viernes, 19 de junio de 2015

Revisando el trabajo periodístico de mi padre

Mark Kram Jr. 13-06-2015 Hasta que llegó a The Baltimore Sun en el otoño de 1959 y encontró su propósito en la vida, sería justo decir que mi padre sufrió de una aguda crisis de identidad. Aunque su nombre era George Melvin, nadie lo llamaba así, para evitar confundirlo con mi abuelo. Alrededor de la hilera de casas del este de Baltimore donde papá creció, todos siempre lo llamaban Sonny. Como atleta que practicaba tres deportes en la escuela secundaria, era conocido como Otts, el origen de esto es desconocido. En su encarnación años después como beisbolista de una liga amateur, él adoptó el remoquete de Randy porque sentía que eso creaba la ilusión de que podía correr más rápido. No bromeo. De verdad él pensaba eso. Papá era un trabajo incierto en progreso durante esos años. Cuando su carrera de beisbol terminó por un pelotazo en una liga independiente de North Dakota en 1956, o algo así decía él, no tenía nada donde sostenerse. Se había graduado décimo a partir del último de su clase en la secundaria y había abandonado la universidad para el día de acción de gracias de su primer año. Trabajó en varios empleos asalariados hasta que llegó a una estación de radio en Washington, donde él hacía el “ruido de la multitud” en la recreación de los juegos de los Dodgers de Brooklyn del narrador Nat Allbright. Mientras Allbright narraba los despachos cablegráficos con las jugadas, papá entonaba desde el fondo de la habitación: “¡Maní! ¡Maní!! Solo cuando Allbright notó las destrezas de papá en la transmisión y lo dejó practicarlas, fue que papá encontró su camino hacia una posición de reportero de bajo nivel en The Sun, donde empezó a escribir bajo el pseudónimo de Mark Kram y se convirtió en un palíndromo accidental, su nombre completo se deletreaba igual hacia adelante o hacia atrás. Uso la palabra accidental porque papá siempre juró eso, lejos de cualquier intensión suya, eso solo ocurrió. Mi madre, Joan, lo respalda en eso: “Tú naciste y te llamamos Mark porque a mí siempre me gustó”, explicó mamá. “Solo ocurrió que me casé con un hombre llamado Kram. Ninguno de los dos sabíamos entonces que era un palíndromo”. En un esfuerzo por transmitir una imagen fresca cuando empezó a trabajar en The Sun, él se presentó a si mismo como Mark (aunque nunca cambió su nombre legalmente). Sospecho que lo hizo con el mismo aire casual que exhibió años después, cuando se estiró sobre la mesa en un restaurant para tomar unas papas fritas de mi plato. Si hubiera tenido la oportunidad, le hubiese golpeado la mano diciéndole que ordenara sus papas fritas. Hasta en circunstancias ordinarias, tener el mismo nombre de tu padre es problemático. En el caso de George Melvin Kram, las circunstancias que nos rodeaban estaban lejos de ser ordinarias. Como se sabía, el tenía una destreza para escribir poco común, lo cual se puede apreciar en abundancia en el libro de artículos que acabo de editar, “Los Grandes Hombres Mueres Dos Veces: Los Trabajos Selectos de Mark Kram”. En la revista Sports Illustrated durante los años ’60 y ’70, él escribió crónicas sobre el surgimiento de otro tipo quién había cambiado su nombre de nacimiento por otro, Muhammad Ali (el antíguo Cassius Clay). Pocas piezas deportivas son tan espléndidas como el artículo que papá escribió para Sports Illustrated sobre Thrilla in Manila (Terror en Manila), la tercera y final pelea de la clásica rivalidad entre Ali y Joe Frazier. Cuarenta años después, la apoteosis del reporte del evento permanece vigente. Si yo hubiese escogido otro tipo de trabajo, el nombre de los dos habría sido irrelevante. Pero me convertí en periodista deportivo, también, y fue inevitable que nuestros mundos chocaran de manera incómoda. No era que solo tenía el mismo nombre de alguien quien se había distinguido en nuestra profesión. Tenía el mismo nombre de alguien quien también la había avergonzado. En el pico de su carrera en Sports Illustrated, papá fue despedido en medio de un escándalo que acabó con un torneo nacional de boxeo organizado por el promotor Don King. La historia es muy larga para contarla aquí. Pero la versión corta es que él cometió una infracción ética con King y otras personas, una que lo colocó en una posición insostenible. Sports Illustrated le mostró la puerta de salida. Sé que me tome muy a pecho su despido, mucho más de lo debido. Pero no siempre es fácil saber que hacer cuando se es joven. Para poner alguna distancia entre nosotros, sin cambiar mi nombre completamente, trabajé con variaciones que tercamente excluían la adopción de “Jr.” Yo no era un junior. En vez de eso, intenté con la inicial de mi Segundo nombre, Mark G. Kram, lo cual descarté eventualmente porque no me gustaba como se veía o sonaba. En un esfuerzo por ayudar, papá sugirió: “Prueba con Mark von Kram”. (Pensé que había estado bebiendo). Cauteloso de parecer miembro de la nobleza australiana pero aún inseguro de que hacer, simplemente escribía debajo del título del artículo Mark Kram, a menos que escribiera un artículo de revista, en ese caso apelaba a la practicidad y usaba Jr. Parecía curioso sobre la página. Papá y yo éramos cercanos de muchas maneras además de compartir un nombre. En los años duros que siguieron su ignominiosa salida de Sports Illustrated, que fueron muchos, por momentos me sentía orgulloso de lo que él había logrado y furioso por como lo había dañado. Me convertí en su mayor defensor y, en mis momentos privados, su más fiero acusador. Una y otra vez oía de lectores quienes pensaban que yo era él: Crecí leyéndote en Sports Illustrated. Y yo tenía que explicarles: Está equivocado de persona. Eso se hizo más común cuando él recuperó algo de su estatura profesional con asignaciones en Playboy y Squire en los años ’80 y ’90, y con la publicación en 2001 de su libro sobre la rivalidad Ali-Frazier, “Ghosts of Manila” (“Fantasmas de Manila”). Yo estaba maravillado de verlo de vuelta a la acción, y aún, ocurrió esto: “Estoy atravesado en tu camino, ¿cierto?”, el me preguntó un día mientras lo llevaba en el carro a promocionar “Fantasmas de Manila”. “¿Qué quieres decir?” “Sigo ahí molestando”, dijo él. “Sería más fácil para ti si yo hubiera desaparecido”. Me detuve ante un semáforo, lo miré y le dije, “Te extrañaría”. El miró por la ventanilla del copiloto y dijo, “Lo sé”. Él murió un año después. Habíamos regresado regresado del combate boxístico entre Lennox Lewis y Mike Tyson en Memphis en junio de 2002. Papá había aceptado escribir un libro sobre Tyson. En los años que han pasado desde entonces, he llegado a ver la sabiduría en el adagio de que no terminamos de crecer hasta que perdemos un padre. Lo que se ahora es que haber compartido ese loco palíndromo de ocho letras me abrió la puerta a una educación que soy afortunado de tener. Sin embargo no puedo dejar de pensar en aquella canción clásica de Johnny Cash “A Boy Named Sue” (Un muchacho llamado Sue) y las palabras de exasperación al final de la última estrofa: “Y si alguna vez tengo un hijo, creo que lo voy a llamar Bill o George. ¡Cualquier nombre menos Sue!” Felizmente, no tuve que preocuparme por eso. El buen Dios me sonrió y solo me dio hijas. Mark Kram Jr. Es el autor de “Like Any Normal Day: A Story of Devotion” (Como cualquier día normal: Una historia de devoción), por el cual fue ganador del 2013 PEN/ESPN Award para escritura literaria deportiva. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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