miércoles, 16 de septiembre de 2015
¿Alguna vez tuviste una familia? Por Bill Clegg.
Kaui Hart Hemmings. The New York Times. 01-09-2015.
La catástrofe y el infortunio son los amigos del novelista, artefactos dramáticos que proporcionan un argumento y dejan que los personajes demuestren su rango. Las tragedias perforan la vida, y el suspenso viene al tratar de ver como se llenan esos espacios. Esto es lo que no excita acerca de los libros que comienzan con una explosión de lamentos. El dolor es triste, sabemos eso, ¿pero ahora que? ¿Cómo responderán estos personajes particulares? ¿Qué más tienes para darnos?
En su primera novela realizada con maestría, “¿Alguna vez tuviste una familia?, Bill Clegg nos entrega a June Reid, un pequeño pueblo de Connecticut y un incendio en la víspera de la boda de la hija de June que altera todo: El hogar de June, su novio, su ex esposo, su hija y el prometido de su hija. ¿Cómo podría alguien reaccionar ante tal pérdida? June responde desplazándose como zombie hacia el oeste a un motel cerca del mar en Moclips, Wash., donde ahora se esconde, raramente sale de su habitación.
“Ella se irá”, escribe Clegg. “Subirá a su camioneta Subaru y recorrerá las intrincadas y llenas de huecos carreteras rurales hasta encontrar un autopista, que se extienda lejos hacia el oeste. Ella seguirá alejándose tanto como sea posible sin pasaporte, el que tenía ya no existe”.
Este comienzo les entrega a los lectores una especie de mapa y manual, nos muestra como leer donde iremos y donde no. No lidiaremos con detectives, agentes de seguros o los asuntos prácticos de la muerte. No acompañaremos a June a un banco, o a una tienda de ropas o a la oficina de tránsito para reponer la licencia que perdió en el incendio. Sorpresivamente, tampoco nos aventuraremos en el terreno emocional, June no es ese tipo de persona en duelo: “Ella no ha llorado. No ese día, no en los funerales, ni después. Ha hablado poco, ha dicho unas poas palabras cuando lo ha necesitado, solo es capaz de agitar la cabeza y mueve la mano desde lejos ante los curiosos y preocupados como si espantara zancudos”.
June es reticente, ausente, se mueve como si estuviera en una correa transportadora. Confieso que esto me sorprendió un poco. Basado en la promesa sostenida y quizás ingenua del editor de un libro que “muestra una respuesta profunda y personal, yo anticipaba más sentimiento, dolor en los personajes. No puedo imaginar no soltar ni una lágrima o hablar con alguien luego de perder tus seres queridos, especialmente un niño, pero el dolor está hecho de costumbres y es impredecible. No solo la dirección de la novela nos lleva lejos del sentido práctico y el inmediato corazón roto, sino que Clegg ha creado personajes que no son muy llevaderos. Ellos están llenos de secretos y traiciones que apenas han empezado a descubrir. Tienen pasados complicados, y son estos, mucho más que las preocupaciones inmediatas del presente o las cargas obvias del dolor, los que la novela está más interesada en explorar.
Mientras June es indudablemente la protagonista, otros personajes proveen armonía al tono de su ritmo. El principal entre ellos es Lidia, la rechazada del pueblo y madre del novio de Lidia. En el desespero de Lidia al perder al hijo que finalmente empezaba a conocer, ella casi voluntariamente sucumbe en un fraude de lotería, su entorno desordenado salió a la luz mediante su confesión telefónica ante el perpetrador del fraude.
La mayor parte de la novela es contada desde los puntos de vista de June y Lidia, lo cual permite ver como sus pasados informan de su futuro. Pero hay personajes periféricos que aparecen en capítulos alternados. Está un drogadicto de la escuela secundaria quién está comprometiendo a Lidia y está preocupado por el papel que pudo haber jugado en el incendio. Está la pareja que administra el motel en Moclips. Está el antíguo dueño del motel y amigo de los padres del novio. Están la florista, el tipo de la agencia de festejos y el padre del novio. Un hombre llamado George también aparece en varios capítulos, recordando el amorío que tuvo con Lidia hacía mucho tiempo mientras su esposa estaba muriendo.
¿Entendieron todo eso? Tuve que hojear el libro de nuevo para asegurarme que estaba recordando a todos estos personajes, porque algunos dicen su parlamento y desaparecen. Esto fue frustrante al principio, porque los interludios no necesariamente hacen avanzar la historia, pero agregan una hermosa capa de sonido. Lo que puede parecer superfluo al final termina siendo maravilloso y esencial.
Edith, por ejemplo, la florista de la boda: Su monólogo suple un vívida mirada al pueblo, sus políticas y chismes, la división entre los locales y los que tienen una segunda casa allí para pasar los fines de semana. Ella reclama clandestinamente las margaritas que adornarían las mesas y las teje en los arreglos fúnebres. En una voz como de negocios, ella concluye: “Cuando algo como lo que pasó en la casa de June Reid esa mañana ocurre, te sientes como la persona más pequeña y débil del mundo. Nada de lo que hagas puede importar. Nada importa. Por eso es que cuando te derrumbas sobre algo que puedes hacer, lo haces. Por eso fue que lo hice”. Las viñetas proveen astutas resurrecciones, un mosaico de una comunidad y su conexión con la tragedia. Y conexión, la manera como se fusionan las personas y sus vidas, es el asunto principal de esta novela.
Hay poca acción en el tiempo presente, y muy poco diálogo. En vez de eso Clegg nos presenta las memorias y recuentos de los personajes. Tenemos que movernos lentamente con ellos para ver como se conectarán las historias. June y Lidia son arqueólogas, estudian las decisiones de sus pasados, cada movimiento, cada secreto, cada lamento y sentimiento callado, para ver la ruta que lleva a sus ruinas. Especialmente June, quien siente que su descuido con su vieja estufa ocasionó el accidente, lo rumia a cada momento. “Ella desea poder regresar a la caminata frontal hace una hora”. Ella quiere deshacer cada acción, cada palabra.
Lidia, mientras tanto, recuerda la traición a su hijo, Luke, las decisiones que ella tomó que le fallaron a él. Pero despues que June trajera a Luke de vuelta a la vida de Lidia, ella y su hijo estaban acercándose de nuevo, “moviéndose con cautela hacia los temas pesados. Estaban siendo cuidadosos el uno con el otro, se tomaban su tiempo. Llegaremos allí, le dijo Lidia a June una vez cuando ella había presionado sobre eso, pero ahora no hay apuro, tenemos el resto de nuestras vidas”.
Ahí descansa el tranquilo dolor de corazón de esta novela. Es solo natural para estas personas, para cualquier persona, lamentar sus tropiezos y palabras calladas, solo mediante el accidente podrían develarse sus secretos, emerger lo mejor de ellos, sus vidas comienzan.
Bill Clegg ha escrito poderosamente acerca de sus propios tropiezos en dos memorias, “Ninety Days” y “Portrait of an Addict as a Young Man”, convirtiendo en crónica su pasado como un agente literario quién perdió todo ante la adicción. Tal vez sus lamentos, sus decisiones y errores, fueron todos piedras en el camino para llegar a su vida actual como adicto recuperado con una carrera exitosa, quien tiene dos libros de no ficción en su haber y, ahora, esta reflexiva novela.
Como dice un personaje en “¿Alguna vez tuviste una familia?”: “Es un alivio encontrar finalmente de donde dices ser”.
Did You Ever Have a Family
By Bill Clegg.
293 pp. Scout Press. $ 26.
Kaui Hart Hemmings es autor de un libro de cuentos y tres novellas: “The Descendants”, “The Possibilities”, y la venidera “Juniors”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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