viernes, 11 de septiembre de 2015
Sàndor Márai: Memorias de Hungría.
La violación de un moralista implacable.
Lazlo Darvasi. 10-06-2008.
La obra de Marai fue sacada de su coma después de 1989, cuando sus trabajos fueron publicados por primera vez en Hungría, entonces después alcanzaron éxito internacional. Al salir de Hungría en 1948, él tomó una decisión premonitoria desde el punto de vista del futuro de su obra en su tierra natal, al mismo tiempo, fue una extensión natural de un exilio destinado a ser un poderoso y simbólico recordatorio moral.
En contraste al aire de general aceptación y éxito alrededor de los trabajos literarios de Sandor Marai en Europa Occidental, el mundo literario en Hungría permanece inequívocamente dividido en su opinión de la obra de Sandor Marai. Fuera de Hungría, Marai es bien reconocido como un gran escritor de ficción cuyas novelas fueron publicadas una tras otra en todos los leguajes principales luego del enorme éxito de su novela, Embers, ambientada en Italia. Sin embargo en su tierra natal es más comúnmente elogiado por sus trabajos que se acercan más a la no ficción. Cada crítico literario acreditado de Hungría, por ejemplo, reconoce que Confesiones de un Ciudadano de Marai, una memoria de dos volúmenes originalmente publicada en los años ’30, es su trabajo más significativo. A la vez, muchos otros encuentran en su Diario, iniciado en 1943 y mantenido regularmente por el autor, quién permitió que una profunda versión editada de sus diarios personales fuese publicada primero en Hungría, luego en el exterior siguiendo su inmigración, un trabajo de igual calidad. (Hace pocos años Helikon Publishers de Hungría empezó a lanzar la edición completa del Diario de Marai, compilado de acuerdo al manuscrito existente). Memorias de Hungría, en muchos respectos una continuación de Confesiones de un Ciudadano, también esta catalogada entre los mejores trabajos de Sandor Marai.
La oscuridad opaca cualquier explicación de por qué la obra de Sandor Marai ha levantado tales opiniones opuestas; justo es decir, que este breve recuento es muy insuficiente para cualquier intento de arrojar una luz más brillante sobre un asunto de esta complejidad. Una pregunta, sin embargo, debe mantenerse aún, dado que juega un papel significativo en cualquier interpretación de Memorias de Hungría: esta no es otra que la pregunta de “La tierra natal de Marai”. En el caso de Sandor Marai es extremadamente retador definir exactamente que puede significar este concepto, por el bien conocido hecho de que el autor pasó la mayor parte de su vida como un emigrante. Transcurrido en Alemania y Paris, el período de 1919-1927 marca la primera experiencia larga de Sandor Marai en el exterior. Más importante, esta primera emigración fue obviamente voluntaria. El segundo período empezó en 1948 y terminó con el suicidio de Sandor Marai en 1989. No hace falta decir que esta segunda emigración fue el resultado de la necesidad, una decisión tomada sin espíritu aventurero, sino como un intento de escapar de las vicisitudes de historia. A la luz de esto, ¿como puede la Hungría de este período de cuarenta años, un lugar donde su presencia era tan imposible tanto intelectual como físicamente, puede aún ser considerada “La tierra natal de Marai”? Aún más importante: ¿Cómo puede cada opinión literaria hecha en esta “tierra natal” juzgar competentemente una obra que le fue invisible por cuarenta años?
Durante este período de cuarenta años, Marai no fue simplemente relegado al reino de los muertos vivos: él no era más que un cadáver, uno que se había desvanecido años atrás y solo hizo una rara aparición en la vida intelectual de Hungría como un tipo de esqueleto en el armario. La obra de Sandor Marai fue sacada de su coma después de 1989, cuando sus trabajos fueron publicados en Hungría por primera vez, luego alcanzó éxito internacional. Esta resurrección inusual de los trabajos de un autor “muerto por mucho tiempo” agarró por sorpresa a los escritores y críticos; los miembros de la escena literaria húngara no tenían pistas a la hora de juzgar un autor y una obra, principalmente escrita en el exilio, que principalmente no había sido leída, con la excepción de quizás unos pocos trabajos escritos antes de 1945.
Como resultado, la tarea de interpretar a Marai se convirtió en una especie de rompecabezas para la élite literaria húngara, uno que aún permanece sin resolver. (Muy interesante, los lectores húngaros mientras tanto han recibido a Sandor Marai con los brazos abiertos, sus trabajos están entre los libros más vendidos en la Hungría de hoy). No hace falta decir, que en occidente podrían ignorar las complejas interrogantes planteadas por el legado literario de Marai, en esa parte del mundo Sandor Marai fue y siempre será un extranjero, un emigrante que puede ser visto con objetividad casi completa y sin el tinte de algún tipo de opinión política. Ajenos a cualquier conocimiento de su contexto húngaro, los lectores y críticos literarios occidentales pueden libremente y sin sentirse culpables aceptar los libros de Sandor Marai. Esto debe ser, si no estoy equivocado, una explicación para las opiniones totalmente opuestas alrededor de la obra de Marai en Hungría y occidente.
A la vez debe ser admitido que el período comunista, tan diligente como fue en perseguir autores, no fue el único responsable por la manera en que los trabajos de Marai fueron enviados a descansar. En muchos respectos Marai se buscó ese resultado. Apenas se puede debatir que este orgulloso (o en sus propia palabras, “confrontado”) autor tomó pasos deliberados para convertirse personal y profesionalmente un extraño en su propia tierra. Con esta declaración hemos llegado a lo que yace en el fondo de este trabajo, Memorias de Hungría (Título original: ¡Föld, föld!) el cual puede ser interpretado parcialmente como un cuento de cómo se da un salto de fe en un intento por permanecer leal a los ideales que el autor mantuvo para llegar más alto. En otras palabras, Memorias de Hungría revela como un moralista implacable llega a cometer una especie de violación.
Sandor Marai presintió que estaba saliendo de Hungría por última vez cuando abordó el tren rumbo a Suiza en el verano de 1948. (Por poco tiempo en 1956, pareció que su exilio podría terminar. Al recibir noticias de la revolución, Marai viajó a Viena, donde se reportó bajo condiciones en la frontera húngara mientras esperaba el momento apropiado para regresar. Sus esperanzas probaron ser falsas, por razones que son obvias, dado el conocido resultado de la revolución). Mientras presentía que se estaba marchando para siempre, Marai no lo hizo simplemente para salvar su pellejo, era una advertencia no solo para su tierra natal, sino también para los otros escritores que vivían en Hungría.
Al irse, Sandor Marai quería demostrarle a los intelectuales de Hungría que el compromiso no era una opción: en una dictadura comunista la mínima semblanza de independencia intelectual podía ser mantenida solo mediante la automutilación artística, regular. Al irse, Sandor Marai tomó una decisión que probó ser premonitoria desde el punto de vista del futuro de su obra en Hungría; a la vez, era una extensión natural de un exilio que pretendía ser un recordatorio moral, simbólico y poderoso. El hecho de que el autor solo permitiría que sus escrituras fuesen publicadas en Hungría si se cumplían ciertas condiciones va más allá de un intento moral. La primera condición de Marai era que el ejército soviético saliera de Hungría. La segunda era el anuncio de elecciones libres y democráticas en Hungría. Aún cuando estaba plenamente consciente del absurdo de sus condiciones, Sandor Marai continuó manteniéndolas aún en los años ’70 cuando las editoriales húngaras expresaron un serio interés en sus manuscritos.
Como escritor, Sandor Marai indudablemente cometió un acto de autocastración cuando renunció a toda conexión con sus lectores húngaros, hasta el futuro, ¡cuando el mundo sería libre!, a favor de apoyar una meta más alta en forma de una moral ideal. Su decisión fue consciente, el también consideró la posibilidad de que su obra cayera en la oscuridad literaria cuando escogió salir del país. Memorias de Hungría es, entre otras cosas, la historia de cómo alcanzó su decisión.
Mientras la resolución de Sandor Marai estaba lejos de ser un castillo en el aire, le tomó varios años poner su plan en acción. Las semillas de su plan se mencionaron por primera vez en su diario de 1945:
Nada de publicar libros. Nada de artículos de periódico. Cuando mucho, unas pocas líneas a la vez, y solo si lo que quiero decir es de gran importancia. Por dos años todos los manuscritos estarán relegados a mi gaveta…debo dedicar todo mi tiempo y energía a estudiar inglés durante estos dos años…Luego tomar los manuscritos y salir hacia occidente, preferiblemente con un perfecto dominio del inglés…este es el plan. Esto es por lo que debo vivir. Tendré 46 años para entonces, y siempre que tenga salud, valdrá el esfuerzo de empezar todo otra vez. (El Diario Completo, Budapest: Helikon, 2006, p. 75).
Esta conclusión sumarial, alcanzada luego de una larga noche insomne, revela no solo la desesperación de Marai, sino también su ingenuidad, que subyace bajo la consideración práctica. A la vez, esta ingenuidad aún contiene una especie de sentido sonámbulo de racionalidad y perspicacia. Sandor Marai no solo poseía un dominio nativo del alemán, sino que fue casi un reconocido autor germano durante sus años como columnista del Frankfurter Zeitung en la década de los ’20. Su brillante francés hubiera sido más que adecuado para escribir artículos de periódico. Su decisión de aprender inglés no puede ser una coincidencia, aún si tal paso pareciera contradecir cualquier forma de razón básica. ¿Acaso no probó él que estaba en lo correcto al final? ¿No es hoy el ínglés, el idioma hablado en el mundo entero? En otras palabras, había una fuerte base racional en la inarticulada desesperación de Sandor Marai.
Memorias de Hungría es de hecho una crónica de, junto a otras cosas, la desesperada racionalidad irracional de Marai. La ruta del libro empieza la noche del 18 de marzo de 1944, con la ocupación de Hungría por el ejército alemán. Termina en el verano de 1948 con la imagen del autor abordando un tren hacia Europa occidental, completamente solo. (La familia de Marai se le unió después). La máquina llega al Enns, un río que tradicionalmente simboliza la separación entre el este y el oeste en los cuentos folclóricos húngaros. El silencio que subyace en la descripción del autor resplandece en el drama de las oraciones finales de Memorias:
La noche estaba inmóvil. El tren arrancó silencioso. Luego de un momento, pasamos el puente y viajamos en la noche cargada de estrellas hacia el mundo donde nadie esperaba por nosotros. En ese momento, por primera vez en mi vida, sentí miedo de verdad. Me di cuenta de que era libre. Empecé a sentir miedo.
Aún si su decisión estaba justificada, Marai estaba dando un salto en la oscuridad. No hay que preguntarse si sentía miedo.
¿Que pudo haber motivado a este autor extremadamente exitoso, bien pagado (en contraste a la marcada pobreza experimentada por el resto del mundo literario húngaro en los años ’30, Marai estaba muy bien en el aspecto financiero) a salir de su tierra natal? ¿Cómo podía escoger abandonar su único tesoro verdadero, su lenguaje nativo, por la incertidumbre de establecer una carrera en un lenguaje extranjero? Marai no solo era muy inteligente, también era uno de los autores menos frustrados y desilusionados que se encontraran en la escena literaria húngara para ese momento. Su lucidez le permitió medir los horrores inminentes con una precisión casi matemática. Los pros y contras se pesaron con claridad aterradora, un hecho que llenó los sentimientos del autor de angustia existencial. Mucho después, cuando escribía Memorias de Hungría, así es como Marai describe sus pensamientos al ver el advenimiento del comunismo:
Ese fue el momento cuando supe que tenía que salir de mi país; tenía que salir no solo porque los comunistas me impedirían escribir libremente, sino principalmente porque ellos no me permitirían ser libre en silencio. (p. 357).
A la vez el honorable Sandor Marai estaba consciente de su naturaleza individual, impráctica, desde un punto de vista moral, y completamente inimitable:
Aquellos que permanecen en mi país no percibirán el hecho de convertirse en cómplices de las violaciones cometidas contra la humanidad. Una persona nunca puede comenzar un éxodo. (p. 358).
Despues de todo, en la opinión de Sandor Marai un escritor (o, para usar su propia, no particularmente atractiva definición, “un educador”) enfrenta un grupo de cargas diferentes.
Cuando el escritor se va, se convierte en una pérdida para su gente porque solo es escritor en el lenguaje que hablan los suyos. Si cruza la frontera, se convertirá en un incapacitado… También tuve que tomar eso en cuenta. Y también muchos otros asuntos: por ejemplo, el hecho de que la libertad implica un precio muy alto. El emigrante no es bien recibido en ninguna parte; cuando mucho es tolerado. Para cualquiera que no esté dispuesto a pagar ese alto precio, sería más sabio quedarse en su país. (pp. 358-9).
Muchas razones, para no mencionar el papel jugado por el sentido de “confrontación” del autor, aparentes aún en el título de su serie de novelas escritas durante la segunda guerra mundial, The Affronted , subyacen detrás de la decisión de Sandor Marai de pagar ese alto precio. Mientras esa decisión fue tomada de una manera inteligente y completa, las descripciones de Marai en Memorias de Hungría resultan a veces en algo parcial, ocasionalmente un retrato de estrechez mental y subjetivo. Estas características, sin embargo, pueden ser disculpadas, porque después de todo esto es el dibujo de su propio destino y visión personal de la vida.
No se debe olvidar que, paralela a su retrato de una dura decisión, la memoria de Sandor Marai es quizás la expresión más plástica de la literatura húngara sobre la dificultad de una sociedad por superar el régimen fascista, solo para encontrarse atrapada en el abrazo de la muerte del comunismo. Confusión, cobardía, frecuente desden, algunas veces heroísmo, otras veces insidia y disimulo: esto no es más que la vida diaria en las Memorias de Hungría de Marai.
La clave de este trabajo reside en su plasticidad. El lector en realidad ve las casas bombardeadas, los puentes reducidos a escombros, la biblioteca del autor de seis mil libros hundida en lodo. Vemos la punta perfectamente intacta descansando sobre la inmensidad de ruinas. Sentimos la escalofriante miseria de la inflación de posguerra y la pobreza y el dolor sobre la poderosa entrada de un antíguo oficinista, quien también perdió a toda su familia en el holocausto, mostrando con orgullo su uniforme de policía de alto rango en un café de Budapest, donde obliga a los músicos gitanos a tocar canciones patrióticas para expresar su amor por la tierra que ha estado traicionando por dos años. Incontables figuras ocupan las páginas de Memorias de Hungría. Ya sea comprometidas en el robo, la decepción, la mentira, decir la verdad, dar consejo o pasar el último chisme, Marai respira vida en todas ellas. Primero y principal, esta calidad es lo que cataloga a la memoria de Marai para ser juzgada como un increíble trabajo de arte.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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