martes, 8 de septiembre de 2015
Tras los pasos de un hermano enfermo mental, perdido en Brooklyn.
Kim Barker. The New York Times. 05-09-2015.
Desde que eran niños, Aukejshia Boyce-Gaskins se aseguraba de estar pendiente de su medio hermano menor, Birshon Daley.
Su madre, adicta a la cocaína crack, los dejó con su bisabuela cuando Ms. Boyce-Gaskins tenía 10 años y su hermano tenía 2 años. Ms. Boyce-Gaskins ayudó a criar a Mr. Daley en un pequeño pueblo de Georgia, aún se encargó de él luego que se graduó en la secundaria. Ella lo envió a vivir con su padre en Brooklyn. Pero entonces vino su diagnóstico de esquizofrenia paranoíca. Su padre murió. Hace casi tres años, él desapareció.
Su hermana estaba ansiosa. ¿Estaba él en las calles? ¿En un refugio para personas sin hogar? ¿En un sanatorio?
Ella le pidió a un familiar que revisara los lugares que Mr. Daley frecuentaba en el pasado, como la barbería donde solía barrer por algunas monedas. Ella registró en internet, cargando su nombre en Google una y otra vez. Pero Mr. Daley no aparecía.
“Lo tuve que poner en el fondo de mi alma, pero eso siempre me ha afectado”, dijo Ms. Boyce-Gaskins, 42, quien administra un centro sin fines de lucro para jóvenes discapacitados en Atlanta. “Mi mamá me cargó la responsabilidad de asegurarme que él estuviera bien. He estado destruida espiritualmente”.
Dentro de una casa tres cuartos
Birshon Daley, quien tiene esquizofrenia paranoíca, fue una de diez personas que vivían en un hogar a tres cuartos en Brooklyn en 2014. Él dijo que recibía 5$ diarios del administrador de la casa para sus gastos.
Una reciente mañana de martes, Ms. Boyce-Gaskins se levantó otra vez pensando en su hermano. Esta vez, estaba impresionada por lo que mostraba Google: Mr. Daley, ahora de 34 años, había aparecido en una investigación del 30 de mayo del New York Times en casas temporales, no reguladas conocidas como casas tres cuartos.
Los hogares, concebidos como algo entre las casas reguladas a medio camino y los hogares reales, se habían multiplicado en años recientes a través de la ciudad de Nueva York, recibiendo gente pobre en recuperación de abuso de sustancias, gente sin hogar quienes querían evitar los refugios y gente con enfermedades mentales como Mr. Daley. Su renta era usualmente pagada por los 215 $ mensuales de ayuda de vivienda para personas en asistencia pública, o por los casi 300$ mensuales en efectivo para las personas con discapacidad.
Las casas a menudo eran decrépitas. Los inquilinos algunas veces eran forzados a ir a ciertos doctores y programas, lo que aumentaba las preguntas sobre los fondos que se ahorraba Medicaid.
La vida de Mr. Daley había sido particularmente miserable. Le habían dado solo 5$ diarios para vivir. Fumaba las colillas de cigarrillo que recogía de las aceras, comía la comida que encontraba en la basura y dormía en un catre sin sábanas, en una habitación sucia que compartía con otros tres hombres. Por todo, 10 hombres apretujados en un apartamento de tres habitaciones.
Mr. Daley, quien tenía una larga barba y una protuberancia grande en la frente, hablaba sin sentido y parecía oir voces. “Soy una especie de anémico, ¿no crees? ¿ una especie de vampiro comelón?” Mr. Daley, llevaba un collar anaranjado y una chaqueta de cuero negro, me preguntó a mí, la reportera, en diciembre. “Me gusta el kétchup también”.
Luego de leer el artículo, Ms. Boyce-Gaskins llamó al medio hermano de Mr. Daley, los dos hombres comparten un padre, al Bronx. Ella llamó a su padre, quien vive en Brooklyn. Me envió un correo electrónico y me llamó.
“Por favor ayúdeme a localizarlo y traerlo a casa por el amor y cuidado que merece”, escribió ella.
Pero justo antes que el artículo fuera publicado, Mr. Daley fue lanzado a la calle. Yo le había entregado a Mr. Daley un teléfono celular prepagado para estar en contacto con él. Pero el podía no parecer recordar como usarlo, aunque se lo había mostrado varveces. Yo no lo había visto desde finales de mayo. Me imaginé que se había unido a las legiones de personas sin hogar en las calles de la ciudad, muchos de ellos afectados con enfermedad mental.
Luego del artículo, la ciudad formó una fuerza de tareas de emergencia, inspeccionaba docenas de hogares tres cuartos y mudó a muchos residentes desde hogares superpoblados hacia hoteles.
Pero otros fueron dejados atrás. Mr. Daley había caído a través de cada crack posible.
Perder un hogar y una ayuda.
Ms. Boyce-Gaskins pensaba en si como la guardiana de Mr. Daley. Luego que su madre los dejara con su bisabuela en Thomaston, Ga., un pueblo de unas 10000 personas, ella hablaba con sus hijos por teléfono, pero raramente los veía.
Mr. Daley se mudó con Ms. Boyce-Gaskins luego que ella se graduara en la secundaria. Pero eso no duró. “Yo necesitaba la ayuda de su padre”, recordó ella. “Todo terminó en que él se metió en problemas, y yo no pude asumir esa carga en ese momento. Su papá se hizo cargo”.
A los 16 años, él se mudó a Brooklyn con su padre, un trabajador de limpieza de la ciudad y artista. Eventualmente, los dos se mudaron al sótano del hogar de la tía de Mr. Daley, en el vecindario del este de Nueva York. En algún momento, Mr. Daley tuvo su primer ataque psicótico. Pronto fue diagnosticado de esquizofrenia paranoíca.
Ms. Boyce-Gaskins hablaba con su hermano por telefono, lo veía ocasionalmente. Cuando su madre murió de un ataque hace cuatro años, Ms. Boyce-Gaskins fue a Brooklyn. Ella trató de llevar a Mr. Daley al funeral, pero el no apareció.
Alrededor de un año después, las llamadas telefónicas terminaron. La tía de Mr. Daley dejó de contestar las llamadas de Ms. Boyce-Gaskins, dijo ella. Mr. Daley, su padre y su medio hermano no tenían teléfonos celulares. Los familiares no sabían donde estaba Mr. Daley. Mediante una búsqueda en Facebook el pasado verano, Ms. Boyce-Gaskins supo que el padre de Mr. Daley se había mudado a Atlanta sin decirle a ella. Entonces el había muerto.
No está claro donde aterrizó Mr. Daley. Me dijo después que solía vivir en la casa de su tía, pero terminó en un refugió de personas sin hogar cuando su padre se fue de Brooklyn y su abuelo murió. Él dijo que el refugio lo envió a Back on Track, una red de trabajo de casas tres cuartos, en 2012.
Back on Tack, administrada por Yury Baumblit, ubicaó a Mr. Daley en una de seis casa de vecindad en New Lots Avenue en East New York, justo al salir de la última parada de la línea 3 del metro. Alrededor de 120 hombres y mujeres vivieron ahí en un momento.
El gobierno federal había determinado que Mr. Daley era incapaz de administrar su cheque por incapacidad, el cual, el dijo que era de alrededor de 645 $ mensuales. Así que Mr. Daley dijo que bajo la supervisión de Baumblit, él designó a uno de los empleados de Mr. Baumblit como su “payee” para administrar su dinero y asegurarse de que sus necesidades fuesen satisfechas. Pero Mr. Baumblit le daba solo 5 $ a Mr. Daley, así lo dijeron sus compañeros.
Un compañero de casa, John McLeod, 58, tenía la tarea de darle a Mr Daley sus medicamentos, un antipsicótico, un estabilizador del ánimo y una píldora para la tensión sanguínea, todos estaban en una bolsa plástica en el piso. Mr. McLeod, también discapacitado, dijo en diciembre que no tenía idea de que píldoras estaba manejando. Mr. McLeod algunas veces también golpeaba a Mr. Daley y le lanzaba cucharas, dijeron Mr. Daley y sus compañeros de casa. Mr. McLeod no pudo ser ubicado para comentar al respecto.
La semana previa a Navidad, todo cambió. Empezaron los desalojos, Mr. Baumblit se había estado embolsillando el dinero de la renta pagado por el gobierno por más de un año, pero no pagaba su renta. Sin previo aviso para los inquilinos, seis de los 12 apartamentos fueron cerrados. Los otros fueron programados para desalojo. Mr. Baumblit abandonó New Lots.
El apartamento de Mr. Daley permaneció abierto. Pero a principios de enero, Mr. McLeod dejó fuera a Mr. Daley, dijeron los compañeros de casa.
Por más de seis meses, Mr. Daley estuvo sin hogar, deambulando en las estaciones del metro, durmiendo donde podía y mendigando dinero. El 19 de febrero, se resbaló en el hielo y fue llevado al hospital con una herida en la cabeza. Le inyectaron su medicina antipsicótica y su estabilizador de ánimo. Le recortaron el cabello y también la barba. Entonces le dieron de alta, y le dijeron que fuese a consulta con un médico en una semana. No lo hizo.
Mr. Daley regresó a New Lots. Los inquilinos de uno de cuatro apartamentos restantes, aún esperando por sus desalojos pendientes, le dejaron dormir en un colchón en la sala. Él no tenía medicamentos. No tenía dinero. El empleado de Mr. Baumblit ahora cobraba todo su cheque de incapacitado.
Mr. Daley tenía dos modos de comportamiento cuando no tenía sus medicinas. O era conversador a ratos, con pensamientos sin sentido, o se quedaba tranquilo. A veces, me sentaba con Mr. Daley por una hora, sin cruzar ni una palbra. Otras veces me saludaba con una amplia sonrisa. “Hola Kim”, dijo una vez, cuando lo encontré sentado afuera cerca de una bodega, como si me estuviera esperando.
Cuando tomaba sus medicinas, estaba dopado. Sus manos temblaban tanto que era difícil para él encender un cigarrillo. Él odiaba la tembladera, probablemente un efecto colateral del haloperidol, su antipsicótico.
Los hombres del apartamento alimentaban a Mr. Daley y lo suplían de cigarrillos. Pero los días del desalojo se acercaban. Finalmente, al concluir mayo, el último apartamento de Back on Track estaba cerrado.
Encontrar a Mr. Daley.
Cuando su hermana llamó, yo no había visto a Mr. Daley en meses. Imaginaba que él o estaba en el vecindario de New Lots, deambulando en las estaciones del metro, en el hospital o en prisión.
Esa tarde conocí a Melvin White, el padre de Ms. Boyce-Gaskins, cerca de la bodega donde yo solía visitar a Mr. Daley. Mr. White, 62, no había visto a Mr. Daley desde que este era un muchacho. Ahora planeaba encontrarlo.
Empezamos por caminar de tienda en tienda, con mi carnet de trabajo. ¿Había visto alguien al hombre con la protuberancia grande en su frente? Teníamos fotografías de Mr. Daley del artículo.El hombre de la bodega dijo que creía haber visto a Mr. Daley la noche anterior. Fuimos a otra bodega, cerca de la entrada de la estación del metro. El hombre detrás del mostrador estaba seguro de haber visto a Mr. Daley esa mañana. Dos oficiales de policía estaban por ahí cerca. Normalmente no trabajaban en East New York, pero uno de los oficiales dijo que había visto a Mr. Daley media hora antes.
“Definitivamente era él”, dijo el oficial. Pero su socio no estaba seguro.
Revisamos en dos negocios de comida ceranos y dos parques. Dejamos una tarjeta con un mecánico quien dijo que había visto a Mr. Daley. Entonces caminamos hacia la biblioteca. Mi teléfono sonó.
Era el oficial de policía. “Él está aquí”, dijo el oficial. “Cerca de la entrada del metro”.
Doblamos en una esquina y ahí estaba él. Encontrar a Mr. Daley en una ciudad de casi 8.5 millones de habitantes había tomado solo 47 minutos.
Sucio, descuidado, su barba larga y enmarañada, mantenía arriba sus pantalones cortos con los puños dentro de los bolsillos. Su camisa probablemente decía “Billionaire Boys Club”. Usaba zapatos sin trenzas. Lo llamé por su nombre y se volteó.
Estábamos maravillados. Él estaba impasible. Le pregunté como estaba. “Bien”, dijo él, mirando sospechoso. Mr. White le mostró a Mr. Daley un fotografía en su teléfono.
“¿Quién es esta? Preguntó Mr. White.
“Parece mi hermana”, dijo Mr. Daley, y entonces Mr. White llamó a Ms. Boyce-Gaskins y le entregó el teléfono a Mr. Daley.
“Hola”, dijo Mr. Daley, llenó de amabilidad mientras escuchaba. “Este es él”.
“Oh, bien, no sabía”, dijo él.
“De pende de ti porque me estás diciendo que clase de ayuda necesito”, respondió, antes de pasarle el teléfono a Mr. White y sentarse en el suelo.
Había perdido su cartera, así como su tarjeta de Medicaid, y también los dos bolsos de pertenencias que tuvo una vez. No tenía dinero, no lo había tenido en meses.
“¿Me recuerdas? Le pregunté tratando de conectar con él, para saber que había pasado. “¿Dónde te has estado quedando?”
Él hizo una pausa de unos segundos. “Recuerdo que me ayudaste”, dijo él.
Traté de nuevo. “¿Dónde has estado durmiendo últimamente, Birshom?”
“Por ahí. En el banco de un parque. Un par de bancos”.
Él pensaba que había estado sin hogar por solo 15 días. Habían sido dos meses y medio.
Mr. White llevó a Mr. Daley a su apartamento. Lo sentó sobre una sábana en el sofá, para no ensuciarlo. Le dio un sándwich de jamón y queso y una pasta con carne de Chef Boyadee. Mr. White botó las ropas viejas de Mr. Daley y le dio unas limpias. Mr. Daley se duchó por primera vez en meses.
Al día siguiente, Mr. White trató de llevar a Mr. Daley al hospital para que le administraran sus medicinas. Mr. Daley no dijo nada.
“¿Sientes que las necesitas? Preguntó Mr. White.
“En realidad no”, dijo Mr. Daley.
No quería darse otra ducha. No quería cepillarse los dientes, No quería ningunas píldoras.
‘Una oportunidad más grande y mejor’.
Ms. Boyce-Gaskins decidió buscar a su hermano ese fin de semana, para llevarlo a la casa de ella cerca de Atlanta. Le pregunté a Mr. Daley, a quine le gustaba el invierno, como se sentía al irse.
“Muy bien”, dijo él, antes de hacer una pausa. “Algo relajado”, continuó él. “El peligro está lejos, pero no exactamente destruido. Es una oportunidad más grande y mejor”.
Ms. Boyce-Gaskins salió del trabajo ese viernes y viajó en tren toda la noche, llegó al apartamente de Mr. White alrededor de las 5 p.m. el día siguiente. Cuando ella vio a su hermano por primera vez en cuatro años, le preguntó si podía abrazarlo. “Si”, dijo él.
Mr. Daley le dijo despues a su hermana que verla lo hizo sentir “como si estuviera viendo a Santa Claus”.
Luego de saludarse, salieron afuera, se sentaron en los escalones del edificio y fumaron media caja de cigarrillos, hablando de sus vidas. La mañana dominical, Ms. Boyce-Gaskins lavó los pies de su hermano, y lo metió en la ducha.
Él era diferente con ella que con cualquiera con quién lo hubiese visto, calmado y confiado. Cuando ella le dijo de no fumar junto a otras personas, él escuchó. Cuando ella le dijo que contaba con su respaldo, el le enseñó el puño. Ella le dijo que pasarían por el hospital antes de tomar el bus de vuelta a casa en Georgia. El arrugó la cara pero no se negó.
“Solo para tomar las medicinas”, le dijo ella. “No nos vamos a quedar”.
“Nos vamos”, replicó él.
“Seguro”, dijo ella. “Necesitamos algunos medicamentos y no queremos de los que te hacen temblar, ¿estamos?”.
“Bien”, respondió él.
En la casa de Douglasville, Ga., ella dijo, que su esposo le tenía una habitación lista para Mr. Daley. Su hija de 12 años, y su sobrino de 13, a quienes están criando, estaban felices de que finalmente ella hubiese encontrado a su hermano. Ms. Boyce-Gaskins planeaba enrolarlo en un programa de pacientes externos para personas con enfermedad mental.
“Le prometí que nunca tendría que preocuparse de nuevo por no tener un hogar”, dijo Ms. Boyce-Gaskins, antes de empezar a llorar.
Hablar de esto no es divertido para Mr. Daley, quién a menudo se siente mal con mis preguntas y ha admitido que las encuentra fastidiosas. No siente pena de sí, no se queja de Mr. Baumblit el de la casa tres cuartos y no habla mucho de cómo ha vivido los años recientes. Por un momento, él cerró los ojos y puso su cabeza en sus manos.
“¿Estás bien? Le preguntó Ms. Boyce-Gaskins, tocándole un hombro.
“Bien”, dijo él. “Sin resentimiento”.
“Ninguno”, replicó ella. “¿Sabes por qué? Porque la vida tiene sus caminos, y ¿sabes qué? Nuestros caminos se volvieron a cruzar, sin importar como trataron de separarnos”.
Su hermano movió la cabeza y la miró. “No veía como iba a pasar eso”, dijo él.
Su hermana lo miró a los ojos. “Pero ocurrió”, le dijo suavemente.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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