martes, 6 de junio de 2017
Sola en la Casa con el Fantasma de Emily Dickinson
Sarah Lyall. The New York Times. 27 de abril de 2017.
Amherst, Mass. ¿Importa donde vivía el escritor? ¿Pueden la creatividad y la inspiración insinuarse en un espacio físico, convertirse de alguna forma en parte de la atmósfera? ¿Cree usted en fantasmas?
Es imposible no pensar en esas cosas cuando se visita el Emily Dickinson Museum, el cual incluye la casa donde Dickinson pasó la mayor parte de su vida, con su mente feroz merodeando, produciendo su profunda y enigmática poesía. Quizás más que la mayoría de los escritores, Dickinson es asociada estrechamente con un lugar. No se puede separar a la poetisa de la casa.
Una tarde reciente, me encontré sola en la habitación de Dickinson, al haber pagado 100 $ por la oportunidad de pasar una hora allí. (El precio actual es mayor; las personas también pueden pagar por dos horas o ir con un amigo). Fue uno de esos días. Viaje por tren y taxi desde Nueva York, mis nervios estaban un poco tensos, mi cabeza zumbaba, preocupada por estar retrasada, revisaba mi teléfono compulsivamente. Y ahora estaba ahí, en un lugar relacionado con el pasado de hace mucho tiempo, trataba de ordenar mis pensamientos, mi bolígrafo apuntaba a una página en blanco de mi cuaderno.
Debido a que Dickinson pasó mucho tiempo y fue muy productiva aquí, la habitación tiene una particular resonancia para los académicos y amantes de su poesía. Varias docenas de personas han trabajado (o quizás solo se sentaron) solas ahí por una hora o dos desde julio pasado, cuando el museo empezó a ofrecer visitas privadas, dijo Brooke Steinhauser, la directora del programa. Tienden a llegar con mucha pasión por la poetisa y se van con una nueva comprensión del lugar de ella en sus vidas.
“Quería saber lo que es pasar un tiempo en esa habitación”, dijo Lanette Ward, 70, maestra retirada de inglés de Atlanta quien admira tanto a Dickinson que llamó Emily a su hija. Escribió allí por dos horas al final de una tarde, mientras el día se convertía en noche y una réplica de uno de los famosos vestidos blancos de Dickinson, exhibidos en la habitación, empezó a tomar un significado especial.
“Oh si, me sentí cerca de ella”, dijo Ms. Ward por teléfono después. “Fue mágico para mí, fue como estar en el santuario de Emily Dickinson”. Ella no había planeado escribir nada en particular, pero lo que emergió, dijo ella, fue el inicio de “un cuento de realismo mágico muy gótico sureño, algo acerca de un vestido animado que empieza a moverse”.
María Arenas, una estudiante de 20 años de edad de la University of Massachusetts, Amherst, visitó la habitación el 2 de diciembre, para disfrutar el regalo de cumpleaños sorpresa que le dio su familia. Su padre fue al pueblo a llevarla.
“Él fue my misterioso con eso”, dijo Ms. Arenas. “No dijo donde me llevaba, y luego me entregó un bolso pequeño con un cuaderno y varios lápices, cuando llegamos al centro de Amherst”.
Instalada en su lugar, ella dejó volar su mente y notó que Dickinson invadió sus pensamientos. “Empecé a escribir cualquier cosa que se me ocurriera”, dijo ella. “Terminé escribiendo un cuento acerca de un pez. Era muy interesante”.
Para prepararme para esta experiencia, vagué a través de la casa, la cual está siendo restaurada más o menos al estilo que lucía cuando Dickinson vivió allí hasta su muerte en 1886. La habitación está de vuelta en su antiguo estado, aunque varias piezas del mobiliario, como el escritorio y la mesita de escribir que era tan importante en el trabajo de Dickinson, son reproducciones. (Los originales son propiedad de Harvard). Por alguna razón, la cama individual de Dickinson, hecha de una preciosa madera oscura, parecía particularmente atractiva y evocativa.
Hay fragmentos de poemas de Dickinson dispersos a lo largo de la casa, leí algunos, “A chilly Peace infests the Grass” y “I dwell in Possibility”, para entrar en sintonía.
La mayoría de las personas se había ido de la casa, yo estaba sola en el segundo piso. El sonido de las personas murmurando abajo empezó a disminuir junto con los ruidos del exterior, como ocurre en las horas pico en Amherst, sube y baja. La luz estaba cambiando, y me sentía diferente.
Aun si eres afortunado lo suficiente para tener una habitación propia, como escribió Virginia Woolf en su elegante manifiesto, y esto aplica tanto para escritores masculinos o femeninos, no hay garantía de que serás capaz de suprimir la cacofonía de tu cabeza. Es difícil encontrar un lugar tranquilo para pensar con claridad. Llegué con una mente inquieta, había un proyecto truculento en proceso, en una situación personal aun más truculenta. Había dejado mis bolsos con los equipos electrónicos en otra habitación, todo lo que tenía a disposición era algunos lápices que me había facilitado la oficina del museo, un par de poemas de Dickinson y mi cuaderno.
Barbara Dana, actriz y estudiosa de Emily Dickinson quien recorrió el país durante cuatro años y medio con la obra de teatro unipersonal “The Belle of Amherst”, pasó dos horas en la habitación en septiembre, trabajando en una memoria acerca de un momento difícil de su vida. Dijo que eso le ayudó a fraguar una cercanía que había sentido por la poetisa desde hacía mucho tiempo. Aunque para lo que no había estado preparada, era para lo agitada que se sentiría.
“Esto va a sonar raro”, dijo Ms. Dana, quien tiene 76 años de edad. “La sentí intensamente allí. Empecé a trabajar. Le dije, que tenía dificultades para hacer esa memoria. Lo dije en voz alta, muy quieta ‘Necesito su ayuda’. Y mientras escribía sentí su apoyo, y pensé, ambas somos escritoras. Nunca antes me había permitido pensar de esa forma”.
Llegué sabiendo menos de Dickinson que Ms. Dana. Planeé absorber la atmósfera y tal vez meditar un poco, tratar de imaginar la habitación en el siglo 19. Tenía listo el cuaderno para registrar mis observaciones.
Lei un poema de Dickinson en voz alta, en un murmullo, tratando de caer en sus cadencias y absorber su significado. Cerré mis ojos. Estaba muy cansada.
Lo que ocurrió a continuación también va a parecer extraño.
Me invadió una calma, y fui tomada por un foco incisivo, que invitaba a escribir. Hice algo que no había hecho desde la escuela primaria y que nunca ha sido de mi conformidad: Empecé a componer un poema. Lo que salió no fue muy bueno, pero no era terrible, de todas formas ese no era el punto. El punto era que eso salió de mi interior, ese surgimiento de emoción y lenguaje. Me estaba expresando de una manera completamente nueva.
Los pensamientos se derramaron en orden y no se solaparon. No dejé de pensar. No dejé de escribir hasta que Ms. Steinhauser vino una hora después y me dijo que era hora de salir. Eso fue espeluznante. Sobrenatural. Se sintió como si el tiempo no hubiese transcurrido para nada.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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