viernes, 3 de marzo de 2017

El Rey del Compost de Nueva York.

¿Que le ocurre a los desechos de comida luego que la ciudad los toma? Pronto una gran parte terminará en Long Island, donde Charles Vigliotti espera convertirlos en ganancias. Elizabeth Royte. The New York Times. 15-02-2017. Una mañana invernal, Charles Vigliotti, jefe ejecutivo de American Organic Energy, me llevó en carro a su parcela de 62 acres en el rural Yaphank, NY., 60 millas al este de Manhattan, para mostrarme su visión del futuro de la energía alternativa. Él serpenteó el Jeep de su compañía alrededor de altas pilas de aserrín, tierra arenosa y hojas secas. Entonces, en un giro repentino, subimos por la ladera de una montaña de 10 metros. Desde el tope, vimos las numerosas pilas y respiramos las emisiones sulfurosas de un basurero cercano. Vigliotti irradiaba entusiasmo. En los próximos meses, él esperaba empezar las excavaciones, “justo ahí”, dijo, dirigiendo su índice hacia el espacio de dos acres, para instalar un digestor anaeróbico de 50 millones de dólares, una planta de alta tecnología que transformaría en energía limpia una rica reserva que hasta hace poco había sido ignorada ampliamente: los desechos de comida. Ese recurso, sabía Vigliotti, tenía mucho potencial. Como el petróleo y el carbón mineral, los desechos de cocina pueden ser convertidos en energía. Pero a diferencia del petróleo y el carbón mineral, los cuales son costosos de sacar del suelo, los desechos de comida son algo por lo que las ciudades le pagan a alguien para que se los lleve lejos. Muchas municipalidades innovativas, en un esfuerzo por mantener el material orgánico fuera de los basureros, donde genera metano, un gas de invernadero, separan los restos de comida de la basura y los envían a facilidades anticuadas para hacer compost. Alli, los trabajadores apilan el desecho en montones, lo mezclan con hojas y grama seca y dejan que los microbios aeróbicos transformen el desperdicio en un fertilizante oscuro. Pero mientras mas material se convierten en compost, se necesita más espacio (más tractores absorbedores de gas y trabajadores que amontonen los desechos) para procesarlo. También se puede cargar el ambiente de olores característicos, lo cual es otra razón para que la ciudad de Nueva York, la cual genera cerca de un millón de toneladas de desechos orgánicos anuales, probablemente nunca alojará granjas gigantes de compost. Pero la digestión anaeróbica, en la cual la comida es descompuesta por microbios dentro de altos silos sellados con aire, tiene una alta aceptación en zonas densamente pobladas. La huella de tales plantas es relativamente pequeña, y sus olores son contenidos mecánicamente, si son operadas apropiadamente. Los digestores son más costosos de construir y administrar que los sitios de compost, pero generan más ganancias al duplicar sus productos: fertilizantes y biogas, el cual es químicante similar al gas natural y puede ser quemado para generar calor y electricidad. Oir a Vigliotti explicar eso, el suplemento de alimentación para su digestor anaeróbico era infinito, una fuente real de ganancia potencial fluyendo desde cada parte de la cadena alimenticia: los productos no vendidos en los grandes mercados, los residuos duros de los banquetes, el aceite recalentado, la grasa de la cocina y los desechos residenciales de platos desechables. Todo eso estaba esperando ser notado por alguien con la disposición y el capital para convertirlo en un producto, energía renovable, por el cual hay una demanda infinita. El único costo real de Vigliotti, era refinar. Y los abogados, “Enfrentamos un nivel de aprobación regulatoria”, me dijo él. En el crujiente mundo del compost urbano, poblado por tipos externos en Carhartts y botas de trabajo, Vigliotti destaca. Él usa trajes a la medida y un anillo en el dedo meñique, se peina el cabello hacia atrás a la LBJ y viaja desde su hogar en Oyster Bay en un Porshe Panamera plateado. Sobrino de Vincent Vigliotti, un transportista de basura establecido del Bronx, Charles pasó la década de 1970 colgando de la parte trasera de un camión de basura comercial trabajando en las calles de Jackson Heights, Queens. “El negocio de transporte de mi tio y mi negocio de transporte eran completamente independientes”, me dijo Vigliotti, dos veces, la primera vez que nos reunimos. (Despues, entendí porqué: Su tio resultó culpable a los cargos de intento de extorsión de 1997, los cuales partieron desde su participación en un cartel de la mafia). A través de los años, Vigliotti, quien tiene 63 años de edad, evolucionó gradualmente desde transportista de basura hasta productor de buenos fertilizantes. De esa manera, estuvo bien ubicado cuando la ciudad de Nueva York contrató el año pasado seis compañías para transformar los desechos de comida que recoge en la actualidad de las aceras de un millón de residentes. Cuatro de esas compañías enviarán sus desechos a las facilidades de compost tradicionales. Una quinta enviaría su cuota a la Newtown Creek Wastewater Treatment Plant, operada por el New York City Department of Environmental Protection del norte de Brooklyn. Ahí los restos de comida desmenuzados serán agitados en tanques gigantes que ya digestan desperdicios, anaeróbicamente, usando microbios; el biogás resultante será atrapado y usado para alimentar turbinas en el sitio o calentar hogares cercanos. El contrato de Vigliotti, el segundo más grande, le permite llevar anualmente más de 23.000 toneladas de desechos de comida urbanos hacia su próxima a ser construida planta de Yaphank, donde se mezclaran con 155.000 toneladas de desperdicios de otros dos condados fuera de la ciudad. Cuando esté lista y en funcionamiento, American Organic Energy tendrá el digestor anaeróbico más grande al este del río Mississippi. “Me gustaría decir que tuve una visión de responsabilidad ambiental”, me dijo Vigliotti con un guiño, acerca de los orígenes de su nueva empresa. “Pero vi en el compost de los desechos de comida una oportunidad de negocios”. A través de la era moderna de recolección de basura, a los neoyorkinos como a otros estadounidenses, les han pedido sacar todo tipo de cosas desde los pipotes de basura de sus cocinas con un propósito más importante que enterrarlas en el basurero. Primero fue todo lo de papel, metal y plástico, luego los objetos electrónicos y, en algunos lugares, los textiles. Ahora cada vez más separamos los restos de comida. A veces sabemos donde terminarán esos reciclables, el correo basura puede convertirse en papel de impresora, por ejemplo, pero la mayoría de las veces permanecen en lo desconocido. Siempre ha habido un aura de misterio en esos materiales, en parte porque los mercados de reciclables cambian constantemente. Para aquellos quienes sacan voluntariamente los desechos de comida para la recolección municipal, los verdaderos creyentes, el proceso provoca otra zona de incertidumbre. Asumimos que nuestros desechos son llevados a una pila gigantesca de compost en algún lugar, pero ¿qué ocurre después? Por un breve lapso, yo pude darle respuestas a tales preguntas. Como coordinadora de mi propio compost, llevaba mis conchas de toronja y cáscaras de huevo hasta un contenedor de compost en el solar de enfrente, el fertilizante resultante alimentaba el manzano de mi edificio. Pero cuando se me acabaron las hojas para mezclar los desechos, mi “compost” se hizo extremadamente maloliente. El hedor, las moscas y el control de calidad pueden afectar a los más experimentados recicladores de desechos de comida, pero no me di por vencida. En vez de eso, hace pocos años, avancé desde una operación en solitario hasta algo un poco más grande, al unirme a 200.000 otros neoyorquinos quienes semanalmente llevan sus desechos orgánicos a uno de 74 sitios de descarga, en mercados de granjeros, estaciones del metro, bibliotecas, alrededor de la ciudad de Nueva York, para sacar colectivamente 2.3 millones de libras de desechos de comida del basurero cada año. Llevar desechos a mi mercado de granjeros fue enormemente satisfactorio. Me gustaba devolver mis cáscaras de papas a la mujer quien las cultivó; sabía que ella les daría buen uso. El acto también se sentía inmediatamente más importante que muchas otras cosas que yo hacía para disminuir mi impacto planetario, como manejar menos el carro y secar más la ropa al sol. Cuando el programa de recolección de desechos orgánicos de aceras del Department of Sanitation se expandió hasta mi vecindario de Brooklyn en 2015, estaba agradecida, pero también algo recelosa. Colocar mis desechos en la acera en un contenedor apropiadamente cerrado era ciertamente conveniente, pero mi ciclo de compost empezaba a hacer espiral, desde una escala pequeña a una mediana, a bien, no estaba segura que. No tenía idea de donde este sistema centralizado depositaba mis desechos, o como, o si, lo habían transformado en algo de valor. Para 2018, el Department of Sanitation espera extender su programa de aceras, el esquema residencial más grande de recolección de desechos de comida del país, a toda la ciudad. Pero cantidad no siempre significa calidad, y ya hay evidencia de que un futuro industrial puede no mantener la integridad del presente artesanal. Cadenas de suplidores más grandes significa quemar más combustible para transportar este recurso, y los recipientes de desechos tienen poco control sobre lo que los neoyorquinos lanzan en sus contenedores. Debido a que los composteros locales, en las granjas urbanas, educan a sus suplidores, no necesitan remover bolsas plásticas, alambres para cerrar bolsas y otros residuos de su inventario de alimentación. Pero el anonimato de las operaciones a escala industrial significa que tales contaminantes pueden colarse fácilmente. Cuando el programa de aceras de Nueva York empezó hace varios años, los camiones llevaban los desperdicios urbanos por el New Jersey Turnpike hasta la Peninsula Compost Company, una planta grande en Wilmington, Del. Pero después que Waste Management, la procesadora más grande de desechos sólidos de la nación, compró acciones en la planta hace seis años, la calidad de su compost disminuyó, contenía muchos restos de vidrio y piezas plásticas, y los vecinos empezaron a quejarse de que sus patios olían como el fondo de un pipote de basura. Los reguladores ambientales forzaron el cierre de Peninsula en 2014. Desde entonces, la ciudad ha enviado sus desechos de comida a varias estaciones de transferencia, una de las cuales visité en Jamaica, Queens. Dentro de un galpón industrial en una compañía privada llamada Regal Recycling, un equipo de trabajadores con botas de goma y protectores faciales escarbaba una pila de desechos orgánicos de tres metros recolectados en varias escuelas. Al usar rastrillos largos y guantes, los hombres sacaban bolsitas plásticas, cartones de leche, envoltorios de jugos, tenedores acucharados y pelotas de papel de aluminio. (A medida que aumente el volumen de desechos orgánicos en las aceras, Regal y otras estaciones de transferencia de la ciudad instalarán equipos de preprocesamiento mecánico). Michael Reali, el vicepresidente de Regal, me dijo que la ciudad le pagó alrededor de 80 $ por tonelada por recibir ese material, y entonces el le pagó a los camioneros para que transportaran los desechos al norte del estado y a un compostero autorizado 35 $ por tonelada recibida. A veces la carga era limpia, a veces no. Reali se alejó de los desechos escolares e hizo gestos hacia una montaña de siete metros descargada en la pared opuesta. Recolectada de dos vendedores de frutas, la pila era casi 100 porciento mangos y aguacates, con muy poco material extraño. (Y olía bien). Yo estaba empezando a entender que el compost, como el petróleo, tiene diferentes clasificaciones. Los flujos comerciales como ese eran el equivalente del crudo liviano West Texas: limpio y fácil de procesar. Los flujos escolares y residenciales eran como las arenas de alquitrán: sucias y costosas de mejorar. La remesa de desechos descontaminados de Reali eventualmente llegó a McEnroe Organic Farm, la cual se extiende en 1.100 acres de pastizales y campos de cultivo en medio del Hudson Valley. Allí observé como los cargadores mezclaban los restos de comida con aserrín local. Los restos de madera aportaban más carbón para complementar el nitrógeno de los desechos de comida y darle cuerpo al compost. Completamente mezclado, el compost era extendido en filas y cubierto con una manta de lana para cocinarlo; el calor exterminaba los organismos patógenos y las semillas de malezas. Dos veces a la semana por mes, los trabajadores quitan las mantas y colocan un removedor mecánico en la parte superior de las hileras, para descompactar y mezclar. Luego de reposar por varios meses más, el compost es alimentado en una tamizadora. Alrededor del 60 por ciento de las 28.000 toneladas de material acabado de McEnroe es utilizado en la granja, la cual cultiva vegetales orgánicos, granos y pasto para ganado. El resto, es vendido a 100 $ la yarda cúbica, lo cual ayuda a balancear su economía. Las operaciones industrializadas de compost de la nación generan a grandes rasgos 3 mil millones de dólares anuales; los granjeros estadounidenses compraron 21.2 millones de dólares de fertilizantes convencionales en 2016. Me gustaba ser parte de esa pequeña economía. Las adorables terneras Angus y los silos llenos de granos de McEnroe, hicieron fácil imaginar que mis desechos estaban circulando virtuosamente, a pesar de los trabajos miserables de la estación de transferencia aguas abajo. El sistema funcionaba, me gustaba pensar. El compost tenía potencial, los desechos de comida podían volver a ser comida. Entonces hablé por teléfono con Will Brinton, quien administra Woods End Laboratories en Mount Vernon, Me., y ha pasado toda su carrera estudiando la ciencia de la puterfacción. Hace varios años, Brinton empezó a comparar los costos y beneficios del compost de desechos de comida con los de digerirlos anaeróbicamente. Asumió que el compost saldría en ventaja. Pero, dijo Brinton, “Me horrorizó ver, al final del estudio, que estábamos invirtiendo más carbón en hacer compost que el compost devuelto al planeta”. Todos esos tractores consumidores de energía y camiones y taladros y tamizadoras estaban pasando su factura. El biogás creado por digestión anaeróbica de tusas de maíz y conchas de naranja, por el contrario, era un carbón neutro. Eso ocurre porque las plantas generan su propia energía, y quemar el combustible no libera más carbón en la atmósfera, como quemar petróleo o carbón mineral; eso apenas recicla el carbón dentro de esos desechos. Cuando se llevan los cálculos un paso más adelante, al sustraer el metano que habría sido generado al colocar estos desechos de comida en rellenos sanitarios, el biocombustible podía ser considerado carbón negativo. En reconocimiento de estos hechos, la Environmental Protection Agency ahora clasifica a la digestión anaeróbica como preferible al compost cuando se trata de excedente de desechos de comida, (por supuesto los excedentes de desechos de alimentación para las personas, seguidos por los de animales, son aun mejores). Hasta el U.S. Composting Council, un grupo comercial, reconoce el papel beneficioso de la digestión anaeróbica en la producción de energía. Primero, yo no sabía que pensar de Charles Vigliotti. Pocas veces se oye las palabras “rico” y “compost” juntas. Pero mientras el explicaba su camino alrededor del sector energético, yo empecé a percibir el compromiso de Vigliotti para resolver algunos problemas ambientales serios, aunque él frotaba sus bolsillos de seda. Después que los rellenos sanitarios de la ciudad empezaron a cerrar en los años ’80, Vigliotti notó que estaba gastando demasiado dinero para transportar los desechos fuera del estado. Se empezó a distanciar del negocio de la basura y en 1991 estableció con su hermano Arnold una compañía de compost en Westbury. N.Y., que transforma montañas de residuos, grama, hojas secas, aserrín, en millones de bolsas de productos para jardín y céspedes. El negocio era bueno, pero Vigliotti siguió trabajando. En 1999, abrió un sitio de compost en Yaphank, donde en 2008 empezó a experimentar con desechos de comida, mezclando desechos de Whole Foods Market y de una manufacturera a pequeña escala de comida china (wonton), mediante su fórmula para empacar el suelo. En ese momento, Vigliotti no pensaba en los desechos de comida como fuente de energía renovable o una vía para reducir la huella ecológica de la ciudad o sus emisiones de gases de invernadero. Se trataba simplemente una manera de aumentar el volumen y hacer más dinero. Vigliotti inicialmente composteó sus desechos de comida usando una tecnología básica de montones similar a la de McEnroe. Eso estuvo bien para desechos de panadería y los de won ton. Pero cuando empezó a aceptar carne, pescado, aceites y venados muertos en las carreteras, se metió en problemas: El sitio producía olores que aguaban los ojos y atraía bandadas de gaviotas. Despues de una batalla de varios años con los enojados vecinos, quienes apoyaban el reciclaje de desechos orgánicos en teoría pero tenían poca paciencia con su maloliente realidad, Vigliotti y otros accionistas hallaron un remedio. En vez de compostear los restos de comida en montones, los digeriría en tanques. Pero para justificar el gasto de construir esos tanques, Vigliotti necesitaría atraer más desechos de comida. Y si esos venían de casas de familia además de los establecimientos comerciales, él necesitaría muchos equipos para tamizar el tipo de contaminantes que extraían los obreros de Reali en Queens y los trabajadores de West Management en Peninsula, Delaware. Y así creció el proyecto. Hoy, American Organic Energy está respaldada por 45 millones en préstamos de capital, más las concesiones del New York State Energy Research y la Development Authority (1.35 millones de dólares) y el Empire State Development (400.000 $). Mirando hacia abajo desde aquel terraplén de Yaphank, Vigliotti explicó la mecánica de su nueva operación anaeróbica. “Los camiones van a entrar a una construcción de dos acres y soltar su carga en un hueco de 3 metros de profundidad”, explicó. La presión del aire adentro sería menor que afuera, por lo cual no habría escape de olores. Luego, la costosa maquinaria alemana trituraría los potes y botellas que inevitablemente se fueron en la basura; los metales serían extraidos y los empaques desmenuzados, con la adición de agua, el material plástico flotaría hacia el tope de los tanques mientras el vidrio y el polvo se irían al fondo. “Sabemos que vamos a tener cargamentos de los supermercados con latas de atún sin abrir y paquetes de tocineta vencidos”, dijo Vigliotti, “mientras que los restos de comida residencial estará en bolsas plásticas mezclada con latas de sopa y pedazos de vidrio, así es como los estadounidenses botan su basura”. Vigliotti no estaba molesto. “No vamos a cambiar la naturaleza humana pero construimos nuestra planta para adaptarnos a ella”, dijo él. Su filosofía era diametralmente opuesta a la de los composteros de la comunidad, quienes insisten en que sus participantes aprecien y defiendan la integridad de sus desechos orgánicos, hasta la remoción de las pequeñas etiquetas de los limones. Y ellos lo hacen la mayor parte del tiempo. Pero ahora era claro para mí que esas operaciones artesanales, aún si las expanden a las escuelas, parques y otros espacios propiedad de la ciudad con apoyo del gobierno local, nunca serán capaces de manejar los estragos del tsunami de los desechos de comida residenciales. (Ni ellos lo quieren hacer). Una vez aislado, el material orgánico de Vigliotti se llevará a seis tanques de tres niveles, donde se mantendrá por 20 días, produciendo suficiente biogás para generar casi 50 millones de kilovatios-hora de electricidad al año. Veinte por ciento de la producción alimentará la demanda eléctrica de la planta; PSE&G, una empresa eléctrica local comprará el resto (a menos que American Organic Energy comprima ese biogás para usarlo como combustible de camiones). Vigliotti no revelará sus costos de procesamiento por tonelada o su ganancia estimada, pero indicó que la sola venta de gas reportará “siete cifras”, aún con un precio cercano al mínimo por 10 años debido a la expansión rápida de la actividad. Pero el gas no es lo único que American Organic Energy planea vender. Cuando los microbios terminen su festín, continuó Vigliotti, dejarán un digestado acuoso que las maquinas exprimirán y separarán en sólidos y líquidos. Vigliotti mezclara los sólidos con aserrín, el material compactado a nuestros pies, del cual el tiene un suplemento infinito, y composteará aeróbicamente la mezcla en montones, entonces venderá las resultantes 40.000 toneladas anuales de suelo empacado a los centros regionales de jardines mediante un trato con Scotts Miracle.Gro. Al asociarse con G.E. Water & Process Technologies, dispondrá de los líquidos residuales para un proceso de filtración multietapas, luego del cual American Organic Energy reusará la porción limpia en el sitio y venderá la fracción rica en sulfato de amonio, unos 912.500 galones anuales, como alimento para plantas (alrededor de 20 $ por cada dos galones y medio, al detal). Apuntaremos al mercado urbano de efluentes con eso”, dijo Vigliotti. A principios de este año, Vigliotti recibió el último de sus permisos estatales, y esperaba empezar a construir su planta esta primavera. Pero continuaba hablando de American Organic Energy con cualquier grupo civil que se le acercara. Estuve en una de esas presentaciones el año anterior en una reunión del Brooklyn Solid Waste Advisory Board, que se efectuó en el Brooklyn Borough Hall. Luego de pasear a la audiencia de personas y expertos en desechos a través de sus puntos positivos, explicó que la digestión supera al composteo porque genera energía, y que la digestión implicaba digestar dentro de una planta de tratamiento de aguas negras debido a que el digestado final de la planta contenía desperdicios, más trazas de muchos otros materiales, incluyendo desechos industriales y metales pesados, que van a las tuberías de la ciudad. “¡No se puede mercadear el producto final!” ladró él. Nada, parecía poder atravesarse en el camino de Vigliotti. Estaba cerca de levitar desde sus zapatos italianos cuando envolvió su presentación con una oferta. “Si la ciudad nos cede un lugar en alguno de sus distritos”, dijo él, “construiremos y operaremos una planta que maneje 1000 toneladas de desechos de comida por día, y las procesaremos a un costo menor al ofrecido por cualquier otro”. La sala aumentó su tranquilidad. Mil toneladas es la cantidad generada diariamente por todos los establecimientos comerciales e institucionales de la ciudad combinados. ¿Hablaba en serio Vigliotti? “Absolutamente”, dijo él. Con su red de trabajo de socios corporativos, él soñaba con construir digestores productores de energía, bien gerenciados, a pequeña escala, en parcelas urbanas en toda la nación. Aquí en Nueva York, agregó él, sus palabras se adelantaban a sus pensamientos, “podríamos hacer una propuesta que haga sonar las campanas y los ojos de cada quien, con mucho de huella de carbón reducida, camiones de gas natural comprimido…” La multitud sonrió, atrapada por el entusiasmo de Vigliotti por un futuro de energía limpia con combustible de desechos de comida. “Todos aquí saben que en esta ciudad hay más material de lo que podrían manejar 10 plantas como la nuestra”, dijo Vigliotti. Entonces guardó sus diagramas de esquemas y se dirigió a su Porshe. Elizabeth Royte es la autora de “Bottlemania” y “The Tapir’s Morning Bath”. Sus artículos han aparecido en Harper’s Magazine, National Geographic y Outside. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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