jueves, 6 de diciembre de 2018
Medio ciego.
Mi Tierra. Luis Arismendi.
Intensidad de campanas bajaba diagonal desde la torre de catedral hacia el semisótano del liceo Antonio José de Sucre donde había empezado el curso de lenguaje Braille. Desde que la visión empezó a fallarme luego de un accidente doméstico donde espesas polvaredas de cemento impactaron mis ojos, yo me persuadí que tenía que encontrar la manera de seguir conectado con los detalles geográficos, los aromas arqueológicos, la arquitectura emocional de Cumaná. Por un lado debía encontrar un medio, un vehículo mediante el cual recrear las imágenes que iba grabando y rotulando en mi mente, por el otro ya tenía una armonía, una melodía que resonaba en mi cráneo por encima del estruendo de campanas, era una letra vertiginosa que levantaba mi alegría por haber encontrado la rareza de un curso de Braille en Cumaná, donde los vacíos de cultura desentonan con su escena de poesía, prosa, música y gastronomía. La cadencia de la canción sensibilizaba cada célula de mis dedos en el aprendizaje de los símbolos Braille, podía sentir cada esquina, cada pared de bahareque, cada calle tortuosa del centro o del barrio San Francisco.
“Mi tierra…allá donde nace la luna…tus calles me traen los recuerdos…” Intentar aprender a escribir en Braille para plasmar todo lo que me hacía sentir esa canción, me hacia permanecer en el semisótano del liceo hasta que el profesor casi me tenía que sacar a empellones. Cuando yo trataba de reclamar que no me dejaba unos minutos para practicar lo que había aprendido, me respondía que ya eran las ocho de la noche y de pronto se disculpaba, aunque no lo decía, yo entendía perfectamente que él había olvidado mi condición de cuasi ciego. Entonces hacía un esfuerzo supremo y le comentaba que la luna estaba muy cerca del medio del cielo, en ese lugar desde el cual alumbra todo el centro de Cumaná, principalmente la catedral, el liceo y la plaza Andrés Eloy Blanco. El profesor respiraba profundo y yo sabía que miraba cada milímetro de mi rostro.
En medio de la memorización de los símbolos Braille, yo intentaba recordar pasajes de poesías de Andrés Eloy Blanco, José Antonio Ramos Sucre o José Antonio López y de pronto podía entender y conversar con ellos desde esa sintonía con el alma de la ciudad, con los vahos que impregnan la ciudad de humedad desde las riberas del río Manzanares, con la brisa de cobalto que sopla desde el mar, con la esencia de arenque mezclada con jobo de la India que ebulle a medio camino entre Caigüire y la avenida Perimetral. Logré escuchar parte de un diálogo entre Andrés Eloy y Ramos Sucre acerca de la mejor hora para apreciar el espíritu de Cumaná, sus tradiciones, su magia, la incandescencia de sus atardeceres, el alivio de sus mediodías refugiado bajo la sombra de un bucare del parque Ayacucho, saboreando los grumos de una chicha tan espesa que puede llevarnos el mediodía entero en trasegar, en asimilar, en incorporar la geografía del momento a nuestra memoria.
Durante la caminata diaria por la calle Montes, recreaba todas las imágenes que había soñado la noche anterior, lo primero que hacía al entrar al semisótano era preguntarle al profesor como se hacía la ñ, como se modelaban los símbolos de admiración, como se marcaba la diéresis…el profesor chasqueaba la lengua y reclamaba que él no era una máquina, a su debido tiempo el iba a explicar todo eso en clase. Yo me decía que no iba a perder todos los conceptos e inspiraciones que Ramos Sucre había compartido conmigo y lamenté no haberlo hecho al abrir los ojos e incorporarme en la cama, quizás estaba tan anestesiado por la intensidad de aquella prosa poética o por la profundidad de la poesía en prosa, que se me confundían intentando reproducirlas sobre el lienzo añil de la mañana cumanesa, ahora tenía que guardarlos, y empecé a garrapatear a ciegas vocablos desparramados, encaramados que fluían a un ritmo incontenible, la esencia de la canción permanecía en el fondo, bajo el entramado firme de las frases de Ramos Sucre, de su inspiración. El profesor estiraba el cuello y yo tapé el cuaderno con el hombro.
Cientos de reflejos bajaban por el tragaluz a modo de periscopio que salía de la pared del fondo. Los sonidos de la calle Montes, el soplo de la brisa, las pisadas de las lagartijas sobre el latón del tragaluz, hacían que me imaginara en la sala de mando de un submarino y buscara a Julio Verne para que me dijera donde estaba el capitán Nemo, con la misma fruición que intentaba regresar al sueño para preguntarle a Ramos Sucre cuales creía él eran los mejores lugares de Cumaná para escribir poesía, ¿Dónde podía sentarme desde las seis de la mañana hasta el mediodía hasta completar el cuerpo de una poesía, o la extensión de una prosa, o los pasajes de un ensayo, sin pausas, sin respirar, sin pestañear? Había muchos sentimientos incrustados en el cuerpo de aquella canción, la letra me hacía enhebrar cada una de las imágenes de la ciudad hasta apreciarla con la mejor visión que hubiese tenido en mi vida. Sentía la melodía apretarme el cuello y martillarme los huesos hasta sacarme lágrimas, por eso había registrado todos los buscadores de internet hasta encontrar detalles inéditos del lenguaje Braille, por eso el profesor se escandalizaba cuando me veía modelar oraciones en Braille con signos que él no había impartido en clase.
El paso, el momento, la respiración de la música, los secretos de la letra. Todos esos detalles existían en lenguaje común, con vista, con noción de profundidad tangible, con color. Esa era mi respuesta, por eso asistía a aquel semisótano cada vespertina y me calaba los regaños y hasta los sarcasmos del profesor. Hasta ese momento no había tenido oportunidad de comunicárselo porque necesitaba aprovechar con la mayor inmediatez cada una de las ideas o conceptos que impartía el profesor. El había resultado clave en mi tentativa de aprender Braille, en mi obstinación por darle a esa canción una versión invisible pero muy especial, que mostrara más profundidad que los sentimientos de la versión original. Que en el caso que se perdieran todas las partituras y hasta la letra y hubiese que recrear la canción desde la versión Braille, esta reapareciera con una fuerza telúrica que mostrara el sismo que sentía en las manos al modelar cada uno de los símbolos Braille. “Alla puso Dios la alegría…y la mujer mas bella….Y dice el poeta al cantar…¡Cumaná quién te viera!”.
Alfonso L. Tusa C. © 02-10-2016.
viernes, 2 de noviembre de 2018
La afición deportiva de Teodoro Petkoff.
La voz de Héctor Becerra sonaba preocupada en el teléfono. Habíamos acordado un artículo de 2000 palabras para la edición aniversario de Tal Cual y yo había escrito un texto de 3000. El jefe de la sección deportiva del diario me informó que si no hacía el ajuste, difícilmente podrían publicar el artículo. Por más que intenté resumir el texto no hallaba la manera de hacerlo. Había demasiados elementos apasionantes, impactantes, esenciales, si sacaba alguno de ellos el artículo quedaría mutilado. Por eso en la próxima llamada de Héctor me preparé para asumir mi barranco. Esa vez la voz sonaba eufórica. “Si vamos a publicar tu artículo con las tres mil palabras. Teodoro lo revisó y le gustó muchísimo. Dice que todas las mañanas de ese año, revisaba El Nacional y El Universal para ver que había hecho Bob Gibson, si había vuelto a ganar Denny McLain, si Luis Tiant se había metido en otra seguidilla de innings sin permitir carreras o si Tom Seaver seguía quemando las garrochas de los bateadores. Le gustó mucho el título “El Año del Pitcher”. Creo que lo que hizo que aceptara el artículo con todo y las 3000 palabras fue que le hizo recordar que en ese 1968 Cesar Tovar jugó las nueve posiciones el 22 de septiembre ante los Atléticos de Oakland y en el primer inning ponchó a Reggie Jackson. También recordó un juego de veintipico de innings que terminó 1-0 que ganaron los Astros de Houston ante los Mets de Nueva York”. No supe que decir, Héctor me preguntó varias veces si estaba ahí. Apenas contesté con un “Sí” aprisionado por la sorpresa, por la pasión deportiva de un hombre cuyo día a día era la política.
Cuando buscaba patrocinio para publicar mi libro biográfico sobre Isaías Látigo Chávez, me enteré mediante una entrevista, que Teodoro había vivido en Chacao durante su adolescencia. Quizás en medio de mi desespero o de mi imprudencia, conseguí el número telefónico de la dirección del diario Tal Cual y pedí hablar con Teodoro. Para mi sorpresa, en menos de dos minutos escuché la voz grave al otro lado del auricular. “Si, viví en Chacao pero no puedo ayudarte respecto al Látigo, no lo conocí personalmente. Con mucho gusto hubiese conversado contigo sobre él. En cuanto a patrocinio ahorita no tenemos disponibilidad. Sin embargo sigue adelante, estoy seguro de que tienes un gran libro en el horno. Eso sí, cuando lo publiques me guardas una copia, también quiero recordar esos juegos que lanzó y no pude ver”. Aún sin conseguir ninguno de mis objetivos, sentí que había logrado algo muy valioso.
Mis publicaciones en Tal Cual habían empezado cuando envié a la redacción deportiva un texto con motivo de la desaparición del pugilista Joe Frazier. Titulé el texto “Un Tren Humeante”. Al día siguiente Becerra me envió un correo electrónico informándome que iban a publicar mi artículo, que a Teodoro le había agradado muchísimo porque él recordaba muchísimo la primera pelea Frazier-Ali, siempre lamentó que Frazier no hubiera llegado tan alto como debería y pensaba que aquel texto de alguna manera era un homenaje apropiado para Smoking Joe.
Quizás la imagen imperecedera que siempre guardaré de Teodoro subyace en una mañana del Dia de La Chinita en el estadio Luis Aparicio El Grande. Me parece recordar que el comentarista de Radio Caracas Televisión entrevistaba a varias personalidades en la tribuna central. Cuando conversó con Teodoro, este le comentó que había seguido el beisbol desde su infancia en El Batey. Que siempre había sido seguidor de Luis Aparicio y por eso en algún momento se hizo simpatizante de los Tiburones de La Guaira. Con mucha propiedad le dijo al entrevistador que él estaba en el estadio Universitario cuando Aparicio se sacó de la alineación para poner a jugar a un novato llamado Enzo Hernández. Muchos en la tribuna lamentaron y hasta le reclamaron a Aparicio que estaba desmejorando el equipo. En la próxima jugada, Hernández tomo una pelota detrás de tercera base y pintó un strike en el mascotin de Mike Epstein. Desde ese momento lo llamaron “el segundo tomo de Luis Aparicio”. Para sorprender más aun al comentarista, Teodoro le dijo que él después se enteró que Enzo Hernández ya tenía cierto renombre desde el beisbol amateur, porque en un campeonato nacional AA, Alfonso Chico Carrasquel era manager del equipo de Anzoategui y se empeñó en llevar a las prácticas a un short stop juvenil. Cuando llegó el momento de hacer el corte, el jefe de la delegación le dijo a Carrasquel que aun cuando el muchachito del campocorto era muy bueno aun le faltaba para jugar a ese nivel y por tanto había que sacarlo. Carrasquel respondió enfático: “Si Enzo Hernández no es el short stop de mi equipo, renuncio”.
Alfonso L. Tusa C. © 02 de noviembre de 2018.
viernes, 26 de octubre de 2018
Cincuenta años después aquel oro olímpico de Morochito Rodríguez todavía brilla.
Ahora puedo entender mejor la razón de aquel cuadrilátero de boxeo en el desfile del carnaval de Cumana. Era febrero de 1969. Yo sabía de Morochito Rodríguez y su hazaña en los Juegos Olímpìcos de México 1968. Pero como todo niño de siete años de edad, estaba más pendiente de mis juegos infantiles.
Aquel año había sido muy, muy duro para la humanidad. El mayo francés, el asesinato de Martin Luther King Jr., la muerte de Robert Kennedy, la matanza de estudiantes en Tlatelolco. El planeta parecía un lugar horrendo y oscuro.
Aquí en Venezuela, tal vez el único otro escenario hacia el cual las personas podían voltear era la preparación del equipo olímpico de boxeo, pero nadie pensó por un instante que un solo púgil tendría al menos la oportunidad de ganar una medalla de bronce.
Aquel equipo solo había realizado dos jornadas de entrenamiento una en Machiques, estado Zulia, la otra en Tucupita, Territorio Federal Delta Amacuro. Había serias dudas respecto a la nueva categoría minimosca. Las autoridades boxísticas pensaban asistir a los Juegos Olímpicos sin representante en ese nivel, pero el periodista Carlos González habló con ellos y los convenció de que tenían que llevar a Morochito Rodríguez al magno evento olímpico.
Rodríguez empezó su participación en los Juegos Olímpicos el 17 de octubre. Tuvo que enfrentar al cubano Rafael Carbonell, poseedor de una gran experiencia en el boxeo amateur internacional, incluidos los Juegos Olímpicos de Tokyo 1964. Así que Morochito tuvo que fajarse e intercambiar muchos golpes con su rival. Debió echar el resto en el tercer asalto porque la pelea estaba muy apretada. Su actuación fue tan intensa que el público y hasta Carlos Gonzalez, quien transmitía por radio la pelea para Venezuela, se puso de pie para aplaudir a Morochito. Luego se supo que había terminado la pelea con una mano lesionada.
En la parte trasera de una camioneta pick-up, habían recreado las cuerdas, la lona, la campana, los baldes de los entrenadores y los gritos. La multitud de las calles de Cumaná gritaba, “¡Vamos Morocho, muéstranos como ganaste esa medalla de oro!”
El 20 de octubre la refriega fue ante el ceilandés Khata Karunarathe. Aunque el rival era un tipo alto, Morochito encontró la manera de tumbarlo dos veces y el árbitro tuvo que detener las acciones en el segundo asalto.
Mientras la camioneta pick-up avanzaba en el desfile de carnaval, las personas alzaban la voz para saludar a un hombre de franela blanca y pantalones azul marino quien estaba al lado del boxeador en una esquina del cuadrilátero. Entre la multitud, algunos padres explicaban a sus hijos que ese hombre era Ely Montes, el entrenador de boxeo quien había formado a Morochito Rodríguez al inicio de su carrera. El que le enseñó como atacar aunque estuviese acusando el castigo de sus rivales. El que pasó varias horas explicándole como debía lanzar sus puños o como esquivar los golpes mediante movimientos de cintura. El que lo regañaba cuando no seguía las instrucciones.
El 23 de octubre, el diminuto púgil cumanés escuchó las observaciones de su entrenador, Angel Edecio Escobar, quien le dijo que tenía que aprovechar el hecho de que su rival, el estadounidense Harlan Marbley tenía una herida en una mano. Morochito había vencido a Marbley en los Juegos Panamericanos de Winnipeg en 1967. Morochito no se confió y desarrolló una andanada imparable de ataques en los tres asaltos para adjudicarse la victoria.
Hubo un momento, durante el desfile, cuando la camioneta se detuvo más de diez minutos en una esquina, entonces pude mirar mejor el rostro del boxeador. Recordé una madrugada en un bar cercano a Puerto Sucre. Eran las cinco de la mañana. Mis hermanos se acercaron al lugar donde unos tipos jugaban bolas criollas. Felipe le dijo a Jesús Mario, “Hermano, ese es Morochito Rodríguez, el boxeador que ganó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Winnipeg y ahora irá a los Juegos Olímpicos de México”. Jesús Mario no quería creerlo, hasta que uno de los tipos le dijo al más diminuto que si él iba para los Juegos Olímpicos no debería frecuentar ese tipo de lugares, si quería al menos ganar una medalla de bronce tenía que cuidar su salud. Felipe tomó su balde desde el suelo y nos dijo que era hora de ir hasta la costa, ya los pescadores estaban por regresar desde alta mar.
Escobar siempre recordaba una entrevista con los medios en la Villa Olímpica ante la posibilidad de que Morochito consiguiera la primera medalla de oro para SurAmérica.
Atletas y personalidades de la región fueron a saludar a Morochito para animarlo y desearle lo mejor en la pelea por la medalla de oro.
Durante la ceremonia del pesaje hubo un inconveniente debido a un ligero sobrepeso de Morochito. Ángel Edecio Escobar le dijo que tenían solo diez minutos para resolver eso, de lo contrario perdería la pelea sin lanzar un puño. Morochito empezó a correr y escupir desesperadamente pero el sobrepeso permanecía. Cuando la tristeza y los lamentos invadieron los rostros, alguien de la delegación venezolana le dijo a Morochito que se quitara la prótesis dental. Así fue como finalmente hizo el peso y las sonrisas de la delegación coreana desaparecieron.
Antes de la pelea, Carlos González se preparaba para la transmisión radiofónica hacia Venezuela desde el ring side de la Arena de México. Estaba algo molesto porque había tenido algunas dificultades para establecer la conexión radioeléctrica. Todo eso se olvidó cuando apagaron las luces y los púgiles subieron al cuadrilátero. González no podía creer la escalofriante ovación que le dio el público a Morochito. Empezaron a corear gradualmente “Ro-drí-guez, Ro-drí.guez, Ro-drí-guez hasta que todo el lugar parecía un pandemónium. Cuando el árbitro llamó a los púgiles al centro del cuadrilátero y les explicó las reglas, todo estaba listo. Morochito solo tenía una imagen en su mente, las calles de El Salao, su barrio de Cumaná. Entonces sonó el campanazo y Ángel Edecio Escobar gritó. “Vamos Morochito, este es tu día”.
Despues de dos asaltos iniciales muy cerrados, Morochito echó el resto en el tercero al descifrar el laberinto de Young Ju Lee mediante la técnica de boxeo que había aprendido de Ely Montes. Vivió un gran momento y atacó repetidamente el torso y el rostro del coreano. Cuando sonó el campanazo final, una gran incertidumbre invadió la arena. Ángel Edecio Escobar trató de calmar a Morochito diciéndolo que había dominado la mayor parte del tercer asalto. Carlos Gonzalez estaba casi delirante, desde su asiento en el ring side, anunció que en cuestión de minutos se sabría la decisión de los jueces.
Cuando el árbitro llamó a los boxeadores al centro del cuadrilátero y levantó la mano derecha de Morochito, Carlos Gonzalez tuvo que controlar sus emociones, enmudeció por fracciones de segundo, entonces anunció: “Ganó el Morocho, ganó Venezuela…” Entonces corrió hacia el cuadrilátero.
Morochito casi no hablaba, sus ojos estaban vidriosos. González le preguntó como se había sentido durante la pelea. Morochito solo dijo que estaba feliz. Mucho tiempo después, diría que en ese momento solo pensaba en su madre y su ciudad. Hubo otro momento difícil en la ceremonia del himno nacional porque la delegación boxística no tenía bandera. Entonces, desde la multitud un estudiante universitario venezolano le lanzó una bandera venezolana.
Alfonso L. Tusa C. 17 de mayo de 2018. ©
jueves, 20 de septiembre de 2018
Adiós a la arepera El Tropezón y a Lee Hamilton Steak House.
Nunca estuve en Lee Hamilton Steak House, aunque puedo saborear la exquisitez de sus carnes mediante las referencias escritas y orales que escuché toda la vida. Las tradiciones son una especie de fantasía que se hace realidad a través de el entramado de la vida de una ciudad, de un pueblo de un país, son documentos troquelados a pincel y cincel, a emociones e inspiraciones, a memorias y mitos que recrean a diario la imagen que tenemos de un entorno, de sus mejores momentos, de sus esperanzas. Todo eso se resquebraja, se retrae, intentamos guardarlo entre los archivos más preciados de nuestros recuerdos más valiosos, porque sabemos que no los veremos nunca más o en mucho tiempo. Se trata de una realidad mil veces repetida por los regímenes totalitarios, arrasan con la propiedad privada, con la libre iniciativa, con las oportunidades, con las esperanzas de superación. En cambio si viví en primer plano la fantasía de compartir la animación de compartir ante el mostrador y degustar una arepa en El Tropezón.
Por eso al escuchar hace unos días en la radio que la arepera ubicada en Los Chaguaramos había cerrado, apreté con los recuerdos todos esos sueños vividos en tanto tiempo, toda la efervescencia de ver estudiantes, profesores, empleados y obreros de la UCV conversar de exámenes, proyectos, esperanzas, fracasos y recuperaciones, la esencia del alma de un país retratada entre las mesas de un lugar que delineaba algo impalpable pero muy presente, algo muy relacionado con los hilos que tejen el esqueleto de la concordia, la armonía, el entendimiento de un conglomerado humano. Sentí que habíamos perdido algo invalorable en medio de esta barbarie infinita, en medio de la indefensión más laberíntica, propia de los regímenes violadores de derechos humanos. Sabía que aquellas imágenes, aquellas memorias, aquellos pigmentos de felicidad serían difíciles de recuperar, por eso intenté recuperar mis remembranzas particulares.
Aquel atardecer sabatino casi le reclamé al tío Rubén porqué en vez de seguir hacia el estadio de la ciudad universitaria entrábamos en el bullicio de aquella arepera. Para un niño de diez años quien asistía a su primer juego de béisbol profesional aquello significaba una afrenta muy grande, significaba perder instantes para apreciar la estructura del estadio, para ver la práctica de bateo, para ver la pizarra mecánica del jardín central que tanto describían los narradores en las transmisiones radiofónicas. El olor de carne guisada, aliños de cebolla y ajo, efluvios de cilantro y yerbabuena me trajo recuerdos de otra arepera que visité mucho en mi infancia cumanesa. Cuando Rubén pidió una arepa de perico con reina pepeada, no pude resistir el parecido de sabores y texturas. “Tío, estás arepas son iguales que las del 19 de abril de Cumaná”. Rubén me quedó mirando sonreído y me dijo que me apurara porque el juego estaba por comenzar. Tuve que terminar de pasar el bocado con el papelón con limón y salimos casi corriendo. Volteé como siete veces mientras atravesábamos la calle, quería guardar bien la imagen de la arepera, quería volver a saborear esas arepas.
Muchos años después, quizás unos 25 años, mediados de los noventa. Bajé a Caracas con Pepe, un compañero de trabajo de Intevep. No me importó la velocidad con la cual Pepe asumía las curvas de la carretera Panamericana, la emoción de ir a presenciar un juego de beisbol entre Caracas y Magallanes era mayor que el miedo ante la cinética automotriz. Luego de estacionar el carro en un centro comercial de Los Chaguaramos, el reflujo de emociones beisboleras se mezcló con el rostro del tío Ruben y aquella tarde sabatina de noviembre de 1971. El mismo rebullicio, los mismos olores de hacía veinticinco años me templaron de la mano. Pepe me preguntó porque parecía un conejo encandilado en medio de la noche. “Siempre vengo aquí antes de entrar al estadio, esto forma parte de la gran experiencia de venir a ver un Caracas-Magallanes”. Quise hablar para responderle que estaba totalmente de acuerdo con él. Pero estaba atragantado con aquella arepa de perico y reina pepeada que ahora se había convertido en una de queso guayanés con unos pedazos de aguacate y tomate que le pedí al joven que atendía, el tipo me quedó mirando y luego sacó el aguacate de la bandeja de reina pepeada y el tomate de una ensaladera, Todo eso se podía hacer en El Tropezón.
Ahora solo queda el éter de las remembranzas, la imprecisión de las imágenes rebota en los archivos de la memoria de aquel país ajustado, adherido con sudor y lágrimas, a la obstinación de pensar que tenemos derecho a un mañana mejor. Otro cuadrito, otro dibujo, otro símbolo en nuestro lenguaje arqueológico de un mapa indeleble que flota entre el pecho y las costillas, éntrelas sonrisas y los escalofríos, entre la tristeza y las sonrisas. Escucho un silbido en medio de mis parietales, me siento en medio de la orquesta de Billo, al lado de los gestos del director y sobre la marcha intento cambiar la letra original pero luego la dejo: “…ya no quedan ni Roof Garden, ni el La Suiza…el frontón de jai alai no existe más…las muchachas ya no van por La Planicie…y a Los Chorros casi casi nadie va…”
Alfonso L. Tusa C. 20 de septiembre de 2018. ©
jueves, 13 de septiembre de 2018
Tardes Sabatinas.
A principios de la década de 1970, muy probablemente 1972, la invasión urbanística llegó hasta Cumanacoa. De pronto el solar de asfalto, escenario de nuestras cotidianas caimaneras de beisbol y futbol se convirtió en depósito de centenares de tubos de concreto, había empezado la instalación del sistema de cloacas y vimos con desolación como desaparecía el estadio de tantas diversiones y momentos inolvidables. Por otro lado el parque aledaño a la escuela José Luis Ramos también quedaba inhabilitado para cualquier tipo de juego al empezar los trabajos de albañilería para convertir el lugar en otro espacio público cargado de cemento por todos lados. El mismo año habíamos sufrido dos puñaladas certeras en la espalda y las costillas, ambas dolían mucho. La alternativa empezó a gestarse una mañana cuando notamos un pequeño hueco en la alambrada del paredón de la escuela que daba hacia la calle Bolívar. El hueco crecía con el paso de los días. Era una de nuestras curiosidades principales del recreo escolar.
Luego de muchos sábados jugando en medio de la calle, un mediodía alguien propuso jugar en la escuela. Nos quedamos mirando indecisos, con miedo a que nos descubrieran y la subdirectora de la escuela nos amonestara y enviara una nota a casa para conversar con nuestros padres. Seguimos caminando hacia la esquina del tercer patio de la escuela. El hueco en la alambrada había alcanzado las dimensiones a través de las cuales podía entrar cualquiera de nosotros. Alberi puso las manos entrelazadas y Santiago fue el primero que utilizó ese escalón para llegar al tope de la pared y traspasar la alambrada. Se mantuvo entre los arbustos para ayudar al próximo que saltó. El último fue Alberi, tomó impulso, saltó y se sostuvo en la mano que Santiago le extendió desde adentro. A pesar de haber jugado en ese patio en infinitos recreos de tercer y cuarto grados, parecíamos frente a un territorio desconocido, la atmósfera sabatina, la desolación y el silencio de la escuela transmitía una sensación de espacio extraterrestre.
En medio del patio se levantaban los dos tubos metálicos de la malla de voleibol. El cemento rústico relucía ante la intensidad solar, se podía distinguir todos los granos translucidos de la arena incrustada en el cemento. Pronto se escogieron los dos equipos. Alberi se decidió por Juan, Armando y Victor. Santiago llamó a Hermes, José y Alfonso. Se colocó un pedazo de hoja de examen con varias letras amontonadas y una nota roja de 07, como home. El tubo de la derecha era la primera base, el de la izquierda la segunda. Cada equipo tenía dos jugadores cerca de los tubos y los otros dos jugaban en la granza cubierta de hierbajo posterior al cemento rústico. La regla principal consistía en golpear la pelota de goma con la mano empuñada, nada de pendejadas de batear con la mano abierta, eso era de niñas, y se debía procurar batear contra el cemento o en línea hasta la altura del pecho. Quien bateaba por encima de ese nivel era out por regla. Queríamos evitar botar la pelota.
El ambiente de escalofríos propio de la emoción de empezar un juego de pelota, rezumaba en la expresión de los que cubrían el improvisado diamante beisbolero y perlaba en la frente de los que se agrupaban alrededor del pedazo de papel para batear.
Hermes se lanzó de cabeza para tomar un roletazo detrás del tubo de segunda base y metió un balín a las manos de José para sacar out a Armando en el salto. Dos innings después Juan dio varios saltos, como un saltamontes, sobre la granza y atrapó la pelota que crei iba a ser imparable justo antes de aterrizar, me fui zapateando hacia el pasillo.
Hacia las seis de la tarde habíamos efectuado cuatro juegos, cada equipo había ganado dos. En medio de la emoción de la competencia empezamos el juego decisivo. El atardecer precipitaba veloz. Las penumbras avanzaban inexorables desde el techo hacia la mitad del patio. Alberí conectó un linietazo bestial que se estrelló contra una de las puertas de los salones.
Un sonido de cascos de caballo y un roce metálico como de hojalata y el filo de una peinilla taladró la puerta. Nos quedamos petrificados, la palidez de nuestros rostros alumbraba la incipiente oscuridad.
Por más emocionante que estaba el juego nos acercamos hasta la puerta del salón y retrocedimos por instinto ante un ruido infernal que casi desprende la puerta. Parecía como si cien caballos hubiesen chocado contra la puerta. Alberi dio la vuelta al edificio. Lo seguimos hasta el ventanal del aula. No sabíamos si respirar o tragarnos la lengua. Algunos lamentaban no haberse ido a casa a las cinco que era la hora cuando habían acordado dejar de jugar. Solo se veían puntos verde fosforescente en medio del aula. Un rumor de llanto de niños entremezclado con gritos apagados de mujeres y el rugido de una voz inclemente nos hizo correr hacia la alambrada. Atravesamos el hueco en simultanea, corrimos cada quien directo a su casa.
El lunes siguiente ninguno se atrevía a pasar por el tercer patio de la escuela. Todo el recreo lo pasamos tratando de entender como habíamos hecho para pasar los ocho por un hueco tan pequeño. La piel se nos erizó cuando Alberi contó que su papá le había relatado la leyenda que había en el pueblo acerca del terreno donde estaba el tercer patio de la escuela.
En la época de la guerra de independencia, en ese lugar vivían unas familias humildes. Ellos sabían que venían unos jinetes asesinando a todo el que se les atravesara. Eran los días de la emigración a Oriente. Cuando esos desalmados llegaron a Cumanacoa no hubo tiempo de nada. Un vendaval de lanzas, peinillas y bayonetas se abalanzó sobre ellos. Muchisimas personas murieron degolladas, tasajeadas, lanceadas, entre ellas, las familias que vivían ahí en el tercer patio de la escuela. Los pocos que lograron salvar el pellejo, apenas si lograban pronunciar los nombres de los asesinos: Bo…Boves y Su…Suazola. Nos quedamos mirando a Alberi con miedo, nadie se atrevió a decir una palabra. Ese día no jugamos en el recreo. Ni los próximos tres sábados jugamos pelota en el tercer patio. El cuarto sábado llegamos a las dos de la tarde y nos fuimos a las cuatro. Y el siguiente una ráfaga de viento hizo temblar las puertas de los salones y nos fuimos sin haber terminado el primer juego.
Alfonso L. Tusa C. 3 de septiembre de 2018. ©
viernes, 7 de septiembre de 2018
Escribe tu historia Nena. Essence Carson. Los Angeles Sparks.
The Players Tribune. 18 de septiembre de 2017.PHO
Parecía que nadie sabía su nombre real. Las personas lo llamaban Picture Man.
Paterson, New Jersey, donde crecí, es el barrio… la ciudad interior… el ghetto… como se quiera llamarlo. Y muchas personas tienen apodos en la ciudad interior, apodos divertidos, apodos crueles, apodos estúpidos, apodos sin sentido, apodos de pandilla, todo. Picture Man se ganó ese apodo porque siempre estaba tomando fotos. Se le podía ver dando vueltas en su bicicleta. Se paraba para efectuar una fotografía de un hidrante, una señal de tránsito, una parrillada familiar o lo que fuera, y luego se iba. Que alguien se dedicara a la fotografía de esa manera era inaudito en nuestro vecindario, así que Picture Man era visto como un tipo raro. Un solitario. “Diferente”. De todas formas lo queríamos mucho. Era muy misteriosos para mí, había todo un mundo detrás de él que yo desconocía. Hasta el día de hoy, nunca supe su verdadero nombre.
Pero nunca olvidaré donde estaba cuando oi los disparo que terminaron su vida.
Yo tenía 12 años de edad. Estaba en casa de mis abuelos en el lado este de la ciudad, donde vivía, justo alrededor de la esquina de la barbería de la 17ma avenida. Corrí hacia afuera y vi a Picture Man inmóvil en el medio de la calle. La bicicleta le había caído encima, y la cámara, aun colgada de un cordel en su cuello, yacía en el pavimento a su lado. Mi abuela también había salido a ver que había ocurrido. No podía creer lo que había visto…Estaba triste e impactada, y muy preocupada.
Aun recuerdo con claridad hasta el día de hoy, como su cuerpo estaba inmóvil pero sus ojos estaban completamente abiertos. Los disparos que lo mataron no eran los primeros que yo había oído. Pero era la primera vez que veía un cadáver fuera de la funeraria. El pozo de sangre acumulado en la calle era tan profuso que parecía negro.
Me paré allí y observé. No corrí. No traté de ayudar. Las personas gritaban y venían desde las tiendas a mirar, y las sirenas sonaban por todas partes. Había una gran conmoción. Las personas decían que Picture Man había quedado atrapado en un enfrentamiento entre bandas. Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, ese tipo de cosas.
Cuando llegó la ambulancia, yo estaba parada en el mismo lugar frente a la barbería. Los policías le decían a la gente que se fuerana sus casas, pero me quedé un poco más, mirando a los paramédicos enfundarlo en un saco de plástico negro. Entonces caminé hacia la esquina y me fui a casa de mis abuelos. Cuando llegué a la puerta, me detuve por un segundo. No sabía lo que sentía. Honestamente, no estaba triste. Era como si no supiera que era lo que debía sentir.
Fui al sótano, como hacía la mayoría de las noches. Me senté en el pequeño piano que mi abuela tenía allí, y toqué por un momento.
A veces se tienen los pensamientos más extraños en los momentos más extraños. En mi cabeza de 12 años de edad, seguí pensando en la misma cosa mientras jugaba. Seguí pensando ¿Qué pasará con todas sus fotografías?
Hasta hace unas pocas semanas, no había vuelto a pensar en Picture Man en años. Pero una noche de este verano, todo regresó.
Estaba en mi apartamento en Los Angeles, grabando algo de música nueva. Tengo un pequeño estudio en la casa, y he estado trabajando en un álbum nuevo, el cual será mi tercer disco como solista. De pronto tenía 12 años de nuevo, parada frente a la barbería, frente a frente con el cadáver de Picture Man. No sé de donde me vino eso. La música tiene una forma de hacer eso.
Ya no voy mucho a Paterson. No tanto como me gustaría. Despues de la escuela secundaria, me fui a la universidad y jugué baloncesto en Rutgers, y después de eso, el baloncesto me dio la oportunidad de ver el resto de los Estados Unidos y el mundo. Entonces fui lo suficientemente afortunada para establecerme en la WNBA, al jugar primero para Liberty y ahora para Sparks. El año pasado ganamos el título. Esta temporada de nuevo estamos fajadas por el campeonato.
Tampoco hablo mucho de Paterson ahora. Ese lugar me moldeó, sin duda, pero cuando me preguntan por Paterson, usualmente digo unas pocas palabras y eso es todo. Soy tranquila, esa es la razón. Mis compañeras pueden dar fe de eso. Era más tímida cuando era una niña, así que manejo mejor eso que antes. “No te rías, Alana. ¡Estoy tratando!)
Pero es más que solo ser tranquila. Hay muchos estereotipos acerca del barrio. Algunos son verdad, pero la mayoría solo son superficialidades. Es como si, no quisiera decir la verdad, no sé si quieran oir algo que no pueda ajustarse a su estereotipo. Si les hablo de mi vida quiero dartes la imagen completa. Es igual a como me enfoco en la creación musical, mi esperanza es comunicar algo real y hacer que las personas sientan algo real.
Era una estudiosa agradable.
Déjenme explicar lo que quiero decir con eso. Mis dos amores de niña eran el baloncesto y la música. Adoraba tocar música, eso me hacía una estudiosa. (También era muy dedicada a mis tareas escolares. Me gustaba mucho la escuela). Pero era agradable porque jugaba baloncesto. Iba a las reuniones de los estudiosos. Pero, podia jugar baloncesto. Cuando cerci también podia jugar con los varones. Así que eso me dió crédito ¿Ven? Una estudiosa agradable.
La música fue primero. Uno de mis primeras memorias musicales es escuchar a mi abuela tocar piano. Era un piano pequeño todo roto que se estaba desarmando. Era horroroso, pero funcionaba. Mi abuela solo sabía tres canciones…y las tocaba una y otra vez. Cuando yo tenía ocho años de edad, aprendí a tocarlas…su repertorio completo. Eventualmente me aburría, quería material nuevo. Quería aprender a tocar la bacteria.. Eso fue muy divertido, mi abuela dijo que no, porque la batería “era un instrumento para chicos”. Así que dije, “Está bien, entonces quiero tocar el saxofón”. Ella dijo que ese era otro instrumento para muchachos también. Mis abuelos consideraron el asunto y me dejaron probar con el saxo. Me inscribí en la banda escolar. Dos días a la semana, cargaba con ese saxofón de ida y vuelta a la escuela. Lo guardaba en un estuche grande, rectangular nada agradable. Yo era alta y delgada. Lucía ridícula. A esa edad, si estás en una banda, luces anticuada. Pero me gustaba la música, así que no me importaba. Odiaba cargar ese estuche a la escuela, pero una vez que llegaba allá, me sentía bien.
La música estuvo siempre en e entorno mientras crecía, sonaba en el tocadiscos de la casa de mis abuelos. Mi abuelo tenía una gran colección de discos de vinilo. Le gustaban todos los grupos viejos, los Temptations, O’Jays, Commodores, Otis Redding, Stevie Wonder, Ray Charles, podía seguir enumerándolos. Wynton Marsalis, Najee, Grover Washington Jr., y B.B. King, eran otros de los que él sonaba una y otra vez. También ponía algo de Kenny G de vez en cuando.
Una de mis memorias favoritas es reir con mi abuelo mientras escuchábamos a Ray Charles. Me sentaba al piano imitando a Ray Charles, tocaba con los ojos cerrados. Pero mezclaba todas las notas porque no miraba las teclas. Eventualmente tenía que mirar hacia abajo. Todavía me rio al pensar en esos momentos.
Mi otro amor de niña fue el baloncesto.
Y estaba concentrada en el juego por las mismas razones que lo estaba por la música. Creo que el deporte es la manera como muchos niños de la ciudad obtienen su creatividad. Tenemos que crear algo de la nada todo el tiempo. Todo el tiempo. Cuando se tiene menos, se crea más.
Paterson no tenía muchos gimnasios cubiertos, así que teníamos que jugar a la intemperie. No teníamos ligas de lacrosse, hockey o cosas como esas. Se trataba e cualquier deporte que pudieras jugar en la calle con una pelota. Cualquier cosa que pudiera parecerse a una cesta, nosotros la convertíamos en ella. Lo bueno era que no sabíamos que estábamos siendo creativos. Eso era normal para nosotros. S encontrábamos un pipote metálico de basura, ese era nuestro aro ¿Qué había basura dentro? La poníamos en la calle. También hacíamos nuestras cestas. Ese envase de leche que permanecía en la bodega, lo tomábamos y le cortábamos el fondo y lo clavábamos en un árbol. Ahora teníamos donde lanzar la pelota. Crecimos diciéndonos “Así es como se supone que juegues baloncesto”. Cuando eres joven, no te das cuenta de lo que no tienes. Pensaba que tenía el mundo. Pensaba que lo tenía todo.
Al principio, mi abuela odiaba que yo jugara baloncesto, porque eso le recordaba a mi papá. Mi papá fue un gran atleta cuando era joven, pero para cuando yo nací él estaba empezando a caer en el mundo de las drogas de Paterson. Murió cuando yo era muy pequeña, les contaré más de eso después. Mi abuela no podía separar al baloncesto de lo que le había sucedido a mi papá, así que estaba renuente a dejarme jugar. Me gritaba mucho porque me quedaba tarde jugaba en la calle. Cuando el sol se ocultaba y se encendían las luces de la calle, ella siempre me quería de vuelta en casa. Decía, “No vayas a esta o aquella parte de la ciudad”. Tenía todo el derecho de sentir miedo por mí. Yo lo sabía. Pero me escapaba y jugaba de todas formas.
Hasta que murió, mi papá estuvo siempre dentro y fuera de mi vida. Se iba por un tiempo, luego reaparecía pr unas semanas o meses. Me llamaba regularmente y me decía que me amaba. Nunca olvidaré esas llamadas. Pero regularmente no estaba ahí.
Esa es la razón por la cual vivía en casa de mis abuelos. Mi mamá se encargaba de mí lo mejor que podía, pero tenía dos trabajos. Sin mi papá en casa ella necesitaba una niñera, pero no podía pagarla. Así que mis abuelos se encargaron, pasaba tanto tiempo en su casa que terminé mudándome.
En 1997, el año que mi papá falleció, yo tenía 11 años de edad. Antes de contarles las circunstancias de cómo falleció, quiero decirles como mi papá influyó en mi de muchas maneras positivas…como yo no sería quien soy sin mi papá, aun con todo el dolor que él puede haber causado.
Es complicado. Admiraba a mi papá por muchas razones. Antes que se mezclara con las cosas malas y las malas personas, muchas personas de Paterson lo admiraban también. Mi papá era un tipo muy inteligente, llevadero y popular. Era maestro de escuela y había sido atleta, estrella local del baloncesto, futbol americano y atletismo. Como mi papá, yo quería ser una gran atleta. También quería ser inteligente, por que todos decían, “Tu papá es muy inteligente” Siempre decían eso. Era un tipo bien parecido, inteligente, atlético.
Pero Paterson no fue bueno para él. O el no fue bueno para Paterson, no lo sé. Lo que fuera que fuese, empezó a vivir otra vida. Parrandeaba. Se hizo adicto a las drogas. Veía otras mujeres.
Eso era confuso para mí. Yo era pequeña. Era tranquila y observaba lo que ocurría a mi alrededor, lo cual me hizo entender las cosas aún de manera más cruda.
Mi primera memoria del baloncesto fue con mi papá. No sé donde fue, pero me llevó a un gimnasio. Había muchas personas, y lo recuerdo clavando el balón. No sé que edad tenía yo, pero era muy pequeña. Estaba sentada en el piso. Recuerdo la emoción de los presentes cuando lo vieron ejecutar. Fueron unas clavadas muy buenas.
Quería ser exitosa en los deportes como él. Quería ser inteligente y reconocida, como mi papá. Pero por otro lado, recuerdo haber pensado, aun a los ocho o nueve años de edad, No puedo ser como él. No quiero caer en las drogas. No quiero tener los amigos que él tiene. Quiero ser mejor que eso. Hay una vida mejor. Tiene que haberla.
En ese sentido fui afortunada al tener a mis abuelos. Mi abuelo siempre decía “Lo que sea que hagas, no me importa los que sea, trata de ser la mejor en eso”. Él y mi abuela me inculcaron la importancia de ser buena en la escuela. Me apoyaron en la música. Me enseñaron que se podía salir adelante a pesar de cualquier dificultad, a perseverar y ser fuerte. Muchos niños del barrio no tienen estabilidad, y eso descontrola toda su vida. Fui afortunada de tener estabilidad con mis abuelos.
Espero que toda esta historia de mi niñez no sea aburrida. Más aún, espero que no sea recibida como otra historia de bienestar acerca de una niña pobre que salió del barrio. Nadie tiene una historia totalmente grandiosa o totalmente mala. Cuando se empieza a develar las interioridades de cualquier vida, nunca es como una película, con un guió definido. Tuve muchos momentos felices en mi niñez, pero también hubo momentos muy duros… cosas que aun trato de entender años después.
A través de todos esos altibajos, la música siempre estuvo ahí.
Mi papá me conectó con el hip-hop. Fue durante sus dos últimos años de vida. Ya estaba enfermo, pero yo no lo sabía.
El primer disco de hip-hop que colocó para mí se llamaba, Father’s Day. El artista era Father MC, y la primera canción que mi papá colocó para mí se llamaba “I’ll Do 4 U”, interpretada por Mary J. Blinge. Recuerdo las palabras exactas de mi papá, sostuvo el álbum sonriendo y dijo, “¡No sabes nada de esto!”
Puso el disco en el reproductor y me enamoré del hip-hop.
Mi papá me conectó con artistas que mis amigos aún no escuchaban: Busta Rhymes, Naughty by Nature, Q-Tip, Biggie, Junior M.A.F.I.A., Bell Biv DeVoe, Boyz II Men, LL Cool J, Tupac y muchos más.
Deseo poder regresar a esos tiempos…solo para escuchar por primera vez el hip-hop.
¿Cómo puedo explicar lo que se siente? ¿Cómo sentí el hip-hop de niña?
Sonaba…increíblemente…agradable. Cuando lo oi, me hacía sentir que trataba del lugar donde vivía, si eso tiene sentido, sonaba como la ciudad interior. Tenía el ritmo de la ciudad interior ¿Sabes? Ninguna música me ha hecho sentir así, y eso no significa despreciar otros géneros. Cada género te hace sentir algo diferente. El hip-hop se sentía como algo diferente. Como un estilo de música nuevo, fresco, que contaba historias de ambientes como el mío.
Mirando en retrospectiva, el hip-hop influenció profundamente la música que yo creo hoy.
También fue la banda musical de los últimos días de mi papá, porque en el momento que mi papá se estaba enfermando, el hip-hop predominaba en mi walkman. Hoy, hay ciertas canciones y álbumes que instantáneamente disparan memorias de mi papá.
Justo antes del final, todo fue muy extraño, él pareció mejorar por primera vez en mucho tiempo. Todos pensaron que finalmente mi papá volvería a ser quien alguna vez fue. Un par de años antes de fallecer, había empezado a recuperarse realmente de su adición y a salirse de ese estilo de vida, trataba de vivir una vida limpia. Eso duró muy poco, entonces empezó a sentirse cada vez más débil. No tuve todos los detalles, pero fue diagnosticado con ALS (Enfermedad amiotrófica severa).
Poco después, mi papá estaba en silla de ruedas todo el tiempo. Se fue a vivir con mis abuelos y conmigo. Menos de un año después, los médicos sospechaban que perdería la facultad de hablar, lo cual es el resultado final de la ALS, y le hicieron una traqueotomía.
Ayudé con algunos de los cuidados, si mi papá necesitaba algo en medio de la noche, yo me levantaba. Teníamos que estar pendientes, eso fue lo que me dijeron mis abuelos. Eso es lo que hacen las familias, dijeron. Aprendí que los miembros de una familia tienen que cuidarse entre si, sin importar la razón que sea. Aunque no se quiera. Aunque te duela. Era como la una de la madrugada y mi papa tosía y no podía respirar. Tenía que levantarme y ayudarlo limpiando su tubo traqueal. Usualmente, me sentaba con él después de la limpieza y nos quedábamos dormidos.
Hablábamos muy poco en los últimos meses de su vida. Él estaba muy débil para hablar. Yo era muy tímida. Cuando no pudo hablar más, empezó a escribir notas en pedazos de papel y me las entregaba. Le tomaba mucho tiempo escribir una oración corta. Sus notas usualmente decían que me amaba y cosas por el estilo. Yo no sabía que responder. Yo no sabía como expresarme, o no quería, no sabía como enfrentar ese tipo de emoción. Así que no decía nada. A veces, o mejor dicho todo el tiempo, me sentaba con mi papá y no decía nada. Desperdicié esos momentos. Desperdicié los suspiros. Porque rechazaba aprovecharlos. Despues de eso, en realidad por muchos años, cada vez que alguien trataba de expresar cualquier tipo de emoción hacia mí, me encerraba.
Mi papá falleció en noviembre de 1997. Este año se cumplen 20 años.
Guao, me di cuenta mientras escribía esto, 20 años.
En las siguientes dos décadas, mis dos amores, la música y el baloncesto, han crecido y crecido. Alrededor de los 15 años de edad, le pedí a mi mamá unas mesas plegables y ella me las compró. La llevé al sótano y ese fue mi primer estudio. Recuerdo que quería ser productora, pero no tenía idea de cómo hacer eso o lo que significaba. Sabía tocar varios instrumentos, esa era mi fortaleza, pero tenía que aprender todos los programas y aspectos tecnológicos de la música. Me sentaba y estudiaba y estudiaba hasta que los entendía.
Seguí produciendo música en la universidad y hasta cumplir los 30 años de edad. Practicaba y componía. Conocí un par de personas del mundo de la música, también, ellos me dieron una mano. En 2010 trabajé algo con Ronnie James Tucker, a quien todos conocían como Ro James. Ahora lo llamo Ronnie. Se convirtió en mi amigo como otras personas con las que estoy muy agradecida. De hecho, verlo crecer como artistas fue inspirador. Grabamos juntos en el estudio de mi casa de Harlem. Ahora él esta nominado al Grammy en R&B como cantante.
En algun momento, tal vez cuando jugaba para el Liberty y vivía en Harlem, recuerdo haberme dicho: Hey, estás haciendo esto, y ayer no tenías idea de lo que hacías. Y nadie te enseñó nada. Date cuenta de eso.
Noviembre de 2013 fue un gran mes para mí (ahí viene de nuevo otra vez el mes de noviembre) Lancé mi primer álbum, Broken Diary. Fue mi manera de abrirme al mundo.
Hay una canción allí que escribí, llamada Runaway Memories. Trata de mi papá y distintas novias que tuvo. La canción tiene tres estrofas, las dos primeras son acerca de las novias que entraban y salían de mi vida cuando era niña, y la última es acerca de mi mamá.
Aquí están unas líneas de la última estrofa:
Nunca pensé en asustarla
Nunca pensé que irme fuera duro
Porque hacias parecer muy fácil todas la mentiras que ella vivió
Mediana estatura, piel oscura, cabello largo natural
Llevaba sus sentimientos en morrales pero esra mas fuerte que las estatuas
Y en mi mente ella parecía retarte
Dios envió un ángel para bendecirte
Pero me parece que mi mamá se enamoró de un fugitivo.
En 2016, lancé una recopilación llamada No Subz, el cual produje. Desde este verano, he estado trabajando en algo nuevo.
Ahora que estoy con las Sparks, vivo en Los Angeles. La costa oeste es nueva para mí y algo rara. Para mi desventaja, es diferente. Los Angeles está muy lejos de Paterson, y mi vida actual se siente muy alejada de cómo crecí. Aun me estoy adaptando a el ritmo de vida de aquí, Me gusta el proceso y trato de incorporar eso a mi música. La evolución es buena. Grande.
Como dije, hasta mis compañeras se van a sorprender de cuantos asuntos personales he compartido en esta historia. Ni siquiera comparto mucho de mi música con ellas. En verdad no sé porque. Pienso que solo es… me parece que mi historia aun está en proceso.
A veces me pregunto lo que una joven, tal vez del barrio, tal vez preguntándose como seguir sus sueños, pensaría al mirarme hoy.
Sé lo que espero que vea. Espero que ella me mire y diga, “Caramba ¿de donde salió esa muchacha?”
Eso me haría sonreir, definitivamente. Y sé lo que le diría.
Le diría. “Soy de Paterson”. Entonces le contaría lo que le he contado hoy, todo lo bueno y lo malo y lo que hay entre eso.
Porque, tal vez ella se convierta en músico un día. O en baloncestista.
Nunca se sabe, tal vez será ambas cosas.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 1 de septiembre de 2018.
jueves, 23 de agosto de 2018
Aretha Franklin, la Indomable ‘Reina del Soul’ fallece a los 76 años de edad.
Jon Pareles. The New York Times. 16 de agosto de 2018.
Aretha Franklin, aclamada universalmente como la “Reina del Soul” y una de las grandes cantantes de Estados Unidos en cualquier estilo, falleció este jueves 16 de agosto en su hogar en Detroit.
La causa fue un avanzado cáncer de páncreas, dijo su publicista Gwendolyn Quinn.
En sus indelebles éxitos de finales de la década de 1960, Ms. Franklin llevó el fervor de la música góspel a canciones seculares que fueron mucho más que románticas. Éxitos como “Do Right Woman — Do Right Man,” “Think,” “(You Make Me Feel Like) A Natural Woman” y “Chain of Fools” definieron un moderno arquetipo femenino: sensual y fuerte, largamente sufrido pero indomable, amoroso pero nada predecible.
Cuando Ms. Franklin cantaba “Respect” la canción de Otis Redding que se convirtió en su marca personal, nunca la enfocaba como solo una mujer quien quería ser saludada por su esposo al llegar a casa del trabajo. Era una demanda de igualdad y libertad cargada de feminismo, efectuada por una voz que no aceptaría nada menos.
Ms. Franklin tuvo una celebrada carrera. Colocó más de 100 sencillos en las carteleras de Billboard, incluyendo 17 sencillos pop entre las 10 grandes y 20 números 1 en los éxitos de Rhythm & Blues. Recibió 18 premios Grammy competitivos, además de un premio por su trayectoria en 1994. Fue la primera mujer inducida en el Salón de la Fama del Rock & Roll, en 1987. Cantó en la toma de posesión de Barack Obama en 2009, en conciertos previos a las tomas de Jimmy Carter en 1977 y Bill Clinton en 1993, y en la Convención Demócrata Nacional y el funeral del Reverendo Dr. Martin Luther King Jr. en 1968.
Cantantes de generaciones exitosas de R&B, entre ellas Natalie Cole, Whitney Houston, Mariah Carey y Alicia Keys, la emularon abiertamente. Cuando la revista Rolling Stone colocó a Ms. Franklin en el tope de su lista de 2010 de los “100 Cantantes Más Grandes de Todos los Tiempos”, Mary J. Blige le rindió tributo:
“Aretha es un regalo de Dios. Cuando se trata de expresarte mediante una canción, no hay nadie quien la supere. Es la razón de porqué las mujeres quieren cantar”.
La esencia de Ms. Franklin, sus constantes improvisaciones vocales tuvo su origen en el góspel. Esa fue la música con la cual creció en las iglesias Baptistas donde su padre, el Reverendo Clarence LaVaughn Franklin, conocido como C. L., predicaba. Empezó a cantar en el coro de la iglesia New Bethel Baptist de su padre en Detroit, y pronto se convirtió en solista estrella.
El góspel modeló sus arrancadas punzantes, sus remarcados fraseos, sus galvanizantes crescendos y sus exhortaciones percusivas; también modeló su interpretación del piano y los arreglos de contrapunteo vocal que compartía con sus cantantes complementarias. A través de su carrera en el pop, soul y R&B, Ms. Franklin se recargaba periódicamente con álbumes de góspel: “Amazing Grace” en 1972 y “One Lord, One Faith, One Baptism”, grabado en la iglesia New Bethel en 1987.
Pero el góspel solo era una parte de su vocabulario. La amplitud y la sofisticación armónica del jazz, el dolor y la sensualidad del blues, la vehemencia del rock, y luego, la sostenida emotividad de la ópera fueron todos dominados por ella.
Ms. Franklin no leía música, pero fue una consumada cantante estadounidense. En una entrevista con The New York Times en 2007, dijo que su padre le había contado que ella cantaría para reyes y reinas.
“Afortunadamente he tenido la fortuna de hacerlo”, añadió ella. “También para presidentes”.
Por toda la admiración que se ganó Ms. Franklin, su fortuna comercial era inigualable, mientras sus grabaciones entraban y salían de escena con los gustos del mercado pop.
Despues de su irrupción en el soul a finales de la década de 1960 y una seguidilla de éxitos pop a comienzos de la década de 1970, la era del disco la inhabilitó. Pero Ms. Franklin tuvo una resurgencia en la década de 1980 con su álbum “Who’s Zoomin’ Who” y su sencillo ganador del Grammy, “Freeway of Love”, y se mantuvo en las próximas décadas como una especie de cantante emérita de soul: una diva indomable y participante en duetos que le daba autenticidad a los colaboradores como George Michael y Annie Lennox. En escena, Ms. Franklin se probaba noche tras noche al mantener a las audiencias preguntándose que haría a continuación y maravillándose de cuantas maneras podía manifestarse su voz.
La Madre cantaba Gospel
Aretha Louise Franklin nació el 25 de marzo de 1942 en Memphis. Su madre, Barbara Siggers Franklin, era cantante de góspel y pianista. Sus padres se separaron cuando Aretha tenía 6 años de edad, quedó a cargo de su padre. Su madre falleció cuatro años después debido a un ataque cardíaco.
La carrera de C.L. Franklin como pastor llevó a la familia desde Memphis hasta Buffalo y luego a Detroit, donde se unió a la iglesia New Bethel Baptist en 1946. A través de sus dinámicos sermones transmitidos a nivel nacional y grabados, él se convirtió en “el hombre de la voz dorada”.
La casa de los Franklin estaba llena de música. Mr. Franklin recibía músicos seculares y de góspel: el pianista de jazz Art Tatum, la cantante Dinah Washington, y figuras del góspel como el joven Sam Cooke (antes de pasar al pop), Clara Ward, Mahalia Jackson y James Cleveland, quienes se convirtieron en mentores de Ms. Jackson.
Artistas futuros de Motown como Smokey Robinson y Diana Ross vivían cerca. Las hermanas de Aretha, Erma y Carolyn, también cantaban y escribían canciones, entre ellas “Piece of My Heart”, una canción que Erma Franklin grabó antes que Janis Joplin lo hiciera, y “Ain’t No Way”, de Carolyn Franklin, un éxito de Aretha. Las hermanas también aportaban los coros en canciones de Ms. Franklin como “Respect”. Desde 1968 hasta su muerte en 1989, su hermano Cecil fue su apoderado.
Ms. Franklin aprendió a tocar piano por su cuenta, había dos en la casa, antes de los 10 años de edad, tomaba canciones desde la radio o de los discos de góspel de Ms. Ward. Por ese tiempo, ella se paraba en una silla y cantaba sus primeros solos en la iglesia. En la biografía de David Ritz, “Respect”, Cecil Franklin recordó que su hermana podía oir una canción solo una vez y de inmediato la cantaba y la tocaba. “Su oído era infalible”, dijo él.
A los 12 años de edad, Ms. Franklin acompañó a su padre en una gira, compartió conciertos con Ms. Ward y otros artistas de vanguardia del góspel. Las grabaciones de una Ms. Franklin de 14 años de edad actuando en iglesias, tocando piano y desgranando los clásicos del góspel ante extasiadas congregaciones, fueron lanzadas a la luz pública en 1956. Su voz ya era espectacular.
Pero Ms. Franklin quedó embarazada, abandonó la escuela secundaria y tuvo un hijo dos meses antes de cumplir 13 años de edad. Poco después tuvo un segundo hijo de padre diferente. Esos hijos, Clarence y Edward Franklin, le sobreviven, junto a otros dos, Ted White Jr. y KeCalf Franklin (su hijo con Ken Cunnigham, un novio de la década de 1970), y cuatro nietos.
Hacia finales de la década de 1950, siguiendo el ejemplo de Sam Cooke, quien abandonó el grupo de góspel Soul Stirrers e inició una carrera como solista con “You Send Me” en 1957, Ms. Franklin decidió seguir una carrera en la música secular. Dejó sus hijos con la familia en Detroit, y se mudó a la ciudad de Nueva York. John Hammonds, el ejecutivo de Columbia Records quien había llevado a la cumbre a Billie Holliday y también llevaría a Bob Dylan y Bruce Springsteen a ese nivel, firmó a una joven Ms. Franklin de 18 años de edad en 1960.
Mr. Hammonds vio a Ms. Franklin como una cantante de jazz con toques de blues y gospel. La grabó con los pequeños grupos de Ray Bryant en 1960 y 1961 para su primer álbum de estudio, “Aretha”, el cual inscribió dos sencillos en la lista de los 10 mejores de R&B: “Today I Sing the Blues”y “Won’t Be Long”. La crítica anual de la revista DownBeat la nombró la nueva voz estrella femenina del año.
Su próximo álbum, “The Electrifying Aretha Franklin”, incluía clásicos del jazz y orquestaciones de grandes bandas; eso le dio un sencillo entre los mejores 40 del pop con “Rock-a-Bye Your Baby With a Dixie Melody”.
Sus álbumes posteriores en Columbia fueron variados, oscilando entre el jazz, el pop y el R&B. Ms. Franklin conoció y se casó con Ted White en 1961 y lo hizo su apoderado, él comparte los créditos de algunas canciones que Ms. Franklin escribió en la década de 1960, incluyendo “Dr. Feelgood”. En 1964 tuvieron un hijo, Ted White Jr., quien dirigiría la banda de su madre décadas después. (Ella se divorció de Mr. White en 1969, luego de un turbulento matrimonio).
Mr. White dijo después que su estrategia era que Ms. Franklin cambiara de estilo desde un álbum a otro, para llegar a varias audiencias, pero los resultados, un tributo a Dinah Washington, clásicos de jazz con cuerdas, reposiciones de éxitos recientes del pop y el soul, confundieron a las estaciones de radio y las audiencias. Cuando su contrato con Columbia terminó en 1966, Ms. Franklin firmó con Atlantic Records, la cual se especializaba en rhythm and blues.
Punto de Inflexión en Muscle Shoals.
Jerry Wexler, el productor quien llevara a Ms. Franklin hasta Atlantic, la persuadió para que grabara en el sur. Ms. Franklin pasó una noche de enero de 1967 en Fame Studios de Muscle Shoals, Ala., grabando con la sección rítmica de Muscle Shoals, la banda que respaldó docenas de éxitos de soul de la década de 1960. Ms. Franklin moldeó los arreglos y tocó el piano, como rara vez lo había hecho en el estudio desde sus primeras grabaciones de góspel.
Las canciones nuevas estaban inspiradas en el blues y el góspel. Esa combinación finalmente encendió la pasión en la voz de Ms. Franklin, el espíritu que únicamente fue apreciado en muchas de sus grabaciones en Columbia.
La sesión de Muscle Shoals se derrumbó, con solo una canción completa y otra medio terminada, en una disputa de borrachos entre un trompetista y Mr. White. Él y Ms. Franklin regresaron a Nueva York. Aun cuando la canción completada en esa sesión, “I Never Loved a Man (the Way I Love You)”, fue lanzada como sencillo, alcanzó el número 1 en las carteleras de R&B y el número 9 en las carteleras de pop, vendió más de un millón de copias.
Algunos de los músicos de Muscle Shoals fueron al norte para completar el álbum en Nueva York. Y con ese álbum, “I Never Loved a Man the Way I Love You”, los años de cantante de club de Ms. Franklin en Columbia dieron paso a la “Reina del Soul”.
“Simplemente estábamos tratando de escribir música real desde mi corazón”, dijo Ms, Franklin en su autobiografía, “Aretha. From These Roots”, escrita con Mr. Ritz y publicada en 1999.
“Respect” grabada el día de San Valentín de 1967 y lanzada en abril, fue una demanda de dignidad, así como una instrucción para “tomarme en cuenta cuando llegas a casa”, y “hacerte cargo del negocio”. Su versión de la canción resonó más allá de las relaciones individuales hasta los derechos civiles, la contracultura y los movimientos feministas. “Era la necesidad de una nación, la necesidad del hombre y la mujer promedios de la calle, el hombre de negocios, la madre, el bombero, el maestro, todos querían respeto”, escribió ella en su autobiografía.
“Respect” llegó al número 1 y le daría a Ms. Franklin sus dos primeros premios Grammy, por mejor grabación de R&B y mejor solo femenino en actuación de R&B (un premio que ganó cada año hasta 1975). Para finales de 1968, había hecho tres álbumes más para Atlantic y tuvo siete éxitos entre las 10 mejores del pop, incluyendo “Baby I Love You”, “Chain of Fools”, “Think” (escrita por Ms. Franklin y Mr. White) y “I Say a Little Prayer”.
Pero en medio del éxito, la vida personal de Ms. Franklin estaba en dificultades. Canciones como “Think”, “Chain of Fools”, y “The House That Jack Built”, se referían a asuntos maritales que ella mantuvo en privado. Peleó con su esposo y apoderado, Mr. White, quien la había maltratado en público, de acuerdo a una historia de la revista Time en 1968, y cuyas decisiones musicales se habían tornado contraproducentes. Antes de su divorcio en 1969, ella lo despidió como apoderado y firmó órdenes restrictivas contra él. También pasó por un período de bebida profunda antes de recuperar la sobriedad en la década de 1970.
Sus éxitos pop de inicios de la década de 1970, como su composición “Day Dreaming” y la de Stevie Wonder “Until You Come Back to Me (That’s What I’m Gonna Do)”, tomaron un tono más ligero, más rítmico, en contraste con su avasallante álbum góspel de 1972, “Amazing Grace”, el cual vendió más de dos millones de copias, convirtiéndose en uno de los álbumes de góspel más vendidos de todos los tiempos. Ms. Franklin grabó regularmente a través de la década de 1970 y siguió teniendo éxitos de rhythm and blues como “Angel”, un sencillo de R&B número uno en 1973 escrito por su hermana Carolyn.
Pero su presencia en el pop se desvaneció en la era disco, y su álbum de 1976, “Sparkle”, escrito y producido por Curtis Mayfield, fue su último álbum dorado de esa década. Este incluía “Something He Can Feel”, un sencillo de R&B número uno. Cuando Ms. Franklin apareció como mesera en la película de 1980 “The Blues Brothers”, revivió una melodía vieja: su canción de 1968: “Think”.
Ms. Franklin estuvo casada con el actor Glynn Turman desde 1978 hasta 1984, y el divorcio fue lo suficientemente amistoso como para que ella cantara la canción de la serie televisiva “A Different World” cuando Mr. Turman se unió al elenco en 1988.
El padre de Ms. Franklin fue tiroteado durante un atraco en su casa en 1979 y estuvo en coma hasta su muerte en 1984. Durante esos años, Ms. Franklin se alternaba mensualmente entre su hogar de California y Detroit. Como su matrimonio con Mr. Turman estaba terminando, ella regresó a Detroit en 1982.
Ms. Franklin quedó profundamente traumatizada en 1983 por un vuelo turbulento en un avión bimotor que estuvo “a punto de caer”, recordó ella. Dejó de viajar en avión, en vez de eso iba en bus a sus presentaciones, y terminó sus actuaciones internacionales. En años recientes, había mostrado interés en desensibilizarse y volar de nuevo, “aunque sea una vez más”, dijo ella en 2007.
Divas y Duetos
Ms. Franklin cambió de sello disquero en 1980, firmó con Arista. Ahí, sus álbumes oscilaron entre reposiciones de sus éxitos de las décadas de 1960 y 1970, “Jumpin’ Jack Flash”, “Everyday People”, “Hold On, I’m Comin’”, “What a Fool Believes”, y canciones contemporáneas.
Luther Vandroos produjo su album de 1982, “Jump to It”, y la devolvió a las carteleras de R&B, donde alcanzó el número uno. Pero Ms. Franklin no reconquistó las carteleras del pop hasta 1985, con el álbum de ventas millonarias, hecho con sintetizadores “Who’s Zooming Who?” Los sencillos “Freeway of Love” y “Who’s Zooming Who?” producidos por Narada Michael Walden, colocaron a Ms. Franklin de vuelta en las mejores 10 del pop, y una colaboración con Eurythmics, “Sisters Are Doin’ It for Themselves”, llegó al número 18.
Ms. Franklin tuvo su ultimo número uno en el pop con “I Knew You Were Waiting (For Me)”, un dueto con George Michael de su álbum de 1986, “Aretha”. Su álbum góspel de 1987 “One Lord, One Faith, One Baptism”, incluyó actuaciones con sus hermanas Carolyn y Erma, y con Mavis Staples de los Staples Singers, así como prédicas del reverendo Jesse Jackson y el Reverendo Cecil Franklin.
Ms. Franklin grabó más duetos (con Elton John, Whitney Houston y James Brown) en“Through the Storm” en 1989, e hizo otro intento de conectarse con la cultura juvenil en “What You See Is What You Sweat” en 1991. Solo hizo unas pocas canciones, sencillos y material de bandas musicales, a mediados de la década de 1990.
Pero destacó en 1998 con triunfos televisivos. Hizo una aparición notoria en la entrega de los premios Grammy de 1998, al sustituir a última hora al disminuido Luciano Pavarotti para cantar la aria de Puccini, “Nessun Dorma”, con un efecto impresionante. En “Divas Live”, evento para recaudar fondos para VH1, ella arrolló a sus compañeras en los duetos, entre ellas Mariah Carey y Celine Dion. Mientras tanto, había estado trabajando con jóvenes productores de nuevo para su álbum de 1998, “A Rose Is Still a Rose”; el tema promocional, producido por Lauryn Hill, alcanzó el puesto 26 en la cartelera pop. Despues de su álbum de 2003, “So Damn Happy”, Ms. Franklin salió de Arista, dijo que grabaría de manera independiente.
Arista lanzó la colección “Jewels in the Crown: All-Star Duets With the Queen” en 2007, incluyendo una canción previa inédita con el ganador del “American Idol”, Fantasia. Ms. Franklin dijo en 2007 que había completado un álbum que se titularía “Aretha: A Woman Falling Out of Love”, con canciones que había escrito y producido por su cuenta, pero no fue lanzado hasta 2011, en su sello Aretha’s Records. En 2008 lanzó un álbum de festividades navideñas “This Christmas”.
Ms. Franklin se mantuvo ambiciosa musicalmente. Reiteradamente anunciaba planes para estudiar piano clásico y finalmente aprender a leer música en Julliard School, pero nunca se inscribió. Recibió varios grados honorarios, incluyendo los de Yale, Princeton y Harvard.
En 2014, Ms. Franklin regresó a un sello grande, RCA Records, con el productor ejecutivo de sus años en Arista, Clive Davis. “Aretha Franklin Sings the Great Diva Classics” presentó reposiciones de material probado: canciones que habían sido éxitos en la voces de Adele, Alicia Keys, Chaka Khan, Gloria Gaynor, Barbra Streisand y Sinead O’Connor. Ese álbum alcanzó el puesto 13 en la cartelera de álbumes de Billboard y el puesto 1 en la cartelera de R&B.
Ella tuvo cinco décadas de grabaciones, pero los escuchas aún se emocionan con su voz.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 21 de agosto de 2018.
viernes, 3 de agosto de 2018
Una delfina preñada. Un disparo fatal. Una tendencia preocupante.
Sarah Mervosh. The New York Times. 01 de agosto de 2018.
Esta historia comienza en una playa de Mississippi, donde una delfina nariz de botella apareció muerta un día de esta primavera.
Un hombre encontró al animal inánime en el agua, en abril y llamó a Marine Mammal Studies (Estudios de Mamíferos Marinos), que se ocupa de delfines varados y realiza necropsias o autopsias de animales, dijo Moby Solangi, director ejecutivo de la organización.
Como no había señales visibles de violencia, los restos no fueron examinados de inmediato.
Pero en julio, los veterinarios disecaron a la delfina y encontraron algo inesperado: una bala alojada en el pulmón del animal. La delfina había recibido un disparo mortal, y además, la necropsia reveló que estaba preñada con una criatura completamente formada, la cual también murió.
Ahora, se ha ofrecido una recompensa de 11.500 $ por ayudar a resolver el caso. Es el último ejemplo de violencia contra delfines al norte del Golfo de México, lo cual dicen los expertos se está convirtiendo en algo común.
Desde Florida hasta Texas, 21 delfines han sido hallados muertos con heridas de disparos desde 2002, de acuerdo a datos de la National Oceanic and Atmospheric Administration. Otros dos fueron atacados con flechas, y otro fue ultimado con un destornillador. La mayoría de las muertes fue registrada en la década pasada.
La tendencia induce muchas preguntas ¿Quién le dispararía a un amigable delfín? ¿Y por qué?
Stacey Horstman, coordinadora de la conservación del delfin nariz de botella para la agencia, quien lleva el registro de la data, tiene una teoría. La llama “el efecto dominó” de alimentar delfines en su ambiente natural.
Cuando las personas le dan alimentos a los delfines en el mar, dijo ella, los animales aprenden a acercarse a los botes y enseñan a sus crías a hacer lo mismo. Algunos hasta sacan sus cabezas fuera del agua y abren sus bocas.
“Son como cualquier animal salvaje, como los osos en Yellowstone”, dijo Ms. Horstman. “Cuando los delfines son alimentados, eso cambia su conducta”.
Cuando los delfines se acercan a los botes, también pueden apoderarse de las carnadas, lo cual hace que los pescadores sean retaliativos, dijo ella. Entre las pasadas matanzas de delfines en las cuales el responsable ha sido identificado, dijo ella, “varios de ellos han sido pescadores frustrados”.
Acercarse a los humanos también pone a los delfines al alcance de personas quienes podrían herirlos por deporte o diversión. En 2014, un joven admitió haber atacado a un delfín nariz de botella con una flecha de caza, de acuerdo al N.O.A.A. Se entregó una recompensa de 24.000 $ por la información que ubicó al perpetrador en ese caso, dijo Ms. Horstman.
Ahora, una gran recompensa se ofrece otra vez, esta vez en relación a la matanza de la delfina preñada.
La delfina había llevado a su cría por todo el período de gestación de 12 meses y estaba casi lista para parir cuando fue asesinada, dijo Mr. Solangi, del Institute for Marine Mammal Studies.
Aunque esta delfina fue arrastrada hacia la playa, Mr. Solangi teme que quien quiera que le disparó haya matado otros delfines que no han sido hallados.
“Generalmente cuando alguien empieza a dispararle a los animales, no lo hace solo una vez”, dijo él. “Es el mismo caso del asesino serial”.
Espera que la recompensa, ofrecida por los defensores de los derechos de los animales y su conservación, ayude a capturar al matón. Molestar o matar delfines salvajes es castigado con cárcel y multa.
Mientras tanto, Ms. Horstman espera llegar hasta los cómplices involuntarios de este tipo de hechos, aquellos quienes alimentan a los delfines salvajes.
“El público piensa que eso es una conducta inocente”, dijo ella. Pero agregó, “No pueden ver el efecto dominó de ese simple acto, ese aparente simple acto de darle algo de comida a un delfín”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 03 de agosto de 2018.
viernes, 2 de marzo de 2018
Ahora se puede decir: Bárbara Stevens tiene 1000 victorias a su nombre.
Harvey Araton. The New York Times. 20-02-2018.
PLEASANTVILLE, N.Y. — El problema era con el pase apropiado, con la ubicación en la zona de la pintura, con la incapacidad del equipo para pasarle el balón a la jugadora más alta en un lugar donde pudiera hacer uso de su tamaño y fuerza en la condición más provechosa.
Todo esto fue dolorosamente aparente para la entrenadora Bárbara Stevens en la banca de Bentley University, cuando Victoria Lux su espigada centro, tuvo dificultades en la primer tiempo con la defensa de Pace University. Su equipo parecía que iba a sufrir una derota inesperada.
Stevens, la matrona de Bentley, una grande por mucho tiempo en la Division II y campeona nacional en 2014, ya prepara sus modificaciones del entretiempo.
“Las integrantes del equipo se acercaron y aportaron un gran cantidad de opiniones” dijo ella al reflexionar sobre el juego, el cual se realizó a finales del mes pasado. “Yo pensaba que no teníamos la ubicación correcta, hablé de eso en el entretiempo, hice algunos ajustes”.
Con suficiente confianza, en la primera posesión de Bentley de la segunda mitad, Lux se ubicó cerca del canasto y el balón circuló hacia el costado y entonces se lo lanzaron a ella sobre una defensora pequeña de Pace. Con una mejor ubicación, el resultado fue exitoso. Dos puntos para Lux en ruta a una segunda mitad dominante y una victoria 72-66 como visitantes, la milésima segunda de la carrera de 41 años de Stevens, un recorrido de excelencia contínua que, a un nivel de celebridad nacional, ha sido un secreto a voces.
Lo cual no necesariamente es un problema para ella.
“Llegué a un lugar donde creía me desempeñaba mejor, fuera de la luz pública”, dijo Stevens.
Desde sus primeros días como entrenadora principal en 1977, en Clark University, Worcester, Mass., hasta los tres años de ensayo en la University of Massachusetts antes de establecerse en un recorrido contínuo de 32 años en Bentley en Waltham, un suburbio de Boston, la vida de Stevens a menudo ha sido objeto de ajustes estratégicos, como lo fue aquella noche ante pace.
Es un enfoque que le ha permitido identificar la posición preferida, el lugar perfecto, y no ha sido el tope en la escalera de mando.
Décadas antes de que Stevens se convirtiese en la quinta entrenadora universitaria que ganaba 1000 juegos, ella fue una estrella creciente, en medio del movimiento para elevar el perfil del juego, para promover la equidad de géneros en el deporte.
Siempre ha sido una de las grandes embajadoras del juego femenino y una gran líder para las mujeres en general”, dijo Muffet McGraw, gran entrenadora en Notre Dame, en una entrevista telefónica.
Stevens ha tenido relaciones profesionales y amistades con las entrenadoras reconocidas en el mundo del baloncesto, personas como McGraw y las otras cuatro miembros del club de las 1000 victorias: la leyenda de Tennessee Pat Summit; Sylvia Hatchell de Carolina del Norte; Tara VanDerveer de Stanford, y más notablemente, Geno Auriemma de Connecticut, con quien Stevens condujo los campamentos de baloncesto de Estados Unidos a principios de la década de 1990.
Todas hacen vida en la Division I, excepto Stevens, quien también es la única entrenadora de la Division II en haber sido presidente de la Women’s Basketball Coaches Association en 1984-85.
Ella dirigió conta McGraw mientras estaba en Massachusetts y McGraw en Lehigh. Su equipo de Massachusetts de la temporada 1985-86 perdió una ventaja de segundo tiempo ante una escuadra de Connecticut que jugaba su séptimo juego en la temporada del debut de Auriemma.
“No recuerdo otra cosa adicional a que ambos no teníamos equipos muy buenos”, dijo Stevens. “Quien iba a saber que él transformaría el programa de la forma como lo hizo?”
¿Quién iba a saber que Stevens, luego de irse de Massachusetts y reubicarse en Bentley, una universidad privada con matrícula combinada (pre y post grado) de 5500 estudiantes y una reputación de negocios y finanzas altamente respetada, establecería un programa que en ocasiones ha sido llamado el UConn de la Division II?
Eso era en términos de consistencia, longevidad y fundamentos de calidad, porque Stevens solo ha ganado un título nacional (con un equipo invicto) por 11 de Auriemma. Pero en más de tres décadas en Bentley, tiene un porcentaje de victoria por encima del 80 por ciento, ha estado en 29 torneos de la NCAA, ha ganado 14 títulos regionales, ha participado en 10 semifinales y ha logrado una docena de temporadas con al menos 30 triunfos.
Fue elegida al Women’s Basketball Hall of Fame en 2006, entró en la misma clase, coincidencial pero felizmente, de Auriemma.
“Ella es una de mis favoritas en la profesión”, escribió Auriemma en un correo electrónico. “La manera como ella desarrolla su programa es impresionante, pero el aspecto más impactante de su programa es como ellas compiten consistentemente y ganan campeonatos. Sin importar de cual división hablamos, es una de las mejores entrenadoras del país”.
Lo cual en la cultura de los entrenadores ambiciosos, lleva a una pregunta obvia: Despues de tanto éxito, ¿por qué Stevens ha permanecido en Bentley?
Le han preguntado eso muchas veces, por supuesto, aunque principalmente quienes no la conocen, o han llegado tarde a su historia, o están fuera de su círculo.
No fueron los años en Massachusetts y su marca de 34-49 allí lo que atenuó el llamado de las grandes universidades, después que Stevens pasó a Bentley y empezó a acumular victorias siguieron llamándola.
“Muchas universidades D-1 me buscaron a través de los años”, dijo ella. “Tuve que decidir si era la oportunidad para mudarme de nuevo, o era la calidad de vida que quería, el espacio que encontré cuando llegué aquí, un balance maravilloso”.
¿Pudo haber tenido eso en una universidad de gran presupuesto, donde las presiones inherentes son mayores y los reclutas élite cada vez más imitan a los hombres, convencidos de que son, como jugadores, la esencia de sus videos promocionales?
“Desafortunadamente, de alguna manera veo el juego femenino de alta competencia avanzando en la misma dirección que el masculino”, dijo Stevens.
Señala con rapidez que no cada programa de la Division I es como el de Connecticut, o Notre Dame, donde la brecha entre los recursos para cada género se ha estrechado hasta ser muy pequeña o inexistente. En Connecticut, Chris Dailey, el entrenador asociado de Auriemma por mucho tiempo, a menudo ha citado esa desafortunada realidad, como una de las motivaciones de ella para no tener un programa propio.
Así que Stevens se quedó en Bentley, como McGraw dijo de su amiga, “No siempre tienes que tener más cuando ya tienes todo lo que quieres”.
En Bentley, ella no ha estado sola en ese respecto. El entrenador de baloncesto masculino, Jay Lawson está en su vigésimo séptimo año. Bob DeFelice, el entrenador de beisbol, ha trabajado allí por medio siglo. Dick Lipe, el director de información deportiva, está en su año 41.
“Atraemos muy buenos estudiantes-atletas aquí”, dijo Stevens. “Son inteligentes, motivados, por eso aún estoy entrenando”.
La entrenadora asociada de Stevens, C White, jugó para ella cuando cambió el siglo. Christiana Bakolas, la entrenadora asistente, fue piloto y capitana del equipo que ganó el título en 2014.
“Llegamos al Final Four en mi segundo año, al Elite 8 en mi primer año”, dijo Bakolas. “Lo queríamos hacer por ella”.
Mientras tanto, McGraw recordaba una conversación con Stevens poco después del título de 2014, el cual fue logrado con una reacción ante West Texas A&M con menos de seis minutos por jugar. Stevens, dijo McGraw, insistía en que la victoria era algo en lo que siempre había trabajado porque quería que cada jugadora de Bentley la saboreara.
Su reputación se ha convertido en una receta del éxito, su programa un destino para las jugadoras universitarias de alto nivel quienes pueden no haber sabido de Stevens antes que alguien, un tío entrenador de baloncesto en el caso de Bakolas, mencionara a esta flaca nativa de Massachusetts, de sonrisa natural y actitud calmada quien se ha forjado un lugar en la historia del baloncesto femenino en casa, fuera de la luz pública.
“Entendemos lo que somos, donde estamos, en el area de Boston, no hay mucha atención”, dijo Stevens. “A veces ni la comunidad de Bentley presta atención. Pero soy una persona extremadamente apasionada y competitiva, consumida por lo que hago. Nuestros recursos son diferentes a los de la D-I. Nuestros grupos de trabajo son más pequeños. Pero reclutamos con mucho ahínco”.
Como programa de Division II, Bentley puede ofrecer becas, y ha sido común que las jugadoras escojan este campus de rápido acceso a los programas de Division I en Boston, dadas las ofertas académicas de Bentley junto a la reputación de Stevens de llevar a sus equipos hasta bien avanzado marzo.
Becca Musgrove jugó tres años en Brown antes de perder su año final por una lesión, entonces aplicó por la escuela de Bentley y por una pasantía en entrenamiento. Con un año de elegibilidad pendiente, se ha convertido en parte vital de la rotación de Stevens, una jugadora incisiva quien marcó 20 puntos en el triunfo ante Pace, el número 1002.
“Nunca me propuse ganar 1000 juegos”, dijo Stevens. “Solo me preparaba para ganar el próximo juego”.
La noche del logro llegó el 17 de enero, en casa contra Adelphi, un rival de conferencia de Northeast-10, la comunidad de Bentley llenó el gimnasio. En los segundos finales de una victoria 78-66, los aficionados corearon el nombre de Stevens, sus jugadoras vaciaron un balde de confetti sobre ella y se paró frente al micrófono para hablar de sacrificio, de las reuniones familiares que se perdió a través de los años por atender a su familia de estudiantes-atletas.
“Me disculpo con ellos por eso”, dijo ella, sin prometer que nunca más estaría ausente.
Una solterona de 63 años, Stevens miró alrededor y vio a su madre, había salido en una fría noche de Nueva Inglaterra, en su silla de ruedas. Vio finalmente a los reporteros de los medios de Massachusetts finalmente prestar atención. Vio a sus jugadoras, las actuales y las antiguas, con lágrimas en las mejillas, hasta algunas quienes compartieron con ella en Clark y no eran más jóvenes que ella.
La cuenta progresiva hasta 1000, después de todo había empezado cuando Steven apenas había terminado la universidad. Fue un largo camino hacia la luz pública, su merecida posición y lugar.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 02 de marzo de 2018.
lunes, 26 de febrero de 2018
Mi primera compañera de clases.
Jayson Tatum. The Players’ Tribune. 15 de abril de 2016.
Lo vi de inmediato. Tan pronto como mi mamá estacionó el carro frente a nuestra casa y empezamos a caminar hacia la puerta del frente. Eso estaba ahí.
Crecer en San Luis, te permite saber de este tipo de cosas, oyes los cuentos, Pero nunca antes lo había visto.
Un pedazo pequeño de papel rosado pegado a nuestra puerta.
Una notificación de desalojo.
Mi mama rompió en llanto tan pronto la vio. Si no era que cortaban la calefacción, era el agua, siempre parecía como si hubiese un problema tras otro. Ella estaba afectada. Fue a su habitación. Podía oirla llorar a través de la puerta.
También fui a mi habitación. Estaba muy molesto conmigo por ser tan pequeño, incapaz de ayudar, sin control de nada. Por supuesto, yo era solo un niño de 8 o 9 años de edad, por lo que no entendía la totalidad de la situación, pero sabía lo suficiente para sospechar lo que significaba ese papel rosado.
¿Dónde vamos a vivir?
¿Con quién nos vamos a quedar?
¿Quién nos va a socorrer?
***
Mucho antes de la escuela secundaria, yo había asistido a la universidad. Mi mamá me tuvo cuando tenía 19 años de edad. Era estudiante de primer año en la universidad. Estaba decidida a no convertirse en otra estadística, a no terminar viviendo de las dádivas del estado, a no abandonar la escuela.
Así que me llevó a clases con ella.
Desde cuando era bebé hasta que tuve unos ocho años de edad, cuando mi mamá iba a la universidad, yo iba con ella. Recuerdo sentarme al fondo de sus clases, comer meriendas o sumergirme en libros o video juegos. Me mantenía tranquilo, escuchando allá y acá, para mí, la mayoría de los profesores parecían aburridos y hablaban mucho. Yo tenía mis cosas en que enfocarme, ella tenía las suyas. Se sentía normal. Así que eso fue lo que hicimos. Cuando mi mama no podia pagar una niñera y abuela estaba trabajando, íbamos a clase juntos.
Para cuando yo estaba en sexto grado, mi mamá se había graduado de abogada en la St. Louis University.
Nunca olvidaré su graduación en la escuela de leyes. Fueron todos mis primos y abuelos. Cuando anunciaron el nombre de mi mamá, me puse de pie y grité “¡Te amo! ¡Estoy orgulloso de ti!”
Ella lo había hecho, se lo dije despues de la ceremonia, pero me corrigió. “Lo hicimos”.
Pienso que todo lo que mamá trabajó y todo lo que vivió, no me impactó realmente hasta este año pasado, ante la expectativa de Duke este otoño.
Aquellas noches cuando ella todavía estaba en la universidad, nos sentábamos juntos en la mesa del comedor. Cada quien hacía su tarea. Ella iba y venía desde la cocina, preparaba la cena mientras le hacía preguntas acerca de mis ejercicios de matemáticas. “Mamá era la mejor en matemáticas, siempre encontraba la manera de simplificar las cosas de manera que yo pudiese entender). Y cuando era hora de ir a la cama, me llevaba a mi habitación y regresaba a la mesa del comedor, ahí se quedaba largas horas, estudiando, leyendo, asegurándose de estar al día con sus deberes escolares.
A menudo me decía, “Jay, no dejes que nadie te diga lo que puedes o no puedes ser. No te importa eso”.
Cuando en el liceo se hizo evidente que el baloncesto se estaba convirtiendo en parte importante de mi vida, sus palabras en casa se hicieron más vehementes.
He jugado baloncesto desde que podía caminar. Mi papá jugó en la universidad y luego unos años como profesional en el exterior, por eso no lo veía mucho en esos primeros años. Pero hay fotos mías de cuando era bebé, en sus juegos. Se podría decir que el juego ha sido parte de mi desde el principio. Cuando solo tenía tres años de edad, tuve que jugar en la liga sub-5 en nuestro YMCA porque era mucho más alto que los otros niños de mi edad.
Cuando mamá descubrió que todo lo que yo quería era jugar baloncesto, empezó a demandar que trabajara igual de duro en la escuela. Ella no quería que las personas me miraran y pensaran, Él solo es un atleta. Todo lo que puede hacer es jugar baloncesto. No puede hablar bien.
De pronto había nuevas reglas en la casa. Si mis notas no estaban donde ella quería que estuviesen, entonces no habría torneos de baloncesto los fines de semana.
“Si, seguro, está bien mamá”, replicaba sarcásticamente. “Las mamás de mis amigos no tienen esas reglas”.
Solo me comportaba como un niño.
Gran error. Un día, ella regresó a casa luego de una reunión con los profesores acerca de mi rendimiento escolar. Señaló las dos C en mis calificaciones.
Se sentó conmigo y desarrolló una de esas conversaciones, una de esas largas conversaciones de las madres. Si saben a lo que me refiero, saben lo que quiero decir.
Cuando llegó el torneo de baloncesto de fin de semana, ella no hizo ningún escándalo. No me dejó jugar. Sin piedad. Eso fue una advertencia. Nunca más volví a subestimar a mi mamá. Eso solo ocurrió una vez.
Desde entonces nos convertimos en un equipo como lo habíamos sido cuando ella me llevaba a la universidad. En ese tiempo, ella había hecho todo lo que estaba a su alcance, tenía dos trabajos, tomaba trabajos adicionales como limpiar las casas de las personas, hacía sus deberes escolares, además de todas sus responsabilidades de madre. Ni cuando se graduó se detuvo su trabajo duro, así que yo necesitaba dar lo mejor de mí también.
Mientras me hacía más alto y fuerte, empecé a madurar de otras formas. Traté intensamente de ocuparme de mis tareas escolares para que ella no tuviese que revisarme tanto como solía hacerlo. Traté de ser tan independiente como pude para aligerar su carga un poco. Empecé a lavar y planchar mi ropa, a ir por mi cuenta al gimnasio, preparar mi desayuno en la mañana, y si ella trabajaba hasta tarde, yo trataba de tener la comida lista cuando ella llegaba a casa. (Mis futuros compañeros de habitación en la universidad tuvieron suerte. Aprendí a hacer unos tacos maravillosos).
Mi juego también mejoró.
El verano previo a mi llegada a la escuela secundaria, me invitaron a un campamento de baloncesto élite en Atlanta. Allí había muchachos quienes tenían sus propios videos YouTube, cintas con su música preferida, de todo. Reconocí algunos otros jugadores, Josh Langford, V.J. King, Bam Adebayo, como principales reclutas de la secundaria. Llegué como el chico nuevo. Nadie sabía mi nombre ni de donde venía. Pero al final del fin de semana, sentí que algunas personas más sabían mi nombre. El baloncesto universitario estaba en mi radar, y tal vez una beca de estudios.
Al aproximarme a mi primer año en la secundaria, mamá me sentó para una de sus charlas. La manera como yo admiraba a Kobe y LeBron, dijo ella, era la forma como los jóvenes de San Luis me admirarían: Era un basquetbolista de renombre en potencia.
Lo que fuera que hiciera fuera de la cancha, dijo ella, era tan importante como los números que lograra en ella.
Además de las tareas escolares, mamá me involucró con el trabajo voluntario, prestando ayuda en los refugios de los desamparados y tutoreando jóvenes atletas-estudiantes de la ciudad. Iba a sus prácticas y juegos, hablaba con ellos de los problemas que enfrentaban en la escuela. A veces yo hablaba en sus banquetes o cumplía otras funciones en el equipo.
No estaba acostumbrado a dar consejos. ¿Qué le puede decir un muchacho de 18 años a otros jóvenes?
Siempre empezaba de la misma forma, con una historia.
Cuando cursaba la escuela primaria, mis maestros caminaban alrededor del aula preguntándole a los niños que querían ser cuando crecieran. La mayoría de mis compañeros de clases decía que quería ser médicos o abogados. Yo siempre decía, “Quiero ser un basquetbolista profesional”. Usualmente el maestro sonreía y decía, “Eso es inspirador, pero piensa en algo más realista”.
Entonces les decía a esos atletas-estudiantes lo que me decía mi mamá.
“No dejen que nadie les diga lo que pueden o no pueden ser. No les importa eso”.
“Soy como ustedes”, les decía. “Soy de estas cuadras, jugué en estas ligas, mi familia ha tenido sus dificultades igual que las de ustedes. No hay secreto especial. Solo hay que trabajar duro y automotivarse. (Y si son afortunados, tendrán una mama quien los motivará mucho más).
Cuando empezaron a llegar las ofertas de becas de estudio, cada carta hacía llorar a mi mamá. La llamada del entrenador K fue un sueño hecho realidad, un sueño que ella había estado preparando para mí en esos últimos dos años, aun cuando yo no estuviese tan seguro de que eso me iba a ocurrir.
Pensé que las lecciones habían terminado, pero estaba equivocado. Hasta cuando supe que iba para Duke, mamá siguió motivándome.
Ella iba a mi habitación cuando yo veía televisión, tomaba el control remoto y preguntaba, “Jay, si viniese un reportero de noticias hacia ti después de un juego y te preguntara, ‘¿En que pensabas durante los momentos decisivos del juego?’ ¿Qué le dirías?”
En ese momento, no entendí lo que ella hacía, solo quería ver televisión.
“¡Mamáaaaaa! Nadie va a venir y me va a hacer esa pregunta”.
Pero ella insistía, así que terminé siguiéndole el juego. Ella sostenía el control remoto empuñado bajo mi barbilla, como un micrófono imaginario.
Mirando en retrospectiva, eso fue muy divertido, pero pienso que eso ayudó a prepararme. Ahora nunca me pongo nervioso cuando tengo que hablar con los medios.
Mi mamá encontró la manera de mantener nuestra casa luego de aquella nota de desalojo. Se dedicó como con sus grados universitarios, sus largas noches haciendo varios trabajos, encontró la manera.
La casa no es nada espectacular, solo tiene dos habitaciones y un baño. Pero es nuestro hogar.
A veces mi mamá y yo soñamos despiertos acerca de ayudar a otras madres solteras quienes tratan de salir adelante. Hablamos de convertir nuestra casa en un lugar donde una madre y su hijo puedan vivir sin pagar alquiler por un año o dos mientras se estabilizan, de manera que no tengan que pasar por lo que mamá y yo vivimos, preguntándonos si en 30 días todavía tendríamos un hogar. Espero que algún día nuestro sueño se haga realidad.
Ahora Duke está en mi horizonte. Y eso solo es posible por mi mamá, mi compañera universitaria original.
Gracías mamá, por asegurarte de que yo me alimentara, por asegurarte de que tuviéramos un hogar, por convertirme en la persona que soy hoy.
…y por asegurarte de que hiciera mis deberes escolares. Prometo mantenerte informada de mi rendimiento universitario. Además, sé que igual lo revisarás.
Gracias otra vez mamá. Lo hiciste.
Me equivoqué. Lo hicimos.
Jayson Tatum. Colaborador.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 24 de febrero de 2018.
jueves, 1 de febrero de 2018
Mi hermano Dave.
The Players Tribune. 23 de enero de 2017.
Paul Holmgrem. Presidente de los Flyers de Filadelfia.
Cuando tenía 12 años de edad, le pedí a mis padres que me enviaran a un campamento de hockey de una semana en Bemidji StateUniversity.
La universidad está a tres horas de donde vivíamos en el lado este de St. Paul. Mi papá, Edward Holmgren, trabajaba en la U.S Post Office mientras mi mamá se quedaba en casa para levantar la familia. Las finanzas eran muy ajustadas. Si, había suficiente comida, pero no teníamos los 110 $ para enviarme al campamento de hockey. En 1967, eso era el equivalente de 800 $ de hoy. No es que fuésemos pobres, pero no había mucho dinero para gastos adicionales.
Yo era el bebé de la familia, el más joven de cuatro hijos. Mi hermano mayor inmediato, Mark, me llevaba solo 15 meses, y usé mucha de la ropa que no le servía, abrigos viejos, pantalones y zapatos siempre llegaban hasta mi cada vez que Mark crecía hacia otra talla. De todo lo que me daba lo que más me gustaba eran los patines. Hasta que casi tuve 11 años no tuve unos propios. Vivíamos en una casa de un baño, sin ducha. Era un clásico. Un hogar al estilo St. Paul. Dave, mi hermano mayor por ocho años, compartía habitación en el piso de arriba con Mark y conmigo. Estoy seguro de que no podía ser divertido tener por compañeros de cuarto a dos niños pequeños, pero Dave era especial.
Dave nunca llegó a verme disfrutar los beneficios de lo que aprendí en Bemidji State.
Dos años antes, había quedado ciego, por complicaciones con su diabetes.
Cuando él tenía ocho años, fue a un campamento de verano al norte de Minnesota, donde de pronto se enfermó de gravedad y casi muere. Los médicos le diagnosticaron diabetes, le indicaron una dieta y el uso de insulina bajo control. Vivió una vida normal por unos años después de eso. Pero a medida que pasaba el tiempo, parecía que todo lo malo que podía ocurrirle a un diabético, le ocurría a él.
Dave era el cerebro de los hermanos Holmgren, un mago en matemáticas y química. Quería incursionar en el negocio de la venta de sándwiches, esperaba convertir una tienda en cadena comercial. Pero su vista empezó a fallar y se convirtió en impedimento. También tenía dolores constantes en todo el cuerpo, algo que empeoró con el tiempo. Tenía 19 años de edad, y dos en la universidad, cuando regresó a casa llorando porque había chocado su Chevy Nova ’62. “No puedo ver”, le dijo a mis padres,
Pero aún con esas dificultades, siempre recuerdo a Dave ejecutando algun trabajo después de clases o en el verano. Un año trabajó en un auto lavado, el año siguiente en un restaurant. No lo recuerdo sin trabajar.
Tenía algo de dinero ahorrado, y quería hacer eso por mí.
Yo jugaba futbol americano y beisbol en Harding High, pero vivir en Minnesota implicaba que también jugaba hockey. El hockey estaba en todas partes. El hockey es todo. Si no estaba jugando en la calle frente a la casa, estaba en el campo East View Playground dos cuadras más allá. Los fines de semana jugaba con mis amigos desde las nueve de la mañana hasta las ocho de la noche, tal vez hacía un alto para almorzar. Y después que terminábamos las tareas, regresábamos a jugar.
El día de escoger la carrera universitaria, escribí jugador de hockey en el cuestionario que todos debían llenar.
Debido a la diferencia de edad, Mark y yo éramos más cercanos que con respecto a Dave y mi hermana mayor Janice. Éramos más inclinados hacia el deporte que ellos. Si hablaba con alguien de hockey, ese era Mark. No recuerdo haber hablado con Dave de mi interés por el deporte. Pero al mirar hacia atrás, obviamente él estaba pendiente. Sino ¿Por qué habría pagado para que yo fuese a ese campamento de hockey?
El campamento de Bemidji State era uno de los mejores de NorteAmérica. Estaba a cargo de Bob Peters ( el entrenador de Bemidji State desde 1967 hasta 2001) y Murray Williamson (dos veces entrenador del equipo olímpico de Estados Unidos y medallista de plata en 1972). Uno de los instructores del campamento era Larry Pleau, quien entonces tenía alrededor de 20 años y jugaba hockey juvenil en Montreal. Era uno de los pocos jugadores estadounidenses considerado entre los grandes prospectos de NHL para esa época.
No puedo recordar en detalle lo que se enseñaba, pero el campamento era muy completo. Lo más importante para mí en ese momento era estar sobre el hielo todos los días. Era el paraíso. Recuerdo haber ganado algun tipo de premio por logros alcanzados y regresar a casa más entusiasmado con el hockey que nunca antes. Ir a ese campamento me motivó más que nunca a seguir una carrera en el deporte.
Quizás aún sin el regalo de Dave pude haber jugado en la NHL, pero lo dudo. Todo lo que hice en el hockey (incluso ser entrenador y gerente general) se lo debo a Dave.
Hasta este día, me asusta pensar que nunca le agradecí apropiadamente por eso.
También me tortura algo que ocurrió pocos años después de eso, algo que Dave y yo nunca aclaramos.
Cuando yo tenía 13 o 14 años de edad, Dave quería ir al centro a comprar los boletos para un concierto. Esos eran los tiempos antes de que se hicieran las leyes que permiten que los discapacitados tengan acceso al transporte público. Dave necesitaba tomar un bus para ir a comprar los boletos, pero no le permitían que llevara a su perro guía, Prudy, en el bus. Así que me pidió que lo acompañara.
Probablemente yo no quería ir, pero lo hice de todas formas. Cuando el bus se detuvo en la parada a unas pocas cuadras de nuestra casa y se abrieron las puertas, le dije a Dave, “¿Quieres que suba?”
Lo que quise decir fue, “¿Quieres que suba primero los escalones?” De esa manera, podría ayudarlo a entrar al bus. Pero pienso que por mi actitud, el me malinterpretó. Dijo algo como, “Si no quieres ir, iré solo”.
Viajamos en silencio en el bus. Nunca le expliqué lo que quise decir, y he llevado eso conmigo desde entonces. Sé que eso puede parecer insignificante, pero eso se quedó conmigo porque sentí que lo había desilusionado. Él era una roca, siempre había estado ahí para mí. En su momento de debilidad, me había solicitado algo muy simple…y fui indolente.
Mi recuerdo de ese día siempre me ha pesado. Esa es la razón por la que siempre he compartido esta historia. Es muy importante que las personas resuelvan sus diferencias, hablen de sus puntos de vista y traten de aclarar sus malas interpretaciones. Una vez que se hace tarde para solventar algo, aunque sea algo insignificante, es imposible dejar a un lado la culpa.
No sé que tanto molestó a Dave ese incidente. Quizás un poco o tal vez nada. Era un tipo duro, de una generación que creía que los disgustos se debían guardar. Mi papá nunca hablaba de haber estado en la segunda guerra mundial, y después que vi a Dave llorar ante él y mamá ese día que chocó el carro, nunca habló de cuanto dolor sentía.
Todavía puedo verlo sentado en su silla en las noches, con Prudy a su lado, mientras mirábamos Gilligan’s Island o Hogan’s Heroes. El último era probablemente nuestro programa favorito. Hasta mi papá reía. Los ojos de Dave estaban cerrados y parecía que no prestaba atención, pero reía con nosotros.
Aunque la sonrisa en su rostro, era más una mueca de dolor. Estaba batallando. Sus dolores de cabeza eran horrendos. Tenía que sentarse en una ducha caliente para aliviarse. Sus órganos se estaban apagando. Estaba muriendo frente a nosotros. Pero cuando eres un niño, no te percatas de las personas a tu alrededor.
Cerca del fin, supe de la gravedad del caso. Llegó un momento cuando los médicos le dieron dos años de vida. No recuerdo si él llegó tan lejos o no, pero cuando finalmente fue al hospital no había muchas expectativas de que regresara.
Nadie lo dijo, pero todos lo sentíamos.
El 3 de diciembre de 1970, un día antes de mi cumpleaños 15, llegué desde la escuela y vi el carro de Paul Lindquist frente a la casa. Sentí un peso en el estómago, sabía lo que significaba eso. Mamá había acompañado a Dave en el hospital cuando el falleció ese día. Solo tenía 23 años de edad.
Su novia, Karen, con quien yo había asumido se casaría algun día, estuvo con él hasta el final. Mamá y papá se mantuvieron tan estoicos como pudieron; dijeron que Dave no sufriría más. Oyes eso cada vez que alguien muere, pero yo nunca había experimentado la muerte antes, no sé si saber que Dave no sufriría más era un consuelo. Mi hermano se había ido. Era todo lo que podía ver en ese momento. Hasta Prudy entendió lo que había ocurrido mejor que yo.
Ella murió el día siguiente.
“Su trabajo había terminado”, dijo mi madre.
Todos tenemos momentos difíciles en nuestras vidas, pero cada vez que uno tiene tropiezos en el camino, pienso en Dave. La manera como el afrontó la vida, por aterradora que esta fuera, día a día, con dignidad, es algo que se ha quedado conmigo todos estos años.
He conocido a muchas personas duras en mi vida, pero ninguna como mi hermano Dave.
Uno de mis lamentos más grandes es que él no viviera para verme jugar en la NHL. Eso fue algo grande para todos en mi familia. Él habría estado orgulloso.
A medida que envejezco, sus años finales parecen regresar a mí. Pensar tanto en él solo ha incrementado mi sentimiento de culpa, y mi necesidad de compartir nuestra historia, y la historia de porque fui al campamento de Bemidji State. No recuerdo haberle agradecido, aunque mi padre me había dicho que lo hiciera. Y aún si lo hice, estoy convencido de que no le agradecí lo suficiente.
Después de todos estos años, no hay muchos días en que no piense en Dave. Su regalo inició mi recorrido, siempre le estaré agradecido.
Paul Holmgren / Colaborador
Traductor. Alfonso L. Tusa C. 1 de febrero de 2018.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)