martes, 27 de junio de 2017
La razón por la que juego.
Morgan William. Alera. Mississippi State University. The Players Tribune. 30-03-2017.
Muchas personas se me han acercado estos últimos días.
“¿Qué se siente?”
“¿Cómo lo hiciste?”
Esta es la primera vez que Mississippi State llega al Final Four. Anoté 41 puntos en el juego que nos llevó hasta allí, nuestro triunfo 94-85 ante Baylor este domingo. Después del juego alguien me dijo que esa era la mayor cantidad de puntos anotada por cualquier jugadora de SEC en la historia del torneo femenino.
Todavía estoy dejando que eso decante porque no me parece real. Solo jugué baloncesto. ¿Cómo lo hice? Para entenderlo, tendría que llevarlos de vuelta a donde crecí. A Birmingham.
Recuerdo un juego de mi primer año en Shades Valley High cuando solo acerté 1 de 9 tiros libres. Tan pronto entré en el carro, mi papá sacudió la cabeza. “Vamos a lanzar 100 tiros libros todos los días después de la práctica”.
Los paseos en carro siempre eran largos. Si tenía un juego bueno o uno malo, él nunca me dejaba pensar mucho.
“Jugaste bien”, decía él. “Pudiste haber jugado mejor”.
Eso era lo que más se acercaba a un elogio acerca de baloncesto de su parte. Él no quería que me desenfocara, así que no me decía a menudo lo orgulloso que sentía por mi manera de jugar.
Aunque solía decírselo a los demás. Y yo siempre me enteraba.
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Cuando yo tenía cuatro años de edad, mi papa solía verme tratar de robarle el balón a mis hermanos mayores, así que tal vez él sabía que yo sentía algo especial por el juego, desde entonces. Pero no me obligaba a jugar. En realidad, él me animaba para que tratara de practicar otros deportes, para ver si había uno que me gustara más que el baloncesto.
Así que jugué softbol unos años. Jugué futbol un poco, también, hasta que en un juego otra muchacha me pateó y me envió a volar. Me fracturé el dedo meñique, y decidí poco después…que el futbol no era para mí.
No hay otro deporte que se compare con el baloncesto. La manera como me sentía en la cancha era especial. No pasó mucho tiempo para darme cuenta que quería pasar el tiempo jugando baloncesto.
Estaba en sexto grado cuando le dije a mi papá que quería jugar en la universidad. Él empezó a llevarme al gimnasio a las 5 am todos los días para que pudiera entrenar antes de ir a la escuela.
Él planificaba todo como si fuese una práctica oficial: estiramientos, ejercicios de manejo de balón, carreras…muchas carreras. Él se enfocaba completamente en el acondicionamiento. Todo desde darle vueltas a la cancha completa. Abajo con la mano derecha, hacia atrás con la izquierda, en menos de nueve segundos. Él siempre tenía un cronómetro en la mano para medir el tiempo de todo lo que yo hacía. Mucha presión para alguien de 13 años de edad.
Eso era muy exigente. A las siete de la mañana estaba exhausta, justo cuando la mayoría de los niños se estaba despertando. A veces te preguntas porque te exiges tanto cuando puedes ir a casa y hacer cosas normales, especialmente cuando eres niño.
“No eres una persona promedio”, me decía mi papá.
Por supuesto, siempre me ha dado la opción de renunciar e irme a casa, pero entonces me pregunta de nuevo si yo hablaba en serio acerca de jugar baloncesto en la universidad. Le decía que si…y regresamos de nuevo a trabajar.
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Hace tres años, cuando era estudiante de último año en Shades Valley, mi mamá, mi hermana y yo fuimos a ver a Mississippi State jugar en casa en el WNIT. Papá iba usualmente a cada juego de baloncesto que podía, pero dijo que no quería ir esa vez, tenía dolores en el pecho esa noche así que decidió quedarse en casa. Pensé que eso era extraño, pero no pareció ser algo muy importante. Él había ido al doctor unas semanas antes y le dijeron que estaba bien. Todo estaba normal.
Esa fue la última vez que vi a mi papá. El día siguiente falleció. Todos los años que habíamos pasado entrenando juntos, todo el tiempo que había usado para practicar con él en el gimnasio, eso había terminado. Así, como si nada. Mi papa me había enseñado muchas cosas, acerca del baloncesto y acerca de la vida, pero nunca me preparó para enfrentarme con la muerte, para enfrentar el mundo sin él.
No estaba lista. No sabía cómo manejar lo que sentía. Había experimentado la derrota antes, pero para nada una tan grande como esta. Y no era algo de lo que me pudiese sobreponer practicando más fuerte en el gimnasio.
Fue una pérdida muy grande, y no había mucho que pudiera hacer para recuperarme de ella. Necesitaba tiempo. Eso era lo único que me iba a aliviar.
Tuve mucho apoyo de mi familia y amigos. Hasta el entrenador Schaefer, quien me había reclutado para Mississippi State pero no me conocía bien, fue al funeral, eso es algo que siempre recordaré. Pero los días y semanas que siguieron, pasé la mayor parte del tiempo sola, en mi habitación en Alabama. No fui al gimnasio por un mes. No toqué el balón en un mes. Hubo unas pocas veces cuando traté de levantarme y obligarme a regresar a la cancha, pero al principio no lo podía hacer.
El punto era que seguía escuchando la voz de papá en mi cabeza.
“Alguien va a tomar tu lugar si no vas a trabajar”.
Había momentos cuando pensaba en renunciar al baloncesto. Pero entonces pensaba en cómo se sentiría él si abandonaba después de todo el tiempo y esfuerzo que habíamos invertido.
Así que eventualmente regresé al gimnasio. Durante cada ejercicio, sus palabras resonaban en mi cabeza.
“La pelota va a seguir rebotando, sea en tus manos o en las de alguien más”.
“Si quieres jugar tienes que estar dispuesta a darlo todo”.
Para ser honesta de verdad no me sentí a gusto en todo mi primer año en Mississippi State.
Yo era una muchacha de 17 años de edad en una escuela nueva, en un estado nuevo, jugando con nuevas compañeras, y para un nuevo entrenador, quien aun llevaba a cuestas todas esas emociones de haber perdido a mi padre solo pocos meses antes. Sé que las personas dicen que soy una persona muy tranquila, pero había que verme cuando llegué aquí. Algunas de mis compañeras probablemente ni siquiera sabían cómo sonaba mi voz.
El sábado pasado se cumplieron exactamente tres años desde que él se fue. El domingo fue nuestro juego Elite Eight contra Baylor. Mi papá estuvo en mis pensamientos los días previos al juego, pero la mayor parte del tiempo di lo mejor por estar enfocada en el torneo NCAA y ayudar a mi equipo.
Antes de jugar ante las Bears salí y empecé a lanzar desde temprano, ya que en realidad nunca había logrado algún tipo de ritmo en nuestra victoria sobre Washington el viernes pasado. Sabía que iba a tener que contribuir mucho si íbamos a pasar al Final Four. Sabíamos que el juego era muy importante. Sabíamos que Mississippi State nunca había estado en el Final Four. Como equipo nos habíamos acostumbrado a recibir menos respeto del que pensábamos merecíamos. También sabíamos que la mayoría de las personas nos había descartado…que decían que Baylor era un equipo muy alto y difícil de manejar. Y recordamos el año anterior, cuando nos enviaron a casa luego de perder por 60 puntos ante UConn en el Sweet Sixteen.
Yo estaba enfocada antes del juego, pero no sabía si tendría lo mejor de mis facultades una vez iniciado el juego. Entonces convertí un lanzamiento en el primer cuarto y empecé a sentirme enérgica en la cancha. Pensé que podía tener una buena noche.
Cuando convertí un lanzamiento de tres puntos al principio de la primera mitad, empecé a pensar que tal vez estaba por llegar algo especial para mí. Podía oir a mi papá:
“¿Un lanzamiento de tres puntos? ¿De verdad?”
Los cuarenta y un puntos todavía no se han asentado. Si, fue un gran juego. De pronto las personas me están mencionando en las redes sociales y se me acercan de la nada en la calle. Por el momento, trato de lidiar con eso lo mejor que puedo y me aferró a mi rutina normal de prácticas. Nuestro equipo todavía tiene una meta más grande en mente.
Pero no importa lo que depare el futuro, ese juego del domingo siempre será para papá. Por todos los años que él pasó enseñándome, entrenándome y queriéndome. Todas las horas que me hizo trabajar para afinar los pequeños detalles de mi juego, el juego de pies y el acondicionamiento.
Nunca me dejaba quejarme por mi altura (1,64 m) o me decía que yo necesitaba ser más alta para jugar en la División I del baloncesto, aunque eso era algo que le escuchaba a los buscadores de talento universitarios. Eso nunca le importó a él, así que nunca me importó.
Por motivarme a trascender mis límites, una y otra vez, y por nunca dejar que me sintiera satisfecha solo con ser una jugadora promedio.
Amé cada segundo que pasé con él. Solo deseo que pudiera regresar y hacerlo otra vez.
Se siente como si hubiese pasado mucho tiempo, y hubiesen pasado muchas cosas en mi vida, desde que él se fue. Si él estuviera aquí hoy es difícil imaginar lo que me diría.
Si yo tuviera que imaginar, él no hablaría de los 41 puntos. Hablaría de mis 6 puntos seguidos desde la línea de tiros libres en el minuto final del juego del domingo.
Él estuvo en mi mente en todos los seis puntos.
Morgan William. Colaboradora.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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