viernes, 18 de marzo de 2016
Presencia de un cantante
La presencia reiterada de ese sonido, de ese nombre en la radio me remitió a una noche veraniega de 1968, en medio de la oscuridad de las calles del centro, papá empezó a silbar. Teníamos unos veinte minutos buscando una dirección en Trieste. Al noreste de Italia, cerca de la frontera con la antigua Yugoslavia. De pronto la silueta de un hombre alto apareció entre las sombras y un concierto de efusividad se desgranó en el lenguaje profundo y casi lacerante de papá y aquel Giordano quien varias veces hubo de quitarse los anteojos de pasta para limpiar los lentes gruesos. Recostado al equipaje, yo me preguntaba si ese Giordano reía o lloraba entre tantas anécdotas e historias de su tiempo en Cumanacoa, en ese momento noté que podía entender el italiano aun sin hablarlo.
Quizás la voz de este Yordano que tanto sonaba en la radio a principios de los años ’80, en acordes de Manantial de corazón y Perla Negra, tenía más intensidad, pero le faltaba la sintonía, la química de aquel Giordano.
Luego empecé a leer entrevistas que hurgaban en los orígenes musicales de este Yordano, me impresioné mucho con su época de Sietecueros, una banda musical que armaron en la universidad y tocaban en la facultad de Arquitectura y toda la UCV. Imaginé que probablemente desde ese tiempo había empezado a materializar todos los sueños de internarse en las entrañas de la música caribeña y explorar la riqueza de la música venezolana.
Escuchaba con minuciosidad aquellas letras y de inmediato me sumergía en la atmósfera de sombras y sentimientos maltrechos, la que más ha permanecido en mi mente es: “Aquel paseo a lo largo del muelle…las luces de la ciudad…” De esa manera llegué a desarrollar una amistad insospechada con Yordano, más provechosa que muchas otras de presencia. En esa canción subyacen muchas sugerencias, muchos lamentos, tantos puntos de vista, toda una conversación entre líneas que sorprende hasta desfallecer por lo que se puede descubrir al descifrar la letra de una canción.
Ahora, muchos años después de aquellas visiones radiales, el tono de este Yordano ha igualado al del Giordano de Trieste, quien nos llevó la mañana siguiente, allende la frontera de la antígua cortina de hierro. Para un niño de 7 años, aquella descripción era un acertijo porque no veía ni la cortina, ni el hierro. Luego, al llegar a Liubliana, me llamó la atención las vestimentas idénticas de un marrón desgastado bajo los rostros tristes y melancólicos, de ojos hundidos y bocas apretadas, en medio de largas colas que rodeaban los edificios comerciales. Pensé que aquellas miradas se debían al frío implacable que calaba hasta la médula ósea.
La voz de aquel Giordano se revestía de ironía cuando remarcaba las premisas de los países allende la cortina de hierro: “Inclusión, humanismo, sensibilidad social”. Una sola palabra recuerdo de la elocuente charla en el rostro desencajado de Giordano: “Sventura”.
Alfonso L. Tusa C.
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