miércoles, 4 de noviembre de 2015
Una conversación en el filo de la percepción humana.
The New York Times. Christopher Bollas. 17-10-2015.
Lucy me escribió a mi granja en Dakota del Norte y preguntó si estaba preparado para psicoanalizarla. Ella vivía en una isla remota de un fiordo noruego. Una escritora de 55 años, ella vivía de un fondo financiero familiar. Sus padres estaban muertos, ella no tenía hermanos, y raramente hablaba con los 60 isleños quienes eran sus vecinos.
Ella se procuraba una compañía que venía de una mente muy activa devota a las interminables reelaboraciones de memorias y epifanías repentinas. Cuando ella se internaba en los senderos de la memoria inevitablemente recuperaba el encuentro con otra persona, un maestro quien no la había entendido, un editor que no la había tomado en cuenta. Sus epifanías eran tormentas de ideas abruptas en las cuales veía configuraciones en el paisaje que develaban momentaneamente un secreto acerca de ella: Una ola estrellándose contra un acantilado, por ejemplo, tomaba la forma de su madre recostada sobre su cuna, tratando de sofocarla.
Lucy me llamaba a las ocho en punto cada noche, cinco días a la semana, siempre puntual. Hablaba sin parar. Ella usualmente anunciaba un programa. “Hoy”, decía ella, “Voy a contarle sobre la Hermana Underwood y el día cuando me dijo que tenía que escribir ‘Debo limpiar mi mente de malos pensamientos’ 100 veces en un pergamino en una habitación muy fría cuando yo tenía 13 años”.
En la universidad Lucy se había concentrado en las leyendas Celta y Nórdica, y sus imaginaciones a menudo eran invadidas por una convicción de que ella de verdad había visto uno u otro de los dioses o humanos que figuraban en esos cuentos. Yo conocía algunas de estas figuras desde mis estudios universitarios, y cada vez que oía de ellas sabía cual de ellas era, ella exclamaba, “¡Oh, Christopher, gracias por conocerlo!” como si yo hubiese confirmado que esta figura existía en alguna forma de realidad.
Ella alucinó muchos de ese personajes, y también transformaría personas reales a través de la “memoria” en presencias fantasmagóricas. A menudo estaría huyendo de ellas.
Lucy era esquizofrénica. La mayoría de las personas que conozco que han hablado con esquizofrénicos han notado que se siente como una conversación no con alguien cuya anomalía se derive de la niebla de la preocupación sintomática, o la repetición torpe de patrones de personajes, sino una persona quien parece existir al filo de la percepción humana. Tome LSD y verá cosas que ordinariamente nunca percibiría. Hágase esquizofrénico y verá estas cosas sin ayuda de las drogas.
He estado trabajando con esquizofrénicos desde los años ’60. A veces me preguntaban por las posibles causas de la esquizofrenia. No tengo la respuesta para eso. Para mí es como si me preguntaran que causa el ser del ser humano. Sin embargo cierto tema ha emergido en mi trabajo: Ser un niño es resistir una situación prolongada en la cual la mente humana es más compleja de lo que puede ser ordinariamente. Nuestras mentes, producen pensamientos que serán abrumadores. Para ser exitosamente normales, tenemos que hacernos los tontos.
Trabajar con esquizofrénicos me ha enseñado que cuando las defensas contra las complejidades de la mente se rompen, ahí puede estar un avance significativo. El yo interno lo provoca.
No es coincidencia que el comienzo de la esquizofrenia es casi inevitablemente un evento de la adolescencia. El esquizofrénico falla en hacer la transición desde la niñez hacia la adultez: Algo anda mal.
Pero precisamente porque los yo interno fallan durante este período, ellos también pueden dar la vuelta y redescubrir un camino normal de vida. Así que, aunque los esquizofrénicos son altamente vulnerables a todo tipo de disturbios, esta porosidad también los hace abiertos al cambio terapéutico.
Un día, durante una sesión, Lucy gritó al teléfono de una manera indescriptible. Pensé que la casa se había incendiado o algo terrible había ocurrido. Pude oírla corriendo alrededor, gritando: “¡Vete de aquí! ¡Yo no hice eso! ¡Por favor déjame en paz!”
Pasó media hora y ella regresó al teléfono. Me dijo que “Eso” había venido por ella. Esto era una referencia a un dragón que tenía ocho patas y cinco ojos, y estaba volando alrededor de su casa. Había venido a matarla.
De pronto noté que a principios de esa sesión yo le había dicho a ella que era bueno que sus malas memorias no estuvieran “apareciendo”, y dije que mi uso de esta frase podría haber traído una imagen del dragón a su mente. Ella insistió que el dragón era real, y estaba furiosa de que no le creyera.
“Christopher”, dijo ella, “fue aquí delante de mí. Estaba respirando fuego hacia mi. ¡Rompió mi vestido! No tiene nada que ver con lo que dijiste”.
Su grito aun retumbaba en mi cabeza y sus reclamos eran vehementes y furiosos, así que dije poco, y la sesión terminó.
El día siguiente Lucy me acusó de azuzar al dragón: “Tú dijiste, ‘Tu dragón te atrapará’. “¡Y lo hizo!”
“¿Eso fue lo que oíste?”
“No”, replicó ella. “Eso es lo que dijiste. Tengo una memoria perfecta. Me hiciste esto”.
“Claramente, soy culpable de un evento muy horrible”.
“Si”, dijo ella, “¿Por qué lo hiciste?”
“Pienso que estás enojada conmigo por escuchar algunos de tus pensamientos privados y estás tratando de pasarme factura”.
“Estuviste horrible”, dijo ella.
“Lo fui, y quizás soy el dragón quien indaga en las cosas”.
“Admites eso”, dijo ella, “¿Lo admites?
“Si. Es mi trabajo hacer eso”.
“¿Ser un dragón?” preguntó ella.
“No, pero sigo adelante. Los psicoanalistas a veces son tediosos”.
“¿Por qué?” preguntó ella.
“Lucy, me pagas por analizarte. Es mi trabajo y algunas veces no hago las cosas bien”.
“¿Por qué no haces las cosas bien?” preguntó ella.
“Bien, Lucy, …yo…”
“Christopher”, dijo ella, “Me gusta cuando me dices lo que piensas”.
“Gracias, Lucy”.
Esto es solo un fragmento comprimido de una sesión. Sin embargo es típico de lo que ocurrió entre nosotros por años. Lucy construía un universo de motivaciones y me lo dejaba conocer. Yo trataba de encontrar la ansiedad persecutoria subyacente que generaba tales admoniciones, y de vez en cuando éramos exitosos en conectar los orígenes de sus floridas alucinaciones con una idea simple.
Por ejemplo, yo acerté al relacionar la frase “dragging on” (indagar) con “dragón”. Ella oyó la palabra “drag” e hizo una conexión con la idea de que yo pensaba que ella era aburrida, y se condicionó tanto a eso que sentía que salía fuego de su boca y que veía a un dragón. A la vez, debo admitir que he estado indagando en su mundo interior y ella probablemente tenía razón al protestar acerca de esto.
No se necesita ser un profesional de la salud mental para estar consciente de los esfuerzos concertados en algunas facciones de la psiquiatría, estrechamente ligados a la industria farmacéutica, para promover la visión de que la esquizofrenia se determina genéticamente y debería ser tratada principalmente mediante una combinación de medicinas de mantenimiento y períodos ocasionales de hospitalización. Podría haber un breve giro hacia la “psicoterapia” en la forma de tratamiento, de tiempo limitado, de conducta cognitiva.
Tristemente, muchos de los esquizofrénicos de hoy reciben poderosos medicamentos antipsicóticos en los hospitales y les suministran un coctel de drogas que entorpece sus vidas. Sus estados de zombies son causados no tanto por su alteración mental como por su tratamiento. La trágica ironía de esta situación es que el paciente se encuentra en un proceso paralelo a la esquizofrenia en sí: el encarcelamiento radical, acciones que alteran la mente, deshumanización, aislamiento.
Muchas personas con esquizofrenia pueden necesitar estar en un hospital o tomar alguna forma de medicamento para ayudar a redescubrir las partes útiles de sus mentes. Sin embargo, también estoy consciente del trabajo exitoso con esquizofrénicos a los cuales no les han suministrado medicamentos y el paciente nunca ha estado en el hospital. Yo no soy el único psicoanalista quien ha hecho tal trabajo.
Todos conocemos la sabiduría de hablar. Cuando estamos en problemas, nos desahogamos con otra persona. Ser escuchados genera una nueva perspectiva, y la ayuda que obtenemos no descansa solo en lo que se dice sino también en esa conexión humana de hablar que promueve el pensamiento inconsciente.
Hablar con otro es curativo. Todos sabemos eso. Todos lo hacemos. No necesitamos estudios de resultados para probarnos que eso funciona. Y es precisamente este viejo medio de ayudar al yo a través de las incertidumbres existencial y mental que es también a menudo negado a la persona esquizofrénica.
Para el final del quinto año de nuestro trabajo, Lucy ya no alucinaba y no se estancaba en memorias pasadas, pero estaba asediada por su historia de disturbios y se preguntaba de qué se trataba eso.
Ella empezó a leer sobre esquizofrenia, y lo encontró tan intrigante y dinámico que quería hablar de su enfermedad. Ella decía que ahora encontraba cómodo ser capaz de describirla, aún si de vez en cuando, cada seis meses, ella descendía de vuelta a ella, recordando alucinaciones, como si jugara con la noción de conjurarlas. De hecho, ella estaba mejorando mucho, y estos regresos al pasado eran como curiosas diversiones.
En los meses finales de nuestra colaboración, durante un momento difícil de nuestro trabajo, ella preguntó si yo podría, por favor, decirle lo que veía a través de mi ventana en Dakota del Norte. Así le conté acerca del búho, los conejos, el venado, las águilas, los árboles, el clima cambiante y así sucesivamente. A su vez ella me envió fotos de su cabaña, su jardín y corral de pollos, y la pequeña villa donde vivía.
Es interesante que nuestros respectivos paisajes; su isla, Dakota del Norte; eran como relajantes terceros objetos que nos motivaban mientras teníamos dificultades para ayudarla a encontrar su mente. En la última fase de nuestro trabajo, ella pidió fotografías reales más que mi simple narrativa de lo que veía, y tuve que enviárselas. El objeto mundo se había convertido en algo de su propiedad, independiente de la narración o la visión subjetiva de alguien. Mi Dakota del Norte se convirtió en su Dakota del Norte.
Algunos detalles han sido alterados para proteger la privacidad de la paciente.
Christopher Bollas, psicoanalista, es el autor del libro próximo a publicarse: “When the Sun Bursts: The Enigma of Schizophrenia”, del cual se adaptó este ensayo.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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