miércoles, 15 de junio de 2016

Con una pequeña ayuda de mis amigos.

The Players Tribune. 22-09-2015. Michael Lahoud. Centrocampista. Philadelphia Union. Justo ahora, hay miles de niños huyendo de Siria, arriesgando sus vidas en busca de un nuevo hogar. No saben nada de política. No les importa quien empezó la guerra. Solo están desesperados y confundidos y rezando por su bienestar. Lo sé porque fui uno de ellos. Cuando yo tenía seis años de edad, estaba sentado en mi aula pequeña en Sierra Leona, preparándome para presentar un examen, cuando mi abuela apareció en la puerta. Estaba sudorosa y sin aliento. De inmediato sentí que algo andaba mal. Mi abuela susurró unas palabras a mi maestro y me tomó de la mano. Me dijo que teníamos que regresar a casa de inmediato. Mientras caminábamos a nuestra villa, empecé a atar cabos. Mis padres habían salido del país para trabajar en América cuando yo era muy pequeño, así que yo vivía con mis abuelos. Sierra Leona no es como América o Europa. Teníamos una cascada en el patio donde se veían animales exóticos. No había video juegos. Jugábamos afuera todos los días, siempre sin supervisión. Pero de pronto mis abuelos se pusieron muy estrictos, Mi abuela me decía, “No te vayas para los matorrales, porque te puede agarrar el coco”. Solo que no estaba bromeando. Hablaba en serio. Era una advertencia. No lo sabía en ese momento, pero el coco no era un monstruo. El coco eran los rebeldes del frente revolucionario unido, quienes secuestraban niños de sus villas y los forzaban a convertirse en soldados. Sierra Leona estaba en medio de una guerra civil, y esta se acercaba cada vez más a nuestra puerta. Yo era ajeno a todo esto, por supuesto. Todo mi mundo era la escuela y el futbol. Pero para el momento cuando mi abuela me fue a buscar a clase, la situación era desesperada. El FRU rodeaba nuestro pacífico pueblo. Cuando regresamos al pueblo, mis familiares guardaban mis ropas en una maleta. Era un caos. Las personas discutían y corrían asustadas. Aún con seis años de dad, yo podía sentir la tensión. Finalmente, me acerqué a mi bisabuela y le pregunté, “¿Qué está pasando? ¿Por qué todos actúan como locos?” “No te preocupas”, dijo ella. “Te vas de vacaciones para America. Ellos solo están emocionados”. Al minute siguiente, me subí a un carro con mi tío, y miraba atrás hacia mi casa con mi pequeña maleta y pensaba, ¡Caramba, voy para Hollywood! Porque en África, ese era nuestro concepto de America en ese entonces: Hollywood. Ni me imaginaba, que esa sería la última vez que vería mi hogar en 20 años. Cuando mi tío y yo llegamos al puerto en las afueras de Freetown, las cosas se hicieron muy reales. Había una gran masa de personas con maletas tratando de subir al ferry. Los soldados gubernamentales patrullaban la costa con pistolas automáticas y bazucas. Cuando avanzamos hacia el frente, uno de los soldados se puso muy agresivo con mi tio, perguntándole por su visa. Él no tenía visa. El soldado empezó a repelerlo con su pistola, y me asusté mucho. Entonces mi tío me levantó por encima de la multitud y me entregó a un soldado que estaba en el ferry. Lo próximo que recuerdo es que estoy parado en el ferry, y … Nunca olvidaré esa confusión de pistolas, piernas y gritos, Entonces el ferry se empezó a mover. Mi tío había desaparecido. Yo estaba solo en el caos. La cosa loca es que la próxima parte del viaje está borrosa en mi memoria. Yo seguía a las multitudes en el aeropuerto y apretaba mi boleto aéreo. Los trabajadores del aeropuerto o un amigo de la familia debieron haberme guiado a la puerta de embarque. Nunca había volado en avión. Nunca había estado de vacaciones. Recuerdo al avión despegando del suelo y pensar, Volamos en un gran tubo de metal … en el aire. Nada tenía sentido. Mi mundo entero estaba cambiando tan rápido que no podía procesarlo. Cuando el avión aterrizó, pensé que estaba en Hollywood. Entonces caminé hacia el terminal y no entendía los letreros. Estaban escritos en otro lenguaje. Empecé a asustarme. Tuve dos pensamientos: ¿Donde estoy? ¿Donde están todas las personas que se parecen a mi? Algo que hace a Sierra Leona única es que nunca se habla del color de la piel. No había “Tú eres negro, tu eres blanco, tú eres púrpura, tu eres rosado”. Solo eras parte del vecindario. Esto se sentía muy diferente. Sentía como si todos en el aeropuerto me miraban. Cuando traté de hablarle a alguien, me miraron como si fuese de otro planeta. Fue la primera vez en mi vida que me di cuenta que las personas podían ser consideradas diferentes. No estaba en Hollywood, estaba en París. Rompi a llorar en pleno salón del aeropuerto Charles de Gaulle. Pensé que mi vida se había acabado. Pensé que nadie me iba a buscar y me quedaría atrapado por siempre en el aeropuerto. La gente seguía caminando a mi lado, como si yo no estuviese ahí. Entoncs una azafata que estaba en mi avión me reconoció. Recuerdo que vio mi boleto aéreo y dijo, “Vas para America. Ven conmigo”. Como un niño de seis años de edad, sentí como si esta mujer hubiera salvado mi vida. Me ubicaron en el segundo avión del viaje, y subimos al cielo otra vez, hacia lo desconocido. Yo pensaba, Hollywood queda muy lejos. El mundo debe ser muy grande. Cuando aterrizamos otra vez, caminé en el terminal y estaba aliviado de que los anuncios fuesen en inglés. Mi inglés no era gran cosa, pero al menos sabía que estaba en el país correcto. Solo había un problema. Mi madre se había ido de Sierra Leona cuando yo tenía tres años de edad, y lo único que tenía para reconocerla eran fotografías viejas. Esto fue antes que cada cual tuviera un teléfono celular. No tenía idea de quien me iba a buscar, o a donde iba. Seguí al grupo de personas desde el avión hasta la acera fuera de la sala de Llegadas. Las vías pavimentadas eran algo novedoso en Sierra Leona, así que la primera cosa que noté fue que las vías en America eran todas muy planas. Había muchas marcas de carros nuevos. Las personas seguían saliendo de los carros y corrían hacia sus seres queridos, y los abrazaban. Entonces regresaban al carro y se iban, sonriendo. Eso se mantuvo así por un rato. La gente iba y venía. Yo estaba solo. Nadie iba a buscarme. Caminé alrededor del estacionamiento por mucho tiempo hasta que un bus del aeropuerto empezó a seguirme muy lentamente. Empecé a asustarme. Pensé que había hecho todo ese viaje para ser secuestrado por el coco. Entonces una mujer salió del bus y empezó a correr hacia mi. Yo estaba a punto de soltar mi maleta y salir corriendo tan rápido como pudiera cuando ella dijo “¡Michael!” Era mi madre. * Aquí es donde la mayoría de las historias terminan y regresas a facebook, y te sientes muy bien con la humanidad. Aun si no sabes quien soy, puedes buscar mi nombre en Google, y ver que fui a la universidad y actualmente juego en la Major League Soccer. Ahí está tu final feliz. Si quieres que la historia sea así de directa, déjalo así. Porque aquí es donde la historia de un refugiado de una crisis como la que ocurrió en mi país en el medio oriente, se hace más complicada y difícil. Fui el único de mi villa que consiguió una visa de emergencia antes que estallara la guerra civil. Todos mis compañeros de clase quienes se quedaron y presentaron su examen el día que mi abuela me fue a buscar, y todas las personas de mi villa, y todo el resto de mi familia, no consiguieron ese pedazo de papel mágico. Estaban atrapados en una guerra en la que no querían participar. Miles de niños fueron secuestrado y forzados a pelear. La guerra tocó cada parte del país. Solo puedo hablar de mi experiencia, pero la vida como refugiado en un país nuevo es extremadamente solitaria. Cuando noté que estaba en Washington D.C. en vez de Hollywood, y que me iba a quedar permanenentemente en America en lugar de una larga vacación, la realidad se manifestó. En el primer día de escuela, noté que todos estban vestidos muy diferentemente. En mi escuela católica de Sierra Leona, todos usaban camisa y corbata. Aquí, las ropas importaban. Los peinados importaban. Hasta los diseños de tus carpetas escolares importaban. A mitad del día, una voz salió por el altavoz: “Michael Lahoud, por favor, presentarse al salón de lectura”. Tenía que pararme frente a todos e ir a mi clase de ingles como segundo idioma. Estaba muy avergonzado. Por mucho tiempo sentí como si estaba a prueba. Lo único que quería en la vida era un amigo. Un día, en el recreo, yo estaba sentado solo viendo a unos niños jugar a rebotar la pelota de una pared, cuando la pelota de tennis rodó hacia mi. Los niños gritaron, “Epa, ¡Lánzala de vuelta! ¡Lanzala de vuelta!” Pero yo nunca había lanzado una pelota en mi vida. Asi que hice lo que era natural, la pateé. Tan pronto como salió de mi pie, me di cuenta. Oh no, esa loca pelota amarilla es muy liviana. La pelota salió volando hacia el techo de la escuela. La había puesto de oro. Todos me miraban, como diciendo, ¿Qué hiciste? ¿Arruinaste nuestro recreo? ¿Qué te pasa? Todos se voltearon y se fueron molestos. Yo quería correr lejos y nunca regresar a la escuela. Entonces uno de los niños vino corriendo hacia mi. Pensé que tal vez venía a golpearme. Me puse algo tenso. “Muchacho, ¿quién patea una pelota así? Dijo él. Mantuvo su mano arriba como una ola. Yo solo lo miraba. “¡Esa fue la cosa más agradable que he visto en mi vida!” Él estaba tratando de chocar los cinco dedos conmigo. “Mi nombre es Jack”, dijo él. “Deberíamos ser amigos”. Ese podría ser el mejor momento de mi vida. “¡Si!” dijé yo. “Bien, estás invitado a mi casa”. Despues de ese día, yo pasé buena parte de los próximos 10 años de mi vida en la casa de Jack Wolf. Nos hicimos los mejores amigos. Conocí a todo el mundo mediante Jack. Él era el muchacho a quien todos adoraban. Él tenía la apariencia de surfista antes que fuese popular en Virginia. Él tenía intensidad cuando ser así se llamaba “rad”. Era un líder natural. Jack tenía una regla, aún desde cuando teníamos 10 años de edad: Antes que pudiéramos salir a jugar futbol en el patio después de la escuela, teníamos que terminar nuestra tarea para el hogar en la mesa de la cocina primero. En serio, el amigo ponía música clásica mientras hacíamos la tarea. Me expuso a tantas cosas que yo no conocía, y aún así siempre estaba curioso acerca de mi cultura africana. Él veía como algo agradable ser diferentes. Antes cuando yo tenía un acento fuerte, él solía decir, “Hombre, piensa en todas las muchachas que vamos a conquistar por tu acento. ¡Vamos a ser maravillosos!” Jack no tenía idea de lo que yo había pasado cuando se tropezó conmigo en el recreo, No sabía que yo era de Africa occidental. No sabía de la guerra civil. No le importaba. Solo pensaba que yo era alguien diferente a quien valía la pena conocer. Este niño irlandés-americano de cabello rubio platinado se convirtió en el hermano gemelo que nunca tuve. Cuando veo las noticias ahora y veo a los refugiados en fila para viajar a Europa, la pregunta que sigue llegando a mi mente no es, “¿Cómo lo asimilarán?” Mi pregunta es, “Quien será su azafata en el aeropuerto Charles de Gaulle? ¿Quién será su Jack Wolf?” Entiendo que es una pregunta compleja. Solo soy un futbolista, no un político. Pero puedo decirte que a nivel humano, eso es muy simple. Esas personas, especialmente los niños, están atrapados por la marea. Están confundidos y asustados. Solo buscan a alguien que sea su amigo. Si me hablaras ahora, no sabrías de mi pasado. Perdí mi acento, fui a Wake Forest University, luego a la MLS. Me convertí en un estadounidense. Y de nuevo, aquí es donde la mayoría de las historias terminan con finales felices. “El refugiado de una guerra civil viene a Estados Unidos y se convierte en futbolisra profesional”. “¿Quién no quiere compartir esa historia en Facebook?” De nuevo, la realidad es más complicada. La verdad es que no soy diferente de alguien más quien disfrute de seguridad relativa. Para el momento cuando llegué a la escuela secundaria, yo había sacado a Sierra Leona de mi mente. Era más fácil ignorarla. Hubo moemntos cuando tuve que enfrentar la cruda realidad, como cuando vi la película Blood Diamond, o cuando mi abuela finalmente se nos unió en Virginia después de la guerra civil y toda su felicidad, todo su encanto natural, pareció salir de su cuerpo. Ella tuvo momentos difíciles interactuando con las personas. Yo sabía que ella había visto cosas horrorosas, pero no quería escarbar muy profundo en ese tema. Todo cambió en 2010. Yo jugaba para Chivas USA en la MLS. Estábamos de gira en Seattle. Yo estaba sentado en el bus del equipo, probablemente pensando en carros y mujeres como cualquier muchacho de 23 años. Cuando bajé del bus para ir al hotel, se me acercó una completa extraña. “Hey, ¿tienes un segundo para hablar en la recepción?”, dijo la mujer. “Oh… ¿disculpe?” le dije “He tratado de seguirlo por un tiempo. ¿Cómo le gustaría cambiar el mundo?” Lo que ella dijo me sacudió hasta el corazón. Se sintió como el momento cuando Jack se me acercó en la escuela. Se sintió como si alguien abriera una puerta. Hablamos en la recepción y ella explicó que su nombre era Cindy y que trabajaba con Schools for Salone, una organización dedicada a mejorar el diezmado sistema educativo de Sierra Leona. Nuestra conversación me forzó a reconocer que tan afortunado fui de escapar del conflicto. Luego de cierta reflexión profunda, le dije a Cindy, “No solo quiero enviar tuits de esto. Quiero construir una escuela”. Así que acordamos recaudar 50.000 $ durante los próximos años para construir una escuela en Sierra Leona. Yo no había regresado en 20 años. No entendí los retos que enfrentábamos hasta 2013, cuando recibí una llamada del director técnico del equipo nacional de Sierra Leona. Me pidió que asumiera mi nacionalidad de Sierra Leona para participar en un juego clasificatorio de la Copa Mundial. Esa era una decisión muy significativa para mi. Había tratado con mucho énfasis de conseguir la ciudadanía estadounidense que olvidé mis raíces africanas por mucho tiempo. Dije que si. Cuando regresé a Sierra Leona, todos me dijeron que experimentaría una reacción muy emocional, como en una película. La verdad es que me sentí vacío. No reconocí nada de mi niñez. La guerra había destruido todo. El país del que salí era un lugar hermoso. Para ese momento, Sierra Leona era el país más próspero de todo el continente africano. La moneda tenía una tasa de cambio de casi uno a uno con el dólar estadounidense. Ahora, todo lo que veía era desesperación, incertidumbre. Cuando regresé a mi villa, fui a la casa de mi abuela. Ella fue una de las últimas personas que me vio antes de salir de Sierra Leona. Salió de su habitación y me vio por primera vez en 20 años, empezó a llorar. Le dije, “Abuela, ¿estás bien? ¿Qué pasa?” Ella dijo, “Cada día rezaba por ti. Siempre supe que regresarías, y sabía que ibas a ser un gran hombre”. Me quedé petrificado. No me preguntó acerca de la vida en America. Ni acerca de jugar futbol. Todo lo que le importaba era que fuese un hombre bueno. Mi abuela falleció el año pasado. A pesar de todo lo que ella había pasado, estoy feliz de que ella viera que no me olvidé de Sierra Leona. El país aún enfrenta retos increíbles, incluyendo una reciente epidemia de ébola. Es fácil mirar a otro lado y pensar menos en cosas complicadas. Pero debemos aprender la lección de Jack Wolf en el campo de juego. ¿Qué queremos ser como sociedad? ¿Queremos gruñir y darle la espalda a aquellos que necesitan de nuestra ayuda? O queremos correr hacia ellos con nuestras manos extendidas diciendo, “Hola, deberíamos ser amigos”. Es mucho más difícil ser Jack Wolf. Pero gracias a Dios por tontos como él. * Michael Lahoud y su amigo jugador de MLS, Kei Kamara abrieron su primera escuela primaria en Freetown, Sierra Leona este año. Michael Lahoud. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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