miércoles, 22 de febrero de 2017
Denzel Washington, los Oscar y la Carrera
Cara Buckley. The New York Times. 15 de febrero de 2017.
“Tal vez debería lanzarme para presidente”, bromeó Denzel Washington, al sentarse para un tardío desayuno en Midtown Manhattan la semana pasada, antes de retractarse inmediatamente.
Él había llegado a Estados Unidos pocas horas antes desde Londres, donde había estado promoviendo su película nominada al Oscar, “Fences”, y también hablando acerca de lo que todos comentaban: el suceso político del momento. Mr. Washington declaró al periódico que entendía la rabia que habían generado Brexit y la ascendencia del Presidente Trump, y ahora quería hablar de soluciones. Pero primero, quería jugo de toronja y huevos.
Él había pasado unas horas de sueño y entró a paso lento en el restaurant de Park Hyatt con apariencia estática. Luego de sentarse, descubrió dos huecos en su gran abrigo de lana gris.
Con una presencia de autoridad como lo sugiere su calidad de actor, Mr. Washington, quien tiene 62 años de edad, también transmite un aire de profesor distraído. Este es el mismo tipo, quien se presentó para aceptar un premio por logros vitalicios en los Golden Globe del año pasado habiendo olvidado su discurso y sus anteojos. Pero Hollywood adora a Mr. Washington, quien armado con carisma y esa sonrisa matadora, de igual manera encantó sin esfuerzos a la multitud de los Golden Globe.
“No podemos decir solo, ‘Tenemos la razón, ustedes están equivocados’. Pueden estar molestos los, próximos cuatro años, ¿y qué?” Dijo Mr. Washington, “No confundan movimiento con progreso. Este puede llevar al progreso; es una parte vital del progreso. Pero aun tiene que serlo, ‘¿Qué vamos a hacer acerca de eso?”
Mr. Washington tiene la plataforma para hablar. En enero, recibió su séptima nominación del Oscar por actuar, más allá de establecer un estado de realeza en Hollywood sin necesitar ayuda. La última nominación, por su papel principal en “Fences”, era esperada ampliamente, como las otras nominaciones de la película, por mejor película (Mr. Washington fue productor), mejor guión adaptado; y mejor actriz de reparto, por Viola Davis, quién es considerada una segura ganadora.
Pero lo colegas de Mr. Washington dieron una sorpresa el mes pasado en la entrega de los Screen Actors Guild Awards, la cual usualmente adelanta los ganadores del Oscar.
A través de la temporada, Casey Affleck había estado acumulando los premios al mejor actor por su actuación en “Manchester by the Sea”, y se predecía que también ganaría el trofeo de los actores. En vez de eso, el premio fue para Mr. Washington, quien subió al estrado ladeando la cabeza incrédulo, antes de aplicar una estrategia ganadora, primero desármalos, luego domínalos.
“Soy un hombre quien le teme a Dios, se supone que tengo fe; pero no la tenía”, reconoció en el estrado. “Me dije, ‘Bien, sabes que ese joven va a ganar, Denzel, tú no vas a ganar’. Así que no me preparé”.
Entonces, hizo una lista de los guionistas más famosos de Estados Unidos, dejando claro quienes él cree ameritan su inclusión en el panteón. “Tennessee Williams, Arthur Miller, Eugene O’Neill, Edward Albee, August Wilsom, dijo él.
Ambientada en la década de 1950, “Fences” se centra en Troy Maxson (Mr. Washington), una promesa frustada de beisbol y recolector de basura, y su esposa ama de casa, Rose, interpretada por Ms. Davis. En pantalla, Mr. Washington y Ms. Davis comparten una familiaridad rica y afectuosa, por una buena razón: Ellos protagonizaron la obra de teatro en 2010, un éxito de Broadway que le valió a cada uno un premio Tony.
“Fences” es la sexta en la colección de 10 obras de Mr. Wilson titulada “Pittsburgh Cycle”, la cual explora la vida de los afroamericanos en cada una de las décadas del siglo 20. Mr. Washington está trabajando para llevar las restantes nueve obras a la pantalla, para HBO, un plan que sin duda ayudó al éxito de “Fences”: Hasta el momento ha recaudado 54 millones de dólares.
Lugo de esta entrevista, él iba a ver a Ruben Santiago-Hudson, el actor, director y guionista, quien había escrito una primera versión del guión para una obra del ciclo, “Ma Rainey’s Black Bottom”.
“Como custodio de la propiedad de August Wilson, en términos de sus obras de teatro, es importante para mí promover “Fences” al máximo”, dijo Mr. Washington. (Él está produciendo las obras en colaboración con la propiedad). No para que yo gane un premio, sino para ser exitosos en cada nivel que se pueda hacer el resto de las obras. Sin negocio, no hay espectáculo”.
Llevar “Fences” a la pantalla requirió una audiencia de varias décadas. Fue autorizada a finales de los años ’80 pero diferida parcialmente debido a que Mr. Wilson insistió en tener un director afroamericano. Mr. Wilson murió de cáncer en 2006, a los 60 años, y cuatro años después, el productor Scott Rudin, quien para entonces había adquirido los derechos de la película, envió el guión a Mr. Washington, informándole que quería que él lo protagonizara y dirigiera. Mr. Washington replicó que el quería actuarlo en las tablas primero, así que Mr. Rudin decidió hacer la obra de teatro.
“Pienso que Denzel es por una milla el actor estadounidense viviente más grande”, escribió Mr. Rudin en un correo electrónico, y agregó, “No habría película ‘Fences’ sin él, así como no habría manera de presentarla en las tablas sin él “.
A través del tiempo, las audiencias rutinariamente han dejado en claro su intensa conexión con Mr. Washington, reclamándole cuando las debilidades de su personaje quedaban en evidencia: “Denzel, ¿Cómo pudiste?”
Le llevaría casi cinco años más a Mr. Washington sentirse listo para afrontar la película. Cuatro de los cinco actores principales habían aparecido en la obra de teatro con él, “Somos una banda acoplada, conocemos la música”, dijo él, incluyendo a Ms. Davis, un regalo. “Ahí es donde el actor conoce el papel”, dijo él. “Espero que ella tenga otros grandes papeles. Pero este es el papel”.
(Se preguntó acerca de la escena más cruda de Ms. Davis, donde, mientras llora, un moco espeso fluye de su nariz. Mr. Washington dijo que había pensado en quitar esa parte digitalmente pero concluyó que Mr. Wilson mostraba a las personas como eran normalmente, con verrugas y todo. “¿Por qué limpiar eso?” preguntó él.
¿Compartía él la creencia de Mr. Wilson de que la película solo podía tener un director negro?
“Tienes que ser capaz de entender la cultura”, respondió él. “Scorsese pudo haber dirigido ‘La Lista de Schindler’, pero hay una diferencia cultural. Esta película está enraizada específicamente en la cultura afroamericana”.
Si la película hubiera llegado un año antes, posiblemente hubiera reformado la historia del Oscar. El año pasado, la controversia apareció de nuevo, debido a que todos los actores nominados, terminaron siendo, por segundo año seguido, blancos.
Aun así, Mr. Washington dijo, fervientemente, que el éxito de “Fences”, “Hidden Figures”, y “Moonlight”, las cuales también tienen nominaciones al Oscar y protagonistas negros, no pueden ser vistas, o reducidas a correctivos de la etiqueta #ElOscaresmuyblanco. “Ellos llaman a Wilson el Shakespeare estadounidense”, dijo él. “Él no está cumpliendo ninguna cuota”.
Y asi como es importante hablar para las personas, dijo Mr. Washington, es igual de importante para los artistas negros seguir esforzándose por ese surgimiento.
“Hay que mantenerse insistiendo, hay que mantenerse trabajando, hay que seguir escribiendo”, dijo él. “Hay un viejo dicho; ‘Si no está en la página, no está en la escena’”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
martes, 21 de febrero de 2017
Arepa de Cambur
Infinitos sentimientos cruzaban tu pecho cada vez que llegaba la temporada de exámenes finales. Siempre le ponías un extra a tu preparación, te quedabas hasta casi las once de la noche preguntándole algún dato a Jacinta o rebuscando información en los libros de astronomía y geografía universal de Hermes. Ese jueves despertaste con el canto de los gallos y apenas mordiste media empanada y probaste el jugo de naranja. La ansiedad te hizo correr con toda la intensidad de tus piernas, aún en medio de la neblina más espesa. Cada error en las pruebas te dolía el doble porque significaba otro año de espera para el premio especial que Abigail proclamaba cada diciembre. Si tu nota de promoción al grado siguiente es 18 te hago estas arepas de cambur en julio.
Desde el momento cuando la maestra Inés te explicó los errores que justificaban que tuvieses 17 y no 18 como nota final de cuarto grado, empezaste a tratar de elucubrar una explicación que convenciera a Abigail para que te hiciera las arepas. Jacinta trató de tranquilizarte explicándote que el quesillo de piña que había preparado Abigail era más sabroso que las arepas de cambur, que 17 era una nota buena de promoción para quinto grado y que ya tendrías más adelante otra oportunidad para las arepas de cambur. En tu mente seguías maquinando que debías hacer para convencer a Abigaíl para que hiciera las arepas. Sabías que esa receta daba mucho trabajo, por eso Abigail te las había ofrecido como premio adicional si conseguías el 18. Todos los días desde finales de julio y a través de agosto estuviste ayudando y asistiendo a Abigail en cualquier necesidad o auxilio que se le presentara en la cocina, el lavandero o hasta cuando regaba las matas. Abigail ladeaba la cabeza y se hacía la desentendida.
Pasaste muchos días de esas vacaciones regresando al detalle de la regla de tres donde te habías equivocado por estar mirando a Marina, la niña que te gustaba y que solo en medio de los exámenes correspondía tus miradas, no te recriminabas por admirar a Marina, te reclamabas por no haber sido capaz de verla y hacer la operación de la manera correcta. Empezabas a resignarte, a intentar entender más esa palabra que siempre pronunciaba Ivette cuando hacías alguna travesura, paciencia. Te parecía que el fin del año escolar estaba tan lejos como La Tierra de Plutón, que mejor te olvidabas de las arepas de cambur. Entonces una noche escuchaste una conversación en voz baja. Una vecina había ido a encargarle una docena de arepas de cambur a Abigaíl, eran para unos ingleses que habían ido a Cumaná y el hijo de la vecina había sido comisionado por la universidad para que le mostrara las manifestaciones más legítimas de la cultura cumanesa. Casi sacas la cara a través de la ventana del cuarto.
Reflejos de linterna en el pasillo, voces bajas en las penumbras de las cinco de la madrugada te hicieron abrir los ojos. Abigail discutía con Lucanor sobre cual racimo de cambur elegir. Lucanor reclamó que si ella sabía cual era el mejor, para que le preguntaba. Un crujido de papel grueso te hizo asomar tras la cortina de la ventana. Abigail abría una bolsa de mercado y envolvía un racimo de unos doce cambures. Luego fue a la cocina y trajo un chuchillo, bajó la bolsa y aplicó varios cortes en cada cambur, todos de la misma dimensión, todos traspasaban la concha verde. Luego volvió a cubrir el racimo y selló la bolsa con un mecatillo de sisal. Lucanor espantó a dos gatos que merodeaban. ¿Tú crees que en dos días se maduren esos cambures? Abigail se alejó hacia el fondo del pasillo. Eso no es para que se maduren. Es para que no se sequen los cortes que acabo de hacer y se pueda dar bien el aliño de los cambures. Empezaste a preguntarte de qué estaba hablando Abigail.
Esa mañana Abigail te envió a que le compraras clavos de especia y nuez moscada. Todo el trayecto de ida y vuelta a la bodega estuviste preguntándote que había querido decir Abigail con eso de “aliño”. Como nunca realizaste el mandado sin detenerte en ninguna parte, sin ponerte a jugar pelota en la calle. Notaste que Abigail tenía una actitud misteriosa y trataba de esconder una botella de kolita Sifón que había hervido por más de media hora. Recortó un pedazo de corcho que sacó de una gaveta hasta que lo ajustó como tapón. Ni de broma se te ocurrió preguntarle para qué era esa botella. Te hiciste el distraído y te fuiste al patio a buscar unas cerezas. Desde allí escuchaste como Lucanor se quejaba de que Abigaíl le iba a malgastar su ron de ponsigué. Abigaíl regresó semisonreida de la habitación, la botella esteba llena a la mitad de su capacidad con un líquido parduzco. Seguiste tumbando cerezas de la mata y a la primera oportunidad te asomaste a los bloques de dibujo de la cocina.
Dos clavos de especia, ralladura de nuez moscada, una pizca de pimienta negra, dos hojitas de yerbabuena, unos granos de sal, todo eso lo metió en el mortero de madera y empezó a machacar, primero muy lento, luego con mucha energía. Luego de dos minutos, Abigail frotó el mango del mortero sobre su índice y probó. Hizo un gesto de aprobación. Sabe bien pero le falta algo de sabor neutro. Arévalo, ven acá. Antes que Abigail saliera a la puerta de la cocina diste un salto inmenso hasta justo debajo de la mata de cerezas y arrancaste tres frutas de las más encarnadas. Abigail te vio con rostro de investigadora privada. ¿En que andas? ¿Sabes si la mata de almendrón del frente está cargada? Sonreíste y le dijiste que había como cinco o siete almendrones amarillos y otros dos pintones. Abigail te dijo que necesitaba dos almendritas de las que tienen los almendrones. Que si se las conseguías, a lo mejor te daba una sorpresa uno de esos días. En menos de veinte minutos tumbaste dos almendrones de los más amarillos, los saboreaste y con una piedra rompiste las semillas y sacaste las dos almendritas. Corriste durísimo hasta la cocina.
A eso de las dos de la tarde, Abigail te volvió a llamar con aquella voz de sargento. Necesitaba que le alcanzaras dos vinagrillos pintones de la mata. En cuanto se los llevaste, los pasó por agua hirviente, los cortó en pedacitos y los agregó a la botella. Despues sacó un chirel de la botella de ají picante de Lucanor y también lo maceró en el mortero antes de agregarlo a la botella de kolita Sifón. La agitó tres veces y la colocó encima del gabinete. Cuando llegó Lucanor cerca del atardecer le pidió que mañana le trajera medio haz de leña guatacare y los retazos de cedro y caoba que siempre traía de la carpintería. Escuchabas emocionado toda aquella bitácora, sabías que todo formaba parte de lo que Abigail estaba haciendo con la botella y el racimo de cambur. Por eso seguiste muy de cerca a Lucanor el atardecer siguiente cuando bajó la leña del camión. En la parte más retirada del patio, Lucanor encendió un fuego con las piezas de guatacare y fue agregando poco a poco los retazos de caoba y cedro.
Te dijiste que tenías que estar pendiente, que esos dos se traían algo. Abigail te llamó la atención porque tomaste mucha agua antes de acostarte. ¡Si te llegas a orinar la cama, vas a tener que lavar el colchón y las sábanas! Las ganas de orinar, como esperabas, te asaltaron justo en el momento cuando Lucanor despertó a Abigail, lograste escuchar cuando le decía que era el momento para meter a remojar el maíz. Luego de entrar al baño te fuiste en puntillas hasta el comedor y te escondiste detrás de la pared que separaba la cocina de la escalera. Desde allí viste como Abigaíl sacó dos ollas, en una vertió cerca de medio kilogramo de maíz amarillo y en la otra más o menos la misma cantidad de maíz blanco. Despues Lucanor agarró dos puñados de ceniza de la leña que había quemado y los añadió en una olla y repitió el procedimiento en la otra olla. De seguidas Abigail agregó media jarra de agua en cada olla y Lucanor metió las manos en las ollas hasta que la ceniza se disolvió en el agua.
Una vez que Abigail puso a hervir las ollas en la cocina, corriste hasta tu habitación, desde ahí viste como Abigail llegaba con la botella de kolita Sifón en la mano izquierda y el cuchillo más amolado en la derecha, le hizo a señas a Lucanor y este quitó la bolsa que cubría el racimo de cambur, en la penumbra de la madrugada notaste que los cambures eran ahora de un verde más claro. Abigail hundió un poco más el cuchillo en cada uno de los cortes que había hecho días atrás, luego vertió generosas cantidades del líquido de la botella en su mano izquierda y embadurnó cada cambur hasta asegurarse de la absorción. De inmediato volvió a colocar la bolsa y le advirtió a Lucanor que estuviese pendiente de los gatos. Una media hora después regresó de la cocina y cortó el racimo de cambur. Un fuerte olor a maíz sancochado inundaba el pasillo, este olor era un poco más intenso que lo normal. Luego de asegurarte que Lucanor se había vuelto a acostar, te subiste a la escalera y viste a través de los bloques de dibujo.
Un rumor de metales se adhirió a las maniobras de Abigaíl hasta que encontró la olla recubierta de pintura azul marino: Despegó los doce cambures uno por uno y los metió en la olla. Luego los tapó y abrió el horno. Giró el regulador de temperatura, trataste de afinar al máximo tu vista, solo pudiste atinar que la temperatura no llegaba a los 100 grados. Luego de cerrar el horno Abigail apagó las hornillas y aun calientes pasó las ollas al fondo del mesón. Las dejó reposando y salió un rato a regar las matas en el jardín. Saliste de debajo de la escalera y percibiste una mezcla de olores de maíz remojado en ceniza hervido, con corteza de cambur quemada. ¡Caramba! De verdad que Abigail tenía una receta bien enredada para hacer arepas de cambur. Cuando escuchaste el chasquido de la puerta de la calle, volaste hasta tu cuarto y te sumergiste en la cobija, sabías que si Abigail te sorprendía registrando sus cosas, se acabarían las idas al cine, las medias mañanas de chicha cuando pasaba el señor del carrito azul y sobre todo la posibilidad de que te pudiera adelantar una arepa de cambur, de esas que estabas descubriendo era más interesante la preparación que el sabor.
Pasaste todo el día estirando el cuello en la puerta de la cocina o vigilando a través de los bloques de dibujo. Las ollas del maíz seguían al fondo del mesón y la de los cambures en el horno. Cuando empezabas a sospechar que ese era un procedimiento de varios días, escuchaste un tropel en la cocina y la voz de Abigail, necesitaba que Lucanor armara la máquina de moler maíz. Lucanor dijo que le diera unos minutos, venía de un viaje de mudanza donde tuvo que cargar un piano de pared y un escaparate de samán. Ante las reclamaciones de Abigaíl, llamándolo flojo, Lucanor tragó saliva tres veces y avanzó hacia el patio. Lo escuchaste murmurar entre dientes que mejor molía ese maíz, no fuera a ser que esa mujer lo dejara sin cena. Cuando iba a empezar a dispensar el maíz en el embudo de la máquina, Abigail llegó casi corriendo. ¡Ya va! Entonces sacó una taza de maíz blanco y la mezcló con otra de maíz amarillo. Lucanor ladeó la cabeza con una expresión que sabías significaba: ¡Esta mujer si tiene vainas!
Por más que intentaste disimular tu interés en ver lo que Abigail hacia con los cambures del horno, ella te mandó a comprar un papelón en la bodega de la esquina. Corriste con tal intensidad que casi empujas a una señora en la acera, bajaste la cara y caminaste los próximos dos metros. De inmediato volviste a correr. Cuando regresaste con el papelón, Abigail terminaba de hervir los cambures y empezaba a sacarlos de la olla. Te dio un mango de mortero y empezaste a pisonear los cambures hasta que se formó una masa. Abigail rebanó unos fragmentos de papelón con un cuchillo y los agregó a la masa de los cambures. Entonces la viste mover las manos con una intensidad tal que parecía una karateca. En cuanto Lucanor avisó que había molido todo el maíz, Abigail buscó la bandeja y empezó a mezclar en la olla. Agregaba un puñado de masa de maíz y la desaparecía en la masa de cambur, de vez en cuando agregaba un chorrito de aceite y al final agregó una cucharada de la mezcla de la botella.
Te quedabas perplejo viendo la maestría y rapidez con que Abigail modelaba cada pelota de masa hasta convertirla en círculos casi perfectos, entre amarillo claro y morados. El aroma de maíz mezclado con cambur impregnaba tus fosas nasales con una sensación que te hacía soñar con el sabor que tendrían esas arepas, nada más con los condimentos que Abigail le había añadido a los ingredientes, sabías que eras capaz de comerte varias arepas de esas, solas, sin mantequilla, ni queso, ni aguacate, ni nada. Sospechabas que esta vez Abigail se había esmerado con los condimentos, que había agregado algunos que le darían mejor sabor que el de las anteriores. Quizás porque eran para un encargo y debía dejar una buena impresión, quizás porque por fin había encontrado una receta que tenía perdida. El sonido percusivo del índice derecho impactando la costra de las arepas indicaba que estaban cocidas. Abigail partió una y te dejó sin aliento al ofrecerte la mitad, la boca se te hizo agua y mordiste entre el humo.
Alfonso L. Tusa C. © 19 de febrero de 2017.
lunes, 20 de febrero de 2017
Convertirse en un Estudiante Universitario Confiable, Con la Ayuda de un Ángel.
Convertirse en un Estudiante Universitario Confiable, Con la Ayuda de un Ángel.
John Otis. The New York Times. 10-01-2017.
La policía llegó a la puerta el día de limpieza de la familia. Julio Reyes, entonces de 13 años de edad, recuerda que el apartamento estaba inmaculado; su madre era una maniática de la limpieza.
Luego que las autoridades irrumpieron en el hogar de Lower East Side, peinaron el lugar en busca de drogas. Voltearon los muebles, lanzaron las ropas en derredor, un reguero de desechos por todas partes, y de alguna manera el baño terminó roto.
“Yo me dije, ‘¿De verdad? Habíamos limpiado’”, dijo Mr. Reyes, al recordar ese día, el cual terminó con él puesto bajo custodia.
Él y un hermano eventualmente terminaron bajo la custodia de una tía quien había criado a Mr. Reyes hasta la edad de cuatro años. Aunque él la llamaba ‘tía’, la consideraba como una madre. Asumió responsabilidades de adulto y era como un padre para muchos de sus hermanos.
“Si usted regresa y le pregunta a mis hermanos y hermana quien los crió, le dirán que fui yo”, dijo Mr. Reyes.
Aunque Mr. Reyes era un líder en casa, su tumultuosa niñez lo hizo más reservado en la escuela. Se veía como un indeseable, prefería la compañía de figuras de acción o juegos de retos mentales antes que otras personas. Era conocido como el estudiante quien jugaba ajedrez con los maestros y pasaba horas realizando juegos solitarios como Sudoku y KenKen, y armando el cubo de Rubik.
En la escuela secundaria, Mr. Reyes empezó a clasificar su conducta. “Ahí fue cuando empecé a saber quien era como persona”, dijo él. Empecé a ser más llevadero”.
Él desarrolló una pasión por la danza, algo que había disfrutado previamente solo si podía evitar ser visto por otros. “Dejé de preocuparme por lo que pensaran las otras personas”, dijo él. “Las personas me miraban. No sé si me juzgaban, pero si lo hacían, me decía, ‘Esto es lo que quiero hacer’”.
A pesar de avanzar en construir una confianza propia, los planes de Mr. Reyes más allá de la escuela secundaria eran borrosos. Los miembros de su familia le habían dicho a él y sus hermanos qué tan importante era la universidad para su futuro.
Durante el primer año de Mr. Reyes en la escuela secundaria, conoció a Alex Blaise, un consultor de la Children’s Aid Society, una de ocho organizaciones apoyadas por The New York Times Neediest Cases Fund (Fondo de Casos Más Necesitados). Mr. Blaise animó a Mr. Reyes a aplicar para la universidad y lo ayudó en el proceso.
“Él fue un ángel camuflajeado”, dijo Mr. Reyes.
Con la ayuda de Mr. Blaise, Mr. Reyes fue aceptado en Borough of Manhattan Community College. Él asumió sus estudios con dos trabajos, uno en una compañía de mudanzas y el otro atendiendo mesas en un restaurant.
“Quedarse dormido no era una opción”, dijo él.
Luego de dos años, un deseo de cambio, motivado en parte por una ruptura sentimental, llevó a Mr. Reyes a fijar su atención en universidades fuera de la ciudad de Nueva York. Se decidió por Binghamton University y ha estado tomando clases ahí desde el otoño de 2015. La Children’s Aid Society aportó 218.40 $ de los fondos de Neediest Cases para ayudar a Mr. Reyes a comprar libros escolares para su primer semestre de primavera.
Una persona más segura de sí ha emergido desde que él se mudo al area de Binghamton. “Primero, estaba en una burbuja”, dijo él. “Y no permitía que nadie entrara en mi burbuja. Ahora, no tengo burbuja. Estoy muy abierto a conocer personas”.
Mr. Reyes se esfuerza para conseguir el grado de licenciado en contaduría y espera graduarse en mayo de 2018. Planea convertirse en contador público certificado o analista financiero.
“Soy el mejor en matemática, el mejor”, dijo él.
Mr. Reyes también es miembro del equipo de danza de la universidad, Quimbamba. Bailar nunca será una carrera, dijo él. Es una expresión de su corazón, una que lo llena de vida. Él lleva la misma disciplina a su rutina de ejercicios, se levanta a las 5 am para ir al gimnasio, es parte de sus esfuerzos para mejorar él y su vida.
Mientras está en camino de lograr más de lo que pudo haber pensado posible hace pocos años, Mr. Reyes rechaza aceptar felicitaciones por sus éxitos.
“Prefiero terminar el trabajo, luego celebrar el logro cuando esté terminado por completo”, dijo Mr. Reyes. “Eso tiene más significado y valor cuando es celebrado al final, más que en cada pequeño paso”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Su Equipo tiene marca de 0-24, pero Ella Podría Merecer los Honores de Entrenadora del Año.
Seth Berkman y Jeré Longman. The New York Times. 08 de febrero de 2017.
Chicago.- Cuando la entrenadora, Angela Jackson, telefonea a una recluta potencial, la respuesta es de sorpresa. ¿Todavía hay un equipo de baloncesto femenino en Chicago State? ¿Todavía existe Chicago State?
“La primera pregunta se refiere a, ‘Pensé que ustedes estaban cerrados’”, dijo Jackson.
Esa es una afirmación punzante para esa universidad, una institución vital que está en la víspera de su aniversario 150, y que ha servido como opción de toda la vida para estudiantes afroamericanos de bajos ingresos en el lejano lado sur de Chicago.
Jackson es altamente reconocida como entrenadora. Su equipo tuvo marca de 24-10 en 2011. Sus jugadoras son resilientes. Ellas juegan con un propósito, sin vacilar. Pero no han ganado en un año. La perseverancia sola no ha detenido la seguidilla de derrotas más larga de la Division I, derrotas en los 24 juegos de esta temporada y siete al final de la anterior, muchas en lejanos y costosos viajes por carretera en la Western Athletic Conference.
Una mirada financiera a la universidad, y el miedo de que Chicago State cerrara el pasado otoño, asustó a tres reclutas para esta temporada. Otras dos jugadoras no regresaron al equipo, dijo Jackson, preocupada porque sus principales jugadoras no estuviesen disponibles.
La centro regular abandonó la escuela a principios de diciembre, privando a las Cougars de su principal anotadora, rebotera y bloqueadora. La alero se lesionó un ligamento de la rodilla. A veces, Chicago State ha entrado al tabloncillo con solo seis jugadoras disponibles, una por encima del mínimo. A veces Jackson y sus dos asistentes se han unido a las prácticas para que haya suficientes jugadoras para completar los ejercicios y ejecutar las escaramuzas.
A medida que las derrotas se han sucedido, Chicago State ha encontrado un oponente que puede ser tan difícil de sobreponerse como un juego perdido: la percepción.
“¿De verdad eso es tan malo como ellos lo indican?” le preguntaron a ella los miembros de la familia de la delantera Alexandria Cliff. “No”, dijo ella. “para nada”.
Las preguntas persisten mientras Chicago State busca recuperarse, reformarse y redefinirse atlética y académicamente.
“Se puede traer al entrenador principal Geno Auriemma, y él va a tener los mismos problemas sin financiamiento”, dijo Bob Hallberg, un antíguo entrenador de baloncesto masculino de Chicago State quien ahora es director deportivo y entrenador del equipo femenino en St.Xavier University en Chicago.
Mientras Auriemma ha ganado 11 títulos femeninos de NCAA en Connecticut, Jackson, 48, ha pasado por circunstancias exasperantes en la más reciente de sus 14 temporadas en Chicago State. Su sola dedicación, dijo Doug Bruno, entrenador del equipo femenino por largo tiempo en DePaul University, debería hacer que la consideren para entrenadora nacional del año “por más loco que parezca”.
“No abandonar, mantenerse en sus funciones a través de los momentos difíciles, es un testamento de lo bueno que es ella”, dijo Bruno. “Ella fácilmente podría tener un salario de seis cifras como asistente de un programa grande y tener un trabajo mucho mejor. De verdad admiro lo que ella hace cada día”.
Como muchas universidades públicas alrededor del país, Chicago State enfrenta recortes sustanciales en su estado financiero. Un estancamiento presupuestario entre el gobernador republicano, Bruce Rauner, y la legislatura demócrata ha durado más de año y medio.
El impasse ha dejado a Chicago State con solo el fondo de emergencia del estado, el cual históricamente provee el 30 por ciento de su presupuesto (84 millones de $ para el período 2016-17).
Solo 86 estudiantes nuevos se inscribieron el pasado otoño en medio de la crisis financiera, disminuyendo el registro total de un año a 3.578 estudiantes desde 4.767. Entonces llegó la noticia de que la tasa de graduación de seis años para la clase 2009 fue de 11 por ciento.
Ese porcentaje es engañoso, argumentan las autoridades universitarias, dado que Chicago State atrae estudiantes no tradicionales, traslados de junior college (colegios universitarios), militares veteranos, trabajadores a medio tiempo, cuya edad promedio es 31 años. La universidad tiene más graduados negros que cualquier otra universidad pública de Illinois, de acuerdo a las estadísticas del Board of Higher Education del estado.
En un reciente editorial, The Chicago Tribune dijo que la universidad debería considerar la posibilidad de “afiliarse por completo a una universidad más fuerte”, quizás la University of Illinois-Chicago. Se citó el frecuente cambio de liderazgo de Chicago State, las acusaciones de malos manejos financieros, juicios escandalosos y el bajo rendimiento académico.
La persistente publicidad negativa ha dejado a las autoridades y estudiantes de Chicago State sintiéndose aislados y rodeados, como si necesitaran apoyarse unos a otros porque nadie más lo haría.
En un juego de baloncesto femenino el 04 de febrero, Cecil B. Lucy, el presidente interino, usó una sudadera que decía, “Chicago State vs. Everybody”.
Sin embargo a mediados de enero, Chicago State recibió lo que es considerado noticias esperanzadoras. El gobernador señaló cuatro nuevos miembros para el Board of Trustees y nombró un grupo de asesores. La idea era mantener la universidad abierta e independiente de cualquier fusión.
La primavera pasada, cuando 300 empleados sin facultad, cerca de un tercio de la fuerza laboral, fueron despedidos, Chicago State parecía asfixiante, dijo Lucy. “Es una sensación infernal”, dijo él. “Hoy, el oxígeno no me preocupa para nada. Hay suficiente”.
En lo deportivo como en lo académico, la universidad está tratando de mantener el aliento. Chicago State representa un ejemplo agudo de las dificultades que enfrentan las universidades de la NCAA en los márgenes de la Division I, como el cambio de conferencias en una infinita y a menudo inútil cacería de dólares, posición y éxito.
Sin rivales cercanos en la Western Athletic Conference, o WAC, Chicago State debe hacer vuelos distantes a Seattle, Phoenix, California, New Mexico, Utah, y el Rio Grande Valley de Texas. Varios de los equipos de la universidad tienen dificultades para mantenerse competitivos. Y no hay equipo de apoyo para el departamento deportivo de la universidad con solvencia financiera.
El presupuesto deportivo para 13 equipos titulares es de 5.6 millones de dólares, dijeron las autoridades. (The Tribune reportó que el presupuesto de trabajo fue reducido a 2.8 millones de dólares en 2015-16, lo cual está bajo protesta por la universidad). En cualquier caso, los fondos deportivos de Chicago State están muy por debajo de, digamos, los 9 millones de dólares de salario y bono que Jim Harbaugh recibe por ser entrenador de futbol americano en la University of Michigan.
En la actualidad, Chicago State no tiene director deportivo a tiempo completo y solo un publicista para todos sus equipos. Los volantes lanzados alrededor del campus buscan estudiantes interesados en unirse a los equipos de golf y pista
Una lista de necesidades de facilidades deportivas incluye un piso nuevo para el gimnasio de baloncesto, el cual dice el comité de presupuesto de la universidad, necesita ser reemplazado “por seguridad”.
Sarah Amalou, una alero de Dinamarca quien regresó a casa despues de la temporada 2014-15, cuando era estudiante de primer año de camisa roja, dijo que a medida que los problemas de presupuesto se hicieron más severos, las jugadoras parecían obtener menos implementos y no recibieron los viáticos de comida en el receso de navidad, forzándolas a recurrir a lo que ella llamó comida de segunda categoría, de la cafetería. La motivación pareció decaer, dijo ella.
“Muchas personas muy competentes del departamento deportivo renunciaron a sus trabajos lentamente”, dijo ella. “Esto indicaba que algo andaba muy mal”.
Chicago State claramente no es un acierto para la conferencia deportiva, geográfica o financieramente, dijo B. David Ridpath, un profesor asociado de empresas deportivas en Ohio University y presidente del Drake Group, el cual urge a reformar los deportes universitarios.
Ridpath instó a la universidad a buscar otra conferencia de la Division I, o considerar degradar los deportes a la Division II o III, en las cuales los equipos podrían jugar con oponentes en y cerca de Chicago, reducir costos y ser competitivos. La supresión entera de los deportes, a favor de las becas de estudio, debería someterse a discusión también, dijo él.
“Es una situación triste; lo que se siente por esos muchachos”, dijo Ridpath. Pero al descartar los deportes, añadió él, “se podría salvar unos millones de dólares”.
“Ese podría ser tal vez un paso en la dirección correcta para enderezar el rumbo del barco allí”, continuó él, “pero no soy muy optimista de que la universidad como un todo vaya a sobrevivir”.
Jeff Hurd, el comisionado de WAC, dijo en una declaración que la conferencia estaba prestando asesoría administrativa dado que Chicago State buscaba permanecer como universidad de la Division I. Pero evitó decir que las Cougars permanecerían en la liga.
Las autoridades de Chicago State dijeron que no tenían intención de suprimir los deportes o salir de la Division I. En vez de eso, la universidad está explorando la idea de agregar un equipo de futbol americano sin beca, junto con una banda marcial y club deportivo, en un intento por atraer más estudiantes desde las escuelas públicas de Chicago y mejorar la imagen de la universidad.
“El deporte va a jugar un papel central en la revitalización de Chicago State University”, dijo el reverendo Marshall E. Hatch Sr., el director de la junta administradora.
Suprimir el deporte sería un “Absurdo”, negarle la oportunidad a estudiantes de escasos recursos quienes podrían no tener otra oportunidad de asistir a la universidad, dijo Jackson, la entrenadora.
Una nativa de Detroit quién jugó baloncesto en Old Dominion University, ella llamó a Chicago State un “diamante en bruto” y dijo que había permanecido allí en los tiempos difíciles porque “ a veces encuentras tu propósito en la vida”.
“Servimos a una comunidad afroamericana, y disfruto ser el puente entre el adolescente y el adulto joven”, dijo Jackson. “Pienso que es importante, esos cuatro o cinco años son importantes en las vidas de esas jóvenes damas”.
“Para entrenar en Chicago State se requiere “una imagen clara de cuales cosas están y cuales no están bajo tu control”, dijo Gloria Bradley, una antigua asistente de Jackson quien se fue en agosto para convertirse en la entrenadora femenina principal de baloncesto en Beloit College en Wisconsin.
“Ella es muy honesta y frontal con sus atletas y padres”, dijo Bradley acerca de Jackson. “Cuando los mantienes informados se crea un nivel de confianza”.
Con un presupuesto limitado, también se requiere cierta creatividad. Para la acción en cualquier conferencia, se buscan varios juegos llamados de garantía, con pagos por hasta 20.000 $ por la disposición a viajar para jugar ante un equipo de perfil alto.
El rival más cercano de la WAC, Missouri-Kansas City, está a 500 millas, así que Chicago State debe volar a todos sus juegos de conferencia. Los boletos de las aerolíneas son comprados con mucha anticipación. Uno de los asistentes de Jackson negocia las tarifas hoteleras; a nadie le duele que el buffet de desayuno sea gratis.
Las reclutas son buscadas a distancias de movilizarse por tierra. Las jugadoras internacionales se pueden contactar por el costo de una llamada de Skype. La charla de reclutamiento de Jackson es directa: “Aún estamos aquí. Estamos abiertos, estamos operando, buscamos mejorar nuestro programa de baloncesto. Queremos asegurarnos de conseguir el nivel superior de la conferencia WAC. Vengan aquí y obtengan una gran educación y gradúense, de manera que cuando logren grandes éxitos profesionales puedan donar dinero en retribución”.
Si está usando una camisa con el logo y los colores de Chicago State, dijo Jackson, ella completa su charla mirando su camisa y diciendo: “Es muy difícil cerrar una universidad completa”.
Cliff, la delantera de primer año de Manitowoc, Wis., aceptó la oferta de beca de Chicago State para jugar baloncesto y voleibol. Ella dijo que la crisis financiera no influyó en su decisión.
“Ellos me dijeron que tenían un buen programa, que yo tendría la oportunidad de que me pagaran la educación, eso siempre es algo bueno”, dijo ella.
Pero nada ha sido fácil esta temporada. Antes que empezaran las prácticas el pasado otoño, en un edificio de dormitorios donde vivía una cantidad de jugadoras no había agua caliente. Las residentes tuvieron que ducharse en el gimnasio.
Entonces, a principios de diciembre, la mejor jugadora del equipo, una centro espigada llamada Sh’Toya Sanders, se fue de la escuela.
El 22 de noviembre, ella anotó 38 puntos, atrapó 23 rebotes y bloqueó 5 lanzamientos en una derrota en Northern Illinois. Fue nombrada jugadora de la semana de la WAC. Cuatro juegos después, había regresado a casa en Fort Wayne, Ind.
Las razones fueron complicadas, dijo Sanders. No podía decidir si estaba jugando baloncesto por ella o por su familia. Tuvo varios encontronazos con Jackson. La escuela no era lo mejor para ella. Una sensación de vacío acompañó la derrota.
No importaba que tan duro jugaras, siempre salías con las manos vacías”, dijo Sanders.
La alero de último año del equipo, Konner Harris, se dobló el ligamento cruzado anterior de su rodilla, dijo Jackson. Cuando Chicago State viajó para enfrentar a Grand Canyon University en Phoenix a finales de enero, su principal anotadora, una jugadora llamada Kaylee Allen estaba indispuesta con una concusión. Solo había una sustituta disponible.
Nadia Miller, una alero, fue golpeada en el ojo cuando faltaban cinco minutos para terminar el juego. Ella se mantuvo tocando su ojo con el uniforme pero siguió jugando hasta la chicharra final.
Una vez más, las Cougars jugaron duro pero se quedaron cortas.
“Te puedes imaginar cuanto corazón hace falta”, dijo Trenn Moore, una graduada de Chicago State en 1996 quien vio el juego en Phoenix con su hija, ambas usaban sudaderas de la universidad. Dada la situación financiera de la universidad, Moore dijo, “Estoy agradablemente sorprendida de que aun puedan viajar”.
El 04 de febrero, en casa, Chicago State enfrentó a New Mexico State, el mejor equipo de la WAC e invicto en la conferencia.
La asistencia anunciada en Jones Convocation Center, un gimnasio de primer orden, fue 230 personas, pero la atmósfera era expectante. Las jugadoras y entrenadoras de ambos equipos y una cantidad de aficionados vestían de rosado para promover la batalla contra el cáncer de seno. Allen, la mejor jugadora de las Cougars, había sido autorizada para regresar luego que los efectos de la concusión disminuyeron.
Calmada, determinada, la expresión duradera en su rostro, Allen ayudó a mantener a Chicago State a dos puntos luego de tres cuartos de juego. En el aniversario de la última victoria de las Cougars, una gran sorpresa era posible.
Entonces ocurrió un desbalance familiar.
Las Cougars no anotaron por casi cuatro minutos y medio para abrir el cuarto período. Se cansaron ante la presión de New Mexico State. El rebote no respondió. La confianza pareció desdibujarse. Chicago State perdió 65-54, otra caminata sombría a través de la línea de intercambio de apretones de manos.
Un par de días antes, Jackson dijo que “nunca había estado tan orgullosa” de un equipo. “Esas damas jóvenes”, dijo ella, “ellas no han renunciado, no han desmayado, se han mantenido juntas”.
Aun en una temporada sin triunfos, hubo otras señales de ánimo. Ninguna de las 15 becas posibles de baloncesto ha sido recortada por las autoridades universitarias. Tres reclutas se han plegado a Chicago State para la próxima temporada.
Bajo esas circunstancias, Jackson dijo, “No sé si pueda pedir más”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
martes, 14 de febrero de 2017
La sensación de que has muerto.
Jed Ortmeyer, jugador retirado de NHL. The Players’ Tribune. 09 de diciembre de 2016.
Me senté en la habitación de exámenes del hospital y estiré mis brazos, trataba de relajar mi mente. Solo eran dolores en el pecho. El entrenador de nuestro equipo me había dicho la noche anterior que probablemente eran causados por la deshidratación o un tirón muscular, y me dije una y otra vez que probablemente el estaba en lo cierto.
Yo estaba bien…¿cierto?
Me refiero a que jugaba en la NHL. Yo era un Ranger de Nueva York. Las lesiones eran parte del juego. Sin importar como me sentía por dentro, iba a estar bien. Las enfermeras efectuaban sus pruebas, y yo estaba seguro de que pronto regresarían para decirme que todo iba a estar bien.
Excepto que no podía dejar de pensar en la sangre.
El día anterior, me había despertado de un largo reposo y empecé a toser sangre en el fregadero.
Así que hice lo que todo el mundo hace cuando está asustado. Llamé a mi mamá.
“Jed”, dijo ella. “Llama a tu entrenador de inmediato”.
“De verdad no pienso que esto sea gran cosa. Es medianoche”.
“No me importa que hora sea. Llama a tu entrenador. De inmediato.”
Eso es algo que diría cualquier mamá. No importaba que ella fuese una enfermera cardíaca. Esa era mamá siendo mamá. Yo estaba bien.
Pero entonces cuando me levante la mañana siguiente, apenas podía respirar. Así que llamé a nuestro entrenador, quien llamó al médico del equipo, el cual me dijo que fuese al hospital de inmediato.
Así que estaba sentado en la mesa de exámenes, esperando por los resultados de las pruebas, pensando en la sangre del fregadero. Después de un rato, una de las enfermeras vino. No dijo nada, pero me abrazó.
Nada para alarmarse. Me había hecho amigo de las enfermeras del hospital a través de los años, por la cuota de lesiones de un jugador de hockey. Entonces vino otra enfermera un minuto después y también me abrazó.
Cuando se retiró, noté que ella tenía lágrimas en sus ojos.
“¿Qué está pasando?” Pregunté. Estaba empezando a asustarme.
“El médico vendrá a verlo pronto”, dijo ella.
Guao, pensé. Ahora sabía que había algo mal, pero ella no era médico, y no le estaba permitido decirme lo que habían encontrado.
Entonces llegó el médico y pude sentir como la vida era succionada de la habitación cuando cerró la puerta. Hasta ese último momento había mantenido la esperanza, pero entonces supe que se trataba de algo serio.
“Tienes una embolia pulmonar”, dijo él. “Coágulos de sangre en ambos pulmones”.
Él pasó a explicar que las pruebas sanguíneas que había realizado revelaron un extraño desorden. Yo tenía una mutación en mis genes que causa que mi sangre sea más espesa que la de la persona promedio, lo cual puede ocasionar la formación de coágulos. Me fue prescrito un estricto régimen de fluidizantes sanguíneos y ejercicios diarios, y encima de eso me dijeron que cualquier lesión que causara sangrado podría ocasionar una situación catastrófica para mi vida.
Por supuesto, todo el tiempo lo que él estuvo hablando me pareció sin sentido. Cuando te das cuenta que tienes algo tan serio como coágulos de sangre en tus pulmones, todas las cosas sin importancia de tu vida se desvanecen, y solo piensas en lo que más te importa en el mundo.
¿La familia?
No.
¿Los amigos?
No.
“¿Cuando puedo jugar hockey otra vez?” Pregunté
“Acabas de pasar dos coágulos a través de tu corazón. Realmente no tengo idea de cómo sigues vivo”
“Está bien…pero si fuese a seguir jugando…”
“Tu carrera terminó, Jed. A menos que quieras morir sobre el hielo”.
Él puede haber dicho algo más después de eso, pero no lo recuerdo.
Sonreí y pretendí haber asimilado lo que él había dicho, pero por dentro en todo lo que pensaba era en regresar a la pista de hielo del Madison Square Garden.
Te vas a morir en alguna parte, ¿cierto?
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Si sigues el deporte, debes haber oido mucho acerca de coágulos de sangre recientemente. El hockey ha tenido su cuota de casos, con tipos como Steven Stamkos y Pascal Dupuis sufriéndolos, pero no es solo un tema de la NHL. Chris Bosh de los Heat de Miami también ha vivido eso. Stamkos perdió un tiempo significativo la temporada pasada, Dupuis fue obligado a retirarse, y Bosch ha estado tratando de regresar a pesar de las advertencias de los médicos. Cada vez que los atletas expresan su deseo de seguir activos en situaciones que ponen en riesgo la vida, los aficionados tienden a criticarlos y a preguntar por qué alguien haría eso.
No puedo hablar de la severidad de las situaciones de esos tipos o de cómo se sienten, pero puedo hablar de lo que ocurría en mi mente.
Desde que yo tenía tres años de edad, solo tenía un sueño: jugar en la NHL. Hice todos los sacrificios que tienen que hacer los jugadores de hockey. Me levantaba todos los días antes que el sol saliera. Ingresé a la única liga de hockey del estado de Nebraska. Utilicé cada dia de fiestas, cumpleaños o cualquier oportunidad de recibir regalos para pedir estúpidos implementos de hockey en vez de cualquier juguete verdadero o buenos juegos de video. Vendí cada pulgada de espacio publicitario de mi camiseta de hockey a negocios locales de Omaha hasta que fue casi imposible decir cual era el color original de la misma. (En serio, si se piensa que las camisetas de la Finnish Elite League tienen una tonelada de patrocinantes, deberían haber visto mis camisetas de visitante del equipo).
Y practiqué. En todo mi tiempo libre, practiqué tanto como me fue posible para que algún día, tal vez, fuera capaz de jugar en la NHL.
Así que cuando llegué a la NHL luego de cuatro años en Michigan, cuando de verdad llegué a los Rangers de Nueva York, los médicos iban a tener que quitarme esa camiseta de mis manos frias y dormidas.
Se podría pensar que estoy exagerando, pero déjenme pintar la escena. Cuando entré al camerino de los Rangers para el campamento de entrenamiento en 2003, estos eran los tipos quienes estaban sentados ahí, vistiéndose a mi lado: Mark Messier, Brian Leetch, Eric Lindros, Pavel Bure, Alexei Kovalev, y Petr Nedved. Y más adelante esa temporada hicimos un cambio por Jaromir Jagr.
Mi primera conversacíón con Jagr ocurrió después que todos habían abandonado la pista y yo estaba cumpliendo con mis deberes de novato recogiendo todos los pucks de prácticas
Él patina alrededor y dice, “”Tu nombre es Jed, ¿cierto?”
Me dije, Caramba, él sabe mi nombre.
Él dice, “Puedo practicar contigo?”
En mi mente, me digo, Ah, ¿Puedo practicar contigo?
Pero solo digo, “Si, seguro”.
Así que disparamos pucks y él dice, “¿De donde eres?”
“Nebraska.”
“¿Juagan hockey allí?”
“Jaja, tratamos”.
Jagr hace una pausa por un segundo como si estuviera pensando en algo, y entonces sus ojos se iluminan y dice:
“Cornhuskers. Buen equipo de futbol americano”.
Entonces él siguió disparando pucks. Ese fue el momento cuando me di cuenta, Soy un puñetero Ranger de Nueva York. Estoy mirando a Jaromir Jagr. Jagr y yo estamos hablando de los Cornhuskers justo ahora.
Sin embargo hay más en esta escena.
Yo había pasado las primeras semanas de esa temporada en las menores antes de ser llamado en noviembre al comienzo de una gira de cuatro juegos. No fue hasta mi quinto juego que experimenté jugar hockey de verdad en el Madison Square Garden junto a todas esas leyendas.
Y eso fue el cielo. Simple y llanamente.
A pocos minutos para terminar el tercer período, el árbitro alzó su brazo. Otra penalización. Estábamos en dificultades.
Nuestro entrenador, Glen Sather, pronunció mi nombre, y sin pensar, yo salté hacia la pista.
Durante los juegos, no piensas en nada excepto en lo que se supone que hagas sobre el hielo. No hay tiempo para pensar donde estás o en las 20.000 personas que gritan a tu alrededor. Solo tratas de jugar hockey y no fallar.
Así que salí a la pista e hice mi trabajo. Bloqueé un disparo, luego otro, luego un tercero. Finalmente, llevé el puck sobre el hielo y terminé mi turno. Cuando regresé a la banca, todo el equipo estaba de pie, chocando las manos conmigo y dándome palmadas en el hombro mientras contenía mi aliento. La multitud enloquecía. Fue un momento que nunca olvidaré, esos inquilinos del Salón de la Fama dándome su aprobación.
Pero eso no es por lo que mueres.
Ganamos el juego, y todos celebraban después en el camerino. Después que los entrenadores se fueron, Messier me llevó a un lado.
“Me gustó, lo que hiciste en la pista esta noche”, dijo él. “Desde ahora en adelante, considérate un Western Canadian Grinder honorario. Te lo digo yo, muchacho. Eres oficial”.
Mark Messier me dijo eso. El Capitán. ¡El Moose! Él y yo estábamos en el mismo equipo, batallando cada noche para tratar de ganar la Stanley Cup, y él estaba emocionado de verme triunfar.
¿Qué, en cualquier vida, podía ser mejor que eso?
Ese es el sentimiento por el que moriría.
Solo pasaron unas pocas horas después que salí del hospital para tomar una decisión: Iba a encontrar la manera de seguir jugando.
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Fui diagnosticado con los coágulos y el desorden sanguíneo a finales de agosto de 2006, y pasé los próximos cuatro meses trabajando con los médicos y los fisioterapeutas del equipo para encontrar la forma de ser capaz de estar en la pista de una manera que…bien…no resultara en una muerte súbita para mí durante la práctica o en medio de un juego.
Tuve que practicar por mi cuenta varios meses. Cualquier contacto podía causar problemas mayores, si llegaba a cortarme con un puck o un palo podía desangrarme debido a los fluidizantes sanguíneos que estaba tomando. Así que tendría que patinar solo con los asistentes del entrenador antes o después de la práctica.
Las personas se me acercaban rogando que parara.
Regresé a los Rangers en enero de 2007. Antes de regresar, tuve que firmar un documento diciendo que yo era el único responsable en caso de que algo me ocurriera. No pude haber firmado mi nombre más rápido.
Los fluidizantes sanguineos que estaba tomando eran en dosis de 12 horas. Tenía que llevar una inyectadora a la pista e inocularme inmediatamente después de cada juego (a menos que tuviera una contusión mayor), porque tenía que haber suficiente tiempo para que la medicina saliera de mi cuerpo antes de la práctica del día siguiente. Los días libres, tenía que ponerme dos inyecciones, porque mi cuerpo tendía a formar más coágulos de sangre si yo no me movía constantemente.
Fue más un dolor logístico que cualquier cosa. Yo siempre tenía que saber los horarios de viajes y prácticas a la hora precisa. Pero nada de eso me importaba para nada. Estaba de vuelta donde pertenecía, y fui capaz de jugar 41 juegos en la segunda mitad de esa temporada. Amaba estar sobre el hielo. Terminamos llegando a la segunda ronda de playoffs ese año. Para ser completamente honesto, me sentía invencible en ese momento. Pensaba que si pude pasar dos coágulos a través de mi corazón y sobreviví, entonces nada podía pararme.
Así que por supuesto, justo cuando pensaba que era invencible, tuve otro inconveniente. La siguiente temporada, después que firmé con Nashville, me lesioné el ligamento cruzado de la rodilla por tercera vez. Después de la cirugía en mi ligamento cruzado, se formó otro coágulo. Esta vez, tuve que implantarme un filtro en el pecho para que cualquier futuro coágulo no pudiese alcanzar mis órganos principales. Los médicos me dijeron que no jugaría más, esta vez era en serio. Pero después de rehabilitar mi rodilla durante un año, fui capaz de convencer a los Predators de que todavía podía jugar.
Técnicamente yo aún estaba bajo contrato esa temporada así que tuvieron que pagarme de cualquier forma y firmar el documento que liberaba a las manos de Nashville de responsabilidades. Jugué lo suficientemente bien para probar que todavía era valioso para los Sharks la próxima temporada porque yo era barato con experiencia para un equipo con las apuestas en contra.
Yo era barato, y fui una veta.
Firmé otro documento, sin problemas.
En los próximos años, reboté desde la NHL hasta la AHL y de vuelta. Y fui desde Nashville hasta Milwaukee.
De vuelta a Nashville.
Entonces fui a San Jose. San Antonio. Houston. Minnesota. De vuelta a Houston.
De vuelta a Minnesota. Y finalmente … de vuelta a San Antonio.
Por casi 10 años después que había sabido de mis coágulos de sangre, permanecí sobre el hielo, aunque cada año aparecía una nueva lesión o complicación, o el rumor de que yo estaba dañado, amenazaba con terminar la aventura. Las personas cercanas a mí querían que parara. Se acercaban para rogarme que lo dejara hasta ahí.
¿Por qué? ¿Por qué tenía que seguir?
Miren, el hockey era todo lo que había tenido desde que tenía tres años de edad. La vida me parecía sin significado sin eso. No fue hasta que alguien más entrara en mi vida cuando finalmente desperté.
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“Siéntate”, dijo mi esposa Maggie antes de salir de nuestro apartamento. “Tengo una sorpresa para ti”.
Estábamos en San Antonio y teníamos tal vez cinco minutos antes de salir para el aeropuerto. Solo quedaban dos meses de temporada, y mi esposa iba de regreso a casa en Nebraska.
Pero hice lo que ella dijo, a pesar de estar apurado por salir. Me senté.
“Cierra los ojos”.
Cerré mis ojos”.
“Estira la mano”.
Estiré la mano y sentí una cosa plástica.
“Abre los ojos”.
Vi una prueba positiva de embarazo en mi mano. Solo habíamos tratado por corto tiempo. Sentí como que me iba a caer de la silla.
Ese momento de verdad cambió todo.
Debido a que solo teníamos cinco minutos para llegar al aeropuerto no tuve tiempo de asimilar la severidad de lo que significaba todo eso y menos que decir hasta después que ella se había ido y tuve algun tiempo para pensar. Me di cuenta de que esos probablemente iban a ser los dos últimos meses de mi carrera en el hockey.
La ráfaga de emociones me dejó mudo. En el apartamento, en el carro y hasta en el aeropuerto. No fue hasta después que mi esposa y yo nos despedimos que entendí lo que eso significaba para mi carrera de hockey.
Y eso me impactó tanto que tuve que sacar mi carro de la carretera y sentarme en silencio y pensar por unos minutos acerca de mi futuro.
Me di cuenta que, por el bien de mi familia, iba a tener que retirarme del juego.
Solo se tiene un pequeño espacio de tiempo para jugar deporte profesional. Cada atleta sabe que es así. Se obtienen menos años fuera de él de los que se invierten . Y es fácil para porque mí que me fui del hockey sin lamentos, pero sé que es así porque fui capaz de retirarme. Las cosas pudieron haber terminado drásticamente diferentes.
Es solo que, en buena parte de mi vida, el hockey fue todo para mí. Era lo único que quería, y lo único que sabía hacer bien. Mi miedo no era que pudiese morir si seguía jugando, era que si renunciaba a jugar yo sabía que por lo menos una parte de mí, moriría definitivamente.
Sé que hay personas quienes dirán que nunca entenderán porqué hice lo que hice, porqué ignoré los coágulos de sangre y seguí jugando un deporte violento por 10 temporadas sabiendo que esa decisión errada podía no solo terminar con mi carrera, sino posiblemente mi vida. Sé que las personas me llamarán, incauto, o imprudente, o cabeza hueca o estúpido debido a los riesgos a que sometí a mi cuerpo. Y esas personas ciertamente no están equivocadas.
Solo estoy tratando de ser honesto acerca de porqué ciertos tipos actúan de manera tan imprudente, sea que jueguen con coágulos de sangre o con huesos fracturados, o concusiones, o hasta con episodios de abuso de sustancias. En el fondo se trata del mismo problema. Es el miedo a una pregunta: ¿Quién soy sin este juego?
Cuando finalmente salí del juego, lo hice con los ojos bien abiertos. Sabía que sería una batalla acostumbrarme, pero afortunadamente terminé encontrando un nuevo propósito muy rápidamente. Seguí oyendo la misma historia de tipos quienes se habían retirado. Querían empezar una nueva vida, pero estaban como perdidos. Así que mi esposa y yo empezamos una empresa que no solo ayuda la transición de atletas hacia nuevas carreras, sino que también los educa en todas las destrezas de la vida y otros atributos que tienen los atletas, y que se pueden aprovechar en el mundo corporativo.
Nuestra meta es ayudar completamente a los atletas a asumir una nueva carrera con la misma pasión con que afrontaron su deporte.
No importa de cual deporte estemos hablando, el problema de fondo siempre es el mismo: Si se tiene la insana dedicación, ética de trabajo y orgullo que hace falta para llegar a las grandes ligas, entonces tu camiseta va a tener que ser arrancada de tus manos frías y dormidas.
No fue hasta que visualicé a mi hija creciendo sin su padre que me di cuenta de que era tiempo de retirarme. Ella tiene dos años de edad ahora, y nuestro segundo hijo nacerá este mes.
Su papá es ahora un tipo viejo normal. Pero cuando ellos me pregunten quién solía ser, por lo menos les puedo decir que en su momento, fui un Honorary Western Canadian Grinder.
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Jed Ortmeyer vive en Omaha, Neb., donde él y su esposa administran Sportfield Recruit, una empresa que coloca a antiguos atletas profesionales en el mundo corporativo después que terminan sus carreras deportivas.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
lunes, 13 de febrero de 2017
Al Jarreau, Cantante Quien se Paseó por el Jazz, el Pop y el R&B, fallece a los 76 años.
Margalit Fox. 12-02-2107. The New York Times.
Al Jarreau, un vocalista versátil quien vendió millones de discos y ganó varios Grammy por su trabajo en el pop y R&B así como por su primer amor, el jazz, falleció este domingo 12 de febrero en Los Angeles.
Su muerte fue anunciada por su gerente, Joe Gordon, quién dijo que Mr. Jarreau había sido hospitalizado por agotamiento hace dos semanas. Por consejo de sus médicos, él había cancelado las fechas de su gira y se había retirado de las giras.
Mr. Jarreau no empezó su carrera musical a tiempo completo hasta que tenía casi 30 años de edad, pero en pocos años había empezado a llamar la atención por un estilo de vocalización que era atractivo al instante y muy inusual. Los críticos estaban particularmente impresionados por su capacidad de improvisación, sobre todo por su habilidad para producir un entramado de vocalizaciones de sinsentidos deliciosos hasta gruñidos hasta sonidos casi instrumentales.
Aunque dejó su huella inicial en el mundo del jazz; el estilo de Mr. Jarreau, y su audiencia atravesó barreras estilísticas. Su música incorporó elementos de pop, soul, gospel, latina y otros géneros. Fue una marca de su eclecticismo el que ganara seis Grammy en tres categorías distintas: jazz, pop y R&B. También formó parte de los intérpretes de un álbum infantil ganador del Grammy: “In Harmony; A Sesame Street Record”.
Si el altamente accesible e intenso estilo personal de Mr. Jarreau desafiaba cualquier clasificación sencilla, esa alta accesibilidad, y, quizás, el hecho de su considerable éxito comercial, dejó escépticos a muchos puristas del jazz.
Al revisar un concierto de Mr. Jarreau en el Savoy de Nueva York en 1981, Stephen Holden de The New York Times encapsuló lo que muchos veían como los pro y los contra del singular estilo de Mr. Jarreau:
“Al Jarraeau puede ser el cantante de jazz-fusion más dotado técnicamente de hoy”, escribió Mr. Holden. De la actuación de esa noche, sin embargo, él continuó: “El concierto de Mr. Jarreau careció del alcance emocional del gran jazz. Él es un talento tan prodigioso que ni la ausencia de las mínimas inflexiones del blues impidieron que su música fuese profunda”.
Pero las reservas de los críticos nunca desanimaron a Mr. Jarreau, quien se enorgullecía de si, como le dijo a The Los Angeles Times en 1986, acerca de su “actitud para el jazz”, la cual el definió como “la idea de estar abierto a cada momento como una oportunidad para crear algo diferente”.
“Trato de ser receptivo”, añadió él, “y de escuchar, y no tener miedo de intentar algo nuevo”.
Alwyn Lopez Jarreau nació en Milwaukee el 12 de marzo de 1940, en una familia de músicos. Su padre, un ministro, era un buen cantante; su madre tocaba el piano en la iglesia. El joven Al empezó a cantar a los 4 años de edad, armonizando con sus hermanos. De joven cantó en la iglesia, así como con grupos armónicos callejeros y bandas de jazz locales.
Mr. Jarreau logró un título universitario en psicología en Rippon College en Wisconsin, en 1962, y una maestría en rehabilitación vocacional de la University of Iowa en 1964. Luego se mudó a San Francisco, donde trabajó como consultor de rehabilitación para personas discapacitadas.
Pero Mr. Jarreau no pudo resistir el llamado del jazz y más temprano que tarde estaba cantando en los clubes nocturnos locales. Para finales de los años ’60, había renunciado a su trabajo diurno y empezó una carrera en los clubes nocturnos, primero en la costa oeste y eventualmente en Nueva York.
Alcanzó audiencia nacional con el álbum “We Got By”, lanzado por Warner Bros., en 1975, con halagos de la crítica y éxito comercial.
Aunque fue publicitado como su debut, era en realidad su segundo álbum. Hacía una década, Mr. Jarreau había grabado un álbum, lanzado más adelante con el sello Bainbridge bajo el título “1965”. Aunque Mr. Jarreau tomó acciones legales, sin éxito, para bloquear el lanzamiento diferido de ese álbum en 1982, el mismo es estimado por los conocedores del jazz en la actualidad.
Las apariciones en “Saturday Night Live” y otros programas televisivos levantaron su perfil, así como lo hicieron las largas giras. En 1981 tuvo su éxito más grande con la canción: “We’re in This Love Together”, la cual alcanzó el puesto 15 en la cartelera de sencillos pop de Billboard.
Ganó su primer Grammy en 1978, como mejor vocalización de jazz, en su álbum “Look to the Rainbow”. Ganó su último en 2007, por mejor vocalización de R&B tradicional; el premio fue compartido por Mr. Jarreau, George Benson y Jill Scott por su interpretación conjunta de “God Bless the Child”.
Entre esos años, en 1982, Mr. Jarreau ganó un Grammy por mejor vocalización pop masculina por el título de su álbum “Breakin’ Away”. Ese año, también recibió el Grammy por mejor vocalización masculina de jazz, por su versión de “Blue Rondo a la Turk” de Dave Brubeck, del mismo álbum.
Sus otros Grammy llegaron en 1979 por el álbum “All Fly Home” (en la categoría jazz), y en 1993 por el álbum “Heaven and Earth” (en R&B). Un séptimo Grammy llegó en 1981 por “In Harmony: A Sesame Street Record”, un álbum infantil de compilación junto a varios artistas.
Entre las grabaciones más conocidas de Mr. Jarreau estuvo la canción tema de la serie de televisión “Moonlighting”, para la cual él escribió la letra a la música de Lee Holdridge. Apareció en Broadway como reemplazo en el papel de el Teen Angel en la reposición de “Grease” en 1994.
El primer matrimonio de Mr. Jarreau, con Phyllis Hall, terminó en divorcio. Le sobreviven su esposa, la antigua Susan Player; un hijo, Ryan; dos hermanos, Marshall y Appie; y una hermana, Rose Marie Freeman.
Mr. Jarreau, canceló varios conciertos en 2010 luego de experimentar problemas cardíacos y respiratorios durante una gira europea. Fue hospitalizado por 11 días pero reanudó el calendario de su gira después que fue dado de alta, y había continuado actuando hasta hace poco.
Poco después de su hospitalización de 2010, él dijo en una entrevista que sus problemas de salud no habían sido tan serios como sugerían los reportes, pero bromeó con que valoraba la atención que recibía en los medios porque eso probaba que era una celebridad. “Pensé”, dijo él, “’Si, tal vez llegué al tope’”.
Peter Keepnews y Jack Kadden contribuyeron como reporteros
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 8 de febrero de 2017
En la nación Navajo, un baloncestista de otrora se gana el respeto.
Michael Powell.01-01-2017. The New York Times
En un lugar de pobreza, enfermedades sociales y familias fracturadas, Raul Mendoza, 69, entrenador de los Wildcats de Chinle, Ariz., es una fuente de fuerza tranquila para sus jóvenes jugadores.
Hace más de 60 años, un muchacho indio estadounidense escaló una montaña y oteo frente al desierto de Sonora. Vio el reflejo del golfo de California y se preguntó acerca del mundo que había más allá. Entonces regresó a recoger algodón en los campos del sur de Arizona, donde el sol veraniego golpeaba su espalda como un martillo.
El muchacho cumplió 7 años, y su abuela le dijo que subiera al bus escolar. Serás el primero de nuestra familia en recibir educación. Si, abuela. Ese rápido bus saltó y brincó por las carreteras polvorientas y llegó a una escuela primaria de Arizona.
El muchacho, Raul Mendoza, hablaba algo de español y el lenguaje de su tribu, los Tohono O’odham, cuyas tierras están al sur de Arizona y al norte de México. Se encontraba en un mundo extraño.
Chinle, Ariz.,-- La noche invernal cayó como una sábana sobre la reservación Navajo y este pueblo asentado en la boca de Canyon de Chelly, el corazón espiritual de esta tierra.
Entré al inmenso gimnasio de la escuela secundaria y vi a un equipo de baloncesto de Holbrook, Ariz., corriendo y pasando y presionando, amenazando con hacer pasar un mal rato al equipo local.
En el medio tiempo, los jugadores de Chinle regresaron silenciosos a su camerino, 7 puntos abajo.
Su entrenador entró. Cabellos platinados, camisa gris, pantalones negros y una corbata, no gritaba ni apretaba el puño. Su intensidad era fluida. Miraba el cuerpo inclinado de un delantero y le preguntó con tranquilidad: “Elijah, ¿estás cansado? ¿No más?” Entonces le dijo a su joven muchacho prodigio, “Cooper, estás listo para jugar ahora?”
Se volteó hacia la pizarra y dibujó jugadas y configuraciones defensivas. El suyo es un equipo joven, son un estudiante de primer año y otro de segundo, y él es un entrenador quien nunca deja de enseñar.
“Holbrook va a seguir atacándolos. No bajaran la intensidad”.
El entrenador sabía de lo que hablaba. Tuvo éxito dirigiendo en Holbrook, en la frontera de la Navajo Nation, hasta que se retiró pocos años atrás y lo sustituyó su antiguo asistente. Mirar el estilo de ese equipo era ver un duplicado de su equipo de Chinle.
El entrenador se aseguró de que los ojos de sus muchachos estuviesen fijados en los de él.
“No hay límite en lo que podemos lograr si no nos importa quien se lleva el crédito”, les dijo.
Los jugadores juntaron los puños, y entonaron, “¡Compartir el azúcar!” y se lanzaron al piso. “¿Qué es eso de compartir azúcar?” pregunté. El entrenador, Raul Mendoza se encogió de hombros y sonrió.
“No tengo idea. Tengo 69 años, hombre. Solo necesito que ellos corten las pelotas y pasen más”.
Mendoza, quien salió de Tohono O’odham Nation hace largo tiempo, tiene casi 700 triunfos en su carrera, dos premios Coach of the Year (Entrenador del Año) y un campeonato estadal a su crédito. Él es un entrenador reverenciado en una reservación donde los aros son primos de la religión. Reservación de baloncesto, llamada balón rez, es un estilo de juego de chirridos de zapatos girando en movimientos centrífugos. Sus secretos son pasados de abuelos, a tías, a hijos.
La población de Chinle es de 4.518 habitantes. Alrededor de 3.500 aficionados asistieron a este juego de mediados de semana, abuelas envueltas en mantas tradicionales, tías y tíos, y adolescentes coquetas. Se espera que los muchachos usen camisas y corbatas en los juegos, y sin importar que tan humildes sean las finanzas familiares, ellos lucen elegantes.
El equipo de los muchachos de Chinle, los Wildcats, se derrumbó el año pasado con una marca de 4-17. Los directivos del equipo persuadieron a Mendoza, quien entonces era entrenador en Window Rock, Ariz., para tomar el control en Chinle. Mendoza y yo nos conocimos hace unos años, y el me invitó a mirar su reconstrucción. Me dije ¿por qué no?
Esta era mi oportunidad de meter la pala en el suelo de la pelota rez, para explorar las vidas de esos muchachos Navajos y sus familias. Y era una oportunidad para explorar que motiva a este hombre y su pasión por aconsejar y enseñar baloncesto en esta hermosa tierra.
Tomé un vuelo y manejé hasta la nación Navajo.
Hace unas décadas, viajé a este lugar con mi esposa, Evelyn, y nuestros pequeños hijos. Vivíamos en un remolque. Evelyn, una partera, traía bebés a este mundo en el Indian Health Service. Los días libres, poníamos a Aidan, el nené, en mi espalda, ella llevaba de la mano a Nick de cinco años de edad y bajábamos al Canyon de Chelly, donde, por siglos, los Navajos cultivaron la tierra, rezaban oraciones y se escondieron de los invasores blancos. Los cuervos se posaban sobre los muros de arenisca mientras nosotros pasábamos nuestras manos por las dunas de arena petrificada y sentíamos el misterio.
A una milla de ese cañón, me senté en un restaurant y conversé con Mendoza. Él ha entrenado equipos de estadounidenses nativos por 35 años. Él trató de retirarse pero su majestad el baloncesto lo trajo de vuelta. Trabajar aquí es refrescante y asfixiante. Después de las victorias, los navajos estrechan su mano en las gasolineras y el supermercado. Después de las derrotas, algunos murmuran, cuestionando las jugadas y las sustituciones.
Sus muchachos proceden de muchos rincones de esta gran reservación. (La nación Navajo descansa una milla por encima del nivel del mar y se extiende a través de tres estados. Es del tamaño de Massachusetts, Vermont y Connecticut combinados).
Nachae Nez, un piloto de buen lanzamiento, jugaba en Holbrook como estudiante de primer año. Mientras estaba ahí, en un giro hacia el aro se rompió la rodilla. Él es estudioso, y encontró que la academia era su camino para salir de la pobreza, así que se inscribió en la Navajo Preparatory School de Framington, N.M.
Nez reconstruyó su rodilla y lideró la Prepa en puntos anotados. Entonces su madre fue despedida de una planta de harina, y fueron sacados de su hogar. Él regresó a Chinle para su último año en la escuela. Aun tiene la mirada en la universidad.
Quiero conseguir un grado en agricultura y servir a mi pueblo”, dijo Nez mientras nos sentábamos en la tribuna.
Angelo Lewis vagaba por ahí. Un estudiante de segundo año de hombros amplios, tiene un toque especial para hacer pases. Lewis había llamado a Mendoza. No podía arrancar la camioneta pick-up de su abuelo y temía perder la práctica.
“Revisa la batería y el alternador”, replicó Mendoza.
Lewis lo hizo. Las distancias son dantescas. Mendoza recorrió 90.000 millas en su carro durante los dos años pasados.
Cooper Burbank es el regular de primer año. Él es espigado y huesudo, con una facilidad natural en la cancha. Creció en Red Mesa, Ariz., un punto en las llanuras desérticas. Su escuela secundaria tenía una población de 108 estudiantes. Su madre, Joni Burbank, una maestra, quería que su hijo fuera a la universidad y temía que él necesitaba un reto más grande.
Un regular de primer año de un pueblo distante podría generar incomodidades en los compañeros más experimentados.
“A veces, el cambio es incómodo”, dijo Joni Burbank. “Necesitamos enfrentar eso, de manera que eso nos encamine hacia cosas más grandes y mejores”.
Un Camino Rocoso
Oiremos más de estos muchachos en febrero. Este es el cuento de su maestro, Mendoza. Él es un cuarto mexicano y tres cuartos Tohono O’odham.
Su madre y padre tenían problemas y lo abandonaron de bebé con su abuela, quién vivía en México. En verano y otoño, ella recolectaba algodón en Arizona, y Raul trabajaba con ella, un niño inclinado en los campos.
“Un buen recolector hacía nueve dólares al día”, dijo Mendoza. “Me dije, ‘Ni modo, voy a hacer esto toda mi vida’”.
Entonces su abuela le ordenó que subiera al bus escolar. Un maestro estadounidense preguntó su nombre.
“Dije ‘Carlos López’ porque él era el niño sentado a mi lado”, dijo Mendoza. “Reprobé primer grado porque no hablaba inglés”.
Su abuela falleció cuando él cursaba séptimo grado. Él se encontró con su padre solo una vez antes que este muriera. Mendoza permaneció en Arizona para asistir a la escuela secundaria.
¿Qué lo impulsó a lo largo de ese camino? Mendoza se encogió de hombros, una porción de nuestras vidas permanece como un misterio. Como estudiante de último año, le dijo a un consultor, “Quiero ir a la universidad”. El consultor se rió de él.
Mendoza tomó una batería de pruebas y sobresalió en matemática. Se inscribió en la universidad y fue premiado con privilegios. Conoció a su esposa, Marjorie, una Navajo, en la universidad. Ella salió embarazada, y abandonaron la universidad. Mendoza trabajaba en una fábrica, hacía 30.000 dólares al año.
Era buen dinero, aun así el sentía un dolor. Quería entrenar y enseñar niños para navegar por mundos nuevos. Cuando renunció al trabajo de la fábrica, sus amigos le dijeron: “¡Estás loco!” “¡Enseñando no vas a ganar ningún dinero!”
Él hizo una pausa, sonriendo.
“Seguro, mi primer trabajo en Window Rock, gané 9.500 dólares al año”.
Mendoza ha trabajado desde entonces como consultor guía y entrenador en la Navajo Nation y la Apache Nation en las White Mountains. Su esposa enseña en la reservación.
Esas naciones están rodeadas por montañas y bosques, con clanes, lideres y espiritualismo muy arraigado. Cada una es pobre, plagada por el alcoholismo, el abuso de drogas y familias fracturadas.
Mendoza tuvo temporadas ganadoras en la Apache Nation. Kareem Abdul-Jabbar fue su entrenador asistente un año, una experiencia no del todo satisfactoria. Mendoza esperaba que Abdul-Jabbar, un grande de la NBA quien fue estudiante con el entrenador el Salón de la Fama, John Wooden, le enseñara algunos trucos a sus estudiantes.
“Había muchas distracciones mediáticas”, dijo Mendoza. “Le pedí que le enseñara a un muchacho alto el doblepaso. Jabbar me miró y dijo, ‘El muchacho no quiere hacer eso’”.
Mendoza rie. El humor es su bálsamo.
La reservación Apache sufrió una epidemia de suicidio adolescente. Mendoza es un maestro en infundir la turbulencia de la pelota rez con disciplina ofensiva y defensiva. Su logro de más orgullo, sin embargo, fue este: Ninguno de sus adolescentes se quitó la vida.
“Le dije a los muchachos, ‘Entiendo, conocí el miedo’”, dijo él. “Aprendí como te puede afectar la rabia”.
Él llegó a reconocer el poder de lo mágico, lo cual se niega a calificar como superstición. El misticismo, los hechizos y los brujos son asuntos cotidianos aquí. Mendoza vio los ojos de un hombre sobrio voltearse en su cabeza en la Apache Nation, señal de que un espíritu astral pudiera estar rondando. Durante un juego, él y sus jugadores experimentaron un extraño delirio. Le dijeron después que habían escondido dentro del gimnasio muñecas mágicas, kachinas. La creencia en lo desconocido es palpable, una conciencia colectiva poderosa y presente.
Una vez, su mejor jugador Apache empezó a beber mucho.
¿Qué ocurre? Preguntó Mendoza.
“Me siguen tres sombras”, replicó el muchacho. “Una es alta y se para en la cesta y saca la pelota. Una pequeña detiene mis pases. La mediana me pone ansioso. No puedo más con eso”.
Mendoza trajo una bailarina de la corona Apache para purificar el gimnasio, y siguió hablando con el adolescente. Las sombras desaparecieron.
En la Navajo Nation, muchas familias y niños son conocidos como tradicionales, ellos se apegan a las enseñanzas espirituales. Hablé con el instructor atlético de Chinle, Shaun Martin. Es educado, un líder, ultramaratonista de clase mundial y creyente tradicional.
Un Navajo, dijo él, se esfuerza por el hozho, balance, en un mundo donde los cañones, coyotes, el cielo y las tortugas son considerados igualmente vivos.
“Llámalo chi, llámalo karma, hozho es como entendemos nuestro camino en este mundo”, dijo Martin. “Un adolescente, quien está alerta pero aun no tiene el control, se preocupa por los hechizos”.
¿Fueron sus largos peregrinajes en este mundo difíciles para su familia? Le pregunté a Mendoza.
Él sonó sus manos.
“Eso me afectó”, dijo el tranquilamente.
Mis hijos terminaron la escuela secundaria antes que me diera cuenta que los extrañaba”, dijo él. “Mi hija mayor estaba muy enojada”.
Pasó horas hablando con su hija, oyendo su dolor. Él sentía la presencia de sus propias sombras.
“Le dije que no tuve padre, yo no sabía como convertirme en uno”, dijo él.
Sin guía, el maestro guía se había perdido.
Esas sombras reincidieron. La hija mayor vive en la casa de los Mendoza en Holbrook, y frecuentemente Mendoza y su esposa viajan 200 millas ida y vuelta desde su apartamento de Chinle para verla a ella y a sus nietos.
“Le digo a mis jugadores, que deben aprender todo el tiempo”, dijo él.
Voltear un Juego
Los Wildcats regresaron rugiendo contra Holbrook. Burbank, el de primer año, ejecutó saltos, y Lewis hizo pases maravillosos. Lograron una victoria resonante.
Jugaron la noche siguiente contra su rival de la reservación, Tuba City (un viaje de ida y vuelta de 280 millas). El juego fue muy bueno, el paso intenso. Como en el hockey, los jugadores entraban y salían por turnos.
Tuba City ganó un juego cerrado. La marca de Chinle se detuvo en 5-3, apenas buena en una división de muchos equipos.
“Nos disparamos en el pie”, Mendoza les dice a sus muchachos. “Nos pusimos egoístas”.
Había otro juego contra el archirrival; Window Rock. Mendoza convocó la práctica y le dijo a sus jugadores que reflexionaran. Caminamos afuera, y Mendoza levantó su rostro hacia la luna y sonrió. Hay crisoles más duros que un juego perdido
Estrechamos manos y dijimos adiós.
El día siguiente me desperté a las 5 am y manejé hasta salir de la Navajo Nation por el sur, por donde la carretera se interna a través de bosques de piñon y pino rojo hacia Phoenix. Encontré una estación de radio indígena; oi cantos rítmicos y flautas y poemas para saludar el amanecer.
En dos meses, regresaré para ver que ha sido de Mendoza y sus cargas adolescentes.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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