lunes, 29 de junio de 2015

Raymond Carver, El Arte de la Ficción Nro. 76.

The Paris Review. Entrevista realizada por Mona Simpson, Lewis Buzbee. Raymond Carver vive en una casa de madera, grande, de dos pisos, de una calle tranquila en Syracuse, New York. La grama del frente cae en declive hacia la acera. Un Mercedes nuevo aparece estacionado en el garaje. Un VW viejo, el otro carro de la casa, ocupa un lugar en la calle. La entrada a la casa es a través de un porche grande y empotrado. Adentro, los muebles son casi inexpresivos. Todo encaja, sofas crema, una mesa para café de vidrio. Tess Gallagher, la escritora con quien Raymond Carver vive, colecciona plumas de pavorreal y las coloca en floreros esparcidos por la casa, el intento decorativo más notable. Nuestras sospechas son confirmadas; Carver nos dijo que todos los muebles fueron comprados y entregados en un día. Gallagher ha pintado una anuncio de madera removible que dice No se permiten visitantes, las letras están rodeadas por pestañas anaranjadas y amarillas, y cuelga de la puerta. Algunas veces el teléfono está desconectado y el anunció permanece colgado varios días. Carver trabaja en una habitación grande del piso superior. La superficie del largo escritorio de roble es clara; su máquina de escribir esta situada a un lado, en una ala en forma de L. En el escritorio de Carver no hay juguetes, ni objetos llamativos, ni adornos. No es un coleccionista o alguien con tendencia a la nostalgia. Ocasionalmente, un sobre manila reposa sobre el escritorio de roble, contiene la historia actual en proceso de revisión. Sus archivos están muy en orden. Él puede sacer una historia y todas sus versiones previas en un momento. Las paredes del estudio están pintadas de blanco como el resto de la casa, y como el resto de la casa, están en su mayoría desnudas. La luz se filtra en rayos inclinados a través de una ventana rectangular alta, sobre el escritorio de Carver, como la luz de las ventanas altas de una iglesia. Carver es un hombre grande quién usa ropas simples, franelas, pantalones de caqui o vaqueros. Parece vivir y vestir como lo hacen los personajes de sus historias. Para alguien de su tamaño, tiene una voz inconfundible y marcadamente baja; nos sorprendemos inclinándonos para acercarnos cada pocos minutos y así captar sus palabras y preguntar el irritante “¿Qué, que?” Partes de la entrevista se realizaron por correo, entre 1981 y 1982. Cuando nos reunimos con Carver, el anuncio de No se aceptan visitantes no estaba colgado y varios estudiantes de Syracuse se acercaron para visitarlo durante el curso de la entrevista, incluyendo al hijo de Carver, un estudiante de último año. Para almorzar, Carver nos hizo sándwiches de salmón que había capturado en la costa de Washington. Ël y Gallagher son del estado de Washington y para el momento de la entrevista, estaban construyendo una casa en Port Angeles, donde piensan vivir parte de cada año. Preguntamos a Carver si sentiría esa casa más como un hogar. Él replicó, “No, dondequiera que esté me siento bien. Aquí estoy bien”. Entrevistadora: ¿Cómo fue su vida temprana, y que le hizo querer escribir? Raymond Carver: Crecí en un pueblo pequeño al este de Washington, un lugar llamado Yakima. Mi papá trabajaba en un aserradero ahí. Él era un amolador de sierras y ayudaba a cuidar las sierras utilizadas para cortar y aplanar los troncos. Mi madre trabajaba como cajera o mesera o hacía labores en el hogar, pero no conservaba ningún trabajo por mucho tiempo. Recuerdo conversaciones relacionadas con sus “nervios”. En el gabinete debajo del fregadero de la cocina, ella guardaba una botella de “medicina para los nervios” patentada, ella tomaba dos cucharadas de eso cada mañana. La medicina para los nervios de mi papá era el whiskey. La mayor parte del tiempo, él guardaba una botella de whiskey bajo el mismo fregadero, o afuera en el cobertizo de madera. Recuerdo haberlo probado una vez y lo odié, me pregunté como alguien podía beber eso. El hogar era una casa de dos habitaciones. Nos mudábamos mucho cuando era niño, pero siempre era hacia otra casa de dos habitaciones. La primera casa donde viví que puedo recordar quedaba cerca de las afueras de Yakima, tenía un baño externo. Esto era a finales de los años ’40. Tenía ocho o diez años. Yo solía esperar a mi papá en la parada del bus quién venía del trabajo para ir a casa. Usualmente era tan regular como un reloj. Pero cada dos semanas, él no venía en el bus. Me quedaba ahí y esperaba por el próximo bus, pero ya sabía que tampoco iba a venir en ese bus. Cuando pasaba esto, significaba que se había ido a beber con sus amigos del aserradero. Todavía recuerdo el sentido de tristeza y desesperación que flotaba sobre la mesa en la cena cuando mi madre, mi hermano pequeño y yo nos sentábamos a comer. Entrevistadora: ¿Pero que lo hizo querer escribir? Carver: La única explicación que le puedo dar es que mi padre me contó muchas historias de él cuando era niño, y de su papá y su abuelo. Su abuelo había peleado en la guerra civil. ¡Peleó para ambos bandos! Era un camisa volteada. Cuando el Sur empezó a perder la Guerra, él se fue al Norte y empezó a pelear para las fuerzas de la Unión. Mi padre reía cuando contaba esta historia. No veía nada indebido en eso, y pienso que yo tampoco. De todas formas, mi papá me contaba historias, anécdotas, sin nada de moralidad, de las trampas en los bosques, o viajar en las vías férreas y mirar afuera buscando toros. Me gustaba su compañía y me gustaba escucharle decir estas historias. De vez en cuando me leía algo de lo que estaba leyendo. Las historias del oeste de Zane Grey. Estos fueron los primeros libros de tapa dura, fuera de los textos escolares, y la Biblia, que yo ví. Eso no ocurría muy a menudo, pero de vez en cuando lo veía acostado en la cama de noche y leía a Zane Grey. Parecía un acto muy privado en una casa y familia que no estaban dadas a la privacidad. Noté que él tenía este lado privado, algo de lo que yo no entendía o sabía nada, pero algo que encontraba expresión de esta lectura ocasional. Yo estaba interesado en ese lado de él y en el acto per se. Le pedía que me leyese lo que estaba leyendo, y él me leía desde donde estuviese en el libro.Después de un rato él me decía, “Junior, anda a hacer otra cosa ahora”. Bien, había muchas cosas que hacer. En aquellos días, yo iba a pescar en el arroyo que no quedaba tan lejos de nuestra casa. Poco después, empecé a cazar patos y gansos, un juego de las tierras altas. Eso era lo que me excitaba de aquellos días, cazar y pescar. Eso fue lo que hizo una marca en mis emociones, y de eso era de lo que quería escribir. Mi territorio de lectura en aquellos días, además de una ocasional novela histórica o un misterio de Mickey Spillane, consistía de Sports Afield and outdoor Life y Field & Stream. Escribía algo largo sobre el pez que se escapó, o del pez que capturé, uno o el otro, y le preguntaba a mi madre si podía pasar a máquina. Ella no podía escribir a máquina, pero iba y alquilaba una máquina de escribir, bendito sea su corazón, y entre los dos, escribíamos en la máquina de manera terrible y enviamos la historia. Recuerdo que había dos direcciones en la página del directorio de la revista de actividades al aire libre; por lo que enviamos la pieza a la oficina más cercana, a Boulder, Colorado, el departamento de circulación. La pieza regresó, finalmente, pero eso fue bueno. Había salido al mundo, ese manuscrito, había estado en varios lugares. Alguien lo había leído además de mi madre, o así lo esperaba. Entonces vi un anuncio en Writer’s Digest. Era una fotografía de un hombre, un autor exitoso, testificando sobre algo llamado el Palmer Institute of Autorship. Eso parecía lo indicado para mí. Había una oferta de un pago mensual. Veinte dólares, diez o quince mensuales por tres años o treinta años, una de esas cosas. Había asignaciones semanales con respuestas personales para ellas. Estuve en eso por unos meses. Entonces, tal vez me aburrí; dejé de hacer el trabajo. Mis padres dejaron de hacer los pagos. Pronto llegó una carta del Palmer Institute diciéndome que si les pagaba completo, todavía podía obtener el certificado de culminación. Eso parecía más que justo. De alguna manera hablé con mis padres para pagar el resto del dinero, y en el debido tiempo recibí el certificado y lo colgué en la pare4d de mi habitación. Pero mientras estudiaba en la escuela secundaria se asumió que me graduaría e iría a trabajar en el aserradero. Por mucho tiempo quise hacer el tipo de trabajo que hacía mi papá. Él le iba a preguntar a su jefe en el aserradero que me pusiera a trabajar luego que me graduara. Trabajé allí por unos seis meses. Pero odiaba ese trabajo y sabía desde el primer día que no quería hacer eso por el resto de mi vida. Trabajé lo suficiente para ahorra dinero para comprar un carro, comprar ropas, para salir de la casa y casarme. Entrevistadora: De alguna manera, por las razones que fuera, usted fue a la universidad. ¿Era su esposa la que deseaba que usted fuera a la universidad? ¿Ella lo entusiasmó en ese respecto? ¿Quería ella ir a la universidad y eso lo motivó a usted? ¿Qué edad tenía en ese momento? Ella debió ser muy joven, también. Carver: Yo tenía 18 años. Ella tenía dieciséis, estaba embarazada y se había graduado en una escuela privada episcopal para chicas en Walla Walla, Washington. Ella aprendió en la escuela la manera correcta de sostener una taza de te; había tenido instrucción religiosa y gimnasia, pero también aprendió algo de física y literatura y lenguajes foráneos. Yo estaba muy impresionado de que ella supiera latín. ¡Latín! Ella intento varias veces de inscribirse en la Universidad durante aquellos primeros años, pero era muy dificil hacerlo; era imposible hacerlo y levantar una familia mientras se está limpio todo el tiempo. Me refiero a tener dificultades presupuestarias. Su familia no tenía dinero. Asistió a esa escuela con una beca. Su madre me odiaba y todavía lo hace. Se suponía que mi esposa se graduara y asistiera a la University of Washington para estudiar leyes con una ayudantía. En vez de eso, yo la embaracé, y nos casamos y comenzamos nuestra vida juntos. Ella tenía diecisiete años cuando nació nuestro primer hijo, dieciocho cuando nació el segundo. ¿Qué debo decir de ese momento? No tuvimos ninguna juventud. Debimos asumir responsabilidades para las cuales no estábamos preparados. Pero hicimos lo mejor que pudimos. Quiero pensar que mejor que eso. Finalmente ella terminó la universidad. Obtuvo su grado B.A. en San Jose State doce o catorce años después que nos casamos. Entrevistadora: ¿Usted escribía durante estos iniciales, difíciles años? Carver: Trabajaba en las noches e iba a la escuela de día. Siempre estábamos trabajando. Ella trabajaba y trataba de atender los niños y la casa. Trabajaba en la compañía telefónica. Los niños se quedaban con una niñera durante el día. Finalmente, me gradué con el título de B.A. en el Humboldt State College y colocamos todo en el carro en una de esas parrillas que se colocan en el techo del carro, y nos fuimos a Iowa City. Un maestro llamado Dick Day del Humboldt State me había hablado del Iowa Writers’ Workshop (Taller de Escritores de Iowa). Day había enviado una historia mía y tres o cuatro poemas a Don Justice, quién fue responsable de conseguirme un estipendio de quinientos dólares en Iowa. Entrevistadora: ¿Quinientos dólares? Carver: Eso era todo lo que tenían. Parecía mucho en ese momento. Pero no me quedé en Iowa. Ellos me ofrecieron más dinero para quedarme un segundo año, pero no podíamos hacerlo. Yo trabajaba en la biblioteca por un dólar o dos la hora, y mi esposa trabajaba como mesera. Me iba a tomar otro año conseguir un grado, y el presupuesto era insuficiente. Por eso regresamos a California. Esta vez a Sacramento. Conseguí trabajo como conserje nocturne en el Mercy Hospital. Me quedé en ese trabajo tres años. Era un buen trabajo. Solo tenía que trabajar dos o tres horas por noche pero me pagaban por ocho horas. Había cierta cantidad de trabajo que debía ser hecho, pero una vez realizado, eso era todo, podía ir a casa o hacer lo que quisiera. El primer año o los primeros dos me fui a casa cada noche y estaba acostado a una hora razonable y era capaz de levantarme en la mañana y escribir. Los niños estaban con la niñera y mi esposa en su trabajo como vendedora de puerta a puerta. Tenía todo el día para mí. Esto funcionó por un tiempo. Entonces cuando salía del trabajo en la noche me iba a beber en vez de regresar a casa. Esto era en 1967 o 1968. Entrevistadora: ¿Cuándo le publicaron por primera vez? Carver: Cuando era un estudiante de pregrado en Humbaldt State en Arcata, California. Un día, tenía un cuento en una revista y un poema en otra. ¡Fue un día maravilloso! Tal vez uno de los mejores días de mi vida. Mi esposa y yo manejamos por todo el pueblo y les mostramos las cartas de aceptación a nuestros amigos. Eso le dio una muy necesitada validez a nuestras vidas. Entrevistadora: ¿Cuál fue el primer cuento que publicó? ¿Y el primer poema? Carver: Era un cuento llamado “Pastoral” y fue publicado en el Western Humanities Review. Una buena revista literaria y todavía la University of Utah la publica. No me pagaron nada por el cuento, pero eso no importaba. El poema se llamaba “The Brass Ring” (El Anillo de Bronce) y fue publicado por una revista de Arizona, ahora desaparecida, llamada Targets. Charles Bukowski tenía un poema en el mismo ejemplar, yo estaba muy contento de estar en la misma revista con él. Era un tipo de héroe para mí entonces. Entrevistadora: ¿Es verdad, eso me lo dijo un amigo suyo, que usted celebró su primera publicación llevándose la revista a la cama? Carver: Es parcialmente cierto, era un libro, el anuario Best Short Stories. Mi cuento “Will You Please Be Quiet, Please?” (¿Por favor te tranquilizarás, por favor?) había aparecido en la colección. Eso fue a finales de los años ’60, cuando era ediatado cada año por Martha Foley y las personas solían llamarlo, simplemente, “The Foley Collection”. Ese cuento había sido publicado en una oscura revista de Chicago llamada December. El día que la antología llegó por correo me la llevé a la cama para leerla y mirarla, y tocarla, pero la miré y toqué más de lo que la leí. Me quedé dormido y desperté la mañana siguiente con el libro ahí en la cama, a mi lado, junto a mi esposa. Entrevistadora: En un artículo que escribió para “The New York Times Book Review”, usted mencionó una historia “muy tediosa para tratarla aquí” sobre porqué escogió escribir cuentos en vez de novelas. ¿Quisiera hablar de esa historia ahora? Carver: La historia que era “muy tediosa para hablar de ella” tenía que ver con un número de cosas de las cuales no es muy agradable hablar. Finalmente hablé de algunas de esas cosas en el ensayo “Fires”, el cual fue publicado en Antaeus. En él dije que finalmente, un escritor es juzgado por lo que escribe, y así debe ser. Las circunstancias que rodean la escritura son algo más, algo extraliterario. Nadie me pidió ser escritor. Pero era duro permanecer vivo y pagar cuentas y llevar comida a la mesa y a la vez pensar en mí como un escritor y aprender a escribir. Después de años de hacer trabajos temporales y criar niños y tratar de escribir, me di cuenta de que necesitaba escribir cosas que pudiera terminar rápido. No había manera en que pudiera asumir una novela, un período de dos o tres años para un solo proyecto. Necesitaba escribir algo por lo que pudiese recibir algún tipo de pago inmediatamente, no el próximo año, o tres años después. Por eso, poemas y cuentos. Estaba empezando a ver que mi vida no era, digamos que no era lo que yo quería ser. Había siempre un vagón cargado de frustración con el cual lidiar, por querer escribir y no ser capaz de encontrar el tiempo o el lugar para hacerlo. Solía salir y sentarme en el carro para escribir algo en un cuaderno sobre mi rodilla. Esto era cuando los niños eran adolescentes. Yo estaba a finales de mis veinte o comienzos de mis treinta. Todavía estábamos en un estado de penuria, teníamos una bancarrota encima, y años de trabajo duro sin nada que mostrar excepto un carro viejo, una casa alquilada, y nuevos acreedores en nuestras espaldas. Eso era deprimente, me sentía aplastado espiritualmente. El alcohol se hizo un problema. Más o menos me rendí, tiré la toalla, y me dediqué a beber. Eso es parte de lo que yo estaba hablando de esas cosas “muy tediosas para hablar de ellas”. Entrevistadora: ¿Podría hablar un poco más de la bebida? Muchos escritores, aún sin ser alcohólicos, beben mucho. Carver: Probablemente no mucho más que cualquier otro grupo de profesionales. Usted se sorprendería. Por supuesto que hay una mitología que fluye paralela a la bebida, pero nunca pertenecí a ella. Caí en la bebida por sí misma. Supongo que empecé a beber profusamente luego que noté que las cosas que más quería en la vida para mí y mis escritura, y mi esposa e hijos, simplemente no iban a ocurrir. Es extraño. Nunca empiezas algo en la vida con la intención de caer en bancarrota, o en el alcoholismo, o en la trampa y el robo. O ser un mentiroso. Entrevistadora: ¿Y usted era todas esas cosas? Carver: Lo era. Ya no lo soy más. Bueno, miento un poco de vez en cuando, como todos. Entrevistadora: ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que dejó de beber? Carver: Dos de junio de 1977. Si quiere la verdad, estoy más orgulloso de eso, de haber dejado de beber, de lo que pueda estar de cualquier cosa en mi vida. Soy un alcohólico recuperado. Siempre seré un alcohólico, pero ya no soy un alcohólico practicante. Entevistadora: ¿Qué tan malo se hizo beber? Carver: Es muy doloroso pensar en algunas de las cosas que pasaron entonces. Hice un desperdicio de todo lo que tocaba. Pero podría agregar que hacia el final de mi período de bebedor no quedaba mucho. ¿Cosas específicas? Digamos, que en ocasiones, la policía estuvo involucrada y las salas de emergencia y los tribunales. Entrevistadora: ¿Cómo se detuvo? ¿Qué lo hizo parar? Carver: Mi último año en la bebida, 1977, yo estuve dos veces en un centro de rehabilitación, y también en un hospital; y pasé unos días en un lugar llamado DeWitt cerca de San José, California. DeWitt solía ser, lo suficientemente apropiado, un hospital para lo criminalmente insano. Hacia el final de mis días de bebedor, yo estaba completamente fuera de control y en un lugar muy profundo de mi vida. Desmayos, de todos los calibres, puntos donde no puedes recordar nada que hubieras dicho o hecho en cierto período de tiempo. Se podía manejar un carro, hacer una lectura, enseñar en una clase, romperse una pierna, ir a la cama con alguien, y no tener ninguna memoria de eso después. Se está en algo así como piloto automático. Tengo una imagen de mí sentado en mi sala con un vaso de whiskey en mi mano y mi cabeza vendada debido a una caída causada por una borrachera. ¡Loco! Dos semanas después estaba de vuelta en un centro de rehabilitación, esta vez en un lugar llamado Duffy’s, en Calistoga, California, en el país del vino. Estuve en Duffy’s dos veces, en el lugar llamado DeWitt, en San José; y en un hospital de San Francisco, todo en un espacio de doce meses. Entiendo que eso es muy malo. Me estaba muriendo, tan sencillo como eso, y no exagero. Entrevistadora: ¿Qué le llevó al punto donde pudo dejar de beber por su bien? Carver: Fue a finales de mayo de 1977. Vivía por mi cuenta en una casa de un pueblo pequeño al norte de California, y había estado sobrio por unas tres semanas. Manejé hacia San Francisco, donde había una convención de editoriales. Fred Hills, para ese momento editor jefe de McGraw-Hill, quería llevarme a almorzar y ofrecerme dinero para que escribiese una novela. Pero dos noches antes del almuerzo, uno de mis amigos tuvo una fiesta. A mitad de esta, tomé un vaso de vino y lo bebí, esa es la última cosa que recuerdo. Mente en blanco. La mañana siguiente, cuando abrieron las tiendas, yo esperaba para comprar una botella. La cena de esa noche; fue terrible, la gente peleaba y desaparecía de la mesa. Y la mañana siguiente yo tenía que levantarme e ir a almorzar con Fred Hills. Yo estaba tan enratonado cuando me levanté que apenas podía mantener erguida la cabeza. Pero me tomé medio vaso de vodka antes de buscar a Hills y eso me ayudó, por el momento. ¡Luego él quería ir a almorzar en Sausalito! Eso nos llevó al menos una hora en el tráfico, y yo estaba borracho y enratonado. Pero por alguna razón, él siguió con su plan y me ofreció el dinero para escribir una novela. Entrevistadora: ¿Llegó a escribir la novela? Carver: ¡Aún no! De todas formas salí de San Francisco y regresé a donde vivía. Permanecía borracho por dos días más. Entonces desperté, me sentía muy mal, pero no bebí nada esa mañana. Me refiero a nada alcohólico. Me sentía terrible físicamente, mentalmente también por supuesto, pero no bebí nada. No bebí por tres días, y cuando había pasado el tercer día, empecé a sentirme algo mejor. Entonces seguí sin beber. Gradualmente empecé a poner una pequeña distancia respecto al alcohol. Una semana. Dos semanas. De pronto fue un mes. Había estado sobrio por un mes, y poco a poco empezaba a sentirme bien. Entrevistadora: ¿Le ayudo Alcohólicos Anónimos? Carver: Me ayudó mucho. Iba al menos a una y a veces dos reuniones diarias en el primer mes. Entrevistadora: ¿Alguna vez sintió que el alcohol era del alguna manera una inspiración? Estoy pensando en su poema “Vodka”, publicado en Esquire. Carver: ¡Dios mío, no! Espero haberlo dejado claro. Cheever recalcaba que siempre podría reconocer “una línea alcohólica” en el trabajo de un escritor. No estoy exactamente seguro de lo que quería decir con esto pero pienso que lo sé. Cuando enseñábamos en el Iowa Writer’s Workshop en el semestre de otoño de 1973, él y yo no hacíamos otra cosa que beber. Me refiero a que asistíamos a nuestras clases, por puro formalismo. Pero todo el tiempo que estuvimos ahí, nos quedamos en el hotel que está en el campus, el Iowa House, pienso que ninguno de los dos tocó la cubierta de las máquinas de escribir. Íbamos a las licorerías dos veces a la semana en mi carro. Entrevistadora: ¿Para reabastecerse? Carver: Si. Pero la tienda no abría hasta las 10:00 a.m. Una vez planeamos una visita tempranera en la mañana, a las diez en punto, nos íbamos a encontrar en la recepción del hotel. Bajé temprano para comprar cigarrillos y John caminaba de allá para acá en la recepción. Él usaba mocasines, pero sin medias. Salimos algo temprano. Cuando llegamos a la licorería el dependiente apenas abría la puerta del frente. En esta mañana particular, John salió del carro antes que yo me estacionara apropiadamente. Cuando entre a la tienda ya él había comprado medio galón de escocés. El se quedaba en el cuarto piso del hotel y yo en el segundo. Nuestras habitaciones eran idénticas, hasta el punto de tener las mismas reproducciones de pinturas colgando de la pared. Pero cuando bebíamos juntos, siempre lo hacíamos en su habitación. Él decía que tenía miedo de beber en el segundo piso. ¡Decía que siempre existía la posibilidad de que lo asaltaran en el pasillo! Afortunadamente, poco después que Cheever se fue de Iowa City, fue a un centro de rehabilitación y recupero la sobriedad y la mantuvo hasta que falleció. Entrevistadora: ¿Piensa que las confesiones orales en Alcohólicos Anónimos han influenciado su escritura? Carver: Hay distintos tipos de reuniones, reuniones de oratoria donde un expositor se levanta y habla por quince minutos sobre como era antes, y tal vez como es ahora. Y hay reuniones donde cada cual tiene oportunidad de decir algo. Pero no puedo decir que haya basado mis historias en las cosas que he oído en las reuniones. Entrevistadora: Entonces ¿de donde vienen sus historias? Pregunto esencialmente de las historias relacionadas con la bebida. Carver: La ficción en la que estoy más interesado tiene líneas de referencia al mundo real. Por supuesto, que ninguna de mis historias ocurrieron en la realidad. Pero siempre hay algo, algún elemento, algo que me dijeron o algo que presencié, eso puede ser el punto de partida. Este es un ejemplo: “¡Esta es la última Navidad que nos arruinarás!” Yo estaba borracho cuando oi eso, pero lo recordé. Y mucho, mucho después, cuando estuve sobrio, usando sólo esa línea y otras cosas que imaginé, imaginé tan precisamente que pudieron haber ocurrido, hice una historia, “Una conversación seria”. Pero la ficción en la que estoy más interesado, sea la de Tolstoi, Chekhov, Barry Hannah, Richard Ford, Hemingway, Isaac Babel, Ann Beattie, o Ann Tyler, es la autobiográfica. Al menos es referencial. Las historias largas o cortas no vienen de la nada. Recuerdo una conversación con John Cheever. Estábamos sentados alrededor de una mesa en Iowa City con algunas personas y él refirió que luego de una crisis familiar en su casa una noche, se levantó la mañana siguiente y fue al baño, allí encontró algo que su hija había escrito en el espejo del baño con pintura de labios: “D-e-r-e daddy, no nos dejes”. Alguien de la mesa levantó la voz y dijo, “Reconozco eso de una de tus historias”. Cheever dijo, “Probablemente. Todo lo que escribo es autobiográfico”. Por supuesto que eso no es literalmente verdadero. Pero todo lo que escribimos, es de alguna manera, autobiográfico. No me molesta para nada la ficción autobiográfica. Por el contrario, On the Road, Celine Roth. Lawrence Durrell en The Alexandra Quartet. Mucho de Hemingway en las historias de Nick Adams. Updike, tambien. Jim McConkey. Clark Blaise es un escritor contemporáneo cuya ficción autobiografía pura. Por supuesto, tienes que saber lo que haces cuando conviertes en ficción las historias de tu vida. Tienes que ser inmensamente corajudo, muy diestro e imaginativo y deseoso de contar todo de ti. Cuando eres joven siempre te dicen que escribas de lo que conozcas, y ¿qué puedes saber mejor que tus propios secretos? Pero a menos que seas un tipo especial de escritor, uno muy talentoso, es peligroso tratar de escribir párrafo tras párrafo sobre La Historia de Mi Vida. Un gran peligro, o al menos una gran tentación, para muchos escritores es hacerse muy autobiográficos en su aproximación a su ficción. Lo mejor es un poco de autobiografía y mucha imaginación. Entrevistadora: ¿Sus personajes tratan de hacer lo que importa? Carver: Pienso que si tratan. Pero tratar y tener éxito son dos asuntos diferentes. En algunas vidas, las personas siempre tienen éxito, y pienso que es maravilloso cuando eso ocurre. En otras vidas, la gente no tiene éxito en lo que trata de hacer, en las cosas que más quieren hacer, las cosas grandes y pequeñas que conforman la vida. Estas vidas son, por supuesto, válidas para escribir de ellas, las vidas de la gente que no tiene éxito. La mayor parte de mi experiencia, directa o indirecta, tiene que ver con la última situación. Pienso que a la mayoría de mis personajes les gustaría que sus acciones sirvieran para algo. Pero a la vez han llegado a un punto, como les ocurre a muchas personas, donde saben que no es así. No funciona más. Las cosas que una vez pensaste que eran importantes o por las que valía la pena morir ahora no valen nada. Se sienten incómodos con sus vidas, ven como sus vidas se derrumban. Les gustaría hacer las cosas bien, pero no pueden. Y usualmente ellos lo saben, y después de eso ellos hacen lo mejor que pueden. Entrevistadora: ¿Podría decir algo acerca de una de mis historias favoritas en su colección más reciente? ¿Dónde se originó la idea para “Why don’t you dance?” (¿Por qué no bailas?) Carver: Estaba visitando a unos amigos escritores en Missoula a mediados de los años ’70. Estábamos sentados bebiendo y alguien contó una historia sobre una mujer que atendía un bar llamada Linda quién se emborrachó con su novio una noche y decidieron sacar todos los muebles de su habitación hacia el patio. También sacaron la alfombra, la lámpara, la cama, todo. Había cuatro o cinco escritores en el lugar, y después que el tipo terminó de contar la historia, alguien dijo: “Bien, ¿Quién la va a escribir?” No sé quien más podría haberla escrito, pero la escribí. No entonces, pero después. Pienso que como cuatro o cinco años después. Cambié y agregué cosas, por supuesto. Por cierto, fue la primera historia que escribí después que dejé de beber finalmente. Entrevistadora: ¿Cómo son sus hábitos de escritura? ¿Siempre está trabajando en una historia? Carver: Cuando estoy escribiendo, escribo todos los días. Es maravilloso cuando ocurre eso. Un día solapado con el siguiente. Algunas veces no sé cual día de la semana es. La “ruleta de los días”, lo ha llamado John Ashbery. Cuando no estoy escribiendo, como ahora, cuando estoy enredado enseñando deberes como lo he estado estos últimos tiempos, es como si nunca hubiese escrito una palabra o hubiera tenido ningún deseo de escribir. Caigo en malos hábitos. Me quedo despierto hasta muy tarde y duermo mucho. Pero está bien. He aprendido a ser paciente y a esperar mi momento. Aprendí eso hace tiempo. Paciencia. Si creyera en las señales, supongo que la mía sería la de la Tortuga. Escribo en ráfagas y comienzos. Pero cuando escribo, pasó muchas horas en el escritorio, diez o doce o quince horas por sesión, día tras día. Me gusta cuando ocurre eso. Mucho de este tiempo de trabajo, es dedicado a revisar y reescribir. No hay mucho que me guste más que tomar una historia que he tenido alrededor de la casa por un tiempo y trabajarla otra vez. Es igual con los poemas que escribo. No tengo apuro en enviar algo justo después de escribirlo, algunas veces lo mantengo alrededor de la casa haciéndole esto o eso, quitándole esto o poniéndole aquello. No me toma tanto tiempo hacer la primera versión de la historia, usualmente ocurre en una sentada, pero toma un tiempo hacer las diversas versiones de la historia. He hecho tantas como veinte o treinta versiones de una historia. Nunca menos de diez o doce versiones. Es instructivo y sentimental mirar las primeras versiones de los grandes escritores. Pienso en las fotografías de galeras pertenecientes a Tolstoi, para nombrar a un escritor a quien le gustaba revisar. Quiero decir, no sé si le gustaba o no, pero era muy importante para él. Siempre estaba revisando hasta que llegaba el momento de probar las páginas. Él reescribió La Guerra y la Paz ocho veces y aún hacía correcciones en las galeras. Cosas como estas deberían animar a cada escritor cuyas primeras versiones estén llenas de errores, como las mías. Entrevistadora: Describa lo que ocurre cuando escribe una historia. Carver: Escribo la primera versión rápidamente, como lo dije. Simplemente llenó las páginas tan rápido como pueda. En algunos casos, dejo algunos vacíos, notas para mí de lo que haré más tarde cuando regrese ahí. Tengo que dejar algunas escenas incompletas, en algunos casos no escritas; las escenas que necesitaran cuidado meticuloso luego. Todo requiere de cuidado meticuloso, pero dejo algunas escenas para la segunda o tercera versión, porque hacerlas bien tomaría mucho tiempo en la primera versión. La primera versión trata de bajar del título, determinar la historia. Entonces en las revisiones subsecuentes veré el resto de ella. Cuando termino la versión larga, la paso a máquina y empiezo desde ahí. Siempre luce diferente para mí, mejor, por supuesto, luego de pasarla a máquina. Cuando tipeo la primera versión, comienzo a reescribir y a agregar y borrar un poco. El verdadero trabajo viene después, después que he hecho tres o cuatro versiones de la historia. Es igual con los poemas, solo que estos pueden pasar por cuarenta o cincuenta versiones. Donald Hall me dijo que algunas veces escribe alrededor de cien versiones de sus poemas. ¿Puedes imaginar eso? Entrevistadora: ¿Ha cambiado su forma de trabajar? Carver: Las historias de What We Talk About (De lo que hablamos) son diferentes. Por una cosa, es un libro de mucha más autoconciencia en el sentido de cuan intencional era cada movimiento, cuan calculado. Empujé, halé y trabajé esas historias antes de presentarlas en el libro como nunca lo había hecho con otras historias. Cuando el libro fue armado y colocado en las manos de mi editor, no escribí nada en los próximos seis meses. Y entonces la primera historia que escribí fue “Cathedral”, la cual siento totalmente diferente en concepción y ejecución de cualquier historia que haya escrito antes. Supongo que refleja un cambio en mi vida así como en mi manera de escribir. Cuando escribí “Cathedral” experimenté esa ráfaga y sentí. “Esto es de lo que trata esto, esta es la razón de porque hacemos esto”. Era diferente de las historias que habían venido antes. Había una brecha cuando escribí la historia. Yo sabía que había ido tan lejos en la otra dirección como pude o quise ir, cortando todo hasta la médula, no hasta el hueso. Si hubiese ido más lejos en esa dirección, habría estado en un punto muerto, el tipo de escritura y publicación que no quería leer de mí, esa es la verdad. En un resumen del último libro, alguien me llamó escritor “minimalista”. El crítico hizo ese comentario como un cumplido. Pero no me gustó. Hay algo acerca de “minimalista” que resalta la pequeñez de visión y ejecución que no me gusta. Pero todas las historias del libro nuevo, llamado Cathedral, fueron escritas en un período de dieciocho meses; y en cada una de ellas siento esta diferencia. Entrevistadora: ¿Tiene usted algún sentido de una audiencia? Updike describía su lector ideal como un muchacho joven de un pequeño pueblo del medio oeste que encontraba uno de sus libros en el estante de una biblioteca. Carver: Es agradable pensar en el lector idealizado de Updike. Pero a excepción de las primeras historias, no pienso que sea un muchacho joven de un pueblo del medio oeste quién lea a Updike. ¿Qué haría este joven con The Centaur, o Couples, o Rabbit Redux, o The Coup? Pienso que Updike está escribiendo para la audiencia que John Cheever decía que escribía, “hombres y mujeres, inteligentes”, donde fuera que viviesen. Cualquier escritor que valga la pena leer, escribe tan bien y tan verdadero como puede y espera una audiencia tan grande y perceptiva como sea posible. Se escribe tan bien como se pueda y se espera por buenos lectores. Pero pienso que también se escribe para otros escritores hasta cierto punto, los escritores muertos cuyo trabajo se admira, así como los escritores vivos cuya lectura se disfrute. Si a ellos les gusta tu escritura, a los otros escritores, y probablemente a otros “hombres y mujeres inteligentes”, podría gustarles también. Pero no tengo en mente a ese muchacho que mencionaste, o alguien más al respecto, cuando escribo. Entrevistadora: ¿Cuanto de lo que escribe lo desecha finalmente? Carver: Mucho. Si la primera versión de la historia tiene cuarenta páginas, usualmente tiene la mitad cuando la termino. Y no es solo un asunto de sacar o eliminar. Saco mucho, pero también agrego cosas y luego agrego más y saco algo más. Es algo que disfruto hacer, agregar palabras y sacar palabras. Entrevistadora: ¿Ha cambiado el proceso de revisión ahora que las historias parecen más largas y generosas? Carver: Generosas, si, esa es una buena palabras para ellas. Si, y te diré por qué. En la escuela hay una mecanógrafa quien tiene una de esas máquinas de escribir avanzadas, un procesador de palabras, le puedo entregar una historia para tipear y una vez que lo ha hecho y obtengo mi copia definitiva, la puedo corregir a mi gusto y regresársela; y el próximo día puedo tener mi historia de vuelta, mi copia definitiva una vez más. Luego puedo corregirla de nuevo, cuantas veces quiera, y al día siguiente tendré una copia definitiva una vez más. Adoro eso. Puede parecer algo insignificante, pero eso ha cambiado mi vida, esa mujer y su procesador de palabras. Entrevistadora: ¿Hubo alguna vez cuando dejó de trabajar para ganarse la vida? Carver: Hubo un año. Fue uno muy importante para mí. Escribí la mayoría de las historias de Will You Please Be Quiet, Please? En ese año. Fue en 1970 o 1971. Trabajaba para esa editorial de libros de texto en Palo Alto. Era mi primer trabajo de cuello blanco, después del período cuando había sido conserje en el hospital de Sacramento. Había estado trabajando ahí tranquilamente como editor cuando la compañía, llamada SRA, decidió hacer una reorganización. Yo planeaba irme, estaba escribiendo mi carta de renuncia, pero entonces de pronto, fui despedido. Fue maravillosa la manera como se dio todo. ¡Invitamos a nuestros amigos ese fin de semana e hicimos una fiesta de despido! No tuve que trabajar por un año. Me mantuve desempleado y tenía my pago de cesantía para vivir de él. En ese período mi esposa terminó su grado universitario. Ese tiempo fue un punto de inflexión. Fue un buen período. Entrevistadora: ¿Es usted religioso? Carver: No, pero creo en milagros y la posibilidad de la resurrección. No me pregunte porque. Cada día que me despierto, soy feliz por despertar. Por eso me gusta despertar temprano. En mis días de bebedor dormía hasta el mediodía y usualmente me despertaba con las sacudidas. Entrevistadora: ¿Lamenta usted muchos eventos que ocurrieron cuando las cosas iban mal? Carver: Ahora no puedo cambiar nada. No hago nada con lamentarme. Esa vida simplemente se fue, y no puedo lamentar su partida. Tengo que vivir en el presente. La vida pasada se fue, es tan remota para mí como si le hubiese ocurrido a alguien de quien leí en una novela del siglo diecinueve. No paso más de cinco minutos al mes en el pasado. El pasado realmente es un país extranjero, hacen cosas diferentes allá. Las cosas ocurren. De verdad siento que he tenido dos vidas diferentes. Entrevistadora: ¿Puede usted hablar un poco de sus influencias literarias, o al menos nombrar algunos escritores cuyo trabajo admire mucho? Carver: Ernest Hemingway es uno. Las primeras historias. “Big Two Hearted River”, “Cat in the Rain”, “The Three-Day Blow”, “Soldier’s Home”, muchas más. Chekhov. Supongo que él es el escritor cuyo trabajo admiro más. Pero ¿a quién no le gusta Chekhov? Hablo de sus cuentos, no de su dramaturgia. Sus obras de teatro son muy lentas para mí. Tolstoi. Cualquiera de sus cuentos, novellas cortas, y Anna Karenina. La Guarra y La Paz no. Muy lenta. Pero en The Death of Ivan Ilitch, Master and Man, “How Much Land Does a man Need?”, Tolstoi es el mejor que hay. Isaac Babel, Flannery O'Connor, Frank O'Connor. Dubliners de James Joyce. John Cheever. Madame Bovary. El año pasado releí ese libro, junto a una traducción nueva de las cartas de Flaubert escritas cuando el componía, no hay otra palabra, Madame Bovary. Conrad. Too far to Go de Updike. Y hay escritoires maravillosos con los que me he cruzado en los últimos dos años como Tobias Wolff. Su libro de cuentos In the Garden of the North American Martyrsis es maravilloso. Max Schott. Bobbie Ann Mason. ¿La había mencionado? Bueno ella es buena y merece que la mencione dos veces. Harold Pinter. V.S. Pritchett. Hace años leí algo en una carta de Chekhov que me impresionó. Era una especie de consejo a uno de sus muchos corresponsales, le decía algo como esto: Amigo, no tienes que escribir acerca de gente extraordinaria quienes logran hechos memorables o extraordinarios. (Entiendo que estaba en la universidad en ese momento y leía teatro sobre princesas y duques y deposición de reinos. La búsqueda o algo parecido, grandes indagaciones para establecer héroes en sus lugares correctos. Novelas con héroes más grandes que la vida). Pero leer lo que Chekhov tenía que decir en esa carta, y en otras cartas de él, y leer sus cuentos, me hizo ver las cosas diferente a como las había visto antes. Poco después leí una obra de teatro y varios cuentos de Maxim Gorki, y él simplemente reforzaba en su trabajo lo que Chekhov decía. Richard Ford es otro buen escritor. Él es principalmente novelista, pero también ha escrito cuentos y ensayos. Es un amigo. Tengo muchos amigos que son buenos amigos, y algunos de ellos son buenos escritores. Algunos no tan buenos. Entrevistadora: ¿Qué hace usted en ese caso? Me refiero a ¿como maneja la situación si uno de sus amigos publica algo que a usted no le gusta? Carver: No digo nada a menos que el amigo me pregunte, y espero que no lo haga. Pero si te preguntan tienes que responder de una manera que no afecte la amistad. Quieres que tus amigos lo hagan bien y escriban lo mejor que puedan. Pero algunas veces su trabajo es un disgusto. Quieres que todo les salga bien, pero tienes el temor de que tal vez no sea así y no hay mucho que puedas hacer. Entrevistadora: ¿Qué piensa de On Moral Fiction? Me imagino que esto lleva a hablar de John Gardner y su influencia en usted. Sé que usted fue su estudiante hace muchos años en Humboldt State College. Carver: Eso es verdad. He escrito de nuestra relación en la pieza Antaeus y pronfundicé más sobre él en mi introducción a un libro póstumo suyo llamado On Becoming a Novelist. Pienso que On Moral Fiction es un libro maravillosamente inteligente. No estoy de acuerdo con todo el libro, pero generalmente él tiene razón. No tanto en sus asesorías de escritores vivos como en los enfoques y las aspiraciones del libro. Es un libro que quiere afirmar la vida más que desecharla. La definición de Gardner de moralidad es afirmar la vida. Y en ese sentido él cree la buena ficción es la ficción moral. Es un libro para argumentar, si te gusta argumentar. En cualquier caso , es brillante. Pienso que él puede argumentar su caso aún mejor en On Becoming a Novelist. Y él no va detrás de otros escritores como lo hizo en On Moral fiction. Habíamos estado sin comunicarnos por años cuando publicó On Moral Fiction, pero su influencia, las cosas que él inculcó en mi vida cuando fui su estudiante, todavía eran muy fuertes y no quise leer el libro. ¡Tenía miedo de encontrar que lo que había estado escribiendo todos estos años era inmoral! Debes entender que no nos habíamos visto por casi veinte años y solo habíamos renovado nuestra amistad después que me mudé a Syracuse y él estaba en Binghamton, a setenta millas. Hubo mucho odio dirigido hacia Gardner y el libro cuando fue publicado. Tocó muchas fibras. Pienso que es una pieza de trabajo destacable. Entrevistadora: Pero luego de leer el libro, ¿Qué pensó sobre su trabajo? ¿Estaba escribiendo historias “morales” o “inmorales”. Carver: ¡Aún no estoy seguro! Pero lo oi de otras personas, y luego él me dijo que le gustaba mi trabajo. Especialmente el trabajo nuevo. Eso me agrada mucho. Lea On Becoming a Novelist. Entrevistadora: ¿Todavía escribe poesía? Carver: Algo, pero no lo suficiente. Quiero escribir más. Al menos cada seis meses, si hablamos de un período de tiempo largo, me pongo nervioso si no escribo poemas. Me encuentro preguntándome si he dejado de ser poeta o he dejado de ser capaz de escribir poesía. Es usualmente entonces cuando me siento y trato de escribir algunos poemas. Este libro mío que sale en primavera, Fires (Fuegos), tiene todos mis poemas que quiero conservar. Entrevistadora: ¿Cómo se influencian una a otra? ¿La escritura de ficción y la escritura de poesía? Carver: Ya no lo hacen más. Por mucho tiempo estuve igualmente interesado en escribir poesía y escribir ficción. En las revistas siempre iba a los poemas primero antes de leer los cuentos. Finalmente, hube de tomar una decisión, y lo hice por el lado de la ficción. Fue la mejor decisión para mí. No soy un poeta “nato”. No sé si soy un algo “nato” excepto un varón blanco estadounidense. Tal vez me convertiré en poeta ocasional. Me estableceré como tal. Eso es mejor que no ser ningún tipo de poeta. Entrevistadora: ¿Cómo le ha cambiado la fama? Carver: Me siento incómodo con esa palabra. En primer lugar, empecé con unas expectativas tan bajas, me refiero a ¿cuan lejos vas a llegar en esta vida escribiendo cuentos? Y yo no tenía mucho autoestima como resultado de esta cosa de la bebida. Para mi es una sorpresa contínua, esta atención que ha llegado. Pero te puedo decir que luego de la recepción que tuvo What We Talk About (De lo que hablamos), me sentí tan confiado como nunca antes lo había sentido. Cada cosa buena que me ha ocurrido desde entonces ha contribuido para hacerme querer hacer un trabajo mayor y mejor. Ha sido un buen acicate. Y todo llega en un momento de mi vida cuando tengo más fuerza de la que haya tenido antes. ¿Sabes lo que estoy diciendo? Me siento más seguro y consciente de mi dirección ahora que nunca antes. Por eso “la fama”, o digamos esta nueva encontrada atención e interés, ha sido una cosa buena. Afianzó mi confianza, cuando esta necesitaba afianzarse. Entrevistadora: ¿Quién es el primer lector de su escritura? Carver: Tess Gallagher. Como sabes, ella es poeta y cuentista. Le muestro todo lo que escribo, excepto las cartas, y hasta le he mostrado algunas de esas. Ella tiene un ojo maravilloso y una manera de sentir por sí misma lo que escribo. No le muestro nada hasta que lo he acotado y llevado tan lejos como puedo. Eso es usualmente la cuarta o quinta versión, y entonces ella lee cada versión subsecuente. Hasta el momento le he dedicado tres libros a ella y esas dedicatorias no son solo un toque de amor y afecto; ellas también indican el alta estima que le tengo y un reconocimiento de la ayuda e inspiración que ella me ha dado. Entrevistadora: ¿Dónde entra Gordon Lish en esto? Sé que él es su editor en Knopf. Carver: El fue el editor quién empezó primero a publicar mis historias en Esquire a principios de los ’70. Pero teníamos una amistad que se remontaba varios años antes, hasta 1967 0 1968, en Palo Alto. Él trabajaba para una firma de publicaciones de libros de texto justo al frente de la firma donde yo trabajaba. La que me despidió. Él no cumplía horario de oficina. Hacía la mayor parte de su trabajo para la compañía en su hogar. Por lo menos una vez a la semana me invitaba a almorzar en su casa. El no comía nada, cocinaba algo para mí y entonces merodeaba por la mesa viéndome comer. Eso me ponía nervioso, como te puedes imaginar. Siempre terminaba dejando algo en el plato, y él siempre terminaba comiéndoselo. Decir que esto tenía que ver con la forma como fue criado. No es un ejemplo aislado. Él aun hace cosas como esa. ¡Él me invita a almorzar ahora y no ordenará nada para si excepto por una bebida y comerá cualquier cosa que deje en mi plato! Lo vi hacerlo una vez en el Russian Tea Room. Habíamo cuatro para cenar, luego que llegó la cena, él nos observó comer. Cuando vio que íbamos a dejar comida en nuestros platos, él los limpió de inmediato. Además de esta locura, la cual es más divertida que otra cosa, él es muy inteligente y sensible con las necesidades de un manuscrito. Es un buen editor. Tal vez un gran editor. Todo lo que sé es que él es mi editor y mi amigo, y soy feliz con ambas cosas. Entrevistadora: ¿Consideraría usted hacer más trabajo de guiones cinematográficos? Carver: Si el tema pudiera ser tan interesante como el que terminé hace poco con Michael Cimino sobre la vida de Dostoievski, si, por supuesto. De otra manera, no. ¡Pero sobre Dostoievski! De seguro lo haría. Entrevistadora: Había buen dinero de por medio. Carver: Si Entrevistadora: Eso sirvió para el Mercedes. Carver: Así es. Entrevistadora: ¿Qué hay de The New Yorker? ¿Alguna vez envió sus historias a The New Yorker cuando estaba comenzando? Carver: No lo hice. No leía The New Yorker. Enviaba mis historias a las revistas pequeñas y de vez en cuando algo era aceptado, y me sentía muy feliz por la aceptación. Yo tenía algún tipo de audiencia, como puedes ver, aunque nunca me encontré con mi audiencia. Entrevistadora: ¿Recibe usted cartas de las personas que han leído su trabajo? Carver: Cartas, cintas, a veces fotografías. Alguien me envió un cassette, con canciones hechas a partir de algunas historias. Entrevistadora: ¿Escribe usted mejor en la costa occidental, allá en Washington, o aquí en el este? Pregunto sobre cuan importante es el sentido del lugar en su trabajo. Carver: Una vez, fue importante verme como un escritor de un lugar particular. Fue importante para mí ser un escritor del oeste. Pero eso ya no es así, para bien o para mal. Pienso que me he mudado mucho, vivido en muchos lugares, me sentí descolocado y desplazado, para ahora tener un sentido de “lugar” firmemente enraizado. Si alguna vez localicé una historia conscientemente en un lugar y período particular, me aparece que fue especialmente en el primer libro, supongo que ese lugar fue al noroeste del Pacífico. Admiro el sentido de lugar en escritores como Jim Welch, Wallace Stegner, John Keeble, William Eastlake, y William Kittredge. Hay muchos buenos escritores con este sentido de lugar de que hablas. Pero la mayoría de mis historias no están ubicadas en un lugar específico. Me refiero a que podrían ocurrir en cualquier ciudad o zona urbana, aquí en Syracuse, pero también en Tucson, Sacramento, San Jose, San Francisco, Seattle, o Port Angeles, Washington. ¡En cualquier caso, la mayoría de mis historias ocurren dentro de la casa! Entrevistadora: ¿Trabaja usted en algún lugar particular de la casa? Carver: Si, arriba en mi estudio. Es importante para mí tener mi lugar. Muchos de nuestros días transcurren cuando desconectamos el teléfono y colgamos nuestra tablilla de “No se permiten visitantes”. Por muchos años trabajé en la mesa de la cocina, o en el escritorio de una biblioteca, o en algún lugar más afuera en mi carro. Esta habitación mía es un lujo y una necesidad ahora. Entrevistadora: ¿Caza y pesca usted todavía? Carver: No mucho. Todavía pesco un poco de salmón en el verano, si estoy en Washington. Pero no cazo, lamento decirlo. ¡No sé donde ir! Pienso que podría encontrar a alguien quien me llevaría a esos lugares, pero no he salido a buscarlo. Pero mi amigo Richard Ford es cazador. Cuando él estuvo aquí en la primavera de 1981 para hacer una lectura de su trabajo, siguió el procedimiento de su lectura y me compró una escopeta. ¡Imagínate! E hizo que le escribieran: Para Raymond de Richard, abril 1981. Richard es un cazador, como puedes ver, pienso que trataba de animarme. Entrevistadora: ¿Cuánto espera que sus historias influyan en las personas? ¿Piensa usted que su escritura cambiará a alguien? Carver: De verdad no lo sé. Lo dudo. Ningún cambio en cualquier sentido profundo. Tal vez ningún cambio. Después de todo, el arte es una forma de entretenimiento, ¿si? Para ambos, el creador y el consumidor. Me refiero a que de alguna manera es como disparar bolas de billar o jugar cartas, o boliche, es solo una forma diferente, y diría más alta de diversión. No digo que no haya nutrición spiritual involucrada. La hay, por supuesto. Escuchar un concierto de Beethoven o pasar un tiempo frente a una pintura de van Gogh o leer un poema de Blake puede ser una experiencia profunda en una escala que jugar bridge o hacer un juego de 220 puntos en bowling nunca se puede alcanzar. El arte es todas las cosas que esta supuesto a ser. Pero el arte es también una diversión superior. ¿Estoy equivocado en esto? No lo sé. Pero recuerdo cuando tenía veinte años que leía teatro de Strindberg, una novela de Max Frisch, la poesía de Rilke, escuchaba la música de Bartók toda la noche, veía un programa especial de televisión de la capilla Sixtina y Michelangelo y en cada caso sentía que mi vida tenía que cambiar luego de estas experiencias, no podía ser de otra manera que ser afectado por estas experiencias y cambiado. Simplemente no había manera de que no me convirtiera en una persona diferente. Pero entonces me di cuenta que mi vida no iba a cambiar. No de ninguna manera que pudiera apreciar, percibir. Entendí que el arte era algo que podía seguir cuando tuviera el tiempo para eso, cuando pudiera afrontarlo, y eso es todo. El arte era un lujo y no iba a cambiarme ni a mi vida. Llegué a la dura convicción de que el arte no hace que nada ocurra. No. No creo ni por un minuto en ese absurdo sin sentido de Shelleyan que describe a los poetas como los “legisladores no reconocidos” de este mundo. ¡Qué idea! Isak Dinesen dijo que ella escribía un poco cada día, sin esperanza y sin desespero. Me gusta eso. Pasaron los días, si alguna vez estuvieron con nosotros, cuando una novela o una obra de teatro o un poemario podían cambiar las ideas de las personas sobre el mundo en el que viven o aún sobre sí mismos. Tal vez escribir ficción sobre particulares tipos de personas viviendo particulares tipos de vidas permitirá que ciertas areas de la vida sean entendidas un poco mejor de lo que eran entendidas antes. Pero me temo que eso esto, al menos en lo que me concierne. Quizás es diferente en la poesía. Tess ha recibido cartas de personas quienes han leído sus poemas y dicen que los poemas los salvaron de saltar de un precipicio o ahogarse a si mismos, etcétera. Pero eso es otra cosa. La buena ficción es traer parcialmente traer las noticas desde un mundo hasta otro. Ese fin es bueno de por sí, pienso. Pero cambiar las cosas a través de la ficción, cambiar la afiliación política de alguien o al sistema político, o salvar las ballenas o los arboles de madera roja, no. No si esos son los tipos de cambio a los que te refieres. Y no pienso que deba tener que ver con alguna de estas cosas. No tiene nada que ver. Solo tiene que estar ahí por el fiero placer que vivimos al hacerla, y el diferente tipo de placer que se vive al leer algo que es durable y hecho para durar, así como es hermosa en si misma. Algo que lanza esas chispas, un brillo persistente y estable, sin embargo decae. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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