas de goma. Algunos daban los últimos arranques en frío pocos metros detrás de la raya, esa que una vez traspasada abría un horizonte que se modificaba con cada zancada, cada pulmón perforado de oxígeno, cada músculo estirado hasta que los zapatos brillaban a la altura de las rodillas, cada grito que liberaba el arsenal de metas alojado en la franela de cada quién. Así arrancaban. A un resoplido del entrenador, el pelotón de zapatos calcinaba la pista y el sol hervía en las piernas.
Las carreras de 100 y 200 metros ardían en esos momentos previos a la arrancada. Cada carrera paralizaba la respiración con todo el esfuerzo muscular descargado. En ese momento se veía volar por las ventanillas toda la porquería de estrés acumulado en el trabajo, o en la casa. Y al llegar a la meta se escuchaban gritos de artes marciales y algunos se lanzaban a la grama con una mirada de agradecimiento ceñida al cielo. Al poco rato todos estaban otra vez caminando o trotando hacia la punta de partida. Algunos alardeaban que en la próxima carrera mejorarían su tiempo y terminaban boqueando en la cola del pelotón, pero al aproximarse a la raya intentaban rematar con una perola de leche en la cara.
Quizás las jornadas más disfrutábadas llegaban adheridas de las carreras que trascendían los confines de la pista para dejar los pulmones en las subidas del cerro posterior al edificio del almacén, o cuando salíamos por el portón 2 rumbo al campamento Nora o más allá. Luego no sabíamos como nos rendía el tiempo para regresar, bañarnos, almorzar y regresar a los laboratorios. Otras veces íbamos al Nora vía interna y debíamos saltar quebradas y matorrales en un recorrido tan o más exigente que el externo. El tropel de las zancadas activaba la adrenalina. Nadie se quedaba rezagado, el orgullo flotaba sobre el miedo a llegar tarde y encontrar el comedor cerrado. De alguna manera todos nos sentíamos parte de una satisfacción que fluía con cada gota de sudor derramada sobre las aristas de un equipo que desplegaba sus alas a través del esfuerzo compartido, las respiraciones entrecortadas y las sonrisas apretadas cuando alguien apuraba el paso para tratar de adelantar y quién iba adelante sacaba fuerzas de flaqueza para resistir la embestida. De esta materia consistía el cemento que nos amalgamaba como grupo. Zancadas empalmadas con brazadas, una conversación de respiraciones que estallaba al regresar a la pista con cien mil kilos de estrés descargados de nuestros hombros y una tarde de sonrisas y relajación en el horizonte.

Alfonso L. Tusa C.

lunes, 7 de marzo de 2011

Alrededor de aquella medianoche

La primera “Pelea del Siglo” de la cual tuve conocimiento ocurrió el 08 de marzo de 1971. La iban a transmitir por el canal cuatro (Venevisión), esa señal entraba con muchas interferencias en la casa. “No importa. Algo haremos. Esta noche me vengo temprano del dominó”, nos había dicho Papá en la cena.
Muhammad Ali (Cassius Clay) venía de un receso carcelario de 3 años por negarse a ir a la guerra de Vietnam. A su regreso había derrotado a Jerry Quarry y a Ringo Bonavena. Pero algo decía que distaba de estar al tope de sus condiciones. Joe Frazier era el Campeón Mundial y aquella noche expondría su título en el Madison Square Garden.
Papá llegó como a las nueve y media de la noche. Primero Felipe movió la antena y las voces de Carlos González y Delio Amado León inundaron el comedor. Luego Jesús Mario se subió al techo y estiró algunos tubos de la antena, así mejoró la imagen pero permanecía un ruido de interferencia.
Antes o después de la pelea Frazier vino a Venezuela con un grupo musical llamado “Los Noqueadores” o algo por el estilo. Se presentaron en un espacio musical que tenía Amador Bendayán en RCTV: “Sábado Espectacular”.
Cuando se hicieron las 11 de la noche y la pelea aun estaba por comenzar papá se paró a un lado de la jardinera. “Tan buena que estaba la partida de dominó. Hubiéramos podido jugar otra. Pero cuando María La Catira dijo que iba a empezar la pelea hasta Andrés agarró sus billetes de lotería y salió volando en la bicicleta”.
Alrededor de las doce sonó el primer campanazo. Cada jab de Ali recibía un uppercut de Frazier. Las voces de los narradores iban in crescendo. Delio Amado matizaba los amagos y estrategias. Carlitos González intervenía cuando los intercambios estremecían los rostros de los púgiles.
En cada round Felipe iba a ajustar el sonido y Jesús Mario subía al techo para afinar la imagen. Parecía que las escaramuzas de cada round alteraban hasta la nitidez de la transmisión.
A medida que avanzaba el combate los intercambios de impactos se multiplicaron. Hubo un momento que lo único que se escuchaba eran las voces de los narradores y los grillos de Cumanacoa.
En el décimoquinto round la porfía llegó a su climax. Cuando todo hacía pensar que sería una decisión muy exigente para los árbitros. Todos brincamos de las sillas. En el último minuto Frazier combino sus puños y Alí cayó. A los tres segundos se levantó. Sonó el campanazo final. El triunfo fue para Frazier. Ambos boxeadores pasaron la noche en el hospital.
El célere autor Norman Mailer escribió sobre la caída de Ali: "Fue entonces como si el espíritu del Harlem y los fantasmas de los muertos de Vietnam vinieran en su ayuda, manteniéndolo en pie frente al desorbitado Frazier. Había demostrado así, lo que tantos intuíamos en secreto: que es un hombre capaz de soportar la tortura moral y física y seguir en pie".

Alfonso L. Tusa C.

lunes, 28 de febrero de 2011

Vespertinas de Plaza Montes

Varios cristofué sacudieron la rama más baja del árbol. Las esferas verdes temblaban a tres metros del cemento intercalado de jardines. La luz solar bajaba en el mismo ángulo con que Juan corría desde la esquina de la heladería. El tercer disparo tumbó un racimo de mamones.
Alfonso levantó una mano y soltó la santamaría del cine Royal. El impacto de piedra contra teja lo templó hacia el cuadrilátero encementado con bancos de madera en la periferia.
Un hombre bajo de calva incipiente atravesó la puerta de la farmacia con humo en los ojos. Santiago cambió la emoción de los mamones en el piso por el miedo de la mirada del señor. Juan frenó con la punta de los zapatos. Alfonso relamió sus labios al observar la pulpa rosada de los mamones.
Cuando Santiago se preparaba a bajar la cabeza, Beltrán abrió la mano ante la embestida de los muchachos.
__¡Un momento. Esos macos los tumbó Santiago! El muchacho abrió los ojos y se tocó las fosas nasales. De inmediato Beltrán agarró el racimo y mordió la cáscara glauca.
__Ummm. Esto está sabrosísimo.
Santiago miró por varios segundos la inquietud de los zapatos de Alfonso y la dinámica de las manos de Juan. Beltrán abultaba sus pómulos con la semilla de los mamones. El láser de sus ojos encandilaba a Santiago. Sabía que le esperaba un castigo de al menos
varios días sin salir a la plaza.
Del lado de la calle Flores venía un rumor cada vez más intenso. Varios muchachos forcejeaban. Pedro Luis tuvo que saltar el mostrador de la librería para separarlos. Al subir los escalones de la plaza volvieron a discutir por un puñado de barajitas que tenían en las manos. La discusión se prolongó hasta que pasaban frente a la farmacia. Allí, uno de los muchachos al ver que le arrebataban sus barajitas lanzó una piedra que, una vez que los muchachos arrancaron a correr, iba dirigida a una de las vitrinas. Juan alargó la mano y desvió la piedra con la chapa de su gurrufío.
El asomo de humedad en los párpados desapareció con la deformación de la chapa. Más de una hora había pasado Juan aplanando la pieza metálica con una piedra y otro rato agitó su mano derecha más rápida que el aspa de un ventilador para sacarle brillo con una lija 00.
Agitando la mano para aliviar el dolor se sentó junto a las arcayatas donde amarraban los burros.
__Cónchale, si hubieran estado jugando pelota no tiran esa pelota tan duro.
Beltrán trató de revisar la mano pero Juan la tenía enterrada en lo más recóndito de su vientre, entre las costillas y la ingle. Luego de algunos forcejeos logró arrancársela cual garrapata de la piel de un perro. Al abrir los dedos un círculo demarcado por el filo del gurrufío delineaba una línea carmesí que se tornaba morada en el centro. Beltrán le hizo algunas señas a Santiago y este atravesó la baranda de madera.
Algunos sonidos de escaleras plegables y contactos de puertas en las vitrinas precedieron el regreso de Santiago. Alzó los dedos con un frasquito donde una sustancia ambarina permanecía inmóvil ante los saltos el muchacho. Beltrán arrugó la frente.
__Te pedí mercuro-cromo.
__El aceite de palo es mejor. La otra vez una gallina me dio un picotazo y con esto no tenía ni la marca al día siguiente.
Mientras Juan se retorcía sin que le hubiesen aplicado la medicina, Alfonso estiró el cuello ante un reguero de papeles que habían dejado los muchachos que corrían. Eran barajitas. Entre ellas había una de fondo azul claro con un diseño blanco. Sus ojos pestañearon. Sólo la voz de Beltrán lo sacó del ensueño.
__Usted está castigado por tirarle piedras al mamón.
Juan sopló la palma de la mano hasta que bajó la marea.
__Pero a usted le gustaron los macos que Santiago tumbó.
Beltrán se lo quedó mirando al tiempo que Alfonso se paraba a su lado y lo empujaba con el hombro. Juan adelantó otro paso con la mano abierta hacia Alfonso.
__Además ese aceite que trajo Santiago me ha refrescado bastante el golpe.
Beltrán estiró el índice hacia una de las puertas de la farmacia y Santiago empezó a caminar hacia allá con la cabeza gacha.
Juan intentó continuar la reclamación. Cuando vio la barajita de fondo azul claro que flotaba en una mano levantada cambió el sentido de sus pasos.
__¡Esa es la barajita que me falta para llenar el album!
La emoción los hizo volar hasta la casa. Juan sacó una hoja plagada de barajitas debajo de su cama. Cuando pegaron la bandera azul claro, Juan escondió el album debajo de la camisa y sus pasos se multiplicaron hasta que las aceras llegaron a la librería. Pedro Luis decía que los balones de fútbol se habían acabado hasta que Alfonso señaló hacia un rincón.
__¿Y esos tacos blancos y negros que se ven ahí?
Pedro Luis sonrió. __¡Caramba mano a ustedes no se les escapa nada!
Ese día jugaron futbol en la calle toda la noche. Un patadón llevó el balón al jardín de Beltrán. Pasaron un momento dudando si entrar a la casa hasta que Beltrán salió y se internó con el balón en la cancha de asfalto, le hizo un pase a Santiago frente al arco que defendían Alfonso y Juan.

Alfonso L. Tusa C.

sábado, 26 de febrero de 2011

La primera de cuatro

La hamaca del pasillo adyacente al patio estiró sus cabuyeras, las
arcayatas crujieron hasta casi borrar la sinfonía de los sapos en
aquella penumbra donde los cocuyos estallaban en medio del patio como
era común en los febreros de Cumanacoa. El radio transistor casi se
salió de mis manos cuando la voz emocionada de Carlos Tovar Bracho
trajo el cuadrilátero a dos palmos de la hamaca. “…izquierda y derecha
de Jimmy Dupree. Se cae Vicente Paul Rondón, está muy mal..” Era el
segundo round del combate que ocurría en el Nuevo Circo caraqueño el
27 de febrero de 1971..
En ese momento llegaron mis tíos maternos y propusieron salir a
pasear un rato. “Vamos a dar un vueltica por la plaza”. Al
apertrecharme junto al radio al lado del poste de la antena donde se
escuchaba mejor la transmisión, Carlos y Eleazar forcejearon para
quitarme el radio pero alcancé a lanzarlo sobre las láminas de cinc
del techo del lavadero y desde allá se escuchaba más fuerte la voz de
Tovar Bracho.
Rondón había tenido una trayectoria aceptable como peso mediano,
perdió el invicto ante Bobby Warheim el 12 de enero de 1968 en Nueva
York. Luego perdió con Manón González por nocaut en 9 asaltos el 14
de abril de 1968 también en la Gran Manzana. Después ganó y perdió
ante el cubano Luis Manuel Rodríguez el 03 de junio y el 19 de julio
de 1968 en San Juan, Puero Rico. Le ganó a Benny Briscoe el 23 de
septiembre de 1968 y luego Briscoe se desquitó el 25 de enero de 1969.
Debido a dificultades para hacer el peso decidió subir a la categoría
de los semicompletos y el 30 de mayo de 1969 enfrentó a José García
por el título nacional y lo venció en 12 asaltos.
Carlos y Eleazar sacaron unas serpentinas y llenaron el pasillo de
caramelos y papelillo. Agarré una “picha” del suelo y me encaramé por
los bloques de dibujo del lavadero para acercarme más a las láminas de
cinc. “Pero vamos chico. Llévate el radio y oyes la pelea en la
caravana”.
Rondón había empezado a boxear porque ante sus repetidas reyertas
callejeras su madre le recomendó: “Mijito si quieres peleas, métete a
boxeador”. El muchacho se lo tomó en serio y a la primera oportunidad
se fue a Caracas y mientras trabajaba diferentes oficios o cumplía el
servicio militar empezó a practicar el pugilismo.
“La pelea empieza a tomar otro cariz Rondón es otro peleador en este
tercer round. Un tremenda derecha y un jab muy duro hacen estremecer a
Dupree, quién empieza a sangrar en el arco superciliar derecho. El
trabajo que hizo Tuto Zabala en la esquina recupero por completo a
Rondón”.
Subí tanto en los bloques de dibujo que pegué la cabeza del cinc.
“No, si me voy con ustedes no voy a poder escuchar la pelea con las
cornetas, la música y los gritos. Me voy a quedar aquí”.
Antes de la pelea Rondón había declarado: “Dupree no me dará la
talla. No me importa en qué lugar (del ranking) se encuentre, yo sólo
sé que no será él quién me quite el sueño y menos el título”. Por su
parte Dupree respondió a su llegada al país: “Si Rondón sale a pelear
creo que acabaré temprano. Noquearé a Rondón en cinco rounds.
Sinceramente, he pensado que la única forma de que la pelea llegue al
término de los quince asaltos, es que Rondón rehuya y se limite a
correr”.
Rondón saltó al profesional el 28 de junio de 1965 bajo la tutela de
Rafito Cedeño. En 1967 ante un viaje de Cedeño a Japón, el púgil se
fue a Puerto Rico y firmó contrato con Teddy Martínez con quién se
estrenó el 08 de septiembre.
Busqué una escoba y con varios toques desde el interior del lavadero
desplacé el radio a un lugar más cercano a la orilla del techo. El
brazo se me quedó paralizado entre los bloques de dibujo y el cinc. La
voz de Tovar Bracho perforaba el metal. “Izquierda y derecha de
Rondón. Un uppercut bárbaro le saca el protector a Dupree que está muy
mal amigos. Parece que el árbitro va a detener el combate.
Efectivamente Vicente Paul Rondón es el segundo Campeón Mundial en la
historia del boxeo profesional venezolano.

Alfonso L. Tusa C.