miércoles, 25 de mayo de 2016
Parte 2.Hombre vs Maratón. Tratando de identificar al atleta quién podría ser capaz de romper la barrera de las dos horas.
Jeré Longmanmay. The New York Times. 10-05-2016.
Bekoji, Etiopía.- Vestido con una camiseta de futbol y pantalones grises, Chala Tulu, 14, empezó a caminar descalzo y luego incrementó gradualmente su paso alrededor de una pista de grama en la escuela primaria de Bekoji.
Tulu usaba una máscara y un arnés equipado con un paquete pequeño de baterías y un dispositivo conocido como analizador de gas. Él había sido voluntario para una prueba de VO2 max, la cual mide la máxima cantidad de oxígeno que puede usar un corredor.
Un tractor había surcado la pista con las marcas de los carriles. Los eucaliptos servían como rompevientos. Las montañas de trigo y cebada se levantaban en la distancia, marrones y bronceadas en las semanas después de la cosecha. Mientras Tulu incrementaba su velocidad con un paso elegante, los niños aplaudían y coreaban su nombre.
Siguiéndolo en una bicicleta esta el fisiólogo Yannis Pitsiladis. Él había empezado a probar atletas jóvenes, tratando de identificar talento prometedor para un plan audaz: usar la ciencia para facilitar el maratón por debajo de dos horas para 2019, una década o dos antes de lo que muchos expertos piensan que será posible.
La marca actual de 2 horas, 2 minutos, 57 segundos fue establecida en 2014 por Dennis Kimetto de Kenya. Pitsiladis creía que el primer corredor en bajar de dos horas, y así transformar los límites de la resistencia humana, no sería una estrella actual sino que se ajustaría a cierto perfil: alguien quien hubiera crecido en un pueblo rural de África Oriental en un lugar elevado, mejorando su capacidad de trasladar oxígeno, y quien estuviese acostumbrado a horas de actividad diaria, como caminar o correr a la escuela, cargar agua o pastorear ganado.
“El asunto desconocido para un maratón por debajo de dos horas es la edad”, dijo Pitsiladis, un experto en antidopaje del Comité Olímpico Internacional y profesor de deporte y ciencias del ejercicio en la University of Brighton de Inglaterra.
“¿Es la edad un factor limitante?” dijo Pitsiladis.”Diecinueve, 20, 21, ¿es eso negativo? Tal vez 21 sea aun mejor que 29. Veintinueve podría ser un tipo rico; él no es tan hambriento. Uno de 17 años de edad podría ser menos miedoso, listo para correr sobre brasas, si eso le hace sentir mejor”.
Así que Pitsiladis observaba de cerca a Chala Tulu.
Un occidental, Pitsiladis se ha hecho sensitivo a los retos de imponer sus ideas en los corredores del este de África. Las técnicas y tradiciones de Etiopía habían producido medallistas de oro olímpicos por más de medio siglo. Y los etíopes tenían un orgullo particular y evidente, derivado en parte de nunca haber sido colonizados por europeos.
Por la prueba VO2 max, Pitsiladis recibió una solicitud de aclaratoria ética de Addis Ababa University de la capital etíope, donde él es un profesor invitado. Y buscó el permiso del director, subdirector y el renombrado entrenador Setayehu Eshetu, de la escuela primaria de Bekoji.
Los hombres se reunieron en una pequeña oficina donde Pitsiladis explicó su empresa, el Sub2 Project. Presentó a su experto en altitud, Zeru Bekele, un etíope, para clarificar que esto no era un asunto manejado solo por extranjeros.
En esta avanzada mañana de febrero, Pitsiladis explicó que quería “producir el próximo Kenenisa”, una referencia a Kenenisa Bekele, un nativo de Bekoji quien es 11 veces campeón mundial de campo traviesa, triple medallista de oro olímpico en pista, y el dueño de las marcas mundiales de 5000 y 10000 metros.
Bekele y su coterráneo etíope, Haile Gebrselassie, son ampliamente considerados los corredores de distancias largas más grandes de la historia, y Pitsiladis ha enrolado a Bekele en su proyecto, no para que rompa la barrera de las dos horas corriendo él, sino a través de entrenamientos y pruebas, para entender mejor lo que se podría necesitar.
Pitsiladis habló respetuosamente de Eshetu, el entrenador, quien había descubierto a Bekele y otros campeones olímpicos, escogiendo estrellas potenciales por su tipo de cuerpo: torsos cortos y piernas largas.
“Sus ojos son buenos, pero no puede ver por dentro”, le dijo Pitsiladis al director. “Mi máquina puede mirar por dentro”.
Eshetu, de voz suave, consintió, al decir que daba la bienvenida al aporte de la ciencia para ayudar a mitigar el ensayo y error en el proceso de identificar atletas de alta competencia.
“Es necesario”, dijo él, “así podemos estimar quienes pueden ser fructíferos”.
Una carrera de lecho espinoso.
El amplio éxito de sus corredores de larga distancia le ha dado a Etiopía, uno de los países más pobres del mundo, la oportunidad de aparecer en el escenario mundial. Sus estrellas principales pueden hacer cientos de miles de dólares en premios en dinero y pagos por presentaciones, una fortuna en una nación donde el ingreso per capita es 550 $, de acuerdo al Banco Mundial.
Aún así, la preeminencia de Etiopía ha enfrentado una rígida competencia de Kenya y, recientemente, de Mo Farah, un nativo de la vecina Somalia y ciudadano británico quien ganó los 5000 y 10000 metros en los Juegos Olímpicos de Londres, distancias una vez dominadas por Gebrselassie y Bekele.
“En Etiopía, tenemos el talento, pero los que estamos haciendo es de casualidad”, dijo Gebrselassie, quien ahora está retirado. “No tenemos el entrenador correcto. No tenemos el nutricionista apropiado. No tenemos psicólogo. Ni doctor. Desde Mo Farah, empezaron a pensar en la ciencia”.
Bekoji parecía el lugar ideal para que Pitsiladis empezara su búsqueda de talento. Una villa granjera en tierras altas de alrededor de 17000, casi a 9200 pies sobre el nivel del mar, es una de las capitales mundiales de las carreras de distancia, al haber producido 10 medallistas de oro olímpicos.
Ante que Tulu fuera escogido para la prueba VO2 max, Pitsiladis le hizo unas preguntas. ¿En que se quería convertir? ¿Qué tan lejos viajaba para ir a la escuela?
Alrededor de tres millas, dijo Tulu. Caminaba y corría a lo largo del camino principal y una senda rural que atravesaba campos de cebada y el cauce de un río.
“Muy bien, muy bien”, gritó Pitsiladis mientras Tulu empezó a circular en la pista. Tulu corría de manera relajada, con paso largo y fluido. Sus talones casi golpeaban su trasero de manera similar a Bekele, cuya figura, junto a los anillos olímpicos, estaba pintada en un lado del edificio de la escuela.
“Quiero ser un corredor famoso, como Kenenisa”, dijo Tulu.
Particularmente intrigante para Pitsiladis era que Tulu prefería correr sin zapatos y se los había quitado para la prueba.
Por más de 30 años, los investigadores habían cuantificado como afectaba el rendimiento el peso de los zapatos de correr. A menos peso en las extremidades esto se traducía en una mejor economía de carrera, lo cual significaba que se necesitaba menos oxígeno para correr a una velocidad dada.
El costo aeróbico de correr se incrementa 1 porciento por tres onzas y media de peso de zapatos, lo cual podría significar un minuto en un maratón, mostró la investigación. Pitsiladis quería que su Sub2 Project experimentara con un zapato minimalista, lo cual podría consistir solo en una película que cubriese el fondo del pie.
Pitsiladis pensaba que el corredor quien primero rompiera las dos horas podría ser un atleta joven y descalzo quien continuaría las carreras sin zapatos, como hizo Abebe Bikila de Etiopía a través de las calles adoquinadas de Roma al ganar el maratón olímpico en 1960. (Él ganó de nuevo en 1964, esta vez con zapatos).
Pitsiladis había colaborado en un estudio de Harvard, publicado en Nature en 2010, que encontró que los corredores descalzos tendían a afincarse en la punta del pie o la mitad de este mientras los corredores calzados tendían a afincarse en sus talones.
Las afincadas en punta de pie tendían a ser más suaves, evitando las ondas de gran impacto que suben por las piernas en los que afincan los talones, encontró el estudio. Por ende, los corredores descalzos, al usar la arquitectura natural del pie, podían correr cómodamente aún en las superficies más duras.
“El pie descalzo es una solución rápida que podría salir mal, pero podría ser dramáticamente buena”, dijo Pitsiladis. “Si dijeras que solo te permito escoger una cosa, ¿cual sería? Porque soy arriesgado, diría, ‘Hagámoslo descalzos’”.
Un trayecto dificil
Relativamente se ha hecho poca investigación científica con los maratonistas más rápidos del mundo. Por una razón, África Oriental no es el mejor lugar para trabajar.
El laboratorio de biomedicina de Addis Ababa University aloja cientos de miles de dólares en equipos adquiridos a través de los años, refrigeradores de temperaturas ultra bajas y máquinas sofisticadas que parecen hornos de panadería de alta tecnología, que analizan genes y sangre. Pero debido a la insuficiencia de fondos y a la falta de expertos disponibles para operar los equipos, muchos de estos estaban desconectados y cubiertos con manteles cuando Pitsiladis recorrió el laboratorio con estudiantes graduados.
“Es como tener una venta e pasteles”, dijo él. “Tienes los mejores dulces del mundo, y solo puedes mirarlos”.
Para su prueba en Bekoji, Pitsiladis había conseguido una bicicleta a buen precio el día anterior en un bazaar de Addis Ababa. Eventualmente, se aventuró en un callejón, donde había ropa mojada tendida, e hizo un trato. Entonces tuvo que hacer seis retiros de un cajero electrónico para rodear sus límites.
Ese fue un inconveniente menor comparado con recuperar un cilindro de oxígeno, dióxido de carbono y nitrógeno de los impuestos etíopes y la autoridad aduanal. El canister, que se necesitaba para calibrar las pruebas de VO2 max, había sido embarcado desde Italia en noviembre debido a que no habían disponibles en Etiopía. Casi tres meses después, no tenía impuestos definidos.
Antes de dirigirse a Bekoji, Pitsiladis y Zeru Bekele, su expert de altitude, pasaron unas cinco horas enloquecedoras liberando el cilindro de las autoridades en el Bole International Airport de Addis Ababa. Pagaron el 100 porciento del impuesto por el contenedor y un pago detrás de otro. En el último minuto, los oficiales de la aduana rechazaron entregar el canister a nadie que no fuese el agente de compras de Addis Ababa University. Bekele tardó una hora en buscar a la agente y llevarla al aeropuerto.
“Vamos”, dijo Pitsiladis exasperado antes de salir para su hotel. “Esto es ridículo”.
Lo ridículo se hizo irreal cuando una película de Charlie Chaplin, “The Gold Rush”, empezó a ser transmitida en un area de espera de la aduana. Finalmente, Bekele aseguró el canister y se lo llevó a Pitsiladis en su hotel. Pitsiladis lo meció como a un bebé.
“Nadie en su sano juicio haría este trabajo”, dijo sonriendo.
Una sociedad nada fácil.
Una imprecisión del software hizo que los resultados de la prueba VO2 max de Tulu lucieran poco claros. Aún así, él no le pareció a Pitsiladis ser el candidato para romper la barrera de las dos horas. Quizás nadie en la escuela lo era.
Más temprano, mientras Pitsiladis había llegado y los niños se habían reunido alrededor de su van, él había dicho con incredulidad y disgusto leve, “¡Todos usan algo en sus pies!” Pero Kenenisa Bekele había acordado para hacer el viaje con una llamada a Eshetu, su antiguo entrenador, asi que Pitsiladis procedió con la prueba.
Zeru Bekele, el experto de altitud, quien no es familiar de Kenenisa, dijo que temía que mientras más escuelas fuesen construidas en el campo, los niños etíopes podrían perder algo de sus atleticismo al no tener que correr desde tan lejos a clase.
“Podría ser que llegamos a Bekoji con 20 años de retraso”, dijo Pitsiladis. Estos son niños citadinos”.
Quizás tendría que ir a un area más remota para encontrar la próxima estrella del maratón, más alto, a 11500 pies o a 13000 pies, donde podría vivir un prometedor adolescente descalzo.
“Tal vez el próximo Abebe Bikila es alguien quien no sabe de atletismo y nunca ha oído de los Juegos Olímpicos”, dijo Pitsiladis.
Él tenía más preocupaciones inmediatas. Pitsiladis necesitaba una estrella actual para darle legitimidad a sus teorías provocadoras y llamar la atención de los patrocinantes hacia el Sub2 Project, el cual estimaba costaría 30 millones de dólares. Uno de los antíguos estudiantes de doctorado de Pitsiladis, Barry Fudge, había encontrado su propio tema de voluntad de hacer ciencia en la pista con Farah, el campeón olímpico británico.
“Yannis se mordería el brazo derecho hasta arrancárselo para encontrar alguien así”, dijo Fudge, el jefe de resistencia de la federación británica de pista y campo.
Pitsiladis había esperado que Kenenisa Bekele sería ese atleta, pero meses de negociar con él indicaron que serios obstáculos aun podrían aparecer cuando Pitsiladis aplicara su ciencia a los corredores élite de Etiopía.
Habían trabajado juntos antes, mientras Bekele ganaba los 10000 metros en los campeonatos mundiales de pista y campo de Osaka, Japón, y lograba doble oro en los 5000 y 10000 de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008.
Aún entonces, Pitsiladis mostraba disposición para experimentar en el entrenamiento.
Para simular las condiciones pegostosas del verano asiático, Pitsiladis diseñó una cámara térmica en una casa de Addis Ababa, empleando calentadores y ollas de agua hirviente mientras Bekele entrenaba en una caminadora. Bekele entonces ganó sus carreras con una zancada castigadora y ojos señoriales que parecían intimidar a los otros en su intento de liderar.
“Me gusta de verdad el muchacho”, dijo Pitsiladis. “Él es el atleta más grande que hemos visto”.
Bekele hiso su debut en el maratón en Paris en 2014, terminó primero y fijo una marca para la ruta en 2:05:04, el sexto debut más rápido de todos los tiempos. Pero las lesiones lo desviaron. En el maratón de Dubai del año pasado en los Emiratos Árabes Unidos, él se retiró luego de 18 millas y media, y se retiró del maratón de Londres tres meses después.
En julio, Bekele llegó al laboratorio de Pitsiladis en Inglaterra con alrededor de 25 libras por encima de su peso competitivo de 123. Cojeaba cuando caminaba. Su pantorrilla derecha era casi una pulgada más pequeña que la izquierda.
“Pensé que todo había terminado”, dijo Pitsiladis. “Parecía un hombre quebrado”.
Las lesiones se habían acumulado. Una fractura en su tobillo. Un gemelo estirado. Tendones de Aquiles rasgados. Era como si una cuerda había sido templada, impactando la espalda, piernas y pies de Bekele, para dejar sus músculos fuera de balance.
Bekele tenía 33 años. De seguro no sería el maratonista para romper las dos horas. (“Estoy muy cerca de la vejez”, dijo él). Aún, esperaba regresar, para ganar una medalla de oro en el maratón o los 10000 metros en este año olímpico en Rio de janeiro y, después, batir la marca mundial del maratón.
“Tengo esa visión” dijo Bekele.
Si Pitsiladis pudiera recuperar a Bekele, creía Pitsiladis, los patrocinantes verían al Sub2 Project como una inversión interesante.
“El mundo entero creerá en lo que estoy haciendo”, dijo Pitsiladis.
Sus palabras eran esperanzadoras, si no una apuesta segura.
Los dos hombres se necesitaban pero tenían una relación complicada. Parecían opuestos en quizás todo a excepción de su determinación voluntariosa. Pitsiladis es un científico extrovertido, Bekele es una atleta orgulloso y reservado, cauteloso de la ciencia, o por lo menos reticente a cambiar el entrenamiento que le trajo tanto éxito.
Así que aunque Pitsiladis y Bekele acordaron renovar su sociedad, esta estaba llena de incertidumbre operativa. Una y otra vez, Pitsiladis diría, “Estamos a cinco minutos del desastre”. Ni siquiera pudieron ponerse de acuerdo sobre cuales comidas eran buenas para los corredores.
Despues de un ejercicio en septiembre, Pitsiladis hizo que Bekele detuviera su vehículo deportivo en una venta de un lado del camino en Addis Ababa y saltó para comprar bananas.
Bekele mordió una y dijo, “A veces las bananas no son buenas”.
Pitsiladis le dijo: “Son buenas todo el tiempo. Revitalizan los músculos”.
Bekele no quería decir que le disgustaba el sabor.
“Piensa que las bananas engordan”, dijo Pitsiladis.
Pasos adelante (y atrás)
Cuando visitó Addis Ababa en septiembre, Pitsiladis notó que Bekele había aceptado algo del programa de rehabilitación prescrito pero no to. Por primera vez, estaba trabajando regularmente con pesas y usando bolas de ejercitación para fortalecer sus músculos principales. Estuvo de acuerdo en dejar de comer tortas y a adherirse a una dieta etíope tradicional, rica en carbohidratos, de guisados y un pan aplanado llamado injera.
Para finales de septiembre, Bekele se había quitado 11 libras. Pitsiladis planeó cada comida, restringiendo el consumo de calorías de Bekele a aproximadamente 1785 por día.
“Justo lo suficiente para mantenerte vivo”, Pitsiladis le dijo a Bekele.
Aún así, Bekele se resistió a las técnicas profesionales empleadas por los fisiterapeutas del Sub2 Project. Prefirió un masaje simple de un amigo.
Él no era el único corredor etíope sensible acerca de quien trabajaba en sus piernas.
“Si trato cinco o seis atletas en un día, ellos creen que no puedo ayudarlos más porque he tomado toda la mala energía de los otros atletas y eso los afectará negativamente”, dijo Jonathan Schaible, un fisioterapeuta quien trabajó con Bekele.
Parte de esta desconfianza viene de las creencias de la Iglesia Ortodoxa Etíope Tewahedo, dijeron los oficiales atléticos. Las figuras religiosas conocidas como debteras son consideradas como relatores de fortuna y sanadores mágicos pero también se dice que llaman los espíritus que traen el infortunio y la enfermedad. Algunos atletas llevan amuletos protectores y esparcen agua bendita en sus bolsos de ejercicios, temiendo que los competidores pudieran echarle una brujería, dijo Zeru Bekele.
A finales de septiembre, camino a entrenar en Entoto, un bosque de eucaliptos sobre Addis Ababa, Kenenisa Bekele se detuvo para orar afuera de la octagonal, brillante St. Mary’s Church. Se refería a los debteras como sacerdotes y decía que los consideraba “muy astutos”.
“Si ellos quieren volver loco a alguien, pueden hacerlo”, dijo Bekele. “Si quieren matarte, te mataran indirectamente. No lo puedes ver, pero ellos envían algunos poderes, alguna maldad, hacia ti”.
Este asunto ha sido de intensa discusión entre Bekele y Pitsiladis. El verano pasado, cuando Bekele fue a Inglaterra para un tratamiento, los dos se sentaron en un carro y hablaron por horas. De acuerdo a Pitsiladis, Bekele le dijo: “No necesito este tratamiento. Todo lo que necesito es que los sacerdotes me den su visto bueno”.
Si eso era lo que él creía, Pitsiladis dijo que replicó, quizás Bekele debería regresar a Etiopía. Él se quedó, Pitsiladis, quien es griego ortodoxo, le dio una pintura de San Rafael, quien fue martirizado en la isla griega de Lesbos.
“Yo quería demostrar que, mientras la religión puede ser importante, no se puede dejar que las personas usen la religión para manejar tu mente”, dijo Pitsiladis. “Tú tienes el control de tu destino, no esas personas que te rodean”.
Cuando él se fue de Addis Ababa en septiembre, Pitsiladis parecía más animado. Bekele había aceptado la fisioterapia regular. Se estaba apegando a su dieta.
A principios de noviembre, el aseguramiento tentativo se evaporó.
Bekele uso un par de zapatos desconocidos en una carrera larga y se lesionó el tendón de Aquiles izquierdo. Su entrenamiento se hizo irregular. Se ponía pesas y a veces resistía la fisioterapia.
Los planes para algunos métodos de entrenamiento exótico afiliados al Sub2 Project fallaron. Habría solo un intento desesperado para llevar a Bekele a la línea de salida del maratón de Londres el 24 de abril, una carrera en la cual tendría que tener un rendimiento importante para entrar al equipo de maratón olímpico de Etiopía.
En enero, Bekele viajó a Munich para visitar a un doctor popular y controversial, Hans-Wilhelm Müller-Wohlfährt. Sus adeptos, incluyendo a las estrella velocista jamaicana Usain Bolt, juran por él y los laman Hans el sanador.
Pero algunos científicos han cuestionado sus tratamientos no convencionales, tales como inyecciones de Actovegin, un extracto filtrado de sangre de pantorrilla, mezclado con lubricantes y antioxidantes. Travis Tygart, el jefe ejecutivo de la United States Anti-Doping Agency, una vez describió a las inyecciones de Müller-Wohlfährt a ESPN como un “Tratamiento de tipo Frankestein”.
Pitsiladis acompañó a Bekele a Munich, receloso de los tratamientos. Por lo menos Müller-Wohlfährt le indicó a Bekele seguir el programa de rehabilitación que había prescrito el Sub2 Project, dijo Pitsiladis. (Müller-Wohlfährt declinó una petición de entrevista).
Cuando Pitsiladis regresó a Addis Ababa en febrero, puso a Bekele en una dieta aún más estricta, de 1000 a 1500 calorías diarias. Mientras su peso declinaba, también lo hacía su dolor en su talón. Esa era la esperanza. El maratón de Londres estaba solo a 10 semanas.
En marzo, Bekele se hizo introvertido, secretivo, como lo había hecho en el tope de su carrera. Declinó decirle a Pitsiladis de su régimen de entrenamiento. No le permitiría a su fisiterapeuta que lo pesara.
“Le gusta hacer historia cuando nadie está viendo”, dijo Mersha Asrat, el entrenador de Bekele.
Pitsiladis se exasperó más. Pero había llevado a Bekele a lograr la forma suficiente para correr el maratón de Londres. Bekele ya no era más el corredor quebrado que había sido. En un mensaje instantáneo, le dijo a Pitsiladis, “Gracias por creer en mi”.
Pitsiladis replicó: “Creo en ti 100 porciento. Y tu necesitas confiar en mi 100 porciento. Entonces podemos hacerlo juntos.
Una recompensa por cobrar.
Eliud Kipchoge de Kenya ganó en 2:03:05, el segundo maraton más rápido de todos los tiempos. Mientras Bekele fue dejado correr solo en las millas finales, él terminó tercero en 2:06:36. El mundo de las carreras zumbó acerca de su regreso. Si era escogido por el equipo olímpico de maratón de Etiopía para los Olímpicos de Rio, esperaba ser contendor por una medalla.
“Fue agradable porque regresé de la lesión”, dijo Bekele. “Nada malo”.
Pitsiladis abrazó a Bekele. Quizás ahora, Bekele estaría más dispuesto a trabajar con un entrenamiento enfocado en lo científico. “Veremos”, dijo Pitsiladis.
En cualquier caso, el Sub2 Project continuaría. Pitsiladis planeaba abrir un centro de entrenamiento en Kenya y esperaba reclutar a Kipchoge. El Comité Olímpico Internacional había recaudado fondos para su laboratorio para investigación de antidopaje, dijo Pitsiladis. El dinero pudo también ser usado para investigación de altitud en el Sub2 Project. Una empresa estadounidense de biotecnología también ha mostrado interés, dijo Pitsiladis.
“Quiero impactar una vida”, dijo él de su deseo por romper la barrera de las dos horas. “Estás aquí una vez. Quieres hacer algo que importe. Yo quería ser atleta olímpico. No lo hice. ¿Como podías dejar una huella de que estuviste aquí? Pienso que eso es importante”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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