viernes, 25 de mayo de 2012

Episodios Olímpicos. (XV). El conjunto balompédico que deslumbró los Juegos Olímpicos. Helsinki 1952.

Todo comenzó en Helsinki durante las Olimpíadas de 1952. Entonces apareció aquella pléyade de excelsos futbolistas magiares que estremeció al mundo bajo el influjo de su técnica, la disciplina de su condición física y la magia de su táctica. La primera ronda encontró a los húngaros enfrentados a Rumania e inmediatamente dieron el primer campanazo al vencer 2-1. La acrobacia y la intensidad de los delanteros Ferenc Puskas y Sandor Kocsis comenzó a hacerse sentir en la grama finlandesa. Luego vino una demostración contundente ante Italia, 3-0 fue el marcador que hizo ver el calibre de aquella oncena donde Hidegkuti se internaba como ariete imparable hacia la búsqueda irremisible de las mallas contrarias. En cuartos de final aquel engranaje de futbol fluido, genuino precedente de la “naranja mecánica” holandesa (1974), hizo explosión con un terminante 7-1 ante Turquía. Josef Bozsic apoyaba la columna vertebral de aquella recordada escuadra desde los predios de la zaga húngara. Para la instancia semifinal la propuesta magiar continuó reflejando sobre el campo de juego que su proyecto de llegar hasta la gloria máxima olímpica iba muy en serio y entonces traspasaron la portería sueca hasta en seis oportunidades mientras su arquero Grosics no dejaba que balón alguno encajara su red, demostrando su calidad e importancia en el equipo. En la disputa de la presea dorada la batalla fue contra Yugoslavia y mediante goles de Puskas y Czibor se concretó una victoria olímpica indiscutible que hacía honor a un futbol maravilloso por su táctica y la acrobacia con que se desenvolvían los jugadores en pos del gol. Luego vendrían las victorias impensables ante Inglaterra en 1953, le prepararon un suculento chocolate en su propio feudo de Wembley al batirlos 6-3, dejándolos con los ojos claros luego que se habían expresado con burla del “gordito” Puskas. Después, en la revancha en Budapest la demostración se incrementó y al chocolate le pusieron clavos de especie, a través de un 7-0 que dejaba a las claras cual era la diferencia entre uno y otro futbol en aquel momento. Ciertamente, éste fue el génesis del gran equipo húngaro que tan grata impresión causara en el mundial de futbol de 1954, cuando en tierras suizas solo fueron derrotados en la instancia final por la propuesta alemana. Y también de una tradición continuada en los olímpicos de Tokyo 1964, luego 1968 en México y en 1972, en Munich sólo bajaron la cérviz ante la emergente Polonia de Lato y Szarmach. Alfonso L. Tusa C.

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