lunes, 27 de julio de 2015

Un largo y duro viaje

Michael Powell. 16-07-2015. The New York Times El estilo rudo y cerebral de un entrenador guió aun equipo de escuela secundaria del Bronx a través del dolor y el triunfo mientras perseguía un titulo de baloncesto de la ciudad. Sabes que no estamos haciendo la jugada correcta, ¿cierto? ¿Qué nuestra presión defensiva es un desastre? ¿Qué estamos cerca de otra derrota? El entrenador Marc Skelton se inclinó hasta acercar sus ojos a pulgadas de los de sus jugadores adolescentes, sus preguntas hervían con groserías. Él había caminado, implorado, lanzado sus brazos al aire, gritado y, como corolario, bataqueado su tabla de estrategias como un músico con una batea de lavar. La combustión parecía un peligro real y latente. Era diciembre y el equipo de baloncesto de Skelton, las Panteras de Fannie Lou Hamer Freedom High School, había atravesado South Bronx para ir al gimnasio de un equipo rival. “Muchachos, están en la cueva del león”, gritó Skelton, con otro desplante profano. “¡Ahora tienen que matar al león!” Skelton indicó a sus jugadores doblemarcar a los tres mejores anotadores rivales, quienes eran lanzadores talentosos pero no grandes pasadores. Cuando llega el caos, ellos responden jugando metódicamente. La defensa de Fannie Lou apretó. Como Skelton vaticinó, los aleros rivales tuvieron dificultades para hacer sus disparos de larga distancia. Las Panteras ganaron, 76-66. Por unos minutos, las Panteras habían jugado a la manera de Fannie Lou, como lo predicaba y codificaba Skelton, y aseguraron una victoria que casi se les había escapado de las manos. Los muchachos se reunieron en una pequeña sala de casilleros para escuchar las valiosas observaciones de Skelton, incisivas, con un poco de elogio y crítica cruda. Él nunca es edulcorado. Luego ellos se pusieron sus abrigos, bufandas, gorras y enfilaron hacia la gélida oscuridad. Skelton salió a la noche, cargando un bolso lleno de uniformes que él había comprado con dinero recaudado de amigos y familiares. Él lavaría los uniformes en casa. Uno de los entrenadores más exitosos de las escuelas públicas de Nueva York, él enfatiza menos en atleticismo que en el análisis concienzudo, estudio de películas y juego de equipo. El escarba profundo en las psiques de sus jugadores, al punto de que algunos se refieren a él, para su disgusto, como si fuera su padre. Ningun jugador de Fannie Lou ha ido a jugar en el baloncesto universitario en un programa de alto nivel. Pero en esta esquina pobre de clase obrera de South Bronx, los equipos de Skelton han acumulado un 100 por ciento de tasa de graduación y una formidable tradición ganadora. El año pasado, Fannie Lou, una escuela pequeña de 386 estudiantes quedó a un tiro fallado del campeonato de la ciudad. El año previo, Fannie Lou tuvo marca de 29-4 y ganó el campeonato. En este punto en la temporada 2014-15, el equipo de Skelton tenía marca de 4-2 y se movía hacia los lados, lo cual funciona para los cangrejos pero no para los equipos de baloncesto. Su alineación regular tenía un jugador de tercer año, tres de segundo y un novato, lo cual en términos de escuela secundaria se refiere a un equipo con ropas de niño. “Este es el equipo más dotado físcamente que he tenido”, me dijo Skelton en ese momento. “Pero son muy jóvenes e inconsistentes”. Él viajó de regreso al apartamento que comparte con su esposa Jessica, y su hija de 6 años, Nina, en Hudson Heights al norte de Manhattan. Él le leyó a Nina hasta que ella se durmió. Entonces Skelton se sentó en su sala y estudió videos de pases y lanzamientos, cuantas canastas de tres puntos hizo el rival, y donde y cuando. Examinó los robos de balón, las cestas contrarrestadas y las jugadas frustradas y envió un correo electrónico detallado, junto con un video a cada jugador. Se quedó dormido después de medianoche y se despertó más tarde para estudiar más. Skelton alberga una convicción que raya en la creencia religiosa de que él puede llevar a sus adolescentes a la belleza del baloncesto bien jugado. Solo así tal vez, en la temporada 2014-15, ellos competirían por ese campeonato otra vez en marzo. Me invitó a reseñar su intento. “Una de las maravillas de entrenar consiste en tratar de reparar el bote en medio del mar mientras se cambia el lastre”, dijo él, riendo de su metáfora. “La otra posibilidad es que la tripulación se enferme y naufraguemos”. Skelton ha cruzado la esquina de los 40 años de edad. Profesor de estudios sociales, él aprendió ruso con los Cuerpos de Paz en Moldavia. Él adora a Dostoievski y Gogol y dicta una clase de historia rusa en Fannie Lou: Iván El Terible, Pedro El Grande y todo eso. Él también estima a Herman Melville, desde cuya obra saca sus metáforas náuticas. Buscar los campeonatos significa “arponear la ballena”, dijo Skelton. Sus jugadores adolescents no siempre le entienden. Ellos beben de su pasión y esperan lograr la gloria de la postemporada. Ellos son tan jóvenes. Como Melville escribiera de tales viajes, “Los lugares verdaderos nunca aparecen en nigún mapa”. Comenzar desde el comienzo “Entonces quién sabe quién fue Nick Van Exel?” Skelton, con una franela desteñida del equipo olímpico lituano, le hablaba a los jugadores que entrenaban a principios de octubre. Los adolescentes se miraban entre sí. ¿Quién? (Van Exel jugó por última vez en la NBA cuando estos muchachos tenían seis años de edad). “Bien, ¿como podrían conocerlo?”, dijo Skelton, mitad para los adolescentes y mitad para si mismo. “Alonzo Mourning ¿está mejor?” Un jugador levantó su mano tentativamente, pero Skelton no lo notó. Todos hicieron ejercicios de carreras y fintas, luego más carreras y flexiones de pecho y ejercicios defensivos. El gimnasio de las Panteras es un armario. Los lanzamientos de arco alto a veces golpean un ducto de calefacción. Cuando los jugadores se sientan en la banca durante los juegos, sus pies se extienden hacia el tabloncillo como una fila de barcos de juguete. Skelton explica formaciones ofensivas y defensivas que él ha recopilado de todo el mundo, la Máquina Voladora de la Muerte, la Aguja de Lituania y así sucesivamente. Él tiene cinco jugadas sorpresivas y tres presiones defensivas. Mediante susurros, los jugadores de tercer y cuarto año traducen para los más nuevos quienes, con los ojos desorbitados, lucían como si hubiesen llegado a una clase de latín avanzado. “Esto es duro, Charles”, le dijo Skelton a Charles Davis, un alero novato, espigado y talentoso. Se volteó hacia el resto del equipo. “Charles no va a entender esto hasta que llegue a primer año”. “Bienvenido al baloncesto de Fannie Lou”, agregó Skelton. Las pruebas de baloncesto para muchos programas exitosos son variaciones de los ensayos de Hollywood. Cientos de adolescentes tratan de impresionar con disparos atractivos, amagos, rebotes de una mano. En el pequeño Fannie Lou Hamer, solo ensayaron 26 estudiantes, los curiosos, los de exceso de peso, y los muy osados. Todos menos los jugadores regulares, eran nuevos. Skelton prefiere enseñar desde el principio. “Ustedes van a ver ambas caras del espejo, incluyéndome”, les dijo a los adolescentes. “Voy a comprobar su compromiso con el baloncesto. En algún momento de esta temporada, ustedes van a odiar el baloncesto. Lo garantizo”. Skelton está entre un grupo de entrenadores de Nueva York, hombres y mujeres, quienes estudian el juego con una intensidad Talmúdica. Ellos asisten a conferencias, escriben en páginas web y han enseñado en campamentos de baloncesto. Ellos desdeñan del balón sin sentido, la falta de sesos arriba y abajo, y esos juegos de ESPN, apoteosis conocida como héroe de la pelota en la cual los jugadores estrella tratan de ganar, pero a menudo pierden. Ellos estudian el trabajo del legendario Pete Carril en Princeton y al entrenador de los Cavaliers de Cleveland, David Platt (En lugar de las quejas de Lebron James, Blatt es reverenciado como un innovador). Ellos se roban jugadas y técnicas unos a otros, y mantienen una mirada escrutadora en los rivales nuevos. Hubo una charla a principios de temporada sobre una prodigiosa entrenadora de Maspeth High School en Queens, cuyo escuadrón de estudiantes de último año ejecutó su plan de juego con precisión y sabiduría y mucho entusiasmo en sus lanzamientos. El equipo de ella le ocasionaría un dolor de postemporada a alguien en marzo. Skelton insiste en la preparación rigurosa. Su meta es imponer su voluntad considerable en un juego. Los equipos deben jugar a la velocidad intensa y el físico de las Panteras. Él busca romper al oponente, emocional y físicamente. “Él es muy inteligente, y sus muchachos se fajan y pelean hasta la muerte”, dijo Ben Newman, el entrenador de New York City Lab School for Collaborative Studies, quién es un rival exitoso y amigable. (Ellos intercambian notas sobre los otros equipos a menudo). “Dirigir contra él es una experiencia divertida y complicada”. Jorge Jimenez, 17 años, se presentó en el gimnasio durante las pruebas. Había llegado a Fannie Lou como novicio, era un jugador tan liviano que el balón parecía como una pelota de playa en sus manos. Podía hacer lanzamientos de tres puntos, y para su sorpresa, Skelton lo seleccionó. Él es muy apegado a su madre, una inmigrante dominicana; sus hermanas; su hermano pequeño; y su novia Jaileen. Jorge puede jugar defensa con menos de su determinación total. Skelton gritaba. Jorge escuchaba y sonreía. “Como novato, yo decía. ‘¿Es en serio? No puede creerlo’, Jorge recordó con una sonrisa. “Luego me acostumbré a él. Eso es lo que lo hace un gran entrenador: Es muy intenso. Lo respeto como a un padre”. Shateek Myrick, talentoso y tímido, tambien estaba en las pruebas. La temporada previa, él fue un jugador mediocre hasta que consiguió un gran lanzamiento en la postemporada. El verano pasado, él y Tim Hariston, el fornido centro del equipo, se reunieron a medianoche, zigzaguearon entre los conos en el tabloncillo y ejecutaron los ejercicios indicados por Skelton para fintear y lanzar. Un jugador de segundo año, Shateek puede tener una oportunidad de ser regular esta temporada. O no. Él puede ser tan emocional como la cuerda de un piano. “Estuve triste el año pasado; fui duro conmigo”, dijo Shateek. “Marc me dijo que me fuera. Tal vez no estaba listo para el equipo. Él dijo que yo tenía que darle prioridad al equipo, antes que las muchachas, antes que todo”. Shateek casi dejó el equipo. Skelton sabía donde estaba él, y Shateek lo sabía. En esta escuela pequeña, los vínculos entre profesores y estudiantes, entrenador y jugador, son intensos y familiares. “El entrenador me reconstruyó”, dijo él. “Marc me entiende, y pienso que lo entiendo a él”. Hace décadas, los jinetes de cuello blanco, el abandono y el incendio galoparon a través de South Bronx, y el sida, la indolencia y el crack marcharon con intensidad. Los residentes resistieron, las autoridades de la ciudad se movieron y las comunidades fueron resucitadas. La una vez rodeada de escombros Fannie Lou Hamer High School es un símbolo de esa regeneración. Sus líderes rechazan instalar detectores de metal, y los guardias de seguridad conocen a cada estudiante por su primer nombre. La escuela tiene una relación con la Children’s Aid Society, y juntos tutorean estudiantes y aconsejan familias. Ellos ayudan a las familias afectadas por la pobreza a elaborar presupuestos y asisten a los estudiantes para aplicar por ayuda financiera para asistir a la universidad. Pocos estudiantes de Fannie Lou sacan notas altas en las pruebas estandarizadas que definen muchas vidas prematuramente. Fannie Lou se basa más en los portafolios que en las pruebas. La escuela ha ganado premios nacionales por su habilidad para electrificar vidas. La vida aquí no es una tarjeta Hallmark. El éxito en el baloncesto no ha arrastrado a la comunidad a seguir a las Panteras; pocos padres y amigos asisten a los juegos. Esta temporada, la familia de un jugador quedaría sin hogar. Un padre perdería su trabajo. Un jugador estrella se lesionaría, se deprimiría y fallaría académicamente. Dias antes de que empezara la temporada, Skelton confiaba en un alero novato como su regular, una apuesta riesgosa. En un sistema tan complicado como el de Skelton, un alero es como el modem de una computadora, uno bueno hace que todo funcione. Entonces Kobe Boateng caminó a través de las puertas de Fannie Lou Hamer a finales de octubre, recién llegado de Florida. Pequeño, inclinado y tranquilo como un ratón campesino, se sentó con la asistente principal mientras ella revisaba sus papeles y trataba de comprometerlo. Amo jugar baloncesto, le dijo a ella. Soy un alero. Ella lo llevó a la clase de Skelton. En las manos de Kobe, el balón es como un yo-yo. Él permanece agachado y cerca del suelo, y su percepción por el balón es reluciente. Él disfruta haciendo pases y juega defensa con intensidad de sabueso. Kobe también tenía un manejo deficiente del salto y el lanzamiento y no sabía ninguna jugada de la ofensiva de Skelton. Le lanzaba la pelota adelante a Jorge, pensando que este atacaría el aro. En la ofensiva de Skelton, Jorge permanece ubicado en la línea de tres puntos, desde donde el lanza con alto porcentaje de acierto. El pase de Kobe salió fuera de los lñimites. Le pasó la pelota a Rory Brown, un talentoso piloto, muy lejos del aro. Eso ocasionó una pérdida de balón. En la cafeteria después de la práctica, le pregunté a Kobe como había ido a vivir en Florida. Sus ojos estaban caidos, su voz apenas llegaba a susurro. “Mis notas no eran tan buenas”, dijo él. “Fui a Florida para vivir con mi entrenador de baloncesto”. Indagaste profundo en ese suelo. Kobe vivía en una jermosa casa de la 225th Street en North Bronx, con su hermana mayor, y hermano menor y sus padres, quienes eran inmigrantes ghaneses. Su madre cocinaba deliciosos estofados ghaneses, lo abrazaba antes de dorm ir, cuando tenía asuntos maritales que discutir, hablaba en Twee con su padre, quien manejaba un bus en la ciudad. Ella se enfermó, y Kobe la visitaba en el hospital, Aún entubada, ella siempre podía hacerlo sonreir. Luego ella falleció de cáncer de seno. Su padre empezó a trabajar turnos dobles para pagar la hipoteca. Kobe tomó el camino equivocado y empezó a faltar en la escuela. Sus notas, a menudo buenas, desmejoraron. “Estaba solo en el mundo”, dijo él. Un día el vagaba por el hogar de su entrenador de baloncesto juvenil favorito, Robert Arce. Un camionero, Arce estaba empacando con su familia, su hijo y Kobe habían sido amigos cercanos desde la escuela primaria, se preparaban para viajar a Florida. ¿Puedo ir con ustedes? Kobe preguntó. Era como si Kobe se estuviese lanzando un salvavidas. “Yo sabía que ese no era Kobe”, dijo Arce. “Él ni se atrevía a tocar la puerta de su propia casa”. Arce habló con el padre de Kobe, quien estuvo de acuerdo. Kobe voló a Orlando. Él no podía jugar baloncesto en la escuela debido a sus notas en el Bronx, tuvo que hacer muchas tareas en casa, y al final de la tarde, caminaba entre hileras de palmeras hacia la cancha local de baloncesto. “Todo era tan tranquilo”, recordana Kobe. “Podía oir mis pensamientos”. Transcurrido un año. Una noche el pasado octubre, Kobe le pidió a Arce que hablaran. Necesito ir a casa, dijo Kobe. “De veras él extrañaba a su hermano pequeño”, dijo Arce. “Era muy emocional”. Arce puso un brazo alrededor del hombro de Kobe. Tú eres de la familia. Nuestra puerta siempre está abierta para ti. Pocos días después, Kobe abordó un vuelo hacia la ciudad de Nueva York. Quizás él era la pieza faltante para la postemporada. Aprendiendo de la manera dificil Una temporada de baloncesto es un viaje extenuante, influenciado por todos los dramas de la vida adolescente. Skelton habla con consejeros guía y ayudas escolares y trata de mantener control de las disputas de los jugadores, las notas, rupturas con las novias y dificultades familiares. Skelton sabe que sus jugadores más jóvenes tendrán dificultades con su estilo intenso y exigente; él tiene la piel gruesa y necesita eso de sus jugadores. Los adolescentes hablan con respeto de su enseñanza, pero inevitablemente algunos terminan furiosos con él en el gimnasio. “Nadie se mete en un equipo para perder”, dijo Skelton, “pero todo eso ocurrirá de seguro”. Fannie Lou Hamer High School inició su temporada ante Truman High, una escuela grande de división AA con jugadores quienes podrían competir para los equipos de las principales universidades. Fannie Lou está en la división B de la Liga Atlética de Escuelas Públicas. Los equipos de Skelton han vencido monstruos de la división A en el pasado, basados en la disciplina y una estrategia sofisticada de juego para salvar la brecha de talento. El centro de Truman era gigantesco. Los jóvenes jugadores de Fannie Lou avanzaban en la zona de la pintura contra él y se quedaban en el aire, él bloquea un lanzamiento tras otro. Era como ver niños lanzar la pelota contra una pared. Las Panteras lanzaban el balón alrededor como un disco de plástico (frisbee). “¡Rory! ¡Rory!” Skelton gritaba. “¡Para la pelota!” Rory no detuvo la pelota, y hubo otro robo de balón. Las Panteras intentaron una remontada con el alma, pero perdieron por 15 puntos. Después, las Panteras escucharon, con melancolía. Skelton habló sobre desarrollar una confianza mutua que les permitiría ver a los compañeros desmarcados. Como siempre ocurría, la visión tenía retos literales y metafóricos. El gimnasio de Truman, típico de las escuelas públicas citadinas, es inmenso con iluminación tenue y paredes de pintura descascarada. Se tiene la sensación de jugar en una televisión blanco y negro con mucha interferencia. Por lo menos cinco jugadores de Fannie Lou usan anteojos en el aula, pero sus familias no pueden asumir el costo de reponer anteojos rotos. Rory es especialista del juego interior, tiene manos astutas, él deja sus anteojos en una chaqueta durante los juegos. “honestamente”, dijo él, “algunas veces tenía que mirar con cuidado para ver si pasaba la pelota al tipo correcto”. Típicamente, un equipo de Skelton cojea por uno o dos meses y entonces entra en forma cuando los jugadores enfocan sus mentes en la carrera hacia la postemporada. Este año ha sido así. Su equipo de jóvenes lanzadores entró en un patrón enloquecedor y sin ritmo de buenas victorias y descorazonadoras derrotas. Las chicas, la droga, multitudes hostiles, árbitros mediocres: todas fueron distracciones. Las Panteras perdían al medio tiempo de un juego en diciembre, y los jugadores reclamaban las sentencias malas. Skelton, impaciente, levantaba sus manos hacia ellos. “¡Muchachos!” dijo él. “Los árbitros ciegos abundan. Ellos vagan por las calles hasta que la liga los emplea. No pueden hacer nada respecto a eso”. El recinto cayó en silencio mientras los jugadores digerían aquello. “La dialéctica entrenador-jugadores es como el mercurio de un termómetro”, dijo Skelton después. “Necesito ser el más consistente en el gimnasio”. Lo cual no significa que el entrenador sea inmune a los arranques de temperamento. Luego de vencer a un equipo 75-31, Skelton me envió un correo electrónico: “Estamos mejorando más rápido que los microchips”. Siete días después, las Panteras perdieron ante otro rival. Skelton envió otro correo: “Fue un completo desastre. Estamos muy débiles y jugamos sin fuego”. El equipo estaba muy compenetrado. Los jugadores intercambiaban apretones de manos en los pasillos y se reunían en el sitio facebook del equipo por la noche para comentar y analizar los juegos. Cuando la madre de Jorge viajó a República Dominicana para volver a casarse, ellá le rogó a Jorge que dejara la escuela por unas semanas y la acompañara. Él la adoraba, pero la rechazó. Él era regular en un equipo que valoraba la cohesividad, y quería ir a la universidad. “Le dije a mi mamá, ‘Te amo, pero tengo obligaciones’, dijo él. Los jugadores de algunos equipos rivales se sentaban en el banco y revisaban sus teléfonos, reían, bromeaban y veían a las chicas. Los jugadores de Fannie Lou cruzaban los brazos y aplaudían. “Cuando ves hacia el banco, se puede ver el alma de un equipo”, dijo Skelton. Lidiar con personalidades es un negocio precario. Los dos jugadores más experimentados de las Panteras, Ken Duran y Bari Higinio, estaban enfocados en ir a la universidad y eran analíticos, tenían sangre de entrenadores asistentes. Jugaban poco. Los jugadores jóvenes necesitaban un lazarillo. Contra Douglas Academy, Skelton observó a Shateek, su mejor lanzador y jugador de segundo año quien ejecuta cada jugada de memoria, hacerse predecible. Cada vez que él hacía un mal pase o lanzaba deficiente, volteba para ver la reacción de Skelton. Skelton zapateaba, “¡Shateek! ¿Qué estás haciendo? ¡Siéntate!” Shateek vagó sobre el tabloncillo, pasó fente a la banca y siguió hasta la oscuridad del pasillo. Apoyó su frente contra una pared de ladrillos. Cinco minutos después, él regresó a la banca. Skelton caminó hacia el final de la banca sin mirarlo. “¿Estás listo?” Si, replicó Shateek. Pronto Shateek estaba rebotando y hacienda una maravilla de asistencia. Las Panteras ganaron con el mejor marcador de la joven temporada. Shateek, ¿en que estabas pensando allá en el pasillo? “Pensaba, más me vale regresar a esa cancha”, dijo él. ¿Se dio cuenta el entrenador que te fuiste? Shateek se encogió de hombros, fatalístico. “El entrenador ve todo”. Semanas después, le pregunté a Skelton si él había notado que Shateek se había ido. Sonrió. “Si. La chaqueta de Teek estaba detrás de la banca, yo sabía que él regresaría”. ‘Donde se necesita un maestro’. Skelton habla de titular sus memorias como “Diario de un entrenador loco”. Su camino al Bronx fue desafiantemente no lineal. Criado en New Hampshire, un alero lanzador reconocido a nivel de escuelas secundarias en todo el estado, él planeaba completar su gira en los Cuerpos de Paz para aplicar en la escuela de medicina. Él abordó su vuelo hacia Moldavia y tomó asiento junto a Jessica, una mujer preciosa e inteligente quien se dirigía a su propia expedición de los Cuerpos de Paz. Hablaron intensamente por horas. Ella le contó de su padre y hermano, dos doctores. Ella los amaba pero no al estilo de vida de un doctor. ¿Qué, le preguntó ella a Skelton, te gustaría hacer después de los Cuerpos de Paz? Él hizo una pausa cuidadosamente y la miró. Oh, replicó él, me gustaría ser maestro. Ellos han estado casados casi 10 años. Skelton llegó a Nueva York sin deseos de enseñar a estudiantes de clase media alta; él quería adolescentes quienes retaran sus capacidades. Escogió las escuelas del Bronx para buscar entrevistas de trabajo y descubrió Fannie Lou, donde un director dinámico estaba comprometido con una ruta educativa diferente. “Quería enseñar en el ambiente más difícil, donde necesitaran un maestro”, dijo él. “Fui lo suficientemente afortunado al encontrar una escuela donde la filosofía era permitirte ejercitar muchos aspectos de quien eres”. Mientras él alcanzaba maestrías en estudios de ruso, educación mención ciencias y ciencias políticas, pensó en dar clases en la universidad. Cada septiembre, sin embargo, se encontraba de vuelta en la puerta de Fannie Lou. En una sesión de películas a mediados de enero, Shateek se quejó de que no le gustaba la responsabilidad de lanzar el balón desde fuera de los límites. Eso lo ponía tenso, decía él. Prefería recorrer la cancha. Skelton le dijo que no lo hiciera. “Entiendo”, dijo él. “A veces quiero enseñar literatura rusa, y eso no ha ocurrido. Pero necesitábamos un maestro de computación para preparar mejor a los estudiantes para la vida, y yo abrí mi bocota”. “Tengo la habilidad para enseñar computación, lo necesitábamos, y lo hice. ¿Se entiende?” Shateek sonrió. La frustración hierve. Llegó el invierno. Durante la vacación invernal, los integrantes del equipo fueron presionados para que cuidaran niños. Las tensiones familiares afloraron. Los jugadores empezaron a distraerse. Skelton se hizo más extremo; las Panteras estaban cerca de la vuelta final en su carrera por la postemporada. Los mejores equipos pisan el pedal del acelerador. En Queens, el equipo de baloncesto de Maspeth abrió enero ganado por márgenes de 25 y 16 puntos. El segundo juego de Fannie Lou después de la vacación fue contra South Bronx Prep, al cual habían vencido en los años pasados. Las Panteras ganaban en el medio tiempo pero colapsaron y perdieron. Marquis Clark, un jugador de segundo año y la estrella del principio de la temporada, convirtió 1 de 10 tiros- Se lesionó la rodilla y los compañeros lo llevaron a la banca. Había empezado su derrumbe. Las semanas siguientes, se lesionaría su tobillo, sus notas bajaron, y perdería su elegibilidad para jugar. Las Panteras y South Bronx Prep se dijeron groserías en todo el juego. Despues Tim, el centro de Fannie Lou persiguió al equipo rival hasta fuera del gimnasio.Alto e inmenso, él es usualmente un estudiante de buenas maneras quién lidera a sus compañeros en los cánticos antes del juego. Pero el se sentía frustrado por su pobre juego y empezó a enviarle mensajes de texto, hasta tarde en la noche, a Skelton para disculparse. Tim y los adolescentes del equipo rival intercambiaron ofensas mientras subían la escalera que los llevó a la vía del metro, a lo largo del río Bronx. Shateek y Rory trataron de contener a Tim. La policía separó a los alterados adolescents antes que nadie lanzara un puñetazo. Skelton se enteró del problema de esa noche. Él reunió a su equipo el día siguiente. Shateek casi lloraba. “Le dije a Timmy, ‘Estás furioso porque no estás jugando bien’”, dijo Shateek. “‘ ¿Piensas que Marc te va a poner a jugar porque eres rudo?’” Skelton estuvo de acuerdo. “Esa es la clase de rudeza equivocada, muchachos”, dijo Skelton. Shateek levantó su mano. ¿Suspenderá la liga a Timmy? Skelton ladeó su cabeza. “Yo lo he suspendido”. Hace un par de años, Skelton suspendió a su mejor anotador y al resto de sus cinco jugadores regulares. Él está formando hombres jóvenes, no jugadores. Ese equipo llegó al juego por el campeonato. Estudio y reflexión Hace un siglo, el edificio de Fannie Lou, en Jennings Street, junto al Sheridan Expressway, era una fábrica que empleaba pacientes de tuberculosis. Hoy los estudiantes de primer y segundo año pasan sus días en las mismas habitaciones, una escuela dentro de una escuela. A los estudiantes con dificultades, les asignan un tutor. En mayo, Fannie Lou recibió un premio nacional por su trabajo. Nathan Larsen, el asistente principal, me dio una vuelta. El hijo barbudo de un granjero de Iowa, Larsen quien se graduó en religión en Oxford University, sirve como el scout de avanzada de Skelton. Él filma a los próximos rivales. Skelton edita los videos para sus jugadores y prepara reportes de escauteo. “Eso se conecta con la manera como enseñamos aquí”, dijo Larsen. “Mark pide a los estudiantes estudiar la película, antes y después de los juegos, y reflexionar”. Luis Padilla, un ebullente supervisor escolar, es el otro asistente. Hace años, Padilla escuchó como Skelton regañaba a un jugador por bajar el ritmo en los ejercicios. Cuando el jugador caminó hacia la banca, con la cabeza baja, Padilla también lo increpó. “Marc me llevó a un lado de la cancha y dijo, ‘Yo soy quien grita’,” recordó Padilla. “ ‘Quiero que mis asistentes sean los tipos que levanten a los jugadores y construyan su autoestima’.” “Marc es la ley. Nosotros aportamos el amor”. Unirse. Todo el invierno, las Panteras anduvieron en una montaña rusa, jugaban inteligentemente por momentos y luego se desinflaban. Jorge, el mejor lanzador, chocó con un defensor grande y rodó por el piso como si hubiese caído desde un carro. Él perdió dos semanas con una concusión. Para febrero, sus esperanzas de postemporada estaban en terapia intensiva. Skelton tenía problemas para dormir. Jessica, su esposa, miraba la escena. “No es fácil; ver como eso se lo está comiendo”, dijo ella. “Le sigo recordando que este es un grupo muy joven”. Las Panteras jugaron ante Bathgate en un centro comunitario. Una piscina en el nivel inferior daba la sensación de un febrero húmedo en Manila al gimnasio parecido a un armario. Las Panteras debieron haber vencido a este equipo. En su lugar cometieron error tras error. Skelton estaba airado. “¿Cariño?” La madre de un jugador de Bathgate se recostó detrás de Skelton y le habló al oído. “Cariño, necesitas arreglarte las uñas y refrescarlas”. El día siguiente, Skelton reunió a sus jugadores en un círculo a mitad del tabloncillo en el gimnasio de Fannie Lou. Tenemos marca de 9-7 ante los equipos de nuestra división, les dijo en una voz que se convirtió en grito. No han tenido una buena racha en semanas. ¿Por qué no lanzan sus uniformes en el círculo, y damos por terminada esta temporada? No tendrán que escucharme, y tendrán más tiempo para sus novias. Los jugadores agitaron sus brazos, nerviosos. Lentamente, los adolescentes hablaron. “Si abandonamos, mi novia podría romper conmigo”, dijo uno. Skelton entendió. Algo de eso. “En la postemporada, podemos ser una sorpresa”, dijo Travis. Un jugador de tercer año, Travis hizo el equipo el último día de la pretemporada. Él jugaba rar vez, pero conocía cada jugada. Él veía la NBA y el baloncesto universitario con ojo clínico. Skelton sonrió. “¿Vamos a ser una sorpresa?” dijo Skelton. “¿Seremos el equipo que nadie quiere enfrentar?” El equipo sonrió en unanimidad “Me gusta eso”, dijo Skelton. “La carrera no ha terminado hasta que ellos nos saquen”. Las Panteras demolieron a su próximo rival por 38 puntos. ¿Era muy tarde? En Queens, Maspeth y su escuadra cargada de jugadores expertos estaba destrozando oponentes por 40 o más puntos. Los equipos moribundos de marzo son cosntruidos en enero y febrero En pleno apogeo para la postemporada Fannie Lou ganó un puesto en la postemporada. Las vibraciones adolescentes habían cambiado. Las prácticas eran más animadas. Los adolescentes mayores corregían a los jóvenes. Los jugadores ecuchaban con atención. Skelton calmó la ansiedad. “Shateek, estás muy hambriento. Respira”. Le dijo a Kobe: “Tu velocidad es increíble. Recorta”. ¡Bam! ¡Bam! Hubo un golpetazo en la puerta metálica. Hacía frío afuera, 13 grados con vientos cortantes. El gran centro, Tim, entró, en pantalones cortos. “¿Timmy?” Skelton lo miró horrorizado. “Tú no usas pantalones?” El rival de las Panteras de la primera ronda era un equipo de Queens, Renaissance High School. Tenían dos aleros rápidos con alto potencial de anotación que dominaban la pelota. Skelton estaba satisfecho con eso. “Me gusta entrenar contra héroes del balón”, dijo él con un toque de orgullo. Su antídoto era directo: No permitir que nadie se colara hasta el aro.Presionar a los dos aleros estrella sin descanso y forzarlos a lanzar desde larga distancia o a pasar el balón. Hacer que los otros jugadores hagan lanzamientos de 2 puntos, una estadística de perdedores. Las Panteras salieron a quemar. Kobe sirvió 10 asistencias. Shateek logró embocar cestas triples, haciendo saltar la red. El inmenso novato Charles, aspiró los rebotes. La defensa fue rígida. “Jesus Cristo, muchachos”, grito Skelton. “¡Eso es baloncesto!” Celebraron. Entonces llegaron noticias incómodas. El próximo rival de Fannie Lou sería Maspeth High School en Queens. El equipo del entrenador de Maspeth, Anastasia Bitis estaba invicto. No había ganado por menos de 10 puntos. Dense una noche para sentirse bien, aconsejó Skelton a sus jugadores. Una inmensa tarea Skelton escribió con tiza en la pizarra un reporte de escauteo. Él había hecho su tarea en las pasadas 24 horas, recabó información de Maspeth. Maspeth está muy bien entrenado, le dijo otro entrenador a Skelton. Jugar contra Bitis me recuerda como es jugar contra ti. Skelton imaginó construir una barricada defensiva. No deben dejarle mucho espacio a Maspeth, le dijo a sus muchachos. Mantengan sus manos arriba, a la altura de las caras de ellos, pero déjenlos hacer esos disparos de tres puntos. Cierren cada camino hacia el aro. Maspeth no había tenido un juego cerrado, le dijo a sus jugadores. Si nos mantenemos a cinco puntos en el cuarto período, ellos se quebrarán. “No vamos a cambiar la manera como jugamos”, dijo Skelton. “Vamos a cambiar la manera como juegan ellos”. Por primera vez esta temporada, Fannie Lou recaudó dinero para un pequeño bus. En el viaje hacia Queens, los jugadores de las Panteras estaban silenciosos, miraban hacia el congelado paisaje postindustrial, se veían las estructuras de las viejas fábricas textiles, nubes de vapor se levantaban desde las chimeneas. En Queens, encontraron una escuela secundaria animada y nueva con un amplio gimnasio. La luz solar entraba por las ventanas. Los parlantes sonaban “Superstar” de Lupe Fiasco mientras los jugadores de Maspeth practicaban lanzamiento tras lanzamiento. Skelton llamó a su equipo a reunirse. “Muchachos, voy a repetir lo que les dije en caso de que hayan olvidado algo en el autopista”, dijo él. “Solo manténganse cuerdos”. Maspeth salió adelante. En un pestañear, estaban 10-2. Luego 17-2. “Pude haber pedido un tiempo, pero ¿qué iba a decir?” Dijo Skelton después. “Estábamos jugando defensa ruda”. Las Panteras ensayaron un regreso, Shateek desvió un lanzamiento de Maspeth hacia el techo, pero aún perdían, 38-23, en el medio tiempo. Skelton entró al camerino con una hoja de estadísticas. “Muchachos, esos lanzamientos de ellos van a decaer en el cuarto período”, dijo él. “No voy a despercidiar los tiempos, porque vamos a ganar este juego”. Cuando faltaban 5:32, Fannie Lou redujo la ventaja de Maspeth a 13. En un santiamén. Maspeth se alejó otra vez. Skelton ladeó su cabeza. “No puede haber un equipo que no falle, ¿puede haberlo?” se preguntó. Maspeth ganó por 23. “No puedo estar más feliz”, le dijo Skelton a sus jugadores, con los ojos enrojecidos y llorando. “Ustedes jugaron duro hasta el segundo final”. El próximo reto ¿Que podia haber hecho diferente? Le pregunté a Skelton. No mucho, dijo él. Si él había subestimado algo, fue que la juventud era implacable. “Maspeth rotó el balón maravillosamente e hizo todas las pequeñas cosas que nuestros muchachos harán el año próximo”. Sonrió él. “Aprendemos. Hay mil maneras de perder en la postemporada. Me gusta la forma como perdí”. Los jugadores entraron a su aula buscando su tarea de verano. Skelton prepara ejercicios para el verano, a los cuales llama la “temporada en curso”. (Edicto número 1 de Marc Skelton: Estarás bien en los juegos, si puedes hacer por lo menos 10 lanzamientos y otras tantas fintas en una práctica de 45 minutos). Kobe trabajaría en agregarle arco a su lanzamiento, Rory en los pases; Shateek en las fintas. Skelton llevó a sus jugadores a un campamento de baloncesto a finales de junio; ellos lo habían pedido por meses. “Enfrentemóslo”, dijo Rory. “Él es como un padre para nosotros”. Ahí estaba esa palabra de nuevo: padre. ¿Qué hizo Skelton con eso? Silencio. Es una pregunta incómoda, emocional, psicológica y quizás racialmente, aunque esto último nunca surgió directamenre. Aún si sus jugadores, quienes son negros y latinos, hablan de él como si fuese mucho más, Skelton, quién es blanco, se resiste a concebirse como otro ser que no sea su entrenador. La mayoría de las veces. Un antiguo jugador, un favorito, fue liberado recientemente de la cárcel luego de seis meses. “¿Sabes donde fue primero? Dijo Skelton. “Él ha venido aquí todos los días desde entonces”. Él se sobó la cabeza, no le gusta hablar de ese tema. “Mira, entiendo quien soy para estos muchachos, y si no lo hago mi esposa me lo recuerda, y también mi director”, dijo él. “Me gusta mucho mi trabajo. Pero tengo mis manos ocupadas con Nina. Soy el padre de esa pequeña niña”. Silencio de nuevo. “Soy el padre de estos jóvenes, también. Lo sé”. Le pregunté a Skelton que haría en el verano. Dijo que leería “An Armenian Sketchbook” del escritor ruso Vasily Grossman, y se obsesionaría mucho con el baloncesto. “Ellos tendrán más edad, serán más maduros, y podrían ganar el título de la ciudad el próximo año”, dijo Skelton. “Sabemos, ellos saben, que esa oportunidad no llega todos los años”. Para estos adolescentes y su entrenador, la persecución de la ballena es una tarea sin fin. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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