lunes, 14 de marzo de 2016

El Atticus que siempre conocimos

Dale Russakoff. The New Yorker. 17 de Julio de 2015. Luego de interpretar a Scout en la película “To Kill a Mockingbird”, en 1962, Mary Badham experimentó un duro regreso a casa cuando volvió a Birmingham, Alabama. Al haber pasado seis meses en California con su madre, y vivir en un complejo de apartamentos racialmente integrados, ella se encontró de pronto como una extraña de vuelta a casa. “La actitud era ‘¡El Señor sabrá que pudo haber aprendido ella allá!’” Recordó Badham el otro día. “Algunas familias, en cuyas casas que yo había sido bien recibida, después de la película, ya no era bien recibida”. Como la Scout adulta en el nuevo libro publicado de Harper Lee “Go Set a Watchman”, Badham salió del sur durante una era de segregación, y regresó para encontrar que las personas que una vez consideró inequívocamente buenas de hecho seguían las premisas de ese sistema perverso. En el caso de Scout , como fue revelado con alarma por los revisionistas de “Watchman”, es su santificado padre, Atticus, quien surge como consagrado racista, al protestar contra las amenazas por segregación desde la Corte Suprema de Estados Unidos y los abogados locales de N.A.A.C.P. Badham descubrió de manera similar una tendencia cruel en los amigos de la familia quienes no toleraban que ella rompiera los tabues de los blancos sureños. “Fui aislada y eso fue doloroso”, dijo la adulta Badham. Este martes pasado, novecientas personas, una audiencia total, fue a oir a Badham leer “Go Set a Watchman” y “To Kill a Mockingbird” en la 92nd Street Y. Harper Lee hizo de la ciudad de Nueva York, específicamente la vecindad de Upper East Side alrededor de la Y, su segundo hogar por más de cincuenta años. Estos eran sus seguidores, y ellos claramente habían venido buscando algo que celebrar. Cuando Badham fue presentada, ellos gritaron y se animaron. Badham, quien tenía nueve años de dad cuando interpretó a la icónica niña de seis años de edad y ahora tiene 62, estaba completamente emocionada. Hoy una restauradora de muebles en la Virginia rural, ella apretó sus manos, las levantó en celebración, entonces hizo una reverencia, y finalmente rió hasta que casi lloró. Ella leyó un extracto de “Mockingbird”, y el primer capítulo de “Watchman”. Su voz es lenta y cadenciosa, profundamente sureña. Alternativamente divertida y punzante, la entonación de Badham sobre Jean Louis Finch, en “Watchman” ella casi ha escondido su famoso apodo, causaba frecuentes risas. En las preguntas y respuestas que siguieron, la moderadora Mary Murphy, la directora del documental “Harper Lee: From Mockingbird to Watchman”, le preguntó a Badham si se había sorprendido por la evolución de Atticus. Ella dijo que no. En la Alabama que conoció no se sabía de un hombre blanco como él, que dignamente defendiera a uno negro como Tom Robinson ante un cargo injustificado de violación, y a la vez creyera, como dice Atticus en “Watchman”, que las personas negras eran “retrógradas”, no “listas” para ejercer todos su derechos civiles. Ella oyó todo eso y mucho mas mientras crecía en Birmingham. Todos lo hicimos. Mary Badham y yo estuvimos en el mismo grupo Camp Fire Girls en 1962. Nuestro líder de grupo tenía una hija en la escuela de Mary, y, al saber que era maltratada por algunos miembros de la familia, la invitó a unirse, con la esperanza de hacerla sentir bienvenida en su pueblo. Otro miembro de nuestro grupo era Diane McWhorter, quien ahora es la autora ganadora del premio Pulitzer por “Carry Me Home”, una historia del movimiento de los derechos civiles en Birmingham, con una trama secundaria acerca de sus sospechas de que su propio padre pertenecía al Ku Klux Klan. Las tres nos encontramos en la lectura de Mary, y después hablamos por horas acerca de la perplejidad de los lectores quienes habían idolatrado y reverenciado al Atticus original. Junto a ellos, lamentamos la pérdida de un ícono, pero no estábamos impactadas. En el Birmingham de los años sesenta, como en el Maycomb de Scout, podían coexistir los dos Atticus, y lo hicieron. La historia envió a los sureños de aquella época a un mundo inmoral donde la segregación modelaba todo, Mi madre llevaba un diario de cosas memorables que mi hermano y yo decíamos como niños pequeños; en él, ella escribió de una familia que vio en el aeropuerto municipal, donde nos deleitábamos viendo despegar a los aviones. Yo tenía cinco años de edad, y llegué a casa con una pregunta desligada de la aviación: “¿Las personas de color saborean las cosas de manera diferente de las personas blancas?”, pregunté. “Entonces ¿por qué toman agua en bebederos diferentes?” Mi madre anotó, “Es verdad ¿por qué?” Lo que sobresalía para Mary, Diane y yo, mientras recordábamos este torcido sistema, era que pocas personas blancas trataron de cambiarlo. Mi propio padre fue uno quien lo hizo. No por coincidencia, venía de otro lugar. Criado en el noreste, él había ido a Birmingham después de la segunda guerra mundial e ingresó a la facultad en la escuela local de medicina, cuyo hospital estaba segregado por pisos. En los “pisos blancos” los doctores trataban a los pacientes como Mr. y Mrs. En los “pisos negros”, mi padre nos dijo, que usaban nombres circunstanciales como “Bo” o “Bessie”. Él se había resistido a hacer eso, alegando que esa práctica no solamente era irrespetuosa sino también mala medicina. “Si usted no conoce la historia, no conoce al paciente”, dijo él, y la primera cosa que había en una historia era el nombre del paciente. Luego que los administradores lo presionaron para que siguiera la costumbre local, él renunció, luego regresó cuando llegó un liderazgo nuevo. Oi esta historia toda mi vida, ocurrió antes de que yo naciera, y cuando leí “To Kill a Mockingbird”, me enamoré de Atticus, en parte porque su remarcada decencia me recordaba a mi padre. Poco después de su muerte, hace veintidós años, escribí una carta a Harper Lee, preguntándole si me concedería una entrevista para un perfil. Le conté la historia de mi padre y le pregunté si ella suspendería su famoso disgusto a la exposición pública a la luz de esta conexión personal con el personaje de Atticus. Recibí respuesta poco después, desde Monroeville, Alabama. Ella escribió que estaba tan tocada por la historia de mi padre que casi dijo si, pero odiaba las entrevistas y se sentía inclinada a mantener su respuesta patrón de no. Y al final de la carta, ella hizo un comentario que nunca he olvidado. Ella escribió que “To Kill a Mockingbird” es ficción, mientras la historia de mi padre es verdad, y ella me pidió que contara la historia de él. Ella esperaba que algún día yo le escribiría de nuevo, para decirle que había empezado. Mientras las tres hablábamos de esa carta, el martes en la noche, nos preguntábamos si quizás Lee intentó indicar que el Atticus de “To Kill a Mockingbird” fue dibujado desde una verdad parcial, no desde la verdad completa que ella había tratado de contar en “Go Set a Watchman”. La verdad completa de las personas blancas en el sur segregado, aún las mejores personas, es invariablemente molesta. Si hubiera optado por escribir de mi padre, hubiese tenido que lidiar con la realidad de que, aún cuando él luchó por hacer más humano un sistema perverso, él capituló con este. Vivíamos en un suburbio de blancos para que yo pudiera asistir a las mejores escuelas públicas de Alabama. Mis padres, como la mayoría de los blancos de Birmingham, salían a las marchas que Martin Luther King Jr., lideró en las calles de nuestro centro. Ellos denunciaron a nuestro comisionado de policía racista, Eugene “Bull” Connor, pero desde la seguridad del hogar. Diane, Mary y yo sentimos que los desilusionados lectores de “Watchman” estaban confrontando lo que nosotras habíamos descubierto mientras crecíamos, al abandonar el hogar, y mirar hacia atrás en un mundo que comprometía a cada persona blanca que vivía en él. Quizás esa sea la razón de que la audiencia de la 92nd Street Y expresara un amor ilimitado por Scout, representada por Mary, el único personaje blanco aún de pie. El equipo Y hizo los arreglos para que ella saliera por una puerta lateral porque cientos de personas se habían agolpado en Lexington Avenue para pedir su autógrafo. Aún así, un pequeño grupo se había reunido en la puerta lateral, y Mary saludó a cada uno, firmó sus libros como “Mary Badham, ‘Scout’”, les preguntó por sus vidas, posó para fotos, pidió a los estudiantes que “estudiaran mucho, para hacer algo maravilloso”. Eso continuó en el restaurant al bajar la cuadra, donde tuvimos vino y pasapalos, junto con Mary Murphy, la directora del documental. Una mujer joven que había estado en la lectura identificó a Mary Badham desde el otro lado del recinto, corrió hacia su lado, y dijo suplicante, que su mamá, quien estaba ahí con ella, quería saludarla. La mujer, con los ojos llorosos se acercó a Mary y le tomó la mano. “Gracias”, fue todo lo que pudo decir. Murphy dijo que había testificado ese fenómeno repetidamente mientras investigaba para su película. “Leer ‘To Kill a Mockingbird’ es una parte de crecer, y Mary fue una parte de crecer para muchas personas”, dijo ella. El personaje de Scout, agregó, es uno inocente, “y ella está tratando de encontrar su propio camino en esta época tan difícil. Todos quieren un pedazo de ella porque ella es un pedazo de ellos”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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