martes, 14 de febrero de 2017

La sensación de que has muerto.

Jed Ortmeyer, jugador retirado de NHL. The Players’ Tribune. 09 de diciembre de 2016. Me senté en la habitación de exámenes del hospital y estiré mis brazos, trataba de relajar mi mente. Solo eran dolores en el pecho. El entrenador de nuestro equipo me había dicho la noche anterior que probablemente eran causados por la deshidratación o un tirón muscular, y me dije una y otra vez que probablemente el estaba en lo cierto. Yo estaba bien…¿cierto? Me refiero a que jugaba en la NHL. Yo era un Ranger de Nueva York. Las lesiones eran parte del juego. Sin importar como me sentía por dentro, iba a estar bien. Las enfermeras efectuaban sus pruebas, y yo estaba seguro de que pronto regresarían para decirme que todo iba a estar bien. Excepto que no podía dejar de pensar en la sangre. El día anterior, me había despertado de un largo reposo y empecé a toser sangre en el fregadero. Así que hice lo que todo el mundo hace cuando está asustado. Llamé a mi mamá. “Jed”, dijo ella. “Llama a tu entrenador de inmediato”. “De verdad no pienso que esto sea gran cosa. Es medianoche”. “No me importa que hora sea. Llama a tu entrenador. De inmediato.” Eso es algo que diría cualquier mamá. No importaba que ella fuese una enfermera cardíaca. Esa era mamá siendo mamá. Yo estaba bien. Pero entonces cuando me levante la mañana siguiente, apenas podía respirar. Así que llamé a nuestro entrenador, quien llamó al médico del equipo, el cual me dijo que fuese al hospital de inmediato. Así que estaba sentado en la mesa de exámenes, esperando por los resultados de las pruebas, pensando en la sangre del fregadero. Después de un rato, una de las enfermeras vino. No dijo nada, pero me abrazó. Nada para alarmarse. Me había hecho amigo de las enfermeras del hospital a través de los años, por la cuota de lesiones de un jugador de hockey. Entonces vino otra enfermera un minuto después y también me abrazó. Cuando se retiró, noté que ella tenía lágrimas en sus ojos. “¿Qué está pasando?” Pregunté. Estaba empezando a asustarme. “El médico vendrá a verlo pronto”, dijo ella. Guao, pensé. Ahora sabía que había algo mal, pero ella no era médico, y no le estaba permitido decirme lo que habían encontrado. Entonces llegó el médico y pude sentir como la vida era succionada de la habitación cuando cerró la puerta. Hasta ese último momento había mantenido la esperanza, pero entonces supe que se trataba de algo serio. “Tienes una embolia pulmonar”, dijo él. “Coágulos de sangre en ambos pulmones”. Él pasó a explicar que las pruebas sanguíneas que había realizado revelaron un extraño desorden. Yo tenía una mutación en mis genes que causa que mi sangre sea más espesa que la de la persona promedio, lo cual puede ocasionar la formación de coágulos. Me fue prescrito un estricto régimen de fluidizantes sanguíneos y ejercicios diarios, y encima de eso me dijeron que cualquier lesión que causara sangrado podría ocasionar una situación catastrófica para mi vida. Por supuesto, todo el tiempo lo que él estuvo hablando me pareció sin sentido. Cuando te das cuenta que tienes algo tan serio como coágulos de sangre en tus pulmones, todas las cosas sin importancia de tu vida se desvanecen, y solo piensas en lo que más te importa en el mundo. ¿La familia? No. ¿Los amigos? No. “¿Cuando puedo jugar hockey otra vez?” Pregunté “Acabas de pasar dos coágulos a través de tu corazón. Realmente no tengo idea de cómo sigues vivo” “Está bien…pero si fuese a seguir jugando…” “Tu carrera terminó, Jed. A menos que quieras morir sobre el hielo”. Él puede haber dicho algo más después de eso, pero no lo recuerdo. Sonreí y pretendí haber asimilado lo que él había dicho, pero por dentro en todo lo que pensaba era en regresar a la pista de hielo del Madison Square Garden. Te vas a morir en alguna parte, ¿cierto? ________________________________________ Si sigues el deporte, debes haber oido mucho acerca de coágulos de sangre recientemente. El hockey ha tenido su cuota de casos, con tipos como Steven Stamkos y Pascal Dupuis sufriéndolos, pero no es solo un tema de la NHL. Chris Bosh de los Heat de Miami también ha vivido eso. Stamkos perdió un tiempo significativo la temporada pasada, Dupuis fue obligado a retirarse, y Bosch ha estado tratando de regresar a pesar de las advertencias de los médicos. Cada vez que los atletas expresan su deseo de seguir activos en situaciones que ponen en riesgo la vida, los aficionados tienden a criticarlos y a preguntar por qué alguien haría eso. No puedo hablar de la severidad de las situaciones de esos tipos o de cómo se sienten, pero puedo hablar de lo que ocurría en mi mente. Desde que yo tenía tres años de edad, solo tenía un sueño: jugar en la NHL. Hice todos los sacrificios que tienen que hacer los jugadores de hockey. Me levantaba todos los días antes que el sol saliera. Ingresé a la única liga de hockey del estado de Nebraska. Utilicé cada dia de fiestas, cumpleaños o cualquier oportunidad de recibir regalos para pedir estúpidos implementos de hockey en vez de cualquier juguete verdadero o buenos juegos de video. Vendí cada pulgada de espacio publicitario de mi camiseta de hockey a negocios locales de Omaha hasta que fue casi imposible decir cual era el color original de la misma. (En serio, si se piensa que las camisetas de la Finnish Elite League tienen una tonelada de patrocinantes, deberían haber visto mis camisetas de visitante del equipo). Y practiqué. En todo mi tiempo libre, practiqué tanto como me fue posible para que algún día, tal vez, fuera capaz de jugar en la NHL. Así que cuando llegué a la NHL luego de cuatro años en Michigan, cuando de verdad llegué a los Rangers de Nueva York, los médicos iban a tener que quitarme esa camiseta de mis manos frias y dormidas. Se podría pensar que estoy exagerando, pero déjenme pintar la escena. Cuando entré al camerino de los Rangers para el campamento de entrenamiento en 2003, estos eran los tipos quienes estaban sentados ahí, vistiéndose a mi lado: Mark Messier, Brian Leetch, Eric Lindros, Pavel Bure, Alexei Kovalev, y Petr Nedved. Y más adelante esa temporada hicimos un cambio por Jaromir Jagr. Mi primera conversacíón con Jagr ocurrió después que todos habían abandonado la pista y yo estaba cumpliendo con mis deberes de novato recogiendo todos los pucks de prácticas Él patina alrededor y dice, “”Tu nombre es Jed, ¿cierto?” Me dije, Caramba, él sabe mi nombre. Él dice, “Puedo practicar contigo?” En mi mente, me digo, Ah, ¿Puedo practicar contigo? Pero solo digo, “Si, seguro”. Así que disparamos pucks y él dice, “¿De donde eres?” “Nebraska.” “¿Juagan hockey allí?” “Jaja, tratamos”. Jagr hace una pausa por un segundo como si estuviera pensando en algo, y entonces sus ojos se iluminan y dice: “Cornhuskers. Buen equipo de futbol americano”. Entonces él siguió disparando pucks. Ese fue el momento cuando me di cuenta, Soy un puñetero Ranger de Nueva York. Estoy mirando a Jaromir Jagr. Jagr y yo estamos hablando de los Cornhuskers justo ahora. Sin embargo hay más en esta escena. Yo había pasado las primeras semanas de esa temporada en las menores antes de ser llamado en noviembre al comienzo de una gira de cuatro juegos. No fue hasta mi quinto juego que experimenté jugar hockey de verdad en el Madison Square Garden junto a todas esas leyendas. Y eso fue el cielo. Simple y llanamente. A pocos minutos para terminar el tercer período, el árbitro alzó su brazo. Otra penalización. Estábamos en dificultades. Nuestro entrenador, Glen Sather, pronunció mi nombre, y sin pensar, yo salté hacia la pista. Durante los juegos, no piensas en nada excepto en lo que se supone que hagas sobre el hielo. No hay tiempo para pensar donde estás o en las 20.000 personas que gritan a tu alrededor. Solo tratas de jugar hockey y no fallar. Así que salí a la pista e hice mi trabajo. Bloqueé un disparo, luego otro, luego un tercero. Finalmente, llevé el puck sobre el hielo y terminé mi turno. Cuando regresé a la banca, todo el equipo estaba de pie, chocando las manos conmigo y dándome palmadas en el hombro mientras contenía mi aliento. La multitud enloquecía. Fue un momento que nunca olvidaré, esos inquilinos del Salón de la Fama dándome su aprobación. Pero eso no es por lo que mueres. Ganamos el juego, y todos celebraban después en el camerino. Después que los entrenadores se fueron, Messier me llevó a un lado. “Me gustó, lo que hiciste en la pista esta noche”, dijo él. “Desde ahora en adelante, considérate un Western Canadian Grinder honorario. Te lo digo yo, muchacho. Eres oficial”. Mark Messier me dijo eso. El Capitán. ¡El Moose! Él y yo estábamos en el mismo equipo, batallando cada noche para tratar de ganar la Stanley Cup, y él estaba emocionado de verme triunfar. ¿Qué, en cualquier vida, podía ser mejor que eso? Ese es el sentimiento por el que moriría. Solo pasaron unas pocas horas después que salí del hospital para tomar una decisión: Iba a encontrar la manera de seguir jugando. ________________________________________ Fui diagnosticado con los coágulos y el desorden sanguíneo a finales de agosto de 2006, y pasé los próximos cuatro meses trabajando con los médicos y los fisioterapeutas del equipo para encontrar la forma de ser capaz de estar en la pista de una manera que…bien…no resultara en una muerte súbita para mí durante la práctica o en medio de un juego. Tuve que practicar por mi cuenta varios meses. Cualquier contacto podía causar problemas mayores, si llegaba a cortarme con un puck o un palo podía desangrarme debido a los fluidizantes sanguíneos que estaba tomando. Así que tendría que patinar solo con los asistentes del entrenador antes o después de la práctica. Las personas se me acercaban rogando que parara. Regresé a los Rangers en enero de 2007. Antes de regresar, tuve que firmar un documento diciendo que yo era el único responsable en caso de que algo me ocurriera. No pude haber firmado mi nombre más rápido. Los fluidizantes sanguineos que estaba tomando eran en dosis de 12 horas. Tenía que llevar una inyectadora a la pista e inocularme inmediatamente después de cada juego (a menos que tuviera una contusión mayor), porque tenía que haber suficiente tiempo para que la medicina saliera de mi cuerpo antes de la práctica del día siguiente. Los días libres, tenía que ponerme dos inyecciones, porque mi cuerpo tendía a formar más coágulos de sangre si yo no me movía constantemente. Fue más un dolor logístico que cualquier cosa. Yo siempre tenía que saber los horarios de viajes y prácticas a la hora precisa. Pero nada de eso me importaba para nada. Estaba de vuelta donde pertenecía, y fui capaz de jugar 41 juegos en la segunda mitad de esa temporada. Amaba estar sobre el hielo. Terminamos llegando a la segunda ronda de playoffs ese año. Para ser completamente honesto, me sentía invencible en ese momento. Pensaba que si pude pasar dos coágulos a través de mi corazón y sobreviví, entonces nada podía pararme. Así que por supuesto, justo cuando pensaba que era invencible, tuve otro inconveniente. La siguiente temporada, después que firmé con Nashville, me lesioné el ligamento cruzado de la rodilla por tercera vez. Después de la cirugía en mi ligamento cruzado, se formó otro coágulo. Esta vez, tuve que implantarme un filtro en el pecho para que cualquier futuro coágulo no pudiese alcanzar mis órganos principales. Los médicos me dijeron que no jugaría más, esta vez era en serio. Pero después de rehabilitar mi rodilla durante un año, fui capaz de convencer a los Predators de que todavía podía jugar. Técnicamente yo aún estaba bajo contrato esa temporada así que tuvieron que pagarme de cualquier forma y firmar el documento que liberaba a las manos de Nashville de responsabilidades. Jugué lo suficientemente bien para probar que todavía era valioso para los Sharks la próxima temporada porque yo era barato con experiencia para un equipo con las apuestas en contra. Yo era barato, y fui una veta. Firmé otro documento, sin problemas. En los próximos años, reboté desde la NHL hasta la AHL y de vuelta. Y fui desde Nashville hasta Milwaukee. De vuelta a Nashville. Entonces fui a San Jose. San Antonio. Houston. Minnesota. De vuelta a Houston. De vuelta a Minnesota. Y finalmente … de vuelta a San Antonio. Por casi 10 años después que había sabido de mis coágulos de sangre, permanecí sobre el hielo, aunque cada año aparecía una nueva lesión o complicación, o el rumor de que yo estaba dañado, amenazaba con terminar la aventura. Las personas cercanas a mí querían que parara. Se acercaban para rogarme que lo dejara hasta ahí. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que seguir? Miren, el hockey era todo lo que había tenido desde que tenía tres años de edad. La vida me parecía sin significado sin eso. No fue hasta que alguien más entrara en mi vida cuando finalmente desperté. ________________________________________ “Siéntate”, dijo mi esposa Maggie antes de salir de nuestro apartamento. “Tengo una sorpresa para ti”. Estábamos en San Antonio y teníamos tal vez cinco minutos antes de salir para el aeropuerto. Solo quedaban dos meses de temporada, y mi esposa iba de regreso a casa en Nebraska. Pero hice lo que ella dijo, a pesar de estar apurado por salir. Me senté. “Cierra los ojos”. Cerré mis ojos”. “Estira la mano”. Estiré la mano y sentí una cosa plástica. “Abre los ojos”. Vi una prueba positiva de embarazo en mi mano. Solo habíamos tratado por corto tiempo. Sentí como que me iba a caer de la silla. Ese momento de verdad cambió todo. Debido a que solo teníamos cinco minutos para llegar al aeropuerto no tuve tiempo de asimilar la severidad de lo que significaba todo eso y menos que decir hasta después que ella se había ido y tuve algun tiempo para pensar. Me di cuenta de que esos probablemente iban a ser los dos últimos meses de mi carrera en el hockey. La ráfaga de emociones me dejó mudo. En el apartamento, en el carro y hasta en el aeropuerto. No fue hasta después que mi esposa y yo nos despedimos que entendí lo que eso significaba para mi carrera de hockey. Y eso me impactó tanto que tuve que sacar mi carro de la carretera y sentarme en silencio y pensar por unos minutos acerca de mi futuro. Me di cuenta que, por el bien de mi familia, iba a tener que retirarme del juego. Solo se tiene un pequeño espacio de tiempo para jugar deporte profesional. Cada atleta sabe que es así. Se obtienen menos años fuera de él de los que se invierten . Y es fácil para porque mí que me fui del hockey sin lamentos, pero sé que es así porque fui capaz de retirarme. Las cosas pudieron haber terminado drásticamente diferentes. Es solo que, en buena parte de mi vida, el hockey fue todo para mí. Era lo único que quería, y lo único que sabía hacer bien. Mi miedo no era que pudiese morir si seguía jugando, era que si renunciaba a jugar yo sabía que por lo menos una parte de mí, moriría definitivamente. Sé que hay personas quienes dirán que nunca entenderán porqué hice lo que hice, porqué ignoré los coágulos de sangre y seguí jugando un deporte violento por 10 temporadas sabiendo que esa decisión errada podía no solo terminar con mi carrera, sino posiblemente mi vida. Sé que las personas me llamarán, incauto, o imprudente, o cabeza hueca o estúpido debido a los riesgos a que sometí a mi cuerpo. Y esas personas ciertamente no están equivocadas. Solo estoy tratando de ser honesto acerca de porqué ciertos tipos actúan de manera tan imprudente, sea que jueguen con coágulos de sangre o con huesos fracturados, o concusiones, o hasta con episodios de abuso de sustancias. En el fondo se trata del mismo problema. Es el miedo a una pregunta: ¿Quién soy sin este juego? Cuando finalmente salí del juego, lo hice con los ojos bien abiertos. Sabía que sería una batalla acostumbrarme, pero afortunadamente terminé encontrando un nuevo propósito muy rápidamente. Seguí oyendo la misma historia de tipos quienes se habían retirado. Querían empezar una nueva vida, pero estaban como perdidos. Así que mi esposa y yo empezamos una empresa que no solo ayuda la transición de atletas hacia nuevas carreras, sino que también los educa en todas las destrezas de la vida y otros atributos que tienen los atletas, y que se pueden aprovechar en el mundo corporativo. Nuestra meta es ayudar completamente a los atletas a asumir una nueva carrera con la misma pasión con que afrontaron su deporte. No importa de cual deporte estemos hablando, el problema de fondo siempre es el mismo: Si se tiene la insana dedicación, ética de trabajo y orgullo que hace falta para llegar a las grandes ligas, entonces tu camiseta va a tener que ser arrancada de tus manos frías y dormidas. No fue hasta que visualicé a mi hija creciendo sin su padre que me di cuenta de que era tiempo de retirarme. Ella tiene dos años de edad ahora, y nuestro segundo hijo nacerá este mes. Su papá es ahora un tipo viejo normal. Pero cuando ellos me pregunten quién solía ser, por lo menos les puedo decir que en su momento, fui un Honorary Western Canadian Grinder. ________________________________________ Jed Ortmeyer vive en Omaha, Neb., donde él y su esposa administran Sportfield Recruit, una empresa que coloca a antiguos atletas profesionales en el mundo corporativo después que terminan sus carreras deportivas. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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