miércoles, 20 de mayo de 2015

50 años de aquella película The Sound of Music

Marzo 2015 Este año marca el quincuagésimo aniversario de The Sound of Music, película que cautivó audiencias en 1965. Julie Andrews y Christopher Plummer reflexionan sobre la realización del clásico, su amistad de décadas, así como de las montañas que han escalado desde entonces Alex Witchel No sorprendería a nadie, quizás, saber que Julie Andrews viaja con su propia tetera. Hacia el final de una tarde del pasado invierno, ella y Christopher Plummer se reunieron en el Loews Regency Hotel, en Manhattan, para hablar del quincuagésimo aniversario de la versión de cine de The Sound of Music, la cual está siendo relanzada en abril. Para cualquiera que haya visto la original en 1965, le parecerá imposible que haya pasado tanto tiempo. Ahora que Plummer tiene 85 años y Andrews 79, se podrá imaginar como se sienten ellos. Fue durante la filmación de The Sound of Music que Andrews y Plummer iniciaron una amistad, la cual, medio siglo después, sigue aún fortaleciéndose. El esposo de Andrews, Blake Edwards, dirigió a Plummer en The Return of the Pink Panther en 1975, y su amistad persistió hasta la muerte del director, en 2010. (Edwards y Andrews estuvieron casados por 41 años; Plummer ha estado casado con su esposa, Elaine, desde 1970). En 2001, Andrews y Plummer coprotagonizaron una producción televisiva de On Golden Pond, y en 2002 ellos fueron de gira por Estados Unidos y Canadá en una pieza teatral llamada A Royal Christmas. Ahora ellos tienen la apariencia de una vieja pareja de esposos. Una vez que la tetera de Andrews fue puesta en funcionamiento y el té fue preparado y servido, los dos se sentaron en el sofá de una habitación para hablar. Acababan de regresar de una sesión de fotografías. Pregunté como les fue, y Andrews saltó: “bien yo estaba vestida de negro. Él estaba vestido de negro. Estábamos en un ambiente blanco. Tenía un gran par de aretes, y mi cabello estaba de verdad excitante. Todo se hizo de manera improvisada”. “No me notaste para nada ¿verdad?” preguntó Plummer “No lo hice”, respondió ella con vigor. Él anunció. “No he comido nada en días”. Ella respondió en ascuas. “Oh, cariño, eso es terrible”. Él continuó, “Había una cena de caridad anoche, y la comida era tan mala que nadie comió nada”. Ella registró en sus bolsos. El miraba esperanzado, todo lo que ella sacó fue un frasco de Advil. “Tengo que tomar estas, lo siento”, dijo ella, agitando algunas píldoras, las cuales cayeron en la alfombra. Ella las agarró y las tragó. “Hubo muchas escaleras hoy”, dijo ella, mientras continuaba escarbando hasta que encontró una barra de granola y mantequilla de mani Kashi. “Traje media galleta de mantequilla de maní”, le dijo ella bromeando. Él miró la galleta de reojo. “No media”, dijo . “Un cuarto”. Bien muchachos. Parte de la razón por la que estamos aquí es hablar de su amistad de 50 años. “A que se refiere con amistad”, preguntó Andrews. “Exactamente”, dijo Plummer. No era su asunto favorito A través e las décadas, Plummer ha permanecido reticente sobre interpretar al Capitán von Trapp. Él era, a principios de los ’60, un celebrado actor de teatro y decidió hacer la película principalmente como entrenamiento para personificar a Cyrano de Bergerac en un musical de Broadway (un papel que no se materializaría hasta 1973). En su lugar, a los 34 años, con manchones grises en su cabello, se encontró a bordo de un barco a la deriva, lo que consideró de un buen barco de juguete como padre de siete niños entusiastas, una monja melodiosa, y el silbido de un oficial de la armada. De hecho, cuando se estrenó The Sound of Music, las críticas fueron feas. Pauline Kael la catalogó de “diseñada mecánicamente” para transformar a la audiencia en “en imbéciles emocionales cuando nos oímos tarareando las enfermizas, buenas canciones”. En el New York Times, Bosley Crowther concedió que Andrews “actúa con armonía y valentía”, mientras condena a los otros actores adultos “son completamente horrendos, especialmente Christopher Plummer como el Capitán von Trapp”. Plummer regresó al teatro, donde era, es y siempre será un gigante. (Su Iago fue una maestría, igual que su Lear). Diez años después de The Sound of Music, él se encontró trabajando en la pantalla grande interpretando a Rudyard Kipling, como contrafigura de Sean Connery y Michael Caine, en la película de John Huston, The Man Who Would Be King, desde entonces ha trabajado con frecuencia en las películas. En 2012, ganó el premio de la Academia para el mejor actor de reparto por la película Beginners, en la cual interpretó a un esposo y padre quién se convierte en homosexual más adelante en su vida. Él ha conseguido el papel principal en Remember, una película de terror dirigida por Atom Egoyan y está escogiendo entre dos nuevos papeles en sendas películas. Si a Plummer le gusta o no, el legado de The Sound of Music alimenta su capital. El bien parecido, sutilmente triste, viudo Capitán von Trapp fue siempre el romántico de la película, nunca Rolf, el acartonado mensajero adolescente. El hecho de que una monja guitarrista, de mal vestir y buenos valores tomara el elegante puesto de la Baronesa es pura justicia hollywoodense. Fuera de pantalla, el bien nacido Plummer (su bisabuelo, Sir John Abbott fue primer ministro de Canadá) pasó su vida compensando esto como un notorio chico malo, bebiendo en exceso, burlándose de sí con humor autodespreciativo mientras alegremente desperdiciaba lo que le convenía . Su memoria de 2008, A pesar de mí, es un recorrido por el negocio del espectáculo. Andrews es un animal diferente. The Sound of Music siguió a Mary Poppins seis meses despues, estas fueron precedidas por su triunfo en Broadway como Eliza Doolittle en My Fair Lady. Jack Warner la rechazó para la versión cinematográfica de My Fair Lady, y contrató a Audrey Hepburn en su lugar (dobló su voz para cantar). Durante la ceremonia de los premios Golden Globe, cuando Andrews ganó como mejor actriz de musical o comedia por Mary Poppins, ella le agradeció a Warner en su discurso de aceptación. Desde entonces ella ha sido una estrella del cine. Aunque congelada en las mentes de millones como un híbrido improbable de niñera y monja, Andrews es mucho más, su triunfo en el cine y el teatro en Victor/Victoria de su esposo es un ejemplo de su rango, junto a su giro dramático aclamado por la crítica en la versión cinematográfica de Duet for One. Además de su voz cantante natural, lo que siempre la ha definido es el trabajo duro. Durante los ensayos de My Fair Lady, su coprotagonista, Rex Harrison, mostraba desdén por sus habilidades dramáticas y quería que la reemplazaran. El director, Moss Hart, detuvo los ensayos para trabajar a solas con Andrews por 48 horas para mejorar su actuación. Como ella lo dice en su memoria, Home, cuando Hart terminó, su esposa, Kitty Carlisle Hart, le preguntó como le había ido. “Ella estará bien”, replicó Moss. “Ella tiene esa terrible fuerza británica que te hace preguntar como fue que perdieron la India”. En el caso de Andrews, ella se ganó cada parte de esa fuerza. Su mujeriego abuelo materno contrajo sífilis y murió a los 43 años: la causa fue “parálisis de lo insano”. Él había infectado a su esposa, y ella falleció dos años después. La madre de Andrews, una dotada pianista, dejó a su padre para casarse con un intérprete de vaudeville, Ted Andrews, y ellos y Julie trabajaron juntos muchos años viajando por varios lugares. Su padre alcohólico trato de abusar de ella varias veces. Su madre también se convirtió en alcohólica. Cuando Julie tenía 14 años, su madre confesó que su primer esposo no era el padre biológico de Julie. Su padre real provenía de una relación de un solo encuentro. Aunque Andrews lo conoció, ella nunca permitió una relación. Ella trabajó para mantener financieramente a su familia a través de toda su niñez, también ayudo a criar a sus hermanos menores. Su inamovible personalidad de buena muchacha servía como un antídoto para sus complicadas circunstancias, y eso también sirvió para convertirla en una política experta, entrenamiento ideal para una estrella. Ella estrecha manos, hace contacto visual, usa nombres apropiados, y ha perfeccionado el arte de contestar una pregunta, no con la respuesta real sino con la que decide dar. Mientras ella y Plummer engulláin sus respectivas fracciones de barra de mantequilla de maní, recordaron A Royal Christmas. “Actuamos en cada desagradable pista de hockey desde Canadá hasta Florida”, dijo Andrews. “Teníamos buses grandes donde dormir. También iban la London Philarmonic y el Westminster Choir y los Somebody Bell Ringers y el Something Ballet. Y Chris y yo haciendo nuestra parte. Resultó ser una gran diversión bajo circunstancias dificiles”. “La mayor diversión estaba en el bus”, dijo él. “Teníamos nuestro propio bar, así que no esperábamos a llegar a donde fuésemos”. Si, pero como ahora tomábamos té, quizás podría regresar a The Sound of Music, la cual empezó su vida como un musical de Rodgers y Hammerstein que ganó un Tony en 1959. William Wyler firmó para dirigir la versión cinematográfica pero nunca se entusiasmó con la historia; la abandonó para hacer The Collector. Robert Wise, ganador de un premio de la academia por codirigir West Side Story con Jerome Robbins (y nominado por mejor edición en Ciudadano Kane), se encargó, y The Sound of Music ganó el premio a la mejor película de 1965, y él ganó su segundo Oscar como mejor director. Pero al menos alguien en esta habitación parece parece importarle esto como al niño que él nunca quiso y que no puede quitarse de encima. “Bien, nunca noté eso”, dijo Andrews, “porque ese fue el momento de mi carrera cuando todo explotó. Eso y Poppins”. (Andrews ganó 225000 $ por un acuerdo de dos películas que incluía su papel como María.) “Tan cínico como siempre fui sobre The Sound of Music”, dijo Plummer, “Respeto que representa un alivio ante todos los tiroteos y persecuciones de carros que se ve por estos días. Es algo maravilloso, anticuadamente universal. Tiene chicos malos y los Alpes, tiene a Julie y sentimientos a borbotones. Nuestro director, el querido viejo Bob Wise, mantuvo todo bajo control. Un hombre agradable. Dios, que personaje. Quedan muy pocos de ellos en nuestro negocio”. Eso probablemente es verdad, aunque considerando todo, Plummer parece estar haciéndolo muy bien estos días. “No me estoy quejando de mí”, dijo él, levantando sus manos. “Es agradable ser descubierto de nuevo a esta avanzada edad. De verás me quito el sombrero ante Mikey Rooney. Él andaba de gira en sus 90”. Que poco apropiada persona para él admirar. “Pienso que de todos los tipos viejos quienes vivieron hasta una edad extraordinaria y se mantuvieron trabajando”, continuó Plummer, “él fue el más vital. John Gielgud todavía trabajaba cuando tenía 96, pero lo que John llevaba a las tablas era una vida de ornato. Mickey Rooney era un pequeño animal que atacaba todo con mucho fuego como lo hacia cuando era un muchacho. Era tan bueno en todo, bailando tap, cantando con Judy, rompiéndote el corazón como el entrenador en The Black Stallion. Y se las arregló para casarse 18 veces. Todas eran altas. Dios lo bendiga”. Parece como si hacerse viejo mientras se permanece bien parecido en Hollywood equivale a pasar desapercibido. “Si”, dijo el riendo. “Es extraordinario ¿no? Pero estoy impresionado de que me convertí en un actor de carácter muy temprano. Odiaba ser galán. Empiezas a preocuparte por tu rostro. Por favor” Bien, de regreso a la mistad de ustedes dos. Ellos se miraron uno al otro. “Ella no tiene nada que decir”, dijo Plummer, divertido. Andrews avanzó. “Él era un actor tan grande que cuando fue probado para The Sound of Music todo lo que pensé fue, ¿Cómo voy a enfrentar esto? Pero pasamos un tiempo muy bueno. Nunca tuvimos un cruce de palabras, nada”. “No”, aceptó él. “Ella puede ser terrible con su disciplina, pero lo hace de manera agradable”. “¿Quién fue que me llamó monja con navaja?” preguntó ella Él suspiró. “Es verdad. Monja con navaja”. “Pensaba que fuiste tú”, dijo ella. “No”. ¿Es verdad que Plummer solo estuvo 11 días en Austria? “Algo como eso”, dijo él. “Fue un calendario terriblemente corto”. “No pudo haber sido solo 11 días”, protestó ella. “Vamos”. “No, realmente, hubo muy pocos días. Tuve mucho tiempo para mí, por eso engordé. Bebí mucho y comí todos esos maravillosos dulces austríacos. Cuando fui a grabar, Robert Wise dijo, ‘Dios mío, te pareces a Orson Welles’. Tuvimos que rehacer los trajes”. “Nunca lo noté. No lo hice”, insistió ella. “Sé que tu y yo conectamos un par de veces. Una fue cuando estaba empapada, después que se volteó el bote donde estaba con los niños. Es uno de mis momentos favoritos de la película. Nunca te he dicho esto, fue justo antes de que fuésemos al gazebo y tú te había despedido de la Baronesa. Estabas tratando de decir que estabas contento de que María regresara. Y como un niño, dijiste que estuvo mal que me largara y estaría muy mal si me fuera de nuevo. Fue tan sentido”. Él fijó la Mirada, mientras yo señalaba que ella ha dicho esto antes. Muchas veces. “¿Lo he hecho? Ella miró sorprendida. “Bien, es la primera vez que he oído esto”, protestó él lealmente. “Era difícil hallar escenas actuables. Ernest Lehman, quién era un maravilloso guionista, lo hizo muy bien en The Sound of Music, considerando que fue escrita como un musical, no como una obra de teatro”. Andrews sonrió. “Había muchas posibilidades potenciales de distracción. Tú fuiste el pegamento que nos unió porque nunca permitirías eso y yo traté de colaborar”. “Era más fácil para el Baron, por supuesto”, dijo Plummer, “porque era un poco malicioso”. La Baronesa real, María von Trapp, madrastra de los siete niños von Trapp, la última de los cuales, también llamada María, falleció en 2014 a los 99 años, quería tener más influencia en la película de la que tuvo; fue relegada a aparecer como extra. “Nos conocimos, pero tuve que ver más con ella después”, dijo Plummer. “Un amigo mío de las Bahamas nos invitó a Elaine y a mí, oh no, Elaine no estaba conmigo; bien, la esposa que haya tenido ese momento, a tomar el té, y fui a la casa de mi amigo, sus otros invitados eran el gobernador general de las Bahamas y la baronesa. Allí estaba ella de nuevo. Había nadado en una famosa competencia de natación de las Bahamas, y ganó, por supuesto. Hicieron que un bote la siguiera, y le lanzaban bananas de vez en cuando. Pero pensé, Dios mío, que extraordinario contraste con esta criatura”. Él señaló a Andrews. “Ella era muy grande”. Andrews sonrió. “Ella era una muchacha de mucho peso. Después, cuando yo tenía mi propia serie de televisión, ella fue y cantó conmigo. Ella era muy dulce”. En 1997, la voz cantor de Andrews fue destruida en su esencia luego que ella se sometiera a una cirugía para remover nódulos no cancerígenos de su garganta. “No hablo mucho de eso”, dijo ella, lució muy mal cuando lo mencioné. En lo sucesivo, ella buscó apoyo para su dolor en el centro de rehabilitación Sierra Tucson. “Fue devastador”, dijo ella. “Pensé que tal vez la recuperaría. Eso fue antes que notara que habían removido tejido. Pero por el año y medio que esperé que algo milagroso ocurriera, pensé que debía hacer algo o me volvería loca. Mi hija Emma y yo empezamos a trabajar juntas y formamos nuestra pequeña compañía para publicar libros”. (Las dos han escrito 26 libros para niños juntas bajo el propio sello de Andrews). Un día me estaba quejando de mi destino y dije, ‘Dios, extraño cantar Emma. No sé como explicarte’. Y ella me dijo, ‘Lo sé, pero mira, has encontrado una nueva forma de usar tu voz’. Uno de nuestros libros se ha convertido en musical, The Great American Mousical, el cual dirigí en la Goodspeed Opera House, en Connecticut. Y otro, Simeon’s Gift, ha sido adaptado para una orquesta sinfónica y cinco intérpretes. También soy una miembro orgullosa del equipo de Los Angeles Philharmonic”. “La música clásica fue mi primer amor”, intervino Plummer. “Ella me ha dado un disfrute extraordinario y ha sido una gran influencia en mi trabajo, particularmente en los clásicos, donde tienes que saber cuando viene el coda y cuando el climax. Haces tu propia sinfonía con las palabras. Lamento no haber continuado estudiando piano clásico, lo cual empecé a hacer de niño”. “Y yo lamento no haber ido a la universidad”, agregó Andrews. “No tuve educación nunca, y mi madre dijo, ‘Tendrás una educación mucho mejor en la vida’. Lo hice hasta cierto punto, aunque siempre desearé poder haberlo intentado”. Bien, como íconos de una película clásica que durará por siempre, si cada uno pudiera cambiar una cosa, ¿Cuál sería? “Me hubiese cambiado a mí y conseguido a alguien más”, dijo Plummer. “Oh, cállate”, replicó Andrews. “Yo probablemente cambiaría un par de maneras de cómo canté algo”, siguió ella, “porque siempre me parece muy descontrolado cuando comienza la película. Pero ¿sabes que? También es una película de una época particular que se ha mantenido a través de los años. Nunca empiezas siendo una estrella. Tomas cualquier trabajo que se presenta, y si tienes suerte, la película es exitosa. Mi madre me inculcó eso: ‘No seas presumida. Siempre habrá alguien que puede hacer lo que tu haces y probablemente hasta mejor que tú’. Eso fue un gran entrenamiento”. En años recientes, las canciones de The Sound of Music se han hecho populares, desde Salzburgo hasta London’s West End hasta Hollywood Bowl, con audiencias atendiendo a las presentaciones completamente disfrazados. Ni Andrews, ni Plummer han asistido a una. “Hay esta gran historia de un joven en Londres”, dijo ella, “quién estaba pintado de dorado de pies a cabeza. Le preguntaron, ‘¿Qué eres en la película?’ Y él dijo, ‘Soy Ray, una gota de sol dorado’”. Habíamos pasado de la hora del té a la hora de la cena. Andres insistió en que los acompañara abajo al Regency Bar & Grill para tomar un trago. Ahí, se les unió su tripulación de carretera: Steve Sauer, el manager de Andrews; Rick Sharp, su maquillador; John Isaacs, su peluquero; Elaine Plummer; Lou Pitt, el manager de Plummer; y la esposa de Pitt, Berta. Por estos días, Plummer vive en Connecticut y pasa los inviernos en Florida; Andrews vive en Long Island para estar cerca de Emma y el negocio de ambas, aunque ella mantiene un apartamento en Santa Monica. Andrews y Plummer se sentaron uno al lado del otro en el centro de una mesa larga, de espaldas a la habitación. Él ordenó vino, sus días serios de bebida terminaron, me lo había dicho antes. Andrews ordenó su usual Martini, con aceitunas. Mientras se brindaba en la mesa, agradecía a los dos por invitarme. Andrews sonrió graciosamente, mientras Plummer soltó, “Bien, ¡yo no te invité!” Todos bebieron y ordenaron la cena. Este grupo ha estado en la carretera por tanto tiempo, ellos podrían haber estado celebrando su propia navidad. Cuando Plummer y Andrews hablaron, se recostaron uno contra el otro, sus frentes casi se tocaban. Gradualmente, las personas de las otras mesas empezaron a identificarlos, volteaban hacia adelante para ver si podían creerle a sus ojos. Después de todo, la última vez que la mayoría de nosotros los vio juntos, estaban subiendo esa montaña hacia la libertad. Y 50 años después, seguían aquí. Seguros. Y aun en familia. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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