lunes, 23 de noviembre de 2015

El caso de la melancolía.

Laren Stover. The New York Times. 07-11-2015 A cualquier lugar donde se mire por estos días se ve algo sobre como ser feliz, como manifestar abundancia, deseos y éxito, encontrar la felicidad suprema. Una rápida búsqueda en Google producirá remedios instantáneos para la tristeza: la promesa de que es posible encontrar la felicidad en 10 o 15 fáciles pasos. Algunas estrategias prometen la felicidad en tan pocos como tres pasos. Lo que sea que le haya ocurrido a experimentar la gracia de la melancolía, requiere reflexión: una especie de inmersión mental, ¿Cómo las bolsitas de te? ¿Qué tal si este consejo de ánimo solo te hace sentir inadecuado? ¿Qué tal si naciste reservado? La melancolía, a diferencia del dolor, no es causada por los hechos, como perder el trabajo, la muerte de las mascotas queridas, los problemas de salud. Ni se desvanece cuando se reciben noticias excelentes, como que la industria cinematográfica quiera adaptar tu novela, o que te inviten con todos los gastos cubiertos a un viaje a la bienal de Venecia. La melancolía es más…efímera. Te visita como una niebla, un vapor, un vaho. Generalmente llega sin ser invitada. Y así como algunas personas nacen en la realeza, la riqueza y el prestigio, otras heredan una disposición para la tristeza. Conocí la melancolía mucho antes de conocer a mi difunto padre biológico, el Dr. Leon Stover, quién escribió “The Suicide Manifesto”, sus monólogos melancólicos, en tinta gris desteñida mientras era paciente en un hospital psiquiátrico de Nueva York luego que mi madre lo dejó. Fue un alivio conocerlo cuando yo tenía 21 años para saber que esto era una herencia artística. Para mi pensar, esto es lo más significativo del ADN que nuestros vínculos genealógicos con Frederick II de Prusia y el Presidente Dwight D, Eisenhower. En ese “Manifiesto”, su explicación de su experiencia en psicoterapia, mi padre escribió: “Te ofrecí tragedia monumental y melancolía gloriosa para tus placeres y dolor insignificantes…” En su manía bipolar melancólica (su muerte fue debida a complicaciones diabéticas, pero no dudo que escribió algunas notas de suicidio”, mi padre, también autor de 24 libros publicados, una vez me escribió: “No sé si serás escritora, pero también también tienes eso de ‘subir y bajar’. Haz uso creativo de eso, de otra manera, la as personas pensaran que eres loca”. Mientras mi niñez transcurrió con historias de hadas y elfos a pesar de mis entornos infelices, mis años adolescentes fueron una mezcla de aburrimiento artístico y depresión poética con muchas mudanzas. Para cuando llegué a mi tercera escuela secundaria, me sentía muy alienada. Estaba determinada a no hacer ningunos amigos, en su lugar frecuentaría con los árboles, para sentir sus espíritus. Yo caminaba sola a lo largo de las vías ferreas del tren detrás de nuestra casa y tenía pensamientos morbosos y escribía notas que decían “No puedo ver otro amanecer gris…” (La melancolía a menudo comparte la escena con el melodrama). Mi maestro de inglés me separaba para un estudio independiente, durante el cual yo escribía ensayos existenciales y hacía pinturas torturadas. Me hice amiga de un espíritu aún más etereo llamado Erika, quien usaba numerosas cintas largas atadas en la raíz de su cabello, no en bucles sino colgando lánguidamente como lágrimas de sarmientos, como una especie de embellecimiento matinal. Ella usaba vestidos largos o pantalones de cordones, enrrollados hasta las rodillas como si fuese a vadear un río, y siempre llevaba una estola de piel de zorro en el hombro. Ella llevaba consigo un frasco de tinta y escribía todas sus asignaciones con un bolígrafo de caligrafía, traducía frases del latín tales como “Oh los árboles de ciprés de la muerte…” Ella leía mis poemas, ella instigaba a salir por la ventana del estudio independiente para ir a la Smithsonian Institution para ver películas viejas. Ella no pensaba que yo era rara porque amaba los murciélagos. Ella nunca me dijo “sonríe” o “anímate”. Ella me salvó la vida. La tristeza tiene mala reputación. Pero yo sentí pronto esa melancolía, la palabra es el latín muerto desde el griego melancholia, es una palabra con un anillo romántico del Viejo Mundo, con una belleza transiente como el anillo alrededor de la luna. Sabemos esto de “Ode on Melancholy” de John Keats: “Pero cuando la melancolia encaja caerá/ De pronto desde el cielo como una nube llorosa…/ Ella flota con belleza----Belleza que debe morir…” Mientras la depresión es una enfermedad real, la palabra, usada casualmente, carece de encanto. Por comparación es bueno desplazarse en los encantos nebulosos de la melancolía: ver una película triste en blanco y negro o ser arrastrados por el viento con un sonido que Truman Capote describiría como un harpa de grama. En las eras pre-Effexor, la melacolía era atesorada. Por Robert Burton, el erudito de ingles del siglo 16 en Oxford University (quien escribió tres volúmenes sobre el tema, con sugerencias dietaria como cura botánica); por los poetas del siglo 19; y también por la luminosa y glamorosa Greta Garbo. Aunque los personajes modernos carecen de tal característica, la melancolía ha sido celebrada por Tim Burton (“The Melancholy Death of Oyster Boy and Other Stories,” Johnny Depp en las películas de Burton) en Batman (“The Dark Knight”), Heathcliff en “Wuthering Heights” y Lestat el vampiro de Anne Rice. Fue reafirmante ver también en la reciente película animada “Inside Out” que Tristeza, el brillante Eeyore de emociones, salva el día con la persistencia de sobreactuar la Alegría. El mensaje comercial estadounidense no es generalmente inclusivo. La fragancia más vendedora de Clinique es la dulce, exuberante Happy. Con manzanas, ciruelas, bergamotas y un acorde de aire fresco, lo que sea que fuera es descrito como “una fragancia de alegría, la esencia de una soleada mañana feliz”. Otros perfumes exitosos de 2015 a menudo tienen la enferma profundidad dulce del algodón de azúcar: el atractivo de un animal sintético coloreado ganó en un carnaval. Personalmente, prefiero abrir las ventanas al jardín fragante de la melancolía, y acompañar con algo como algo como reflexión. Tal perfume gentíl podría oler como lluvia de otoño, o humedad de lluvia cargada de rosas y lágrimas. El perfume lluvioso puede asistir tu ánimo, aunque: por ejemplo, “En Passant” de Frederick Mallé. Guerlain tiene experticia en melancolía. Está la misteriosa creación crepuscular 1912, L’Heure Bleue (la hora azul). Y Jicky, creada a finales del siglo 18, es sensual y descrita como melancolía encantadora con acordes de cítricos, lavanda y libros polvorientos. Y Mitsuoko, una esencia frutal hecha en 1919, es otra. Ninguna de estas es soleada, ella nunca rien a viva voz, y de hecho, apenas sonrían. Iris Silver Mist de Serge Lutens (1994) ha sido llamada por los comentaristas de Basenotes.net como “tristeza embotellada” y “una maravilla melancólica”. Necesitamos perfumes que complementen nuestros ánimos, nuestras almas, no solo nuestras ropas de oficina y la vestimen ta de coctel. Me sentí sola en mis bostezos cuando ví esta publicación en un blog de fragancia: “Recientemente me he sentido un poco apagada, bien deprimida, para decirte la verdad.  ¿Podría por favor sugerir algunos perfumes que reflejen mi ánimo? No quiero ninguna esencia para levantar el ánimo, porque esta tristeza es algo que necesito experimentar para seguir con mi vida”. Como esta alma deprimida, no quiero un perfume que me anime. La felicidad, como el sol, es ridículamente brillante, una esperanza para la cual no se puede vivir, ni aun mirar de frente. Si la melancolía desciende, puedes recibirla, usar tu mejor ensamblaje de salón; darle tu mejor diván , o esa hamaca extendida entre dos árboles. Déjala establecerse. Puedes disfrutarla reclinándote con una taza de te verde mientras miras las hojas enrrolladas descargar su furia poética mientras precipitan, al escuchar “Daphnis et Chloé” de Ravel o el Concertino para piano y orquesta, 2ª, de Jean Francaix. Propongo que debe haber perfumes de melancolía, modas, zapatos (cero zapatos de carrera bajo cualquier circunstancia), música (Lana Del Rey es la diva de la melancolía, y Joni Mitchell y Billie Holliday aun trabajan), elixires (sin alcohol; miren lo que le ocurrió a Edgar Allan Poe) y mobiliario diseñado para recibir o sucumbir ante los ánimos de la tristeza. Quiero luz de luna. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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