viernes, 24 de abril de 2015
Buenos días Juta 55ª
Eso fue lo que terminé escribiendo en mi celular cuando empezó la onda expansiva de la muchedumbre. Hora: Algún momento luego de las 6 a.m. Día: Viernes, 20-04-2015. Lugar: Estación Plaza Venezuela. Metro de Caracas.
Como casi todos los días que tomo el metro temprano en la mañana, desde Los Teques hacia Las Adjuntas y desde allí hasta Zona Rental, el volumen de personas excedía la regularidad de los trenes. Cada estación atiborraba más los vagones hasta la anaerobia, y cada vez el tren tardaba más en continuar su recorrido.
Al avanzar en Zona Rental, la cinética de los pasos y zancadas me arrastraba en medio de una marea más intensa que la regular. Antes de subir a la banda transportadora casi impacté con una mujer, luego con un señor mayor.
La inmensidad del río humano en curso hacia el andén de Plaza Venezuela reflejaba efluvios de manos crispadas y rostros desencajados tras la búsqueda de un espacio en medio del remolino interpuesto en ruta a las compuertas del tren.
Casi embadurnado en sudor, intenté deslizarme hacia el caos previo al abordaje del vagón. Resignado a esperar, casi adherido a la pared empecé a sentir un hormigueo en la planta de los pies. Dos detonaciones desde el centro de la estación, varios gritos y el tropel de muchas personas corriendo en una avalancha inmensa.
Las consecuencias de la violencia son enigmáticas, aquella onda incontrolable de seres humanos sobre seres humanos tuvo su origen en una discusión sin espacio para escuchar, entender, mucho menos ponerse en los zapatos del otro..
Sentí una guadaña pendular con cada grito, cada zancada de huída, cada zapato abandonado, cada anteojo quebrado sobre el andén, cada rostro magullado. ¿Saldríamos con vida de aquella estampida? Añoraba una bocanada de aire fresco, trataba de murmurar una estampa de la canción de Louis Armstrong “…friends shaking hands..say…how do you do?...” Mientras las imágenes de suficientes trenes a las horas pico y personal de seguridad previniendo aglomeraciones, parecían amarillentas entre los reflujos de un pasado desgastado por la violencia de un presente que llega a 16 años.
Alfonso L. Tusa C.
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