miércoles, 8 de febrero de 2017

En la nación Navajo, un baloncestista de otrora se gana el respeto.

Michael Powell.01-01-2017. The New York Times En un lugar de pobreza, enfermedades sociales y familias fracturadas, Raul Mendoza, 69, entrenador de los Wildcats de Chinle, Ariz., es una fuente de fuerza tranquila para sus jóvenes jugadores. Hace más de 60 años, un muchacho indio estadounidense escaló una montaña y oteo frente al desierto de Sonora. Vio el reflejo del golfo de California y se preguntó acerca del mundo que había más allá. Entonces regresó a recoger algodón en los campos del sur de Arizona, donde el sol veraniego golpeaba su espalda como un martillo. El muchacho cumplió 7 años, y su abuela le dijo que subiera al bus escolar. Serás el primero de nuestra familia en recibir educación. Si, abuela. Ese rápido bus saltó y brincó por las carreteras polvorientas y llegó a una escuela primaria de Arizona. El muchacho, Raul Mendoza, hablaba algo de español y el lenguaje de su tribu, los Tohono O’odham, cuyas tierras están al sur de Arizona y al norte de México. Se encontraba en un mundo extraño. Chinle, Ariz.,-- La noche invernal cayó como una sábana sobre la reservación Navajo y este pueblo asentado en la boca de Canyon de Chelly, el corazón espiritual de esta tierra. Entré al inmenso gimnasio de la escuela secundaria y vi a un equipo de baloncesto de Holbrook, Ariz., corriendo y pasando y presionando, amenazando con hacer pasar un mal rato al equipo local. En el medio tiempo, los jugadores de Chinle regresaron silenciosos a su camerino, 7 puntos abajo. Su entrenador entró. Cabellos platinados, camisa gris, pantalones negros y una corbata, no gritaba ni apretaba el puño. Su intensidad era fluida. Miraba el cuerpo inclinado de un delantero y le preguntó con tranquilidad: “Elijah, ¿estás cansado? ¿No más?” Entonces le dijo a su joven muchacho prodigio, “Cooper, estás listo para jugar ahora?” Se volteó hacia la pizarra y dibujó jugadas y configuraciones defensivas. El suyo es un equipo joven, son un estudiante de primer año y otro de segundo, y él es un entrenador quien nunca deja de enseñar. “Holbrook va a seguir atacándolos. No bajaran la intensidad”. El entrenador sabía de lo que hablaba. Tuvo éxito dirigiendo en Holbrook, en la frontera de la Navajo Nation, hasta que se retiró pocos años atrás y lo sustituyó su antiguo asistente. Mirar el estilo de ese equipo era ver un duplicado de su equipo de Chinle. El entrenador se aseguró de que los ojos de sus muchachos estuviesen fijados en los de él. “No hay límite en lo que podemos lograr si no nos importa quien se lleva el crédito”, les dijo. Los jugadores juntaron los puños, y entonaron, “¡Compartir el azúcar!” y se lanzaron al piso. “¿Qué es eso de compartir azúcar?” pregunté. El entrenador, Raul Mendoza se encogió de hombros y sonrió. “No tengo idea. Tengo 69 años, hombre. Solo necesito que ellos corten las pelotas y pasen más”. Mendoza, quien salió de Tohono O’odham Nation hace largo tiempo, tiene casi 700 triunfos en su carrera, dos premios Coach of the Year (Entrenador del Año) y un campeonato estadal a su crédito. Él es un entrenador reverenciado en una reservación donde los aros son primos de la religión. Reservación de baloncesto, llamada balón rez, es un estilo de juego de chirridos de zapatos girando en movimientos centrífugos. Sus secretos son pasados de abuelos, a tías, a hijos. La población de Chinle es de 4.518 habitantes. Alrededor de 3.500 aficionados asistieron a este juego de mediados de semana, abuelas envueltas en mantas tradicionales, tías y tíos, y adolescentes coquetas. Se espera que los muchachos usen camisas y corbatas en los juegos, y sin importar que tan humildes sean las finanzas familiares, ellos lucen elegantes. El equipo de los muchachos de Chinle, los Wildcats, se derrumbó el año pasado con una marca de 4-17. Los directivos del equipo persuadieron a Mendoza, quien entonces era entrenador en Window Rock, Ariz., para tomar el control en Chinle. Mendoza y yo nos conocimos hace unos años, y el me invitó a mirar su reconstrucción. Me dije ¿por qué no? Esta era mi oportunidad de meter la pala en el suelo de la pelota rez, para explorar las vidas de esos muchachos Navajos y sus familias. Y era una oportunidad para explorar que motiva a este hombre y su pasión por aconsejar y enseñar baloncesto en esta hermosa tierra. Tomé un vuelo y manejé hasta la nación Navajo. Hace unas décadas, viajé a este lugar con mi esposa, Evelyn, y nuestros pequeños hijos. Vivíamos en un remolque. Evelyn, una partera, traía bebés a este mundo en el Indian Health Service. Los días libres, poníamos a Aidan, el nené, en mi espalda, ella llevaba de la mano a Nick de cinco años de edad y bajábamos al Canyon de Chelly, donde, por siglos, los Navajos cultivaron la tierra, rezaban oraciones y se escondieron de los invasores blancos. Los cuervos se posaban sobre los muros de arenisca mientras nosotros pasábamos nuestras manos por las dunas de arena petrificada y sentíamos el misterio. A una milla de ese cañón, me senté en un restaurant y conversé con Mendoza. Él ha entrenado equipos de estadounidenses nativos por 35 años. Él trató de retirarse pero su majestad el baloncesto lo trajo de vuelta. Trabajar aquí es refrescante y asfixiante. Después de las victorias, los navajos estrechan su mano en las gasolineras y el supermercado. Después de las derrotas, algunos murmuran, cuestionando las jugadas y las sustituciones. Sus muchachos proceden de muchos rincones de esta gran reservación. (La nación Navajo descansa una milla por encima del nivel del mar y se extiende a través de tres estados. Es del tamaño de Massachusetts, Vermont y Connecticut combinados). Nachae Nez, un piloto de buen lanzamiento, jugaba en Holbrook como estudiante de primer año. Mientras estaba ahí, en un giro hacia el aro se rompió la rodilla. Él es estudioso, y encontró que la academia era su camino para salir de la pobreza, así que se inscribió en la Navajo Preparatory School de Framington, N.M. Nez reconstruyó su rodilla y lideró la Prepa en puntos anotados. Entonces su madre fue despedida de una planta de harina, y fueron sacados de su hogar. Él regresó a Chinle para su último año en la escuela. Aun tiene la mirada en la universidad. Quiero conseguir un grado en agricultura y servir a mi pueblo”, dijo Nez mientras nos sentábamos en la tribuna. Angelo Lewis vagaba por ahí. Un estudiante de segundo año de hombros amplios, tiene un toque especial para hacer pases. Lewis había llamado a Mendoza. No podía arrancar la camioneta pick-up de su abuelo y temía perder la práctica. “Revisa la batería y el alternador”, replicó Mendoza. Lewis lo hizo. Las distancias son dantescas. Mendoza recorrió 90.000 millas en su carro durante los dos años pasados. Cooper Burbank es el regular de primer año. Él es espigado y huesudo, con una facilidad natural en la cancha. Creció en Red Mesa, Ariz., un punto en las llanuras desérticas. Su escuela secundaria tenía una población de 108 estudiantes. Su madre, Joni Burbank, una maestra, quería que su hijo fuera a la universidad y temía que él necesitaba un reto más grande. Un regular de primer año de un pueblo distante podría generar incomodidades en los compañeros más experimentados. “A veces, el cambio es incómodo”, dijo Joni Burbank. “Necesitamos enfrentar eso, de manera que eso nos encamine hacia cosas más grandes y mejores”. Un Camino Rocoso Oiremos más de estos muchachos en febrero. Este es el cuento de su maestro, Mendoza. Él es un cuarto mexicano y tres cuartos Tohono O’odham. Su madre y padre tenían problemas y lo abandonaron de bebé con su abuela, quién vivía en México. En verano y otoño, ella recolectaba algodón en Arizona, y Raul trabajaba con ella, un niño inclinado en los campos. “Un buen recolector hacía nueve dólares al día”, dijo Mendoza. “Me dije, ‘Ni modo, voy a hacer esto toda mi vida’”. Entonces su abuela le ordenó que subiera al bus escolar. Un maestro estadounidense preguntó su nombre. “Dije ‘Carlos López’ porque él era el niño sentado a mi lado”, dijo Mendoza. “Reprobé primer grado porque no hablaba inglés”. Su abuela falleció cuando él cursaba séptimo grado. Él se encontró con su padre solo una vez antes que este muriera. Mendoza permaneció en Arizona para asistir a la escuela secundaria. ¿Qué lo impulsó a lo largo de ese camino? Mendoza se encogió de hombros, una porción de nuestras vidas permanece como un misterio. Como estudiante de último año, le dijo a un consultor, “Quiero ir a la universidad”. El consultor se rió de él. Mendoza tomó una batería de pruebas y sobresalió en matemática. Se inscribió en la universidad y fue premiado con privilegios. Conoció a su esposa, Marjorie, una Navajo, en la universidad. Ella salió embarazada, y abandonaron la universidad. Mendoza trabajaba en una fábrica, hacía 30.000 dólares al año. Era buen dinero, aun así el sentía un dolor. Quería entrenar y enseñar niños para navegar por mundos nuevos. Cuando renunció al trabajo de la fábrica, sus amigos le dijeron: “¡Estás loco!” “¡Enseñando no vas a ganar ningún dinero!” Él hizo una pausa, sonriendo. “Seguro, mi primer trabajo en Window Rock, gané 9.500 dólares al año”. Mendoza ha trabajado desde entonces como consultor guía y entrenador en la Navajo Nation y la Apache Nation en las White Mountains. Su esposa enseña en la reservación. Esas naciones están rodeadas por montañas y bosques, con clanes, lideres y espiritualismo muy arraigado. Cada una es pobre, plagada por el alcoholismo, el abuso de drogas y familias fracturadas. Mendoza tuvo temporadas ganadoras en la Apache Nation. Kareem Abdul-Jabbar fue su entrenador asistente un año, una experiencia no del todo satisfactoria. Mendoza esperaba que Abdul-Jabbar, un grande de la NBA quien fue estudiante con el entrenador el Salón de la Fama, John Wooden, le enseñara algunos trucos a sus estudiantes. “Había muchas distracciones mediáticas”, dijo Mendoza. “Le pedí que le enseñara a un muchacho alto el doblepaso. Jabbar me miró y dijo, ‘El muchacho no quiere hacer eso’”. Mendoza rie. El humor es su bálsamo. La reservación Apache sufrió una epidemia de suicidio adolescente. Mendoza es un maestro en infundir la turbulencia de la pelota rez con disciplina ofensiva y defensiva. Su logro de más orgullo, sin embargo, fue este: Ninguno de sus adolescentes se quitó la vida. “Le dije a los muchachos, ‘Entiendo, conocí el miedo’”, dijo él. “Aprendí como te puede afectar la rabia”. Él llegó a reconocer el poder de lo mágico, lo cual se niega a calificar como superstición. El misticismo, los hechizos y los brujos son asuntos cotidianos aquí. Mendoza vio los ojos de un hombre sobrio voltearse en su cabeza en la Apache Nation, señal de que un espíritu astral pudiera estar rondando. Durante un juego, él y sus jugadores experimentaron un extraño delirio. Le dijeron después que habían escondido dentro del gimnasio muñecas mágicas, kachinas. La creencia en lo desconocido es palpable, una conciencia colectiva poderosa y presente. Una vez, su mejor jugador Apache empezó a beber mucho. ¿Qué ocurre? Preguntó Mendoza. “Me siguen tres sombras”, replicó el muchacho. “Una es alta y se para en la cesta y saca la pelota. Una pequeña detiene mis pases. La mediana me pone ansioso. No puedo más con eso”. Mendoza trajo una bailarina de la corona Apache para purificar el gimnasio, y siguió hablando con el adolescente. Las sombras desaparecieron. En la Navajo Nation, muchas familias y niños son conocidos como tradicionales, ellos se apegan a las enseñanzas espirituales. Hablé con el instructor atlético de Chinle, Shaun Martin. Es educado, un líder, ultramaratonista de clase mundial y creyente tradicional. Un Navajo, dijo él, se esfuerza por el hozho, balance, en un mundo donde los cañones, coyotes, el cielo y las tortugas son considerados igualmente vivos. “Llámalo chi, llámalo karma, hozho es como entendemos nuestro camino en este mundo”, dijo Martin. “Un adolescente, quien está alerta pero aun no tiene el control, se preocupa por los hechizos”. ¿Fueron sus largos peregrinajes en este mundo difíciles para su familia? Le pregunté a Mendoza. Él sonó sus manos. “Eso me afectó”, dijo el tranquilamente. Mis hijos terminaron la escuela secundaria antes que me diera cuenta que los extrañaba”, dijo él. “Mi hija mayor estaba muy enojada”. Pasó horas hablando con su hija, oyendo su dolor. Él sentía la presencia de sus propias sombras. “Le dije que no tuve padre, yo no sabía como convertirme en uno”, dijo él. Sin guía, el maestro guía se había perdido. Esas sombras reincidieron. La hija mayor vive en la casa de los Mendoza en Holbrook, y frecuentemente Mendoza y su esposa viajan 200 millas ida y vuelta desde su apartamento de Chinle para verla a ella y a sus nietos. “Le digo a mis jugadores, que deben aprender todo el tiempo”, dijo él. Voltear un Juego Los Wildcats regresaron rugiendo contra Holbrook. Burbank, el de primer año, ejecutó saltos, y Lewis hizo pases maravillosos. Lograron una victoria resonante. Jugaron la noche siguiente contra su rival de la reservación, Tuba City (un viaje de ida y vuelta de 280 millas). El juego fue muy bueno, el paso intenso. Como en el hockey, los jugadores entraban y salían por turnos. Tuba City ganó un juego cerrado. La marca de Chinle se detuvo en 5-3, apenas buena en una división de muchos equipos. “Nos disparamos en el pie”, Mendoza les dice a sus muchachos. “Nos pusimos egoístas”. Había otro juego contra el archirrival; Window Rock. Mendoza convocó la práctica y le dijo a sus jugadores que reflexionaran. Caminamos afuera, y Mendoza levantó su rostro hacia la luna y sonrió. Hay crisoles más duros que un juego perdido Estrechamos manos y dijimos adiós. El día siguiente me desperté a las 5 am y manejé hasta salir de la Navajo Nation por el sur, por donde la carretera se interna a través de bosques de piñon y pino rojo hacia Phoenix. Encontré una estación de radio indígena; oi cantos rítmicos y flautas y poemas para saludar el amanecer. En dos meses, regresaré para ver que ha sido de Mendoza y sus cargas adolescentes. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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