jueves, 21 de mayo de 2015

Joey Alexander, una sensación de 11 años del jazz clásico quien rara vez limpia las teclas del piano.

Joey Alexander, una sensación de 11 años del jazz clásico quien rara vez limpia las teclas del piano. Nate Chinen. The New York Times. 12-05-2015. Los aplausos se hicieron largos y sonoros para Joey Alexander luego que había interpretado su última pieza al piano en una presentación reciente y a casa llena en el Dizzy’s Club Coca-Cola de Manhattan. Al mirar su ovación, él se paró entre su bajista y su baterista, en un intento por recibir el reconocimiento como grupo. La escena fue dulcemente cómica: Su cabeza apenas alcanzaba el pecho de ellos. Lo cual tenía sentido, dado que Joey, la última estrella mediática del jazz, tiene 11 años. Esto estaba muy lejos de ser su primera aparición en público. Él se convirtió en una sensación de la noche a la mañana, con su actuación como invitado hace un año en una gala de Jazz en Lincoln Center, la cual le ganó profusos elogios. Su primer álbum, “My Favorite Things” (Motéma), sale esta semana, y él está programado para una serie de apariciones en los meses venideros, incluyendo una en el Newport Jazz festival en agosto. Descubierto en Jakarta, Indonesia, hace tres años, Joey se mudó con sus padres a Nueva York el año pasado, con la ayuda de luminarias del jazz como el trompetista Wynton Marsalis, quien lo llamó “mi héroe” en Facebook y con quien ahora comparte un manager. Todo es parte de la vida improbable de un niño prodigio. Joey puede ser de quien más se haya hablado en el jazz por un rato, aunque él no está solo. Hay un José André Montaño, un pianista ciego de 10 años de Bolivia; Kojo Roney, un baterista de diez años quien dio un concierto el mes pasado en Brooklyn; y Grace Kelly, 22 años, una saxofonista alto quién tuvo su primer álbum a los 12 años. La lista sigue, con algunos prodigios que desarrollan carreras exitosas y otros que se quedan cortos de su promesa inicial. Es natural guardar sentimientos mezclados sobre este fenómeno, y para un crítico es todo menos imperativo. La aclamación entregada a los prodigios musicales usualmente involucra algún tipo de mezcla de impresión de acto circense e intercambio de comodidades futuras. Toda la atención puesta en ellos puede distorsionar la ecología de una forma de arte, aún mientras trae noticias positivas de su supervivencia. Y, como con cualquier talento joven célebre, hay una pregunta de intención: ¿Quién se beneficia más del renombre que reciben estos intérpretes? ¿Hay una manera de maravillar la precocidad sin alterar el desarrollo de un artista? Joey parecía un ángel hace varios años cuando se empezó a formar su reputación en los círculos del jazz: pequeño de estatura, con una gruesa pollina sobre la cara que aún mostraba trazas de gordura infantil. Ahora es más alto, aunque la imagen de él en un piano grande aun puede ser desconcertante, especialmente cuando se escucha lo que interpreta. En persona se presenta como cualquier muchacho amable e inteligente de escuela secundaria. Salió a una caminata en Central Park la semana pasada en jeans y una franela de Joy Division. “Um, no conozco mucho la banda”, admitió, “pero me gusta la franela”. Él respeta y ama claramente su forma de arte. “El jazz es una música difícil”, respondió a una pregunta sobre grandes expectativas, “y de verdad hay que trabajar muy duro y también disfrutar la interpretación; esa es la parte más importante”. Los prodigios del jazz rara vez tienen comando total de su arte. Ellos tienden a exhibir una superabundancia de técnica y conocimiento general pero un suplemento deficiente de los intangibles, lo que los partisanos del jazz llaman “madurez”. Y aún la más virtuosa interpretación de una composición es de uso limitado en el jazz, por lo menos cuando se trata de una carrera de solista. Para un pianista de jazz, la maestría significa mucho conocimiento de armonía, ritmo y orquestación, todo convergiendo en síntesis elocuente. Joey Alexander tiene control sobre bastante de eso. “My Favorite Things”, producido por Jason Olaine, el director de programación y giras de jazz en Lincoln Center, le muestra como ser un músico reflexivo así como uno natural, con una paleta de armonía sofisticada y una sensibilidad dinámica. En el álbum, Joey trabajó con intérpretes elitescos como el bajista Larry Grenadier. “Yo estaba capcioso”, dijo Mr. Grenadier de la invitación para grabar. “Lo que típicamente encuentro con los niños prodigio es que vienen de esta clínica, el estilo de Europa occidental para acumular conocimiento. Lo que encontré con Joey es que proviene de un estilo más intuitiva y comunitario de tocar música, lo cual es muy hermoso ver”. Por mucho el álbum está caracterizado por desarmar la autoposesión, especialmente por su historia de fondo, la cual es difícil de ignorar. Joey, cuyo nombre completo es Josiah Alexander Sila, nació en Bali, a muchas millas del establecimiento de jazz más cercano. Sus primeros encuentros con el jazz fueron a través de los discos compactos que su padre, Denny Sila, había llevado a casa en los años 1990, después de conseguir un grado en finanzas en Pace University en Manhattan. Él y la madre de Joey, Fara, tenían un negocio de turismo. Ellos son de hablar suave, amigables y poco presumidos: en apariencia la cosa más alejada de unos padres de escenario, aunque ellos sienten un claro orgullo por el talento de Joey. Y por su carrera, “Fluimos con eso”, dijo Mr. Sila almorzando en Central Park. “Nunca esperamos nada”. Joey empezó a tocar piano a los 6 años, al interpretar una melodía de Thelonius Monk de oído, lo cual llevó a Mr. Sila, un pianista amateur, a enseñarle algunos fundamentos. Más allá de eso, Joey recordó, “Oía discos, y también YouTube, por supuesto”. Él tocó en sesiones de descarga en Bali y luego en Jakarta, cuando su familia se mudó allí. A los 8 años, tocó para el pianista Herbie Hancock, quién estuvo en Jakarta como embajador de buena voluntad de Unesco. (“Usted me dijo que creía en mí”, recordó Joey el pasado otoño, dirigiéndose a Mr. Hancock en una gala para la Jazz Foundation of America, “y ese fue el día cuando decidí dedicar mi niñez al jazz”). Él tenía 9 años cuando entró al primer Master-Jam Fest, una competencia de jazz para todas las edades en Ucrania. Ganó el premio grande. Pronto uno de sus videos en YouTube llamó la atención de Mr. Marsalis, director artístico de Jazz en el Lincoln Center, quien lo invitó a presentarse en la gala de 2014 de la organización. Joey interpretó una versión como solista de la balada de Monk “Round Midnight” para cerrar y se ganó una ovación de pie, críticas relucientes y algunos promotores influyentes. Jeanne Moutoussamy-Ashe, la fotógrafa y viuda de la estrella de tenis Arthur Ashe, invitó a Joey para actuar en la gala del Arthur Ashe Learning Center, ante una multitud que incluía al antíguo Presidente Bill Clinton. Ella luego presentó a Joey y su familia a Gordon Uehling III, fundador del CourtSense Tennis Training center; él los alojó en su finca de Alpine, N.J., donde Novak Djokovic a menudo se queda durante el Abierto de Estados Unidos. (Joey tiene acceso a un piano Steinway ahí, el cual toca cuando no toma lecciones escolares en línea). Jazz at Lincoln Center ve no solo un prodigio, sino un embajador. “Estamos muy interesados en incorporar a Joey en nuestra extensión educativa”, dijo Mr. Olaine, “llevarlo a las escuelas medias para que toque frente a niños de su edad. Él podría inspirar a la gente joven a escuchar y disfrutar la música de jazz”. La pregunta que sobresale con un músico tan joven y bueno como este es si es prematuro seguir carrera como solista. Normalmente, un prodigio aprende al lado de los maestros, dijo Mr. Olaine. “Pero Joey es un caso tan extraordinario que pienso que ninguno de nosotros lo haya visto antes. Él todavía no es un músico formado por completo, no sabemos en que se va a convertir. Pero justo ahora, está listo para ser un líder”. Eso puede ser verdad. Pero había espacio para crecer en el trío reciente de Joey. Al trabajar con el baterista Sammy Miller y el bajista Russel Hall, quienes aparecen en su álbum, él se sumergió en las baladas, el blues y los standards, incluyendo “Giant Steps” (Pasos Gigantes) la pieza de John Coltrane cuyas tortuosidades armónicas siempre han sido territorio de prueba para los improvisadores. (Es el primer surco del álbum de Joey). La melodía alcanzó un nivel impresionante, provocaba gritos, pero durante el progreso de la interpretación, Joey no siempre estuvo en el punto rítmico más firme. Un original, “Ma Blues”, fue hermoso pero derivativo. Y mientras tocaba una brillante introducción a “Monk’s Mood”, su instrumento no delineaba la arquitectura interna de la canción, ocasionalmente tomaba un desvío hacia el blues. Hay una razón por la cual hasta los más portentosos prodigios del jazz pasan por un aprendizaje. Esto ha sido una realidad para Gadi Lehavi, de Israel, y Beka Gochiashvili, de Georgia, pianistas acostumbradas a los elogios desde la niñez, ambas ahora tienen 19 años, con altos créditos como instrumentistas. Fue real para Julian Lage, un guitarrista quien recibió atención nacional a los 8 años, él antes de su carrera como solista fue tutoreado por el vibrafonista Gary Burton, un antíguo prodigio. Por su talento excepcional, Joey es un candidato principal para consejos similares. Cuando le preguntaron si recordaba algún consejo importante de un jazzista experimentado, él momentáneamente se quedó sin palabras. Con sus ojos brillantes, dijo, “algo que las personas siempre me dicen es: ‘Sigue tocando’”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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