viernes, 27 de diciembre de 2013
Zancadas atmosféricas
Soltar los pasos en la brisa matinal describe una geografía entrañable desde la costa de Manicuare hasta un punto intermedio más cercano a la avenida Perimetral, algo más profundo en el gradiente de añiles y magentas encajado hasta la mitad del golfo de Cariaco. La respiración se encabrita y varios trazos delinean buzos a un costado de un gran buque que avanza entre la algarabía de un tropel de niños que busca esqueletos de estrellas de mar en medio de estrofas de "agua con zapatos".
Un viejo agita los brazos y lanza las manos al infinito desde la acera. La luna regurgita polvos siderales mientras el anochecer pinta el capó de una camioneta destartalada a escasos metros de la playa.
Los alcatraces corcovean en varias direcciones y el bote casi a punto de reventar su maderamen, suelta un coro de voces gráficas. Los pescadores intentan lanzar las atarrayas al cielo.
Las zancadas se pierden sobre los guijarros de la acera. Alcanzan baldes de arenque al fondo de la avenida, donde soplaban vahos de yodo y azufre, y sobraban visiones arqueológicas de autobuses amarillos y examenes de química orgánica que erizaban la piel del corredor extasiado por el avance de una muchacha ígnea que marcaba la distancia hasta los aullidos oxidados de un horizonte cargado de anaranjados intensos, escondido tras matorrales de yaque, estrujado bajo espinas de amnesia, destrozado bajo los neumáticos del autobus que marca la hora de un examen donde confluye más que el reto de la tristeza, el de una nostalgia intransigente cosida a la cara interior de las mejillas.
Los alcatraces picotean sobre las olas y del buque emergen cañones que hielan el tropel de los niños. Pronto sus ojos levantan alas hasta la camioneta y el viejo sonríe, descarga las manos en el pantalón desgastado y suena el claxon hasta alcanzar los graznidos de los alcatraces.
Las zancadas recuperan un poco de ritmo y se inscriben dentro de los azules más diversos de mis carreras bajo la mañana cumanesa.
Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 27 de noviembre de 2013
La invención de Camelot
La viuda de John Kennedy, Jackie, alentó la creación del mito sobre la presidencia de su marido en una entrevista en la revista Life. El viernes se cumplieron 50 años del asesinato del ex Presidente
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YOLANDA MONGE/ DALLAS EL PAÍS SERVICIO EXCLUSIVO DE EL NACIONAL
24 DE NOVIEMBRE 2013 - 12:24 AM
Life no publicó nada que pudiera herir la sensibilidad del lector o hacerle sentir incómodo (así han cambiado los tiempos) de la entrevista que Teddy White le hizo a la viuda de Kennedy días después del magnicidio. Por aquella época, la revista tenía una circulación semanal de 7 millones y la leían más de 30. Lo que escupió la imprenta, tras horas de esperar a que White concluyera su historia -cerca de las dos de la madrugada en la casa de los Kennedy en Hyannis Port (Massachusetts)- fue el nacimiento de Camelot tras la muerte de su rey.
"Oí esas pequeñas detonaciones. Vi cómo Connally (Gobernador de Texas) se agarraba los brazos... Jack se volteó y yo me volteé... Todo lo que recuerdo es un edifi cio grisáceo enfrente.
Entonces Jack se volteó ... Parecía desconcertado... Entonces se desplomó hacia atrás... Pude ver cómo se le caía un pedazo de cráneo", explicó a White con gran compostura la viuda del 35º presidente de la nación, aunque nunca se publicó. Los lectores sí supieron, en cambio, que ella se despidió de él con un beso y colocándole su alianza de casada en el dedo meñique.
El coraje, la entereza y la dignidad que aquella mujer de 34 años de edad mostró en los momentos posteriores al asesinato de su esposo y los días venideros impresionaron al mundo.
Jacqueline Kennedy se negó a abandonar la sala del hospital Parkland donde médicos residentes se dejaron el aliento en intentar reavivar a un hombre que llegó con el certifi cado de muerte grabado en su sien derecha. El médico personal de Kennedy tuvo que recordar a quienes demandaban a la primera dama que abandonara aquella suerte de quirófano que estaba en su derecho. La discusión se zanjó cuando la señora Kennedy dijo: "Es mi marido; es su sangre, todo su cerebro está esparcido sobre mí". Poco antes había entregado a la enfermera jefe "masa cerebral y un trozo de cráneo" que guardaba celosa en su mano derecha protegida por un guante que ya no era blanco sino sanguinolento. Nada de esto se publicó en Life.
Rosa y pastel. La nostalgia ha dulcificado la década de los cincuenta y el principio de los sesenta; ha pintado un mural a base de acuarelas tan tono pastel como el vestido rosa imitación Chanel que lucía Jacqueline Kennedy el día del magnicidio que ha elevado aquellos años -falsamente- a la inmensa categoría de la prosperidad y la inocencia. La memoria que todo lo suaviza hace olvidar una época de segregación racial, de amenaza nuclear fruto de la Guerra Fría y la política de bloques, de cazas de brujas y McCarthysmo.
Jacqueline Kennedy eligió a White porque confi aba en que hiciera un retrato de su esposo y su legado alejado del "frío y clínico" resumen que habían hecho de él Arthur Krock y Merriman Smith (respetados periodistas del diario The New York Times y UPI, respectivamente).
"Hay algo que le quiero contar", le dijo la ya exprimera dama -que descubrió que era tal cuando ordenó al servicio secreto que enviara un carro a buscar a Nueva York al redactor debido a que el aeropuerto estaba cerrado por tormenta y le dijeron que ya no estaban a su servicio- al periodista. "No dejo de pensar en una estrofa de ese musical, se ha convertido en una obsesión para mí", le confesó Kennedy a White.
Entonces, la mujer que ha sido referencia de la elegancia por más de medio siglo y que no se lavó la sangre de su rostro hasta estar a bordo del Air Force One y que Johnson jurase el cargo, relató al periodista de Life que cada noche, antes de irse a dormir, a su esposo le gustaba escuchar discos y que su canción favorita era el fi nal del famoso musical de Broadway Camelot, que concluía así: "No olvidemos / Que una vez existió un lugar / Que durante un breve pero brillante momento fue conocido como Camelot".
"Nunca volverá a haber otro Camelot", prosiguió ensimismada la viuda de Kennedy. "Habrá otros grandes presidentes, pero jamás volverá a haber otro Camelot", insistió en referencia a ese universo de fi cción creado por el autor británico T. H. White (nada que ver con el reportero de Life), en el que la gente soñaba con una Mesa Redonda como el mundo, sin esquinas, sin fronteras entre las naciones, que se sentarían alrededor de ella para festejar juntas.
Pies blancos. Cuando White dictó su crónica, los editores en la sede de Life en Nueva York hicieron ciertos ajustes.
Dejaron fuera el párrafo en el que el periodista describía cómo la señora Kennedy había besado los pies de su marido, "más blancos que la sábana" del hospital que cubría su cuerpo ya cadáver. También recortaron su principio, uno que se alargaba en demasía en una mañana lluviosa.
A continuación, el editor -David Maness- hizo notar a White que la referencia a Camelot era demasiado larga. Según el relato del propio White, en aquel momento entró Jackie en la sala desde la que el periodista hablaba por teléfono y debió intuir de lo que conversaban ambos hombres porque negó con su cabeza. Jacqueline Kennedy quería que la historia se abriese con Camelot. White lo hizo notar educada y sutilmente a su interlocutor en Nueva York, lo que hizo que Maness sospechara de la presencia de la viuda. "¿Está ella ahí?", inquirió.
La rotativa esperaba. El coste de aguantar las máquinas era muy elevado, 30.000 dólares a la hora. Life capituló y dejó las referencias a Camelot en la pieza. La revista entregó a millones y millones de americanos la definición romántica de una era. Acababa de nacer un mito, una leyenda, aquella que equiparaba al rey Arturo y su reina Ginebra con los plebeyos Jack y Jackie. Camelot se acababa de convertir en la moneda de cambio cultural que usarían las generaciones venideras como la idealización de un tiempo en que todo fue mejor. Qué importaba si no era cierto. "Fue una lectura equivocada de la historia", reconocería tiempo después el propio White. Y sin embargo, 50 años después, el mito sigue vivo.
viernes, 22 de noviembre de 2013
La esencia de ser humano
Siempre escuchaste a tu padre decir errar es parte determinante del ser humano. Puede ocasionar malestar en determinado momento. Sin embargo es la escuela capaz de enseñarte grandes horizontes, si te detienes a reconocer y reflexionar. Eso te martilló las sienes aquella mañana cuando tu jefe te llamó a su oficina. Te recriminó que habías escrito una carta incoherente. “¿Cómo es posible que un fiscal de tránsito de su formación y experiencia no sepa estructurar la descripción de una colisión?” Bajaste la cabeza y reconociste el error. Habías montado la carta sobre una anterior. Modificaste el primer párrafo y el segundo quedó tal como estaba en la carta anterior. Querías meterte debajo de la mesa ante aquel vendaval. Las gotas precipitaban con tal fuerza que terminaste por callar. Aquello parecía un remolino interminable.
Y pensar que siempre has querido ser escritor. Te la pasas leyendo y releyendo distintas técnicas, ángulos, inspiraciones que encajen, coordinen tus ideas de la mejor manera que integren la gramática con la poesía y los laberintos de la prosa. Cada vez que escribes algo lo desnudas infinitas veces hasta recortar cualquier palabra fuera de lugar o alguna coma o adjetivo que pueda reflejar algún signo de incoherencia a tus ideas. Luego de borrar párrafos o palabras durante minutos u horas el clic aparece. Esta vez te apremió la inmediatez y se te escaparon todas las liebres de las revisiones y obviaste un párrafo completamente ajeno al anterior. Querías regresar al momento cuando guardaste el archivo, para llamarte la atención y templarte la mano ¡Epa señor escritor! ¿Qué está haciendo? ¿Qué es lo tanto que le gusta y disfruta escribiendo?
Llegaron imágenes de una tarde de octubre de 1973. El manager Dick Williams entró al club house y dio dos palmadas en los hombros del segunda base Mike Andrews. Había cometido dos errores que le costaron el juego a su equipo. “Tranquilo, los errores físicos son parte del juego. Vas a salir adelante”. Andrews seguía con sus ojos en el piso y Williams se sentó a conversar con él. El jefe superior quería despedir a Andrews y Williams se opuso. “Todos podemos cometer errores, es parte de la naturaleza humana”. El cantante Bobby Hebb se repuso de los asesinatos del Presidente John Kennedy y de su hermano mayor en días seguidos. Se sentó a escribir a pesar del dolor y consiguió una de las canciones más positivas que jamás se hayan compuesto. “Sunny”. Siempre habrá un día soleado después de la tormenta.
Quisiste responderle a tu jefe en su mismo tono, desquitarte de sus improperios. Te temblaba el pulso en las sienes. Respiraste profundo. Viste tus zapatos e imaginaste pisadas propias, distintas, respetuosas. Recordaste una tarde lluviosa cuando tu padre bajo el tropel del granizo sobre el techo del Century Plymouth negro te dijo que si alguien no te saludaba, tú debías saludarlo. En ese entonces te pareció una necedad. Han pasado varios lustros, ahora ves el horizonte de otro color y sabes que si quieres ver cambios, debes marcar pisadas propias. Sabías que tu intención original reflejaba disposición a resolver una dificultad. Que tu falta era más de forma. Y además la habías reconocido. Entonces recordaste todas las cartas que habías escrito refiriendo situaciones anómalas. Ninguna contestada, ninguna revisada, ninguna leída.
Habías encontrado la estrategia para que atendieran tus reportes. Los errores marcaban otros espacios, el ansia de burla rasgaba las puertas de la instantaneidad para convocar reuniones en la superficie de las dificultades. Quisiste buscar intersticios donde retomar la esencia del reporte. La voz retorcía todos los lugares del respeto. Querías dominar todos los corceles de la rabia. Tanto tiempo remitiendo infracciones, y ahora si había tiempo para recriminar solo la de tu equivocación. Quizás eso serviría para que el jefe reflexionara sobre sus errores. Escribiste de nuevo el reporte con la corrección y lo releíste varias veces. Te lo enviaste. Lo recibiste. Te dispusiste a resolver la dificultad. Te diste un manotazo en el hombro. “¡Tranquilo, eso le puede pasar a cualquier ser humano!”
Alfonso L. Tusa C.
lunes, 11 de noviembre de 2013
Bill Russell asumió el papel de consejero
The Republican. 11-11-2013. Marty Martínez y David Shapiro
Este otoño ha mostrado más evidencias de porque Boston es una ciudad deportiva, no solo por el éxito de sus equipos en el campo, sino por el papel que sus atletas juegan en el fortalecimiento de la comunidad.
El 01 de noviembre, la ciudad de Boston rindió tributo a una leyenda deportiva que personifica ese espíritu dentro y fuera del terreno de juego. Bill Russell fue un compañero sin igual y un atleta que lideró a los Celtics de Boston y a la ciudad para alcanzar 11 pancartas de campeonatos.
Al develar una estatua en honor a Russell, se celebra grandes logros en el tabloncillo, desde liderar la NBA en minutos jugados (40726) y rebotes (21721), a recibir cinco premios de jugador más valioso, inducción al Salón de la Fama del Baloncesto Naismith Memorial, una medalla de oro como capitán del equipo de Estados Unidos y dos campeonatos colegiales en la Universidad de San Francisco.
Pero también celebramos su compromiso con los derechos civiles y con la disposición a ser consejero de la juventud del país.
La increíble habilidad atlética y la destreza de liderazgo de Russell, le proporcionaron una plataforma para darle voz al tema de los derechos humanos, para abogar por la igualdad, llegó a marchar con el Dr. Martin Luther King Jr., y para crear un legado que le asegurará a los jovenes de la ciudad y el país tener las oportunidades por las que él luchó.
Fueron esos logros que llevaron a Russell a recibir la Medalla Presidencial de la Libertad, el honor civil más alto del país, de parte del Presidente Obama, quién dijo, "Espero que un día, en las calles de Boston, los niños vean en la estatua no solo al Bill Russell basketbolista, sino tambien a Bill Russell el hombre".
Allí fue que el proyecto del legado de Bill Russell fue conceptualizado. Fiel a sus décadas de activismo social, Russell era resistente a la idea de una estatua y sólo se persuadió cuando el proyecto trascendió a algo más, a un legado viviente.
Con el apoyo y liderazgo del alcalde Thomas Menino, los Celtics de Boston, la familia de Russell y apoyo filantrópico, el proyecto se hizo realidad como catalizador de cambio social.
La esencia de este legado viviente es el programa Bill Russell Mentoring Grant. El programa, administrado por el Massachusetts Mentoring Partnership, ha distribuído $ 100.000 para desarrollar programas que relacionan adultos dispuestos con jovenes mediante actividades de aportar consejos y enseñanzas. Russell también jugó un papel catalítico en la creación del Red Sox Mentoring Challenge, con el cual Massachusetts Mentoring ha reclutado miles de consejeros para los jovenes.
Russell ha promovido el apoyo a la juventud para asegurar que los jóvenes tengan un adulto quién se preocupe por ellos, les de ofertas de guía, apoyo y ánimo para cultivar el desarrollo sano y positivo. Los consejeros les proveen con la confianza, recursos y continuidad de una relación constructiva para ayudar a desarrollar el potencial de los jóvenes.
Como Russell ha dicho con intensidad, "No hay nada como los niños de los otros". Esta oración proviene de su reflexión de los momentos y las personas que ayudan a uno a mejorar mucho antes que los alcance la luz pública.
El corazón de este proyecto reside en las raíces de Russell como fundador de MENTOR: The National Mentoring Partnership, donde ha sido voluntario aportando su tiempo y talento por más de 20 años.
De hecho, en 1999, cuando la camiseta de Russell fue re-retirada en el nuevo Boston Garden, él se aseguró de que el acto fuese también apropiado para recaudar fondos para la organización. La razón es simple: él cree en el potencial de la juventud del país y en el poder de las tutorías para desarrollar ese potencial.
Cuando era niño, luego de quedar fuera en la selección de su equipo, fue el entrenador quién pagó los $2 del costo de la membrecía que Russell necesitaba para ingresar al Boys & Girls Club y así poder practicar más. Russell terminó en el equipo principal y le da crédito a la confianza que el entrenador tuvo en él para que se diera cuenta que tenía el potencial para triunfar. Ese equipo, por cierto, llegó a ganar tres campeonatos estadales con Russell.
Imaginen que hubiese sido de los Celtics si no hubiese existido aquel consejero en la vida del niño Bill Russell.
Una estatua resistirá la prueba del tiempo al capturar a Bill Russell como el campeón, compañero y hombre de deportes, también servirá como un legado viviente de su activismo y como un recuerdo del poder de usar la plataforma propia para abogar por la igualdad, la tutoría y las oportunidades para todos, especialmente de la juventud.
Marty Martínez es presidente y CEO de Massachusetts Mentoring Partnership; David Shapiro es presidente y CEO de MENTOR: The National Mentoring Partnership-
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
viernes, 8 de noviembre de 2013
La Vía Láctea
Te vi correr con sudor en los ojos, las manos descorrían camisas ajenas en la muchedumbre. Todos los saludos resultaron inútiles. El flujo de urgencia rayaba cada uno de tus pasos. Todos los movimientos pausados y amigables trastocaron en empujones y manotazos. Trataste de pasar agachado y recibiste varios empellones. Quería tener una máquina del tiempo para retroceder cada segundo de jadeos, cada minuto de improperios, cada hora de dientes apretados y verlos desde el pasado, desmenuzarlos desde épocas de calma. Apenas había intersticios para distinguir el motivo de aquel zaperoco. Un polvo cósmico con tonalidades blancas que se manchaba de gris, te hizo exclamar que esperabas que al menos bajara un poco de la leche que había regada en el espacio sideral por los caminos de Neptuno y Plutón. Había más probabilidades de que el albino líquido llegara a tus manos por esa vía.
Caminabas con el recuerdo de tu hijo jugando pelota, corriendo tras un papagayo, sonriendo luego de una travesura, quedándose callado luego de un regaño. Respirabas profundo, con ganas de internarte en los recovecos más tortuosos del laberinto hasta divisar olores de estiércol en medio de un erial donde las vacas son más sagradas que en la India pero por escasez de libre empresa, de tener derecho a invertir para ganar y seguir invirtiendo en la producción nacional. Relumbrones de imágenes tomadas desde el Apolo 11 te muestran cuan microscópico son los seres humanos y cuan desmesurada puede llegar a ser su ansia desmesurada de poder para manipular, para reescribir el curso de las estrellas aunque este permanezca inmaculado, para esconder errores. Quieres seguir admirándolas, pero los empujones por alcanzar una brizna de leche te rompen la camisa, arden las lágrimas, gimen las suelas de los zapatos y truenan los dedos empuñados en las palmas.
Ni siquiera en los lugares más despejados, donde la población es relativamente menor, esa sustancia dispersa en el desespero de muchísimas personas muestra rastros de visión con la cual soñar. En menos de media hora llegaste para lanzar la mirada hacia escalas infinitas donde solo con un sofisticado telescopio podría observarse las tonalidades del polvo cósmico que salta en tus oídos con cada pregunta de tus hijos. Un cuento fugaz que se diluye en un remolino de voces que solo aporta trapos colorados para disimular una sangría que se siente mas intensa en medio de las despiadadas colas en que te metes con un sabor de incertidumbre que llega hasta la faringe, porque ignoras si habrá algún resto de ese polvo cósmico de vacas cuando llegues al mostrador del juicio final de cada día para entender que la peor muerte es la que tratan de disfrazar con emplastos de efluvios espaciales.
Una de estas tardes se te dislocaron los ojos, creías estar mirando un tesoro mayor que el del pirata barba roja, solo que olía a hemoglobina y sonaba a sudores secos en la piel de esperar por horas en una cola que una voz de ultratumba pretende disimular con suspiros de una patria solo existente para quienes esgrimen el poder y temen perderlo a expensas de una voluntad varias veces ignorada y sin embargo obstinada en seguir intentando, la peor diligencia es la que se deja de hacer. Quién llevaba dos bolsas de aluminio entre las manos habló de “pedir el favor” a alguien quien sabía las coordenadas de la galaxia donde manaba el fluido cósmico. El flujo era tan grande que sació a los exploradores. El tipo abrió los ojos y miró hacia la atmósfera. Te dijo que en vez de acordar con los comandantes de otra comunidad ansiosa del polvo cósmico, quienes coordinaban dicha operación decidieron repartir el excedente del polvo cósmico entre la misma tripulación. ¿Sensibilidad social? ¿Respeto por los semejantes? ¿Trabajo comunitario? Buscaste entre las hojas de la grama, eran tan o más escasos que el polvo cósmico.
Esa misma tarde el corazón casi taladra tu caja torácica. Varias bolsas plásticas empuñadas con bolsas de polvo cósmico en su interior, abrieron las escotillas de tu esperanza y empezaste a caminar a ritmo de carrera. Te dijiste que tal vez si emulabas uno de los remates olímpicos de Emil Zatopek podrías llegar al rozar algo de polvo cósmico para tu hijo de seis años. La risa de tu niño rasgaba todas las aristas de tu corazón, te diste tres palmadas en el pecho, respiraste hasta el espinazo y las puntas de tus zapatos pronto simularon aspas de molinos en tiempos de huracanes. Llegaste a la esquina donde llegaban los ecos del polvo cósmico y algo metálico, que no era una bolsa de aluminio, atravesó tu pecho. Caminabas entre zancadas y frenazos. A la distancia notaste cuando varios exploradores encaraban a los guardianes del manantial con un rictus sulfúrico en las mejillas. Te acercaste justo lo suficiente para escuchar. “Se terminó el polvo cósmico”. Una nueva carrera creció en tus pies en busca de otro tesoro, de otras coordenadas secretas donde apareciera quizás por providencia, quizás por trapo rojo, quizás por equivocación, un nuevo yacimiento de polvo cósmico.
Alfonso L. Tusa C.
sábado, 21 de septiembre de 2013
Relaciones recicladas (Inicio)
José presionó las fosas nasales sobre el dorso de su mano e intentó permanecer un momento frente al cerro de bolsas negras. Un flujo de olores dulzones y sulfurosos agrietaban la respiración y templaban lágrimas. Por momentos le llegaron imágenes de aquella noticia: “Suecia compra basura a Noruega para solventar su deficit energético”. Siempre había deseado hacer realidad aquella frase que había escuchado en la escuela y después poquísimas veces “La basura es un tesoro”. Cada vez que hablaba con sus padres o amigos sobre la posibilidad de montar una empresa que transformara la basura, terminaba con las manos en la cabeza, huía hacia el último rincón del patio, junto a la mata más olvidada, sus hojas apenas dibujaban verdes cenizos, pero sus guayabas relucían de apetitosos anaranjados. Sólo cuando llegaba Pericles tenía algo de espacio para explicar sus inquietudes.
Mucho tiempo después, en medio de la cotidianidad de su rutina laboral, Pericles se acribillaba a preguntas acerca de la toxicidad de los desechos que generaba el laboratorio y la actividad petrolera en el medio ambiente. Había conciencia de los riesgos y los daños ocasionados al manejar indebidamente los desechos tóxicos. La historia mostraba un mapa cronológico de muchas diligencias, todas inconclusas, todas con la marca de la deuda ambiental. Su curiosidad y obstinación por algún día desarrollar una empresa de disposición final para desechos tóxicos, lo hacía escuchar con pasión a José con la misma atención que prestaba a cualquier posibilidad de establecer una relación afectiva con una mujer. Tenía muchas incógnitas sin resolver desde los días de sus primeras conversaciones con José, y seguía tropezando en la manera como terminaban sus contactos con las mujeres.
Todo eso está bien. Has avanzado mucho desde aquellos primeros tres recipientes que pusiste a la salida del patio de la escuela. Papel. Plástico. Comida. Aunque las maestras te apoyaron, sólo fue algo circunstancial, mientras duró el impulso de la novedad. Luego hubiste de enfrentarte con los rostros amarrados y amargos de quienes te veían como un policía. Dura labor. Ahora en las escuelas, liceos, universidades, plazas, etc donde vas tienes hasta 7 recipientes. Papel. Plástico. Metal. Madera. Vidrio. Alimentos. Orgánicos. De verdad me sorprendiste con este último donde tienes compartimientos para restos animales o aceite automotriz quemado o hasta restos de neumáticos. Has avanzado mucho José, sin embargo siento que si hubieses ido a la universidad, tendrías más recursos de todo tipo para sacar adelante esta empresa. José lo miraba y trataba de enfocarse en la mirada de Pericles.
Sé todo el esfuerzo que te llevó poner y volver a poner tus recipientes hasta en el patio de tu propia casa. Tu mamá te llamaba la atención sobre la inutilidad de aquellos pipotes. Si no hay una estructura a gran escala que le de sentido a esa clasificación, nunca se le va a ver la gracia a esto José, lo que haces es complicarme el espacio. Has sido un ejemplo que siempre recuerdo en mis vicisitudes laborales. Cada vez que veo un depósito de desechos abandonado, o que la disposición de algo tan normal dentro del día a día del laboratorio como los desechos tóxicos permanezca en un plano casi invisible, o que se produce un derrame. Entiendo con toda claridad porque es tan importante lo que haces y porque me empeño en hacer un estudio de factibilidad, así sea en mis sueños, de lo que pudiera necesitarse para desarrollar una empresa de manejo y disposición de desechos tóxicos. Aquella mañana, mientras tumbábamos las guayabas, algo me decía que aquella terquedad tuya con lo de la basura, con la clasificación, tenía sentido, a lo mejor en ese momento no lo sabía, pero el sólo hecho de ver despejado el patio de hojas, me decía que tenías un gran proyecto entre manos.
De pronto se veía frente al vertedero de basura de Las Mayas, cada vez que subía o bajaba por Tazón, aquella brisa primaveral cortaba su pituitaria. José sabía que hay alternativas para tratar la basura antes que llegue a esos extremos de descomposición. Varias veces se sorprendió leyendo hasta altas horas de la noche los libros de biología o ecología que le prestaban sus maestros. Seguro que te va a dar tiempo leer todo eso. ¡Mira que eres lento leyendo! Maruja se paraba dos y tres veces después de medianoche. ¡Muchacho, mira que mañana tienes examen! ¿Por qué esa obsesión con la basura? Tú sólo no vas a poder con ese monstruo de negligencia estatal. Nunca tienen tiempo para eso. Deberías ocuparte más bien de tu rendimiento en la escuela, la maestra me llamó hace dos días para repetirme que eres muy lento en lectura. Tienes que mejorar eso José.
Ver las lenguas anaranjadas lamer los cincuenta metros de distancia hasta casi tocar la puerta del depósito hizo pasar una película de terror por las retinas de Pericles. Meses y años tratando de gestionar ante el ministerio correspondiente el permiso para manejar y gestionar la disposición final de desechos tóxicos parecían arder ante la impotencia de tener hacinados en un recinto de 4x1 metros, sustancias tan volátiles como distintos derivados de hidrocarburos, reactivos químicos y cantidades de vidrio y plástico. Varias veces le provocó sentarse a plasmar un proyecto para crear una empresa de tratamiento y disposición final de desechos tóxicos. Cada uno de los teléfonos que marcaba o sonaban ocupados o respondían que habían dejado de trabajar en ese campo. La mata de almendrón soltaba hojas marrones. Pericles miraba el banco de la plaza y fundía sus pensamientos con las manos estrujando las rodillas de los pantalones.
¿Por qué tan nervioso Pericles? El mundo todavía no se va a acabar, todavía los seres humanos tenemos tiempo de rectificar. José apretaba las manos en la hebilla del cinturón. Aún restallaban en sus tímpanos la última discusión con Olga. ¿Por qué siempre debía cargar con toda la responsabilidad de sus actos y cuando ella se equivocaba eludía la responsabilidad? Ahora debía lidiar con el taquititaqui por haberle dado la razón al mesonero del restaurant cuando ella pretendía colocar un paquete muy grande en una silla de la mesa. ¡Siempre le das la razón a todo el mundo! Pericles bajó la mirada y sintió varios hierros cayendo desde la clavícula hasta el hígado. Por un momento quiso responder, el torrente de ácido sulfúrico era tan caudaloso que prefirió escuchar toda la rabia. ¿No piensas decir nada? ¡Eso es todo, ahora te encierras! Pareces un niño. El sacudón templó sus pómulos. Mira chico, contesta. Por lo menos dime de tus proyectos con los desechos químicos.
José por momentos se iba hasta aquellos momentos oscuros cuando la maestra le informó que leyendo tan lento sería muy difícil que aprobara sexto grado. Maruja pasó toda la mañana siguiente discutiendo con la maestra sobre las capacidades de su hijo. Terminaron en el consultorio de un neurólogo. Hizo que José leyera una revista. Luego le solicitó escribir su nombre en un papel. Apretó los labios y dio una palmada en el hombro de José. Señora su hijo padece una enfermedad un tanto desconocida, dislexia. ¿De que habla doctor? Es una condición que dificulta la capacidad de la persona para aprender a leer con fluidez, además de cierta discapacidad para entender planteamientos, sin embargo la persona posee una inteligencia normal. Maruja se llevó las manos a los ojos y casi se resbala de la silla. Tranquila mamá, yo puedo salir de esto. Te prometo que voy a poner lo mejor de mí para salir adelante.
martes, 6 de agosto de 2013
Alain Mimmoun, competidor íntegro
Las zancadas obstinadas, las brazadas espasmódicas, los gestos escondidos. El retrato se delineaba burbujeante en aquellos programas previos a los Juegos Olímpicos. “Camino a..”, “La ruta de…”, dos o tres meses antes de la cita Olímpica tetranual, mostraban reminiscencias de las grandes hazañas de los Juegos. Una infaltable es la saga de enfrentamientos del checo Emil Zatopek y el francés Alain Mimmoun que tuvo su clímax en la final de los 5000 metros de los Juegos de Helsinki (1952) cuando la última vuelta halló a cuatro corredores con oportunidad de ganar. En los últimos 200 metros en plena efervescencia atlética, Mimmoun descargó toda su vergüenza deportiva para correr 15 segundos más rápido de lo que había hecho en su vida, al final llegó segundo una vez más de la locomotora checa.
La información de su deceso el 27 de junio de 2013, develó imágenes de la maraton de los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956. Mimmoun había sabido asimilar los meritos de Zatopek en todas las pruebas olímpicas mundiales y europeas donde lo vencía por bastante distancia, a él y la crema de la época. En esta ocasión, se preparó con el mismo ahínco y la esperanza de los que siempre persiguen la victoria. El 1 de diciembre de 1956, una multitud de más de 100.000 personas vitoreaba al hombre de 1,70 metros, bigotes, franela azul, con la bandera francesa de fondo al número 13. Se embalaba sin esfuerzo hacia la vuelta final en el Melbourne Cricket Ground, los 38 º Celsius quemaban la piel. Volteó a ver si veía a Zatopek, ni él ni nadie aparecía en el óvalo.
Ali Mimmoun Ould Kacha nació el primero de enero de 1921 en Telagh, al noreste de Argelia. El mayor de 7 hijos de una familia de granjeros. Empezó a correr en la adolescencia. Luego se nroló en la Armada Francesa en la segunda guerra mundial. Una herida en el pie en Monte Cassino, Italia, lo llevó al borde de la amputación, sin embargo la herida sanó y regresó a Paris luego de la guerra. Allí se asoció a un club atlético y adoptó el nombre francés Alain. Su gran talento lo llevó al equipo olímpico francés que compitió en los juegos de Londres 1948. Allí empezaría su larga carrera de segundos lugares. Mimmoun entró segundo en los 10000 metros casi una vuelta detrás de Zatopek. La rivalidad continuó en los campeonatos europeos de Bruselas 1950, Zatopek y Mimmoun entraron 1-2 en 5000 y 10000 metros. La misma fórmula de los Juegos Olímpicos de Helsinki.
“Me paraba a las 5:30 am para ir a correr, y de noche me hacía ir a la cama a las 8.30”, su compañero del equipo olímpico Michel Jozy declaró a la radio francesa RTL. “Aunque estaba en los Juegos Olímpicos, no podía ir a las fiestas”.
Se apoderó del primer lugar a mediados de la carrera y evitaba los vasos de agua en las mesas a un lado de la vía, solo apretaba el paso. Perdió 5 kilogramos, pero terminó la prueba en 2 horas 25 minutos. Minuto y medio antes que el segundo corredor, Franjo Mihalic de Yugoslavia. Zatopek quien se había operado de hernia hacía seis semanas llegó sexto, 4:34 detrás de Mimmoun.
“Estaba seguro que Emil venía detrás de mí”, declaró a Sports Illustrated en 1972. “Esperaba que llegara segundo. Lo estaba esperando. Entonces pensé que llegaría tercero. Sería agradable compartir el podio de nuevo con él. Pero Emil llegó sexto, muy cansado. Parecía en trance, la mirada perdida en las tribunas. Se quedó callado. Le dije: ‘Emil ¿por qué no me felicitas? Soy campeón olímpico. Yo gané’”
“Emil se volteó y me miró, como si estuviese despertando de un sueño. Me prestó atención, se quitó la gorra blanca que tanto usaba, y me saludó. Entonces me abrazó. Para mí, eso fue mejor que la medalla”.
Nunca más se enfrentaron en las pistas. Mimmoun ganó el campeonato internacional de campo traviesa 4 veces entre 1949 y 1956. (Zatopek no competía en esos eventos). Ganó seis campeonatos franceses de maraton, el último cuando tenía 45 años., además de otros títulos nacionales de atletismo. Su última aparición olímpica fue en el maraton de Roma, llegó en el puesto 34.
Fue instructor de educación física. Varias calles y estadios municipales franceses llevan su nombre.
Cuando Zatopek falleció en 2000 a los 78 años. Mimmoun declaró: “No he perdido un rival, he perdido un hermano”.
Alfonso L. Tusa C.
lunes, 5 de agosto de 2013
Anatomía de la violencia
Varias veces levitó sobre el colchón. La gritería de una transmisión radioeléctrica taladraba el espacio nocturno. Al rebotar sobre la cobija, respiraba profundo y agradecía que sólo fuese la memoria persistente luego de vivir aquella experiencia repetidas ocasiones durante el día. Tomás estiró el brazo y recurrió a La insoportable levedad del ser (Milan Kundera) para intentar recuperar un poco el sueño.
Aún punzaban en sus tímpanos la gasolina y las pavesas de la peleadera radial. Metió los pies en las sandalias y salió casi corriendo a lavarse la cara. La brisa de sus pasos se fundía con el aire del amanecer y encontraba un paisaje donde los pajarillos borraban por instantes el punto de inflamabilidad de una cadena de momentos que se hacia muy larga. La camisa todavía con algunos botones sueltos, lo sorprendió en la calle y con las páginas de Kundera en las manos. Miraba en 360 grados cual buho asustado, sus pasos retaban el aliento del marchista olímpico más obsesionado.
Una sombra casi lo empuja sobre el muro. Tomás redobla sus talones y las rodillas estiran el pantalón. Una mano casi abofetea su mirada. El rostro afilado insiste sobre la marcha. Tomás aprieta cual Emil Zatopek ante Alain Mimmoun en el remate de muchas de sus carreras de 5000 y 10000 metros planos, en Juegos Olímpicos y Campeonatos Mundiales. Avanzan en la acera oscilando entre el muro y el borde de la acera. Cada cual más intenso que el otro, cada cual con ganas de alcanzar al sol en un costado lejano del lienzo añil.Tomás intenta recordar las poesías mas alegres, la barba y los ojos punzantes invaden su espacio hasta que un codazo se le encaja en el hígado. Tomás sigue avanzando entre pasos vacilantes. La mirada se empieza a convertir en torva.
Mientras soltaba La insoportable levedad del ser a un costado de la cama, un baño de clavos hirvientes se colaba por el tragaluz. Varios sets de salsa, merengue y reggaeton entraban a más de mil decibeles, cortesía de la generosidad de los espíritus nocturnos, esos que liban alcohol y fuman nicotina. Si se murieron diez o cien neuronas, apenas lo nota. Solo imagina atravesar paredes y sobrevolar techos hasta llegar al lugar donde tiemblan los bafles y vibran las voces condensadas de euforia. Cuando abre los ojos, Tomás afloja poco a poco los dedos, en las palmas aún quedan restos de la hora cuando dejó de sonar la estridencia, la música deforme. Un dolor en los ojos le pregunta si tendrá aliento para resistir las exigencias del día, los requerimientos de sus hijos pequeños, la responsabilidad del trabajo. Y traspasa con los zapatos el cemento del suelo, ensaya pasos enterrados en la rabia de una madrugada secuestrada.
La transmisión radial aumentaba en cada paso, quería apagar el radio, lo único que conseguía era ver la cara amolada de ojos punzantes. Tienes que leer esto. Esto es mejor que ese libro amarillo. Las zancadas de Tomás se perdían entre la respiración de Zatopek, el aliento de Mimmoun, la mirada de escafandra del padre buscándolo en la oscuridad, estirándole la mano, abriendo la boca hasta que le veía el esófago. Las fauces del fanatismo apretaban las mandíbulas. ¿Dónde está la educación de usted? ¿De que le sirve leer si no puede prestarme atención? Tomás giró en sus talones y atravesó la calle. Los gritos del rostro afilado parecían sacados de la transmisión radial. ¡Marrano! ¡Apátrida! ¡Gusano! Un fuego abrasador crepitaba en las manos de Tomás. Veía al rostro afilado y los dedos se le enterraban en las palmas. Sólo la voz del padre retumbaba en su pecho. Jamás se te ocurra, resolver ninguna dificultad con golpes y gritos. Sólo sirven para recargar de pobreza y dolor ese espacio diario, tan corto y fugaz que es la vida. Zatopek apretaba el paso, Mimmoun seguían insistiendo hasta la meta.
Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 26 de junio de 2013
Gene Hackman: Ochenta y un años. Setenta y nueve películas. Dos Oscars. Para nada una mala actuación.
Sea Contacto en Francia, o Hoosiers, o Unforgiven, o, alguna otra, lo primero que te viene a la mente es Gene Hackman. Este actor ha protagonizado algunas de las películas más memorables e intensas de los últimos cincuenta años. ¿De verdad terminó su carrera cinematográfica? En una entrevista extraña, la leyenda habla de actuación, su tardía carrera como autor, y lo que más detesta de otros hombres.
Michael Hainey. Junio 2011.
Tiene la reputación, para bien o para mal, de ser “un tipo ordinario”. Lo que sea que eso signifique.
Él puede ser, con más precisión, un tipo enigmático. Un hombre silencioso que habla a través de sus personajes. Es una mezcla curiosa. Por una parte tiene la intensidad del velorio de Lincoln. Por la otra, tiene la fugacidad del gerente promedio que se sienta a tu lado en el vuelo de Rochester a Omaha.
Creció en Danville, Illinois. Su padre, Eugene Hackman, era operador de prensa en el periódico local. Su madre era mesera. Cuando Hackman tenía 13 años, su padre abandonó la familia. Hackman estaba jugando en la calle. Su padre pasó a su lado, y le hizo una señal con la mano.
“No me había percatado de lo mucho que puede significar un pequeño gesto”, dijo una vez al recordar el episodio. “Tal vez por eso me hice actor”.
A los 16 años, Hackman ingresó a la escuela Naval. Cuando salió, a los 19, llegó a California y tomó clases en la Pasadena Playhouse, donde conoció a otro don nadie llamado Dustin Hoffman. Sus compañeros de clase los escogieron a los dos como “los de menos posibilidades de triunfar”. Decidieron ir a Nueva York, donde consiguieron a otro amigo actor que corría a su nivel: Robert Duvall. Imaginen a los tres rondando la ciudad, fajándose por un trabajo todo el día, frecuentando los bares de noche. (¿Hará alguien por favor esta película?).
La madre de Hackman falleció en 1962, antes que llegara al estrellato. Él habla de su muerte rara vez, pero se ha reportado que ella estaba bebiendo, luego se fue a la cama con un cigarrillo encendido lo que inició un incendio que la mató.
Su primer papel importante llegó en 1967 con Bonnie and Clyde. Consiguió el rol de Buck Barrow luego de haber sido desechado de El Graduado, para la cual (a los 36 años) había opcionado para interpretar al potencial suegro de Dustin Hoffman, Mr. Robinson. (Hoffman tenía 29 años). Warren Beatty se lo llevó, y Hackman terminó consiguiendo una nominación al premio Oscar por su interpretación de Barrow. Desde entonces, él desarrolló una carrera que incluye Contacto en Francia (por la cual ganó su primer Oscar), La conversación, Reds, Hoosiers, Mississippi en llamas, Unforgiven (por la cual ganó su segundo Oscar), y The Royal Tenenbaums.
Y después está Welcome to Mooseport, la que será su última película, a menos que Hackman cambie de parecer.
Por el momento, dice que está retirado, comparte su tiempo entre pintar y escribir.
GQ: Ud. tiene que hacer una película más.
Hackman: No lo sé. Si la pudiera hacer en mi casa, tal vez, sin nadie molestando y sólo una o dos personas.
GQ: Hay muchas personas quienes quieren verlo de vuelta en las películas.
Hackman: Bueno, eso es muy agradable.
GQ: Tiene que hacerla. Su héroe James Cagney estaba retirado para siempre y regresó para hacer Ragtime ¿No puede hacer una más?
Hackman: (risas) Bueno…
GQ: ¿Por qué idolatra tanto a Cagney?
Hackman: Había un tipo de energía en él, y era totalmente diferente a cualquiera que hubiese visto en mi vida. Al haber crecido en el mediooeste, no conocía a la gente de Nueva York. Pensaba que él era magnífico. Todo lo que hacía tenía mucha vida. Era el villano en la mayoría de las películas, y aún había algo valioso y creativo en él.
GQ: Usted tiene reputación de pendenciero. ¿Todavía es un hombre joven agresivo?
Hackman: Probablemente. Odio esa idea, porque es la antítesis del espíritu creativo y de lo que conlleva ser una persona creativa. Pero algunas veces lo haces, ocurre en la agitación del momento. Desafortunadamente, yo tiendo a reaccionar.
GQ: ¿Cuando fue la última vez que lanzó un puñetazo?
Hackman: ¿Un puñetazo de verdad? Supongo que hace diez años.
GQ: ¿Fue contra una pared o una persona?
Hackman: Una persona. Fue tonto. Fue por un asunto de tránsito. (En 2001, cuando tenía 71 años, Hackman tuvo una colisión menor en Holliwood. Él salió para inspeccionar el daño de su vehículo, y lo primero que hizo fue lanzarle un puñetazo al tipo que lo chocó y lo mandó al pavimento).
GQ: ¿Es verdad que cuando usted era un niño, su madre lo llevó a ver una película y le dijo que ella quería “verte hacer eso algún día”?
Hackman: Ella decía eso. Yo tendría como 10 años. Las cosas que los padres les dicen a los niños por lo general no son oidas, pero en algunos casos tomas algunas cosas que a tu padre o madre le hubiera gustado que hubieses hecho. Desafortunadamente mi mamá nunca me vio actuar, me siento triste por eso, pero así es la vida.
GQ: Si le pudiera mostrar sólo una de tus películas, ¿Cuál le mostraría?
Hackman: I never sang for my father (Nunca canté para mi padre). Pienso que es un retrato sensitivo sobre la familia y las relaciones, me parece que ella se hubiera sentido orgullosa y feliz de ver esa película. A veces eres afortunado de ser capaz de hacer algo en la vida que define quién eres y quién tus padres hubieran querido que fueses.
GQ: Su nueva novela histórica, Payback at Morning Peak, empieza con un niño que pierde a su padre. Y hay una escena en la cual el ve lo que usted describe como “la zona triste” que es su madre muerta.
Hackman: Si, los maestros te dicen que no se debe escribir de tu mamá en libros, pero no sé como hacerlo.
GQ: Hace que el padre le diga al niño, “Se el hombre que te enseñé a ser”. ¿Tu padre te enseñó algunas cosas?
Hackman: Tuve una juventud difícil. (Risas). Cualquier consejo, consuelo, sugerencias, cosas de esa naturaleza, hubiesen venido de mi madre. Ella y mi abuela fueron importantes.
GQ: ¿Tenía más confianza en su mamá o en su abuela?
Hackman: Mi abuela estaba en una edad senil cuando yo tenía como 10 o 12 años, todos vivíamos en la misma casa, cuando mis padres salían a pegar papel tapiz en paredes, o a realizar cualquier otro trabajo extra, m i abuela y yo nos cuidábamos uno al otro. Yo era muy pequeño para dejarme sólo, y ella era muy vieja para dejarla sola, por eso desarrollamos una gran relación de confianza. Ella era una gran Cuentacuentos.
GQ: ¿Hay algún personaje de la literatura que desearía interpretar?
Hackman: Robert Jordan (Por quién doblan las campanas). Me gusta Edmond Dantés en El Conde de Montecristo, el haber sido capaz de mantener esa terrible venganza en su alma por tantos años y luego llevar a cabo los actos que él pensó estaban justificados. Me gusta eso como novela. Como ser humano, eso no es lo más sano.
GQ: Pregunta extraña, pero alguna vez tuvo un escondite cuando fue niño?
Hackman: Le tenía terror al sótano. Me forcé a ir allí y hacerme de un lugar donde me sintiera seguro. Por supuesto, ese era el lugar donde mi padre me llevaba a purgar castigo si me portaba mal con él. Había una variedad de trastos viejos, y me hice un refugio. Tonto…Pero ese era mi espacio.
GQ: En los '70 usted decía: "Tengo remordimientos de no haber hecho más en mi vida. Deseo haber ido en otra dirección". ¿Todavía piensa de esa manera?
Hackman: Creo que no. Pasas por etapas en tu carrera cuando te sientes muy bien contigo. Entonces te sientes mal, como, ¿Porqué no escogí otra cosa? Pero en general estoy muy satisfecho de haber hecho la decisión correcta cuando decidí ser actor. Tuve suerte de encontrar algunas cosas que podía hacer bien como actor y que podía ver y decir, "Si, todo está bien".
GQ: Usted trabajó con Coppola en La conversación. Él es un director que tiene una "reputación". Cuénteme de esa película.
Hackman: El quería a Brando para esa parte. Pero no es tan malo ser segundo de Brando. (risas). Ensayamos, normalmente no se ensaya mucho en las películas. Disfrutamos de la ventaja de contar con un Francis relajado, recién había terminado El Padrino. Fue una buena experiencia, porque es un cineasta muy bueno. Fue muy buena porque trataba de algo. Era sobre paranoia, la idea completa de espiar una conversación privada. Él es un director que está pendiente de todo, pero después del ensayo me dejó tranquilo. Pero sabías lo que se requería de tí. La mayoría de los directores, si son sensitivos y piensan que un actor sabe lo que tiene que hacer en una película, tienen el buen sentido de dejarlo en paz, el hizo eso.
GQ: Si alguién fuese a interpretarlo, ¿Cual sería la clave para captarlo?
Hackman: Esa es dificil. Casi todo lo que uno pueda decir sonaría egoísta. (pausas) Me gustaría pensar que si un actor me está interpretando, que lo hiciera de un modo honesto. Siempre trato de hacer el trabajo de esa manera, sin importar si el guión es bueno o malo. Cuando digo "honesto", digo interpretar lo que está en la página, en vez de lo que tal vez la gente pueda pensar de mí o lo que me gustaría que ellos pensaran de mí en términos de personalidad o carisma. Sólo ser lo que se dice de mí en la página.
GQ: Quiere decir que es un artista muy apegado al texto.
Hackman: Bien, ahí es donde está la clave de todo proceso creativo, ser capaz de figurar lo que ya está ahí. No tratar de embellecerlo.
GQ: Usted siempre encuentra los detalles del personaje. Una vez dijo que usted trata de encontrar las cosas que no están escritas ahí.
Hackman: Si, pero lo que está ahí tiene prioridad.
GQ: En Contacto en Francia hay una escena donde usted está fuera del nightclub comiéndose un churro, y esta muchacha lo empuja. Luego está la forma como usted muerde el churro y lo lanza sobre su hombro. No puedo imaginar que eso estaba en el guión.
Hackman: Esa fue una de las primeras tomas que filmamos. Esa fue una de las claves del personaje para mí. Ese pedazo de conducta me ayudó en el resto de la película.
GQ: ¿Cual es una cualidad en un hombre que usted desprecie?
Hackman: Intimidación. Cualquiera que me intimide, sin importar como lo hace.
GQ: Dustin Hoffman dice que usted salía a menudo de noche en Nueva York y se involucraba en peleas de bar.
Hackman: Dusty tiene una manera de embellecer las cosas. Su papá vino de visita una vez, y Dusty quería que lo conociera, despues dijo, "Después que te fuiste, mi papá me dijo, '¿Quién es ese tipo? ¿Un camionero?'" (Risas) Lo cierto es que yo manejaba un camión por entonces, una camioneta de mudanzas.
GQ: ¿Eso era cuando vivía en Nueva York y trabajaba haciendo mudanzas?
Hackman: Si, el me echaba mucha broma con eso. Nunca salí a buscar problemas con la gente. Si sales bastante de noche...
GQ: ...las dificultades de encontrarán...
Hackman: Exactamente. Tendrás alguna historia.
GQ: ¿Hay algún consejo que le da a su hijo?
Hackman: Consejo a mi hijo. (pausas) Perdí el contacto con mi hijo en términos de consejos, desde temprano. Tal vez estuvo relacionado con estar mucho tiempo fuera de casa, haciendo películas en diversos lugares cuando él tenía una edad donde necesitaba apoyo y guía. Fue muy duro para mí irme por tres meses y después regresar a casa y empezar a tutorearlo.
GQ: ¿Como le gustaría ser recordado?
Hackman: Como un actor decente. Como alguien que trató de interpretar lo que le encargaron de una manera honesta. No sé. No pienso en eso a menudo, para ser honesto. Estoy en una edad donde debería pensar en eso. (risas)
GQ: Hagamos algo de asociación de palabras. Reds.
Hackman: Dificil.
GQ: ¿Bonnie and Clyde?
Hackman: Gran diversión.
GQ: Hoosiers.
Hackman: Me pasó por encima
GQ:¿Qué quiere decir?
Hackman: Acepté hacer la película en un momento cuando necesitaba el dinero con desesperación. Acepté por las razones equivocadas, y terminó siendo una de esas películas que se quedan en el ambiente.Yo soy de ese area del país y sabía de ese hecho, bastante. Filmamos a cincuenta millas de donde fui criado. Había un sentimiento raro. Nunca esperé que esta película tuviera el tipo de impacto que tuvo.
GQ: ¿Donde guarda sus Oscars?
Hackman: ¿Sabes? No estoy seguro. No tengo ningún tipo de recuerdos en la casa. No hay nada que tenga que ver con películas excepto por un afiche en la planta baja al lado de la mesa de jugar pool, de Errol Flynn en Dawn Patrol. No soy sentimental.
GQ: Usted ¿sólo avanza en la vida y luego desaparece?
Hackman: Si, es cuestión de pasar la página.
GQ: Resuma su vida en una frase.
Hackman: "Él trató". Pienso que eso sería bastante preciso.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
viernes, 21 de junio de 2013
Encuentro temprano con la muerte
Soltaba mis pasos con ansias de enhebrar sueños con las primeras briznas de amanecer. Ensayaba silbidos de “Ojos color de los pozos” de Alberto Arvelo Torrealba, con “Ahora” de Otilio Galíndez. Cada pozo, cada escalera, cada subida, encontraba más disposición y energía en mis tobillos y en los ojos. El oxígeno de las cinco de la madrugada llegaba hasta los pulmones con ecos de pajaritos saltando sobre ramas de bucares y jabillos. El aroma de expectativas delataba el inicio de un viernes con muchos murmullos de motores y voces.
Cuando la intensidad de mis pies ignoraba la cuesta previa a las cuatro esquinas de Los Teques y divisaba el campanario de la catedral sentí una ráfaga fría que conspiraba junto a la gravedad, la obstinación de mis tobillos fue mayor y al final de la subida me encontré con un autobús del costado izquierdo de la calle, varios grupos de personas, una camioneta con los neumáticos sobre la acera de la esquina. Los fiscales de tránsito medían distancias. Algo martillaba en mi interior. Esa especie de alarma biológica que indica peligro, vértigo, caída libre.
Llegaron varias conversaciones con papá, casi al mismo ritmo con que había disminuido mi avanzada por la cuesta. Sus ojos entornados, profundos de tristeza descargaban una rabia contenida sobre el volumen que le había dado al radio. Lo bajó. Se sentó. Recordó una mañana cercana al mediodía. Los aeroplanos de la guerra surcaban el cielo con ráfagas de plomo. Gritos velados por un dolor instantáneo y un deslizamiento de saco de patatas le arrancó un giro de su columna vertebral. En menos de dos segundos había visto la última mirada de su padre y el corazón se le escondía tras los pulmones. Aquellos flujos en las mejillas de papá me hicieron apagar el radio. Primera vez que lo veía llorar. Se quitó los lentes de sol y vi sus escleróticas manchadas de venitas coloradas. ¿Porqué el apuro? ¿Porqué hay que quedarse con todo? ¿Porqué llevarse por delante todo? Aquel mediodía pasé más de dos horas tratando de revivir a mi papá, quería conversar con él todo lo que no pudimos en toda la vida.
Las gradaciones de bermejo a púrpura aplicaron una mordaza a cualquier voz que se atragantó en mi garganta. El pozo de sangre abarcaba unos cincuenta centímetros frente a la acera. Una atmósfera silenciosa se metía entre los espacios de los vehículos. El frío perforaba cada mirada perdida, exangue de esperanzas, apuñalada de repeticiones de un acto artero que va y viene en cinética pendular y así lo esquivemos, al menor descuido ¡plaf! se incrusta en nuestras costillas y la dama de la guadaña aparece con su sonrisa abotonada de plata y oscuridad. La motocicleta yacía varios metros más allá del parachoques del autobús, a media cuadra de la camioneta, el cojín desprendido, el tanque de gasolina abierto y un vapor de coctel alcohólico impregnaba el asomo de la mañana. Mis instintos me empujaron a buscar en el resto de la vía. Ni rastros de cuerpo humano. Acababan de cerrar la puerta de una ambulancia en la otra mitad de la cuadra.
Anduve como diez pasos con los ojos cerrados, apenas empezaba a ulular la sirena. Resonaban en mis mañanas las palabras de mamá, ¿hiciste la tarea? ¿te lavaste detrás de las orejas? Acuérdate de dar los buenos días. Si la maestra te llama la atención, mírala a la cara. Respeta a tus compañeros. ¿Y si ellos me pegan? Defiéndete, pero no les pegues. La voz de papá, recubierta de barba y galletas Nic Nac, se acercaba con unas palmadas en el hombro, en cuanto baje el candelero nunca des la espalda, trata de hablar con las personas. ¿Con los que querían pegarme? Hasta con ellos. Si te alejas, empiezan a crecer los muros y cuanto te vienes a dar cuenta son barreras de siete metros que cuesta mucho alcanzar. Revisé el pedazo de cuadra que rodeaba la motocicleta, ni un rastro de casco, solo gotas de sangre desperdigadas en ruta hacia la ambulancia. El aliento se me confundía con un extraño palpitar en las fosas nasales, quería salir corriendo y una mano desde el pote de galletas Nic Nac me apretaba el brazo.
Retomé el paso con la barbilla sobre el pecho, la bajada me sorprendió ajustando el morral en la espalda. Pronto la dinámica de los pies jugó en equipo con la gravedad y mi aliento martillaba esos manchones incandescentes que punzan nuestros días, mañanas, tardes y madrugadas, sin misericordia, con exceso de violencia, tanta que por momentos me he sorprendido con ganas de correr hasta la montaña más lejana para tomar una bocanada de aquellas de la niñez cuando la familia soltaba su manto cada amanecer e intentaba capturar algún asomo de odio en las atarrayas de una conversación o en las tablas de una sonrisa.
Alfonso L. Tusa C.
domingo, 9 de junio de 2013
Proyecto de contribución para publicar libro de cuentos “Cumaná en los pulmones”
Desde hace unos tres años he tocado varias puertas de posibles patrocinantes (editoriales, empresa privada) para financiar el proceso de corrección, diagramación, producción, de una colección de cuentos ambientados en la cultura y costumbres de la ciudad de Cumaná. Hay mucho de vivencias y episodios entrañables de cada personaje en cada historia.
Hasta el momento el esquema de buscar uno o algunos patrocinantes que se animen a colaborar para hacer de este proyecto una realidad, ha resultado infructuoso. Por este motivo he decidido sondear la posibilidad de un conjunto mucho más grande de patrocinantes donde cada quién pueda contribuir de acuerdo a sus posibilidades.
Al ayudar el proceso de publicación de este libro se promueve la visión de un escritor sobre el entorno cultural que lo vio crecer, las amistades, las costumbres, las anécdotas, todas quedan atrapadas en cuentos que refulgen bajo el añil más intenso del aire cumanés.
A fin de motivar a los potenciales patrocinantes ofreceré varios tipos de regalos acorde al tipo de colaboración:
1.- Un mapa con la rutina del escritor durante el proceso de escribir el libro + una postal de algún sitio de Cumaná que haya inspirado los cuentos. Colaboración: Bs. 100.
2.- Mapa + postal + archivo PDF de la primera página de un cuento. Colaboración: Bs. 200.
3.- Mapa + postal + archivo PDF + crucigrama cultural de Cumaná. Colaboración: Bs. 400.
4.- Mapa + postal + archivo PDF primera página de 3 cuentos + crucigrama: Bs. 500
5.- Mapa + postal + crucigrama + copia impresa del libro: Bs. 700
6.- Mapa + postal + crucigrama + 2 copias impresas del libro: Bs. 900
7.- Mapa + postal + crucigrama + 3 copias impresas del libro + aparición en créditos: Bs. 1200.
El proceso de impresión de 500 ejemplares del libro a la fecha actual tiene un estimado de bs. 25.000. La corrección, diagramación y montaje, diseño de libro y portada: 11.000 bs. Todos son costos estimados a fecha de inicios de junio 2013. Los costos de envío de los regalos estarán sujetos a las variaciones de la economía.
Anteriormente he conseguido patrocinio por varias vías para publicar mis libros: Una temporada mágica, El Látigo del beisbol. Una biografía de Isaías Chávez, Béisbol en la trilla, Pensando en ti Venezuela. Una biografía de Dámaso Blanco, Voces de Béisbol y ecología.
Gracias por su atención,
Saludos
Alfonso L. Tusa C.
viernes, 5 de abril de 2013
¿Se encuentra Il Signore Pollo?
El tintineo del teléfono celular obligó a Richard a meter la mano en el bolsillo. La tertulia deportiva previa al curso de UV Visible rayaba el nirvana de las emociones más elevadas. La voz ronca se sentía pocos metros de distancia. Richard veía la pantalla del celular y lanzaba la mirada hacia el fondo del pasillo. “¿Se encuentra Il Signore Yeyo?” Richard corrió a toda mecha hasta la esquina del enfriador de agua. Una risa atenuada se alejaba por las escaleras.
En aquel curso pudimos apreciar las cualidades de José Manuel Cruz para bajar el volumen del ruido para intentar decidir serenamente sobre las circunstancias que nos rodeaban. Había cierta dificultad con los objetivos del curso y estuvimos a punto de abortarlo. José Manuel intervino, a medida que hablaba, entendimos que por más razones que esgrimiéramos, ya estábamos ahí, habíamos invertido la mañana de un lunes en llegar allá y aún cuando los objetivos que había leído el moderador distaban de lo que se había solicitado, teníamos mucho más que ganar allí, donde quizás pudiéramos conseguir que se enderezara la marcha hasta nuestros objetivos, que regresando a Intevep, donde retomaríamos nuestras ocupaciones rutinarias, sin haber adquirido lo que teníamos en mente, o lo que no teníamos en mente, que fue una larga conversación con los programadores del curso hasta conseguir que se reestructurara.
Cada mañana antes de sumergirse cada quién en su laboratorio conversábamos de futbol y béisbol. Cuando había juegos durante la semana El Pollo siempre recordaba o preguntaba por el Real Madrid o los Tiburones de La Guaira. Una noche nos fuimos con Duilio y Carolina para ver un juego de la segunda final Caracas-Magallanes en el bar Las tres F del centro comercial La Hoyada. Por más cervezas o botellas de licor que abrieran, olía a béisbol por todas partes. Cuando el juego andaba por el sexto o séptimo episodio un señor de saco a cuadros y sombrero de ala ancha se asomó en una de las puertas. Duilio le hizo señas. Cuando el reflejo del televisor le dio en el rostro le di dos palmetazos en la espalda ¡Que hubo Pollo! Duilio empezó a sonreír con ganas de soltar la carcajada. Carolina le comento que su amigo se parecía a David Bowie. Duilio me hizo prometer que nunca iba a llamar al Pollo, David Bowie. En cuanto bajamos varias botellas, le pregunté “y entonces Mr. David Bowie ¿Cuándo vas a cantar I’m afraid of americans?” El Pollo apuró un sorbo de espumosa y gritó “Right now” y Duilio casi se cae de la banqueta.
Al día siguiente pasó toda la mañana preguntando de donde habíamos sacado lo de David Bowie y Duilio por detrás hacía señas que cuidadito le iba a decir nada. En la tarde ya había registrado Internet y tenía un doctorado en Bowie. Ahora si voy a ejercer el apodo con gusto y se montó en un escritorio para entonar una de las canciones del artista británico.
La última vez que vi a José Manuel, fue en un Yuruani bajando a Caracas. Trabajaba haciendo servicio técnico en laboratorios físico-químicos por el interior del país. Recordamos viejos tiempos e intercambiamos teléfonos, no supe más de él hasta el año pasado cuando nos comunicamos por Facebook.
Cuando el curso de UV Visible estaba en su apogeo José Manuel se empinaba en su asiento hacia los comentarios del moderador. El tono del celular lo hizo salir del salón. “¿Se encuentra Il Signore Pollo?”. El Pollo sonrió al entrar al aula, junto a la pared del fondo Richard tenía el rostro morado de la risa.
Alfonso L. Tusa C.
jueves, 21 de marzo de 2013
Pietro Mennea y aquel registro de los 200 metros planos.
La señal lluviosa del televisor centelleaba al fondo del comedor. Papá venía llegando de Cumaná. Un resplandor amarillo se fundió sobre la claridad brillante del pasillo que llevaba a la cocina. Entre ir y venir al patio para intentar mover el poste donde descansaba la antena, sentía el crujir de la máquina de escribir adentrarse en el crepitar de hojas que ardían en un cañaveral cercano. El sol de septiembre había luchado toda la tarde ante una pertinaz llovizna hasta que impuso su anaranjado en la atmósfera.
Desde las 2 p.m había estado corriendo entre mi habitación y el comedor. Cada vez sentía más las pisadas en la punta del pie. Pasaba a un lado de la vitrina de la sala y los vidrios quedaban vibrando hasta que me frenaba con el pilar frente al televisor. A eso de las dos y media corrieron la final de los 100 metros planos. Un ruso de escasa cabellera había soltado sus caballos y surcó el tartán mientras se me paralizaba el aliento a un costado de la pantalla, aún cuando una intermitencia lluviosa invadía la pantalla, pude distinguir el momento en que traspuso los cuadrados de los metros finales que indicaban la llegada.
Mientras fui a repasar la clase de historia de quinto grado y regresé, corrieron la final de los 200 metros planos. Sólo alcancé a escuchar que repetirían la carrera en el resumen de las seis y media de la tarde. Estuve a punto de lanzar el cuaderno de historia al techo. De inmediato recordé que había examen al día siguiente y solo me quedó estrujarlo y alisarlo. Me fui cabizbajo hacia el cuarto. Allí me quedé imaginando como habría sido aquella final. Siempre me gustaron los 200 metros planos más que los 100 porque daban más espacio para que los corredores desarrollaran sus facultades.
La noticia de la muerte de Pietro Mennea este jueves 21 de marzo de 2013, trajo vestigios de aquella toma de tubos catódicos que encandiló mis ojos aquel atardecer. Una enfermedad implacable apagó el empuje de “la flecha del Sur” como lo apodaron en Italia en homenaje a su procedencia. Había nacido el 28 de junio de 1952 en Barletta, en la región de la Puglia, justo en el borde del tacón de la bota italiana. Su relación con el deporte empezó a través del futbol. El entrenador quedó abismado con su velocidad, su sistema nervioso excepcional que le permitía una zancada fenomenal y a los 18 años lo llevó al centro de alto rendimiento en Formia, cerca de Roma, donde comenzó a entrenarlo su mentor de toda la vida, Carlo Vittori. “Pietro demostró que un entrenamiento metódico, meticuloso, puede hacer mejorar a todos. Era perseverante y testarudo, un martillo neumático que machacaba y machacaba. Una máquina humana en el sentido pleno del término, con temperamento y carácter”.
Luego vendrían sus participaciones en los Juegos Olímpicos de Munich, bronce en 200 m. (1972) y Moscú, oro en 200 m y bronce en 4x400 m(1980). Campeonatos del Mundo: Helsinki (1983) plata en 4x100 m y bronce en 200m. Campeonatos de Europa: Helsinki (1971) bronce en 4x100. Roma (1974) oro en 200 m,. plata en 100 m y 4x100m. Praga (1978) oro en 100 y 200 m. Universiadas: Moscú (1973) oro en 200 m, bronce en 100 y 4x100 m. Roma (1975) oro en 100 y 200 m. México (1979) oro en 200 m (implantó marca mundial con 19.72 segundos que duró 17 años) y 4x100 m. Juegos del Mediterraneo. Esmirna (1971) oro en 200 y 4x100 m. Argel (1975) oro en 100 y 200 m y plata en 4x 100 m. Split (1979) oro en 100 y 4x100 m. Casablanca (1983) oro en 4x100 m y plata en 200 m. campeonatos de Italia. 3 veces campeón de los 100 m (1974, ’78, ’80). 11 veces campeón de los 200 m. (1971-1974, 1976-1980, 1983-1984). Campeón 4x100 m (1974). Campeón 4x200 m (1974). Campeón de Europa en pista cubierta 400 m (1978). Campeón de los Mundiales Militares 200 m. (1973).
Justo en el momento que soltó el pistoletazo lamenté que la imagen siguiera centelleando. Hacía rato que las teclas estaban mudas, sentí una respiración profunda y los últimos remanentes de loción de afeitar mezclado con el sudor de un día de trabajo. Papá se levantó de la silla y se acercó al televisor mientras el narrador levantaba la voz. “Oro para Valeri Borzov con 20,00 segundos, plata para Larry Black 20,19, bronce para Pietro Mennea 20,30”.
Alfonso L. Tusa C.
martes, 12 de marzo de 2013
La huella de Simón Alberto Consalvi
La mañana siempre tiene variaciones de intensidad en los matices de lamparazos que marca el disco anaranjado sobre el añil de nuestra atmósfera. El sonido del radio me hizo levantar el zapato del acelerador y casi me estacionó en el hombrillo. El contenido del noticiero me atiborró de sustancias memoriosas conectadas a una mañana de agosto de 2004. Caminaba por los pasillos del hotel Caracas Hilton, hoy Alba Caracas, en espera de que empezara el acto de los premios con motivo del aniversario del diario El Nacional. Entre los reflejos de mitad de mañana reconocí a Cristóbal Guerra en el jardín de un pasillo. Conversamos un poco de nuestra Cumaná y de los deportes. Luego aparecieron Claudio Nazoa y un señor muy circunspecto, de mirada fija y cálida, me estiró la mano y me felicitó por el premio a la mejor carta enviada a El Nacional. Aquel apretón de manos me transmitió una electricidad de amor por lo que se hace en la vida, que aún recuerdo.
Simón Alberto Consalvi, poco a poco se despejó en mi mente la imagen de aquel hombre de gran tráfago por la política, el periodismo, la historia, la edición y las letras de Venezuela. Sabía de sus experiencias en la cancillería y otros cargos de relevancia durante los gobiernos de Acción Democrática, siempre íntegro, siempre diligente, siempre dispuesto a escuchar, siempre dispuesto a intervenir en el momento preciso. Lo había leído en El Nacional en muchos artículos de opinión y más recientemente en su espacio ligado a la historia del suplemento dominical “Siete días”. Desandar una a una sus ideas sobre lo que hemos sido, lo que somos y lo que podemos ser como país, crispaba de emoción saber que aún existen venezolanos capaces de entender que podemos lograr grandes metas mediante la disciplina, la amplitud y la disposición a valorar la palabra “nuestro”. Por algo tenía en su oficina una afiche de su coterraneo Johan Santana en pleno wind up, aún sin ser un seguidor del béisbol.
Hace poco me impresionaron dos artículos en el citado suplemento, uno enfocado en un libro del historiador Germán Carrera Damas, “En defensa de la República”, donde además de reconocer el trabajo impecable y constante de Carrera Damas, despliega sus banderas democráticas y de reflexión a todos los venezolanos en momentos difíciles. El otro relacionado con la guerra a muerte para dibujar con trazo firme todas la desgracias que significan para este y cualquier país caer en el lenguaje del odio, la violencia, el rencor y el resentimiento. Los pasajes de los acuerdos y las soluciones se entorpecen y sólo se encuentran cáscaras resbalosas que nos revuelcan en el suelo repetidas veces hasta que el personalismo pisotea y aplasta. Se me quedó grabado aquel último párrafo. “Entonces Venezuela era un país dividido. Desde 1999 la revolución bolivariana volvió a dividirnos en patriotas y apátridas, patriotas y traidores, patriotas y oligarcas. Al ocupar el Estado y sus inmensos recursos, los patriotas bolivarianos monopolizaron el petróleo, la administración pública, la justicia, el aparato electoral, la legislación, los privilegios económicos, las fuerzas armadas, los medios oficiales. En una palabra, como si todos los otros venezolanos, evidentemente la mayoría, fuéramos españoles y canarios, y careciéramos de todos los derechos. Somos los desterrados del Estado bolivariano. En suma, una guerra de exterminio que ya tiene quince años, y la dudosa popularidad que la nutre: “Este pueblo grita lo que le gritan”.
Quizás su obra más inmensa, su gran logro, fue la creación de la Biblioteca Biográfica de Venezuela junto con Edgardo Mondolfi Gudat y otros colaboradores. Por fin íbamos a tener (y tenemos) un material referencial de las personalidades que marcaron la historia venezolana. Todos esos episodios, momentos, anécdotas, desenlaces, derrotas y victorias que conforman un país empezarían a plasmarse en papel en un gran esfuerzo por consolidar la memoria colectiva tan esencial en la vida de un país.
Simón Alberto Consalvi, falleció este 11 de marzo de 2013, de manera inesperada en un accidente doméstico, aún recuerdo sus palabras de aquella iridiscente mañana. “Te felicito, sigue escribiendo, sigue indagando, sigue persiguiendo tus sueños”.
Alfonso L. Tusa C.
viernes, 11 de enero de 2013
Mírame a los ojos
Mírame a los ojos
La corneta estalló varias veces, a escasos metros de la esquina. Juan casi dibuja un mapa en el parabrisas. Las palabras hervían en sus dientes. Tony soltó el blackberry por unos segundos y giró el cuello. El sueter del liceo subía hasta la caperuza en su frente. Dos volutas de vapor condensado flotaban frente a sus fosas nasales.
¿Por qué peleas tanto? ¿No ves que el señor necesita que le des paso?
El Nissan amarillo pollito se escurrió en la cola. Juan suspiró profundo. A mitad de inspiración, titilaron asomos de sonrisa en la parte baja de sus mejillas.
Un cuarto de hora atrás, hubo de carraspear hasta dolerle la traquea para que Tony le pasara la jarra de jugo de patilla. Al tercer carraspeo el joven sacudió el rostro de la pantalla del blackberry. Aún punzaba sus parietales aquella tarde de mediados de septiembre. Juan pasó como 10 minutos buscando el rostro de Tony. Sólo después que anocheció, algunos monosílabos traspasaron sus labios. Pasé toda la tarde llamándote y nada. ¡Has podido mandarme un mensaje! Primero estaba manejando. Cuando intenté llamarte se había acabado el saldo. Tony dio la espalda. Ahora se hizo tarde para ir al cine con la chica.
Juan zambulló los brazos en aquellos días cuando había que esperar a llegar a casa para llamar por teléfono y las únicas distracciones cuando manejaba eran el radio, las mujeres hermosas y la brisa. Hace poco Juan debió ensayar saltos de acrobacia con zancadas de marchista olímpico. Por más que gritaba, Tony seguía caminando de medio lado. Justo a medio metro de chocar, estiró los dedos y templó los audífonos. ¡Caramba papá! Me cortaste la nota en la parte más intensa del reggaetón. Varias notas de Cuando un ciego llora estrujaron las orejas de Juan.
Tanta tecnología y tanta indiferencia. Tanto progreso y tanto desdén. Tantos pasos y tan poca presencia.
Ese tipo viene de tras canales más allá, todo el tiempo en diagonal, sin ver los otros carros, y todos tienen que darle paso además de imaginar que activó la luz de cruce. Tony ¿dime la última vez que viste a la cara a tu mamá o al profesor, incluso a tu chica?
Alfonso L. Tusa C.
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