jueves, 26 de noviembre de 2015
El hijo de todos.
Oscilando entre familiares y hogares de adopción, Lorenzo Mauldin IV utilizó su familia sustituta, consejeros, entrenadores y maestros, para desafiar las expectativas y terminar en la NFL.
Ben Shpigel. The New York Times. 06-11-2015.
La mañana siguiente a su primer juego en la NFL, Lorenzo Mauldin IV se levantó en un hospital de Manhattan preguntándose como había llegado allí. Él recordaba perseguir al mariscal de campo y zambullirse para hacer una jugada. Despues de eso, nada.
Él no recordaba el golpe que lo dejó sin sentido sobre la grama artificial del MetLife Stadium el 13 de septiembre. O los dos pasos vacilantes que dio antes de caer de bruces, inconsciente. O la camilla desplegada para inmovilizarlo, el carrito que lo trasladó hasta la ambulancia, las sirenas punzantes de la policía o las miradas asustadas en las caras de sus compañeros y entrenadores de los Jets, quienes temían que pudiera tener una lesión en el cuello o la médula espinal, o algo peor.
Su preocupación desapareció cuando los doctores dijeron que él tenía una concusión. Salió del hospital ese día y perdió un juego.
“Estoy pensando como que, está bien, esto es algo a lo que tengo que sobreponerme”, dijo Mauldin, de 23 años. “Como he hecho con todo lo demás en mi vida”.
Mucho de la vida de Mauldin solo le ocurrió a él. Él no se los buscó. No tenía control sobre “todo lo demás”.
Su madre, Akima Lauderdale, alcohócila con inclinación a vender cocaína, ha estando entrando y saliendo de prisión en Georgia. Su padre, Lorenzo Mauldin III, estuvo cerca de 12 años en una prisión de California. Él y sus cuatro hijos oscilaron entre familiares y hogares adoptivos.
Muchas familias adoptivas. Una docena, tal vez más. Él recuerda los rostros. Los nombres no.
Cada día, él regulaba y manejaba las crisis. Buscando comida. Absorbiendo sarcasmos por usar las mismas ropas. Siendo sacado se clases por la policía porque Lauderdale había sido arrestada de Nuevo, entregado de nuevo a la custodia del estado. En la universidad, él fue llevado de emergencia al hospital luego de lesionarse el cuello en una práctica, y de nuevo luego que un carro lo golpeara mientras conducía su bicicleta motorizada.
“Te lo estoy diciendo”, dijo Maurice Hart, su entrenador de posición en Maynard H. Jackson High School en Atlanta. “Ese es el hombre más duro que haya conocido en mi vida”.
Mauldin dice que ama a su madre, quien, luego de un breve tiempo fuera de prisión, fue enviada de vuelta en 2014 por cargos que incluían asalto de alto riesgo y homicidio culposo voluntario. Él puede reconciliarse con los problemas de ella. Él cree que ella no tenía otra forma de coneguir algo para su familia. Él recuerda la torta y el helado que ella le llevaba en sus cumpleaños así como la soledad.
Por lo menos ella estaba ahí, algunas veces. Su padre fue a prisión cuando Mauldin tenía 2 años. Hubo cartas y llamadas telefónicas, y después mensajes de texto y unas pocas visitas, pero la ausencia definió sus años formativos. Eso afectó sus relaciones y percepciones de las figuras de autoridad masculina y creó huecos de desconfianza y resentimiento que duraron hasta bien avanzada su adolescencia.
“No puedo decir que lo extrañé”, dijo Mauldin, “porque en verdad nunca supe nada de él”.
En apoyo a sus padres, una red de consejeros, entrenadores y maestros lo envolvieron, creando una familia sustituta, él llamaba Mama al maestro de la coral, él llamaba abuela y tía a los padres de la casa, el llamaba Pops al entrenador de futbol.
Con su ayuda, Mauldin desafió las expectativas. De acuerdo a una presentación de 2012 desde la oficina del superintendente de la escuela de Georgia, 15 porciento de los estudiantes en cuidado adoptivo a lo ancho de la nación obtienen un diploma de secundaria, y 2 porciento logra un grado universitario.
Él obtuvo ambos, recibió una beca para jugar futbol en Louisville, donde su talento como veloz pasador de pelotas llevó a los Jets a seleccionarlo en la tercera ronda de mayo.
Monique Gooden, una de sus primeros padres adoptivos, dijo que una vez le preguntó: “¿Cómo sigues haciendo esto? ¿Cómo sigues rebotanto?”
Él está motivado por lo que un mentor, Bart Hester, describió como “optimismo casi más allá de la razón”, el deseo de hacer todo bien, o tan bien como pueda.
“Me he dado cuenta que estoy en este mundo para proteger y proveer en vez de dañar o destruir”, dijo Mauldin. “Siento como si tengo un propósito cuando se trata de la familia”.
Él habla regularmente con su madre, pero sabe que no puede sacarla de prisión. Su posible fecha de liberación máxima es el 31 de julio de 2023.
Pero su padre ahora está libre, vive en Sacramento. Por un tiempo, Mauldin no hablaba mucho de su predecesor; Hart, por su parte, presumía que estaba muerto. Pero Mauldin ha pasado los úlimos ocho años, desde que su padre fue liberado de la prisión, acercándose a la reconciliación.
Mauldin III veía los juegos universitarios de su hijo en la televisión y publicaba sus grandes éxitos en Instagram, pero solo lo ha visto tres veces en los últimos 20 años. Nunca lo ha visto jugar en persona. Sería agradable, pensó Mauldin, si algún día lo hiciera.
Nacido en la dificultad
La manera como Lorenzo Mauldin III lo recuerda, él estaba en una fiesta al sur de Sacramento en julio de 1995 cuando reventó un altercado que involucraba a un miembro de su grupo, quién servía como guardaespaldas. Alguien sacó una pistola, dijo él, y mientras Mauldin III trataba de quitársela, esta se disparó. Una mujer murió.
En esta vida que él había escogido, vendiendo cocaína, rodeado de personajes sombríos, en busca de gratificación instantánea, Mauldin III había vivido cortas estadías en la cárcel. Está, resultante de la muerte de la mujer, el sabía que sería más larga.
Debatiéndose entre huir o entgregarse, Mauldin III corrió hacia un apartamento en otra parte del lugar, donde su hijo, entonces de 2 años, dormía. Él acarició la cabeza de su hijo. Lo besó para despedirse.
“Lo siento, hombre”, le dijo Mauldin III a su hijo. “Te amo”.
Él contó esta historia fuera de un Starbucks en Pittsburg, Calif., la semana pasada en una entrevista de 90 minutos en la cual él compartió su versión de los eventos, antes, durante y después de los 11 años y 8 meses que pagó por homicidio, que envió la niñez de su hijo al espiral del desajuste.
Al crecer pobre en Sacramento con un padre ausente, Mauldin III se cansó de usar ropa de segunda mano. Veía hombres manejando carros veloces en su vecindario y quería eso para él. Se hizo bueno vendiendo cocaína.
“Fui a la cárcel por un período corto, así que yo no era tan bueno”, dijo él, riendo. “Pero cuando vas por un tiempo corto, todo lo que haces es averiguar como puedes ser un criminal más astuto”.
Mediante las ventas, él conoció a Lauderdale, quien salió embarazada en 1992. El 1 de octubre, menos de 10 días después que los registros de la corte mostraran que ella fue arrestada por posesión de cocaína, ingresó a prisión. Aúm bajo custodia policial, ella fue llevada a un hospital, donde nació Lorenzo Mauldin IV.
Cuando su padre la visitó ese día, fue sorprendido por la alegría pero también por la incredulidad. ¿Estaba ella vendiendo drogas? ¿Mientras estaba embarazada? Él fue a la habitación de Lauderdale, donde un guardia cuidaba afuera. Él rechazó dejar entrar a Mauldin III, pero acordó abrir la puerta lo suficiente para que él viera que la madre de su hijo yacía esposada a la cama.
De acuerdo a Mauldin III, Lauderdale reconoció que fue liberada por error. Para burlar la policía, ella se mudó entre apartamentos. Por un tiempo, Mauldin IV se quedó con su padre.
En algún punto, Lauderdale se fue a Georgia, donde su hijo, aún pequeño, se le unió. El viajaba desde Sacramento hasta Atlanta y regresaba unas pocas veces. Mientras su padre estaba encarcelado, Mauldin se quedaba con su tía Laraye. Entonces regresaba a Georgia, para vivir con la madre de Lauderdale.
Mauldin no sabe cuando entró al sistema de adopción de Georgia, él tenía 4 años quizás. Tal vez 5 o 6. Sus memorias son incompletas. Una vieja. Un jamaicano. Una dama asiática y su esposo negro.
Mauldin tenía una hermana mayor, Tashia, y un hermano menor, Taiwan. Dos hermanas más, de padres distintos, llegarían pronto: Sakia y Miracle.
Cuando Lauderdale no estaba en prisión, los niños vivían con ella en la sección Bankhead de Atlanta. Mauldin no recuerda que ella dejara a la familia desatendida por largos períodos, pero cuando regresaba, él o Tashia a menudo la encontraban ebria. Alterada por el alcohol, ella algunas veces hacía que sus hijos tomaran mejores decisiones.
Su adicción estaba compuesta por una actitud pugnaz. Al cuidar su territorio, ella golpeaba a los intrusos. Mauldin miró sus peleas con otros “muchas veces”. Él y sus hermanos sabían que ella estaba en problemas si la policía iba a sus salones de clase.
La primera vez, decían: ‘¿Qué le pasó a mamá? ¿Va a estar bien?’” Dijo Amuldin en una entrevista reciente en las oficinas de los Jets. “Despues eso empezó a ocurrir más y más, se convirtió en una rutina. No diría que estábamos cómodos con eso. Eso se convirtió en un caso. Primero, había llanto. Luego caras tristes. Luego fue como, está bien”.
Lauderdale no podía ser ubicada para declarar. El departamento de correcciones de Georgia, en la mayoría de los casos, prohíbe que los internos hablen con los medios noticiosos.
Para conseguir dinero para comida, Mauldin y Taiwan llevaban los desperdicios de los vecinos a un basurero. Cuando Mauldin tenía 13 años, había estado en siete hogares adoptivos. Algunos padres lo trtatron bien. Otros se embolsillaban el estipendio que proveía el estado, dijo él, y declinaban reinvertirlo en él. Él iba a la escuela con la misma ropa interior y zapatos. Los estudiantes se burlaban de él. Su rabia era evidente.
“No estamos comiendo lo que deberíamos, ¿a donde está yendo ese dinero?” Decía Mauldin. “O se lo están agarrando o lo están ahorrando para algo. Eso es lo que causaba tantos problemas”.
Adentra él hervía. Afuera reclamaba a cualquier hombre en posición de autoridad. Si un maestro le pedía subir sus pantalones, él lo ignoraba. Si alguien trataba de disciplinarlo, él se desentendía.
En este vaporón apareció Gooden, entonces de 26 años, quien se hizo cargo de Mauldin y Taiwan. Cuando en la agencia de adopción le preguntaron por sus preferencias, ella pidió muchachas de 10 años o menores. Le entregaron dos muchachos de 12 y 13 años.
“Yo estaba como, ‘¿Ustedes están locos?’ Recordó Gooden en una entrevista el mes pasado en College Park, Ga. “Pero no puedes declinar”.
Por una semana, dijo Gooden, hubo calma mientras ellos se estudiaban. Entonces empezaron las escaramuzas. Los muchachos resolvían los conflictos con los puños, no con palabras. Cuando ella los llevaba al supermercado, ellos chocaban los carritos entre sí. Ella pasaba mucho tiempo en la oficina del director por lo que ellos hacían.
Durante una discusión con su hermano, Taiwan agarró un cuchillo. Él había visto a su madre hacer eso, así que el también lo hacía. Los muchachos fuerton separados, Mauldin fue a otro hogar o dos antes de reunirse con Gooden cuando tenía 14 años.
Separados, él y sus hermanos se veían cada mes. La inestabilidad de los muchachos dificultó las cosas para que Mauldin III, en prisión, mantuviera el contacto con sus hijos. En las cartas, el dibujaba un emblema MC, por “Mauldin Crew” (Tripulación Mauldin), y se disculpaba por estar ausente. Nunca explicó porque estaba ausente. Muchas cartas fueron regresadas, pero algunas llegaron a us hijos, quienes dibujaban pinturas y decían que lo amaban.
Sus respuestas animaban a Mauldin III, quien consiguió un trabajo con el Departamento de Transporte de California después de la prisión, trabajaba a ambos lados de las autopistas. Limpiaba la arena de los Kings de Sacramento después de los juegos y estudiaba para hacerse consejero de drogas y alcohol.
Cuando un jugoso retorno de impuesto llegó dos semanas antes de la graduación de Mauldin, Mauldin III pagó un pasaje aéreo para asistir. Se quedó en Atlanta una semana, atesorando el tiempo con sus hijos, antes de irse de nuevo.
Así también hizo Mauldin, para jugar el deporte que lo salvó.
Un joven brilla.
Como muchacho, Lorenzo Mauldin IV tenía mucha energía, él dijo que las personas pensaban que tenía desorden de hiperactividad por déficit de atención. Siempre se estaba moviendo, corriendo, jugando afuera.
Pero su primer encuentro con el deporte organizado no llegó hasta antes de su primer año en la secundaria, cuando canalizó todo ese vigor y furia en el futbol recreacional.
En una prueba, los entrenadores lo agruparon con los recibidores. Confrontado con un muchacho mayor en la esquina trasera, Mauldin lo venció en la primera carrera, luego lo burló de nuevo.
“Él no capturaba la pelota porque el tipo lo estaba halando”, dijo Gooden, con quien él estaba viviendo en ese momento. “Las personas hablaban barbaridades, como, ‘Tenemos un LeBron James ahí afuera’. Él nunca había ten ido entrenamiento formal”.
Ella trataba de cultivar ese talento. Ellos lanzaban pelotas de futbol en el patio y practicaban las rutas que él debía correr. Para mejorar su coordinación mano-ojo, ella hacía rebotar dos pelotas de tennis para que él las atrapara.
Él quería seguir siendo recibidor en Jackson High School, pero los entrenadores, impresionados por su tamaño y velocidad, lo movieron a la defensa.
Mauldin jugaba linebacker exterior antes que una escasez de hombres de línea ocasionó un cambio hacia la defensa. Los primeros cinco juegos, él se quejó tanto del cambio que Hart, su entrenador de posición, le dijo al entrenador Eric Williams que no podía trabajar más con mauldin. Entonces, en el sexto juego, Hart dijo, él empezó a florecer.
“Empecé a jugar por mi, empecé a jugar por mi familia, y se sentía tan bien”, dijo Mauldin. “Empacaba toda la presión, y cuando venían las noches de sábados y viernes, yo soltaba todo”.
Lejos del futbol, su vida se había stabilizado. Su rudeza, aunque levemente, empezó a disminuir. Luego que el llegara al hogar del grupo Cherokee durante su primer año en la secundaria.
“Él no caminaba hacia la puerta diciendo que iba a ser un atleta de la N.F.L.”, dijo Michael Foust, un licenciado en trabajo social clínico quien supervisaba un programa de tutoreo en la agencia de servicio familiar Families First. “Él caminaba hacia la puerta tratando de sobrevivir”.
En ese proceso fueron integrals Martha Whitehead y Donna Cunnigahm, quienes sirvieron como madres de casa. Cuando Mauldin se iba a la cama, ellas estaban ahí. Cuando él se levantaba, ellas estaban ahí. Él llamaba a Whitehead “Grandma” (Abuela). Llamaba a Cunnigham “Auntie” (tiíta).
Mauldin se hizo menos distante y más comprometido. Si él se comportaba mal, deprimido por su situación o porque otros le tocaban sus posesiones, Cunnigham lo centraba con estas palabras: Esto es lo que un hombre haría.
“Si nunca hubiera ido a los Cherokee, no habría jugado futbol en la secundaria”, dijo Mauldin. “Habría stado en las calles. Habría terminado como mi mamá”.
Whitehead y Cunnigham iban a sus juegosy lo enfocaban en los compromisos. Él seguía sus reglas: cero drogas, cero alcohol, cero maldiciones, cero sin sentidos.
“Él le decía a los muchachos nuevos como se vivía en esta casa”, dijo Whitehead.
Mauldin complementaba su agrsividad en el campo con un interés por las artes. En el coro, el cantaba como barítono y gravitaba hacia canciones de supervivencia y persistencia. Una fija era “It’s the Hard Knock Life” (Es la dureza de la vida). Él practicaba danza. En una clase de unos 10 alumnos, él era el único varón. El próximo semestre, la instructora, Tiffany Mingo, tenía una clse completa de ellos”.
“El entrenador de futbol decía, ‘Si Lorenzo lo puede hacer, entonces ustedes muchachos, también lo pueden hacer’”, dijo ella. “Él empezó el movimiento”.
Antes de su último año, Mauldin se comprometió a jugar en la University of South Carolina. Pero el día anterior caundo el pensaba que firmaría su carta de intención, los Gamecocks enviaron una carta por fax diciendo que habían rescindido su oferta.
Él aún tenía que alcanzar la anotación mínima de SAT, y ellos quería que él retrasara su ingreso en un semestreSouth Carolina también había firmado a Jadeveon Clowney, un recluta estrella en la misma posición.
Sin embargo se programó una gran ceremonia. La madre de Mauldin, recién salida de prisión, estaría ahí.
“Yo tenía que firmar un papel en blanco”, dijo Mauldin. “Tenía que hacer una farsa. Creeme, al final del día, lloré. Mucho”.
Un momento accidental renovó su espíritu. Un mentor, Justin bedrman, le presentó a Charlie Strong, entonces el entrenador de Louisville, en el aeropuerto de Memphis y le explicó su relación con Mauldin. Strong dijo que quería entrar en contacto.
Hester, uno de otros mentores de Mauldin, se convirtió en la persona clave para su reclutamiento, al arreglarle una visita y explicarle sus opciones. Luego de descartar la escuela militar debido a que no quería cortar sus preferencias, mauldin escogió Louisville. Todo lo que tenía que hacer era calificar. Un tutor ayudó a Mauldin a susbir sus calificaciones.
En Louisville, el ajuste más grande fue no dejar su sistema de apoyo. Por entonces, él estaba acostumbrado a hacer eso. Tuvo que ajustarse a entrenadores más exigentes.
“Tenía a todos esos hombres gritándome, y yo los ignoraba”, dijo Mauldin.
En la secundaria, Mauldin confiaba en su atleticismo. La primera vez que estuvo en una situación de tres puntos en una práctica de Louisville, él no sabía como colocar sus piernas.
“No sé si había tenido un futbolista más crudo”, dijo Clint Hurtt, su entrenador de posición en Louisville por tres años. “Hablo de construir un jugador desde cero”.
Hurtt sabía poco del entorno de Mauldin hasta que Strong, compartió algunos detalles, lo urgió a establecer una relación.
“Eso no significa que lo mimé”, dijo Hurtt, “pero invertí tiempo con él”.
A medida que su vínculo se fortalecía, Mauldin empezó a florecer. En su segundo año, él tutoreaba a los de primer año, les enseñaba los movimientos de pases rápidos y como bloquear. Él pasaba horas cada mes hablando en hogares de adopción, dando asistencia en hogares y escuelas.
“Él entendió que tenía una plataforma”, dijo Chris Morgan, el religioso del equipo y director del desarrollo de jugadores. “Él nunca me dijo no”.
Por iniciativa de Louisville el diciembre pasado, todos los estudiantes quienes eran los primeros de sus familias en graduarse fueron convocados a presentarse. Mauldin estuvo entre los primeros. Sus hermanos vinieron. Tambien Hart y Hester y Gooden. Los invitados llenaron un bar deportivo despues y brindaron por él.
El padre de Mauldin no asistió a la celebración, pero llamó. Él llamó de nuevo para el próximo suceso, cuatro meses y medio después, cuando los Jets lo seleccionaron en la escogencia 82. Mauldin sollozó cuando el gerente general Mike Maccagnan llamó para felicitarlo. Lloró otra vez durante una conferencia de prensa.
“Esta es mi oportunidad”, dijo Mauldinn esa noche. “Esta es mi oportunidad de mostrarle a todos”.
Al otro lado del país, su padre escuchaba la entrevista. También se emocionó.
“Me da una especie de escalofrío cada vez que pienso en eso”, dijo Mauldin III. Eso fue algo. Miré hacia arriba y dije, Gracias. Él ha pasado por mucjas pruebas, su mama, yo, crecer. Solo dije, Gracias”.
La familia reunida.
En los últimos meses, Lorenzo Mauldin III hizo dos adquisiciones notables. Primero ordenó una camiseta verde de los Jets con el número 55 y “Mauldin” en la espalda. Luego compró 20 boletos para el juego de los raiders el pasado domingo en el Coliseo de Oakland.
Ellos iban a jugar contra su hijo.
El parecido entre ellos es impresionante: los mismos pómulos prominentes y ojos suaves y hombros amplios, sus rostros enmarcados por crinejas.
Incapaz de poder pagar los viajes a Louisville con su salario de 11 dolares la hora, Mauldin III se mantuvo viendo los partidos del equipo de la universidad cuando los transmitían por televisión. En un juego contra Kentucky, Mauldin descargó un golpe poderoso en una cobertura. Viendolo junto con Mauldin III, algunos familiares tragaron saliva. Tu solías golpear así en Pop Warner, dijeron ellos.
“Eso va en la sangre”, dijo Mauldin III, “pero ese es él”.
Alrededor de tres horas y media antes del puntapié inicial el pasado domingo, Mauldin III, amigos y familiares, extendidos e inmediatos, estaban ubicados en la sección D como una puerta movible. Los rayos solares se estrellaban a través de un toldo cercano como enlaces calientes, pollo y carne asada giraban en el asador. En el océano de negro y plata, Mauldin III divisó dos fanáticos de los Jets que pasaban. Él los saludó.
“Ese es mi hijo”, dijo él, señalando su camiseta. “Lorenzo, Lorenzo Mauldin. Se lastimó en el primer juego”.
Riendo en reconocimiento, ellos sonrieron y chocaron las manos con Mauldin III, quien pidió que se tomaran una foto.
Eventualmente, cada cual se dirigió a los asientos en la sección 247, donde vieron a Mauldin efectuar 17 movimientos defensivos y agrupaciones especiales en la derrota de los Jets 34-20. Él contribuyó con una patada, golpéo una vez al quarterback y fue castigado con una penalidad. No fue su peor juego. No fue su mejor juego. No importaba.
“Salimos derrotados”, dijo Mauldin, “pero saqué algo bueno de la visita a Oakland”.
Parado frente a los buses del equipo después, Mauldin III sonreía.
“Hombre”, dijo él. “Eso fue muy bueno”.
Alrededor de él, toda la familia se unía. En medio del grupo estaba Mauldin. Aún cuando Cunnigham o Hester u otros asistían a sus juegos en la secundaria o la universidad, Mauldin estaba consciente de sus otros, cuando sus compañeros se encontraban con sus familias mientras él no.
Y ahora, mire. Aquí estaba su tía Jewell Smith, quien disfrutaba no del éxito futbolístico de Mauldin sino de su diploma universitario. Más allá, su tío eric Mauldin, quién mezclaba sus alianzas al usar una camiseta de los Raiders con “Mauldin” en la espalda. Su media hermana, LoRen, paseaba alrededor. Taiwan, quien voló desde Atlanta. Tashia, quien manejó desde Sacramento.
Ellos estuvieron juntos treinta minutes, lo cual hubiese sido muy poco tiempo si ellos no hubieran pasado mucho tiempo del sábado registrándose en el hotel de los Jets en Santa Clara. Ellos rieron. Jugaron ¡Heads Up! En sus teléfonos. Tomaron muchas fotos.
En un punto, los dos Lorenzo Mauldin se escaparon para excavar alguna historia familiar: el relato del nacimeinto del hijo. El padre le dijo al hijo que contestara más el teléfono. El hijo dijo que lo haría. Hicieron planes para pasar juntos la víspera de año nuevo juntos en el este.
“Fue reparador”, dijo Smith.
Mauldin dijo: “He aprendido a disculpar a mi padre. Las personas hacen errores”.
Él ha pensado mucho en su familia, sobre herencia y legado. Desde su temporada de último año en Louiville, en la espalda de su camiseta se ha leído Mauldin IV, no solo Mauldin. Eso respeta a los que estuvieron antes que él. Y quizás, aquellos que vendrán.
Al hablar con su padre el sábado, Mauldin mencionó una conversación reciente con su novia. Ellos decidieron que si alguno vez tienen un hijo, lo llamaran Lorenzo Mauldin V.
“Es un nombre que quiero mantener”, dijo Mauldin.
Doris Burke contribuyó en la investigación.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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