lunes, 10 de marzo de 2014
Interfase
Partículas de brisa marina incidían sobre la espuma de las olas rompientes sobre la arena. Miércoles secaba algo de humedad bajo los ojos, dudaba si se debía a la intensidad de la brisa o al torbellino que sacudía el costado izquierdo de su pecho ante un reflejo distinto en la cresta de la ola. Soltó el coco tierno y las piernas entumecidas brincaron desde el ardor bajo los cocoteros hasta la frescura de la arena mojada de la playa. Se zambulló casi en la orilla. Permaneció casi a ras del fondo marino hasta distinguir la forma cilíndrica del cuerpo vítreo. Dentro se agitaba un fluído que más bien parecía sólido. Sus brazos se esforzaban para vencer la tensión interfacial con el agua salada. Justo cuando sus pulmones amenazaban con estallar apretó los dedos sobre el vidrio cegador y gritó con la sal en la garganta. ¡Si, era una botella!
Amarró la melena en una cebolla tras la nuca. Caminó desafiando el ardor en los pulmones y los calambres en las piernas. Había perdido la noción del tiempo. Los recuerdos de civilización apenas dibujaban hospitales y escuelas en el fondo de sus retinas. El papel se había abierto, Miércoles intentó leerlo a través del vidrio, las letras parecían correr a velocidad de olas en tormenta. Pasó varios minutos intentando diseñar estrategias hasta que logró sacar la página con un soplo que asomó la puntal del papel en el aire matinal. La tinta parecía roja, aunque en los bordes guardaba alguna tonalidad añil. Estiró los ojos, metió la botella bajo el brazo curtido de sal y sol. De tanto martillar el cerebro apareció aquel sonido percutor que tanto lo atraía cuando pasaba por la oficina de telégrafos. S.O.S, hacía rato que aquellas letras habían desaparecido de su intelecto. A medida que los ojos bañaron de semántica aquellas líneas certeras, regresó a sus parietales la señal internacional de auxilio.
Rictus mordidos, cabellos templados, más humedad precipitada en el desierto de las mejillas, esta vez más emocional. Miércoles quería estirar el brazo y atravesar el oceano. Quince años. Derechos Humanos. Tortura y trato cruel. Le hacían sentir privilegiado en la más recóndita isla del Pacífico. Nunca antes una interfase le había parecido tan adecuada y a la vez tan dura. Sentía el dolor de los estudiantes vejados, atropellados, pisoteados por una realidad de laboratorio y un sector de la población tan carcomido por el resentimiento y un obstinado empeño en desconocer a todo aquel que se atreva a disentir de su dios. Miércoles agarró dos puñados para taponar su nariz. Aún así la piel se le erizaba con las imágenes que plasmaba aquel papel. Escuelas secuestradas. Hospitales paralíticos. Ráfagas de ametralladora en medio de la calle al mediodía, en la madrugada, en la radio, en la televisión. Miraba a toda aquella tranquilidad y quería enviarla en la botella hacia aquel lugar donde los alimentos y las medicinas se pudren en los puertos de tanta diligencia por respetar al pueblo. Frotaba hojas de arbustos en los antebrazos, dibujaba sonrisas en la arena, inspiraba hasta que el pecho casi se unía al rostro. Trataba de recordar los sonidos en Morse de aquellas letras curvas, abiertas, cerradas, capaces de explicar el abismo entre respetar y escupir al ser humano.
Esperó el atardecer, cuando el sol inflamaba de morados el horizonte, Miércoles se agachó al lado de las tortugas. Cavaba con todas sus fuerzas, con ganas de llegar a unas de esas calles donde “guardias nacionales” gritaban improperios a muchachas y apuntaban las armas contra el pecho y las nalgas de los muchachos. Quería meterse entre la red de la celulosa y viajar de nuevo en la botella hasta desembarcar en algún punto del litoral venezolano. Veía por todos lados bigotes de Stalin replicados, los Desaparecidos de Ruben Blades corriendo de espaldas en retirada, sin desistir ante el monstruo. Y ese tic…tic en clave Morse. S.O.S que rebotaba y ardía ante la inoperancia y el oportunismo de los organismos internacionales. En pocos segundos entendió que esta interfase aparecía más patética sobre los bordes de las letras, las mismas que también recibían improperios como aquel de que la tortura solo es una estrategia para conseguir una confesión, de ninguna manera es un trato cruel. Miércoles cerró los ojos y gritó al ver todas las marcas de los corales en sus extremidades, entonces ¿estas son estrategias de los corales para hacer que lloré sin querer, como decía Miguel Otero Silva en su novela “Cuando quiero llorar no lloro”?
Alfonso L. Tusa C.
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