viernes, 8 de enero de 2016
Dick y Joan.
18 de diciembre de 2015. The Players Tribune.
Doug Flutie. Quaterback/NFL (Retirado)
El 19 de noviembre de 2015, Dick y Joan Flutie, los padres del antiguo quarterback de la NFL, Doug Flutie, fallecieron con una hora diferencia, ambos de ataques cardíacos.
***
En los años ’60, mi papá tocaba el órgano en un grupo de 12 piezas de big band, así que mientras crecía siempre había un teclado de algún tipo en nuestra casa. Así mis hermanos y yo nos metimos en la música. Yo toco la batería ahora, pero también toqué la trompeta de niño y puedo teclear un poco el piano. No es que ellos amaban la música que tocábamos, pero cuando mi hermano menor Darren y yo hicimos una banda, eso le dio a papá mucha satisfacción. Él se sentaba con mamá hacia el fondo de la casa porque la música era muy estridente…pero le gustaba eso.
En los años ’90, papá decidió reclutar algunos de los mejores músicos de las escuelas secundarias de Melbourne Beach, Florida, y formó otro big band. Ellos salían y tocaban en varios lugares, y hasta grabaron un CD. Una vez, Darren y yo le dijimos que queríamos tocar con el grupo. Él hizo todo lo necesario para coordinar y publicitar el evento. Quería que todo saliera bien.
Para nosotros, ese fue un momento agradable. Algo divertido que podíamos hacer por él. Pero para papá, eso fue algo muy especial, uno de sus días favoritos de siempre. Se podía ver en su rostro. Papá puede haber disfrutado vernos tocar música aún más que practicar deportes. La música era una de sus verdaderas pasiones. Era mucho más personal para él. En el fondo de su mente, pienso que el sueño de papá cuando éramos jóvenes era tener una banda familiar.
Pero al crecer en Florida, estar afuera todo el tiempo, el deporte era nuestro interés. Y cualquier que fuese nuestro interés, él y mamá iban a estar apoyándonos por completo.
En la primavera de 1976, mi familia se mudó desde Melbourne Beach hasta Natick, Massachusetts, en las cercanías de Boston. Ellos habían tenido prácticas para Babe Ruth Baseball. Pero, papá quería un cupo para que sus muchachos jugaran. Le dijeron que no, porque ya los equipos estaban completos, y bla, bla, bla. Así que papá dijo que le dieron todos los muchachos que habían dejado fuera. Él haría con ellos un equipo donde estaría yo y mi hermano mayor Bill, y él sería el entrenador. Básicamente, le estaba dando la oportunidad a 15 muchachos quienes de otra manera no habrían tenido como jugar.
Casi ganamos un campeonato.
El otoño siguiente, queríamos una oportunidad para jugar futbol, pro Natick no tenía programa Pop Warner. Así que papá se alió con un amigo y comenzaron uno.
Él no tenía una verdadera experiencia deportiva. Él jugaba en el equipo del golf de la escuela secundaria, pero su atleticismo era prácticamente nulo. Así que papá leyó y aprendió por su cuenta sobre los deportes que nos gustaban. Lo recuerdo estudiando “The Science of Hitting”, de Ted Williams. Como batear. Como lanzar. Cuando llegó el momento de dirigir, él se hizo más conocedor que los otros tipos de la liga. Papá tenía esa sorprendente habilidad para ser obsesivo con una cosa a la vez. Encerrarse, enfocarse en los detalles más pequeños para tratar de manejarlos, fuera con la música, la fotografía o aprender un deporte desde afuera hasta adentro.
El atleticismo y la fuerza de mamá trascendía el deporte. Ellos eran parte de una energía y una determinación que eran sorprendentes.
Yo mi enfoque de él. Mi atleticismo, sin embargo, viene de mamá.
La única cosa organizada que ella jugó cuando era joven fue baloncesto de escuela secundaria, cuando hacían que las muchachas jugarán 6 contra 6, solo se permitían dos dribles antes del pase, y medio equipo no podía cruzar de la mitad de la cancha. (La primera vez que me lo describió, no le creí). Pero sin embargo, ella era una atleta sorprendente.
Déjenme ponérselo de esta manera: Nuestra casa estaba hacia el fondo de una colina. Cerca de tres cuartos de colina hacia arriba, uno de nuestros amigos tenía una media cancha de baloncesto. Jugábamos un 3 para 3, cerca de la hora de la cena. Mamá subía la calle a buscarnos. Estábamos en la secundaria, yo estaba en primer o segundo año, y Bill era un año mayor. Ella nos retaba a correr hacia abajo por la colina hasta nuestra casa. Ella se subía los blue jeans, y estaba descalza.
Ellas nos dejaba botados.
El atleticismo y la fuerza de mama trascendía el deporte. Ellos eran parte de una energía y determinación que eran sorprendentes. Cuando ella estaba entre los 50 y 60 años, mamá y papá vivían en un terreno grande con una larga pendiente en bajada hacia el lago de la parte trasera. Estaba todo lleno de maleza, con pinos grandes. No se podía caminar por ahí. Ella deforestó toda la colina. Cortó los árboles, convirtió los troncos en leña, luego plantó semillas de grama. Mamá compró durmientes de ferrocarril e hizo un camino hacia el agua. Luego que los paisajistas que ella contrató dijeron que no cortarían más la grama porque la pendiente era muy empinada, mamá salió afuera con sus zapatos de golf, bajando con la podadora de grama, y luego la halaba hacia arriba.
Pienso que fue para su cumpleaños 68 que le compramos una sierra portátil nueva.
Mamá fue tan instrumental en nuestros deportes como papá. Ella entrenó al equipo de softbol de mi hermana Denise, y empezó un programa de chicas animadoras en Pop Warner. Por años, ella estuvo a cargo de la concesión de la venta de comestibles en el estadio, siempre atravesaba la ciudad para traer hielo, o caramelos para vender. Ella era la primera en llegar allí y la última en irse en la noche, cerraba todo. Era como un trabajo a tiempo completo.
Como niño, das por sentado los sacrificios que hacen tus padres para estar tan involucrados. Mirando en retrospectiva, no fue hasta la universidad que me di cuenta que lo que ellos hacían no era típico.
Las batallas que libraban por nuestras oportunidades. Como ajustaban sus vidas a nuestros intereses. Como durante mi tercer año en secundaria, a papá le ofrecieron una promoción que nos habría llevado de vuelta a Florida, lejos de mi ciudad y compañeros. Él me dejó la decisión a mí, y yo quería quedarme en Natick. Así que lo hicimos. Cuando crecíamos, no teníamos mucho dinero. Donde vivíamos en Melbourne Beach, había que pagar por la recolección de la basura. Mamá solía ir y regar nuestra basura entre la de los vecinos, luego regresaba con una silla rota y la ordenaba. No teníamos ni un centavo y las cuentas a veces se pagaban con retraso, pero siempre teníamos un guante nuevo de beisbol o un bate si lo necesitábamos.
Pero no se trataba solo de mi y mis hermanos. Mis padres siempre abogaban para que otros niños tuviesen sus oportunidades. Más allá de arrancar y luego dirigir diferentes ligas (la mayoría de las cuales todavía existen), si los niños necesitaban que los llevaran al estadio, ellos iban a buscarlos y se aseguraban de que el equipo tuviese suficientes jugadores para jugar. Como entrenador, papá amaba y apreciaba a los niños quienes no eran estrella. Él no necesitaba pasar horas con los mejores bateadores del equipo, como hacen algunos entrenadores. Cada equipo de pequeñas ligas tiene tres o cuatro muchachos que no son jugadores, solo van al plato esperando el boleto. Papá pasaba más tiempo con esos niños para que ellos pudieran pegarle a la pelota con el bate y ser parte del equipo.
Cuando esos niños tenían éxito, él celebraba como si ellos fueran sus hijos.
Esa es una cualidad que ellos ayudaron a transmitir a mis hijos.
Mi hijo Dougie tiene autismo. Él poco activo y diferente. Cuando mi hija Alexa trae amigos a la casa, los lleva directo a Dougie, hace que se presenten e interactúen con él. Sus maestros siempre dijeron que cuando Alexa iba a clase, ella actuaba fuera de tono para hacer que los niños con dificultades se sintiesen parte del grupo. Eso es algo que he tratado de hacer toda mi vida. Primero con los niños de los equipos donde jugué, y luego con mi hijo.
Mientras envejeces, entiendes quien te enseñó esas lecciones.
Papá nunca podría haber salido adelante sin mi mamá, si ella hubiese muerto antes que él. Él la adoraba. Aún a los 70 años de edad, él pensaba que ella era más sexy que cualquier mujer viva. Él siempre ha sido así con mi mamá. Pero mientras la salud de papá desmejoraba por asuntos de diabetes y riñón, mamá estaba sana. Ella era fuerte, aún jugando tennis tres veces a la semana, aún golpeando una pelota de golf, aún cortando árboles en el patio. Veíamos cuan duro trabajaba ella para cuidarlo, 24 horas al día, envolviendo sus piernas, ayudándolo a entrar y salir del carro, así que pensábamos que cuando llegara el tiempo de papá, ella tendría una mejor calidad de vida para sí.
Pero eso no era lo que mamá quería. La manera como ocurrieron las cosas, era muy obvio que ella no podría seguir sin él, tampoco. Aunque es difícil para mí entender eso, tienes que entender la filosofía de que ella quería estar con papá, cuidarlo.
Pero eso es algo con lo que debo lidiar.
Mas que un poco.
***
Bill y yo estamos en nuestros 50, aún jugamos beisbol para divertirnos. Mamá y papá iban a cada juego. Yo siempre bromeaba, “Ustedes consiguieron los boletos para la temporada temprano este año. Consiguieron los asientos buenos, ¡justo al frente!”
No había nadie más en la tribuna.
Papá no tenía tanta movilidad como solía tener, así que llevaba una silla de ruedas eléctrica hasta el borde de la grada. Mamá colocaba su silla plegable al lado de él, y se ponían a ver el juego. Podía ser una noche fría y nublada, podía ser una mañana caliente y soleada. Siempre estaban ahí. Habían estado ahí , desde los años ’70. En ese lugar, siempre juntos, como siempre había estado desde la secundaria, y a través de 56 años de matrimonio.
Recuerdo un juego donde golpearon a Bill con un lanzamiento. La pelota tal vez iba a 50 millas por hora. Pudo haberla agarrado y lanzarla de vuelta. Aún así, mamá se molestó. Papá gritó e increpó al pitcher. Otra vez, uno de los tipos quería jugar segunda base. Mi posición. En estas ligas de adultos, “beisbol de viejos” lo llamamos, los jugadores se sustituyen libremente y rotan posiciones. Se trata de que todos salgan y jueguen. Así que me fui a los jardines.
Entonces los oi.
“¡Doug no es jardinero! ¡Él es segunda base!”
“Mamá”, grité, “¡Relájate! ¡Tenemos 50 años, para estar llorando en voz alta!”
No importaba que tan viejos éramos. Nuestros padres nunca dejaron de pelear por nosotros o de protegernos.
Y nosotros nunca dejaremos de extrañarlos.
Doug Flutie/ Colaborador
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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